La Tercera Diosa | By : El8Culpable Category: Spanish > Celebrity Views: 86 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: Esta es una obra de ficcin. NO sucedi fuera de la imaginacin del autor. Su nico personaje real es la famosa que aparece en este, a la cual no conozco personalmente. No he ganado ni un puto centavo con la escritura de esta historia. |
ADVERTENCIAS:
Este relato está ambientado en Italia, un país que nunca he visitado; espero que esto explique todas las imprecisiones acerca de cómo es la vida en esa nación que pueda contener la historia.
Esta es la primera vez que escribo una secuela para una de mis historias. Por favor, sean piadosos en sus críticas.
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ROMA, ITALIA
Evaristo suspiró, lleno de melancolía.
Mientras regresaba a casa de la escuela, caminando por las calles de Roma, el chico rememoraba esa maravillosa temporada, dos años atrás, en la que tuvo el privilegio de gozar de las dos mujeres más ardientes de su país: Mónica Bellucci y Manuela Arcuri. No era sólo por su belleza y el que fuesen unas furias en la cama; también el que fuesen dos criaturas tan adorables como perversas en las artes carnales, los halagos que recibía por su desempeño sexual (que aliviaban su ego, vapuleado por todas las burlas que le hacían en la escuela por su apariencia hermosamente femenina) y el que hubiese engendrado una hija con cada una de ellas.
Una tenue sonrisa triste curvó los labios del muchacho. Desde que terminó la filmación de esa película no había tenido contacto de ningún tipo con las actrices. De vez en cuando leía en los tabloides alguna noticia sobre ellas o sobre sus hijitas. Le llenaba de felicidad el que, al menos al parecer, estuviesen creciendo sanas, hermosas y risueñas, y de tristeza el que lo más probable es que nunca formase parte de sus vidas.
De repente, miró hacia el cielo, conteniendo un gruñido de frustración. Pero, claro está, lo que más lo enloquecía era la falta de sexo. Para ser más específicos, para él, aun peor que el hecho de no volver a disfrutar de los cuerpos de las dos mujeres más deseadas de Italia, era la certeza de que nunca más iba a compartir la cama con ninguna otra mujer, punto: no le importaba la idea de no volver a cruzar su camino con una hembra tan ardiente como Mónica o Manuela; no le habría molestado tener una relación con alguna de sus compañeras de clases o vecinas, pero es que Evaristo seguía teniendo esa belleza delicadamente femenina que hacía que todos asumieran que era homosexual y ninguna de las chicas con las que intentaba algún avance reaccionaba de buena manera. Y era extremadamente improbable que conociese algún día a otra famosa, pues su madre había decidido que ya era lo bastante grande para poder quedarse solo en casa y ya no lo llevaba al trabajo.
Suspiró una vez más, profundamente deprimido. “Si es mi destino nunca más tener sexo, ¿pues qué se le va a hacer?”, pensó resignado.
En ese preciso instante, una enorme limusina se detuvo ruidosamente a su lado y sorprendió al chico. La oscura ventana de la limosina bajó y reveló un rostro femenino, hermoso y sonriente, que llevaba unas grandes gafas de sol.
—¿Te llevo a casa? —dijo ella con voz alegre.
Evaristo se la quedó viendo boquiabierto, desconcertado no sólo porque esto sucedía de repente, mientras él estaba en su momento más bajo, sino porque reconoció a la mujer en la limosina.
—¡Hey, no te quedes ahí parado! ¡Vamos, sube: deja que te lleve a casa! —le metió prisas.
Sus palabras lo espabilaron y el jovencito se acercó, ágil, a la puerta que ya se abría para él y entró.
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Evaristo no podía salir de su incredulidad; se sentía como nadando en un sueño. El increíblemente espacioso interior de la limosina, tenue y agradablemente iluminado con luces artificiales, era el perfecto ejemplo de un nivel de lujos que el chico nunca pensó que iba a conocer en vida (sus encuentros con Manuela y Mónica siempre habían sido en lugares escondidos que no hablaban precisamente de sofisticación), pero lo más desconcertante de todo era que frente a él estaba sentada, sus largas piernas cruzadas con elegancia, la única mujer en toda Italia capaz de competir en sensualidad con Mónica Bellucci y Manuela Arcuri: la actriz María Grazia Cucinotta.
La imponente belleza se quitó sus gafas oscuras a la vez que sacudía su melena de azabache con un movimiento tan fluido como seductor, como una femme fatale del cine clásico. Ella estaba muy maquillada (mucha sombra en los ojos y sus carnosos labios, curvados en una sonrisa de oreja a oreja, pintados con un labial rojo intenso, el mismo color con el que estaban pintadas sus uñas de manos y pies; su sonrisa creaba unos encantadores hoyuelos largos en sus mejillas) y unos enormes aretes de aro dorados colgaban de los lóbulos de sus orejas. Llevaba puesto un minivestido negro con flores rosadas, de mangas cortas y con un escote tan generoso que parecía que sus enormes pechos iban a salirse en cualquier momento y una minifalda tan corta que, con el menor movimiento al caminar, lo más seguro es que mostrara todo el tiempo las braguitas, si es que llevaba puestas. Calzaba unos zapatos negros charolados de vertiginosos tacones de aguja y la parte de los dedos muy larga y puntiaguda. Del cuerpo de María Grazia provenía un agradable olor a costoso perfume para damas.
El muchacho se obligó a tranquilizarse y a pensar con normalidad, muy atento a lo que fuese a suceder a continuación. Si la temporada que pasó disfrutando de la compañía de la Arcuri y la Bellucci le sirvió de algo, fue para ganar una nueva seguridad a la hora de tratar con miembros del sexo opuesto, incluso cuando estos tenían grandes cantidades de fama y fortuna.
Tras un largo rato viéndose el uno al otro en silencio, fue la Cucinotta la primera en hablar.
—¿No me vas a preguntar qué estás haciendo aquí? —sin abandonar su sonrisa radiante.
—De hecho, sí: ¿a qué se debe el que se me haya concedido el honor de ser traído en presencia de tan hermosa dama? —con un tono tan exageradamente caballeroso que resultaba chistoso, a la vez que una tenue sonrisa empezaba a curvar los labios del chico.
La diosa del sexo dejó escapar una carcajada ronca antes de iniciar su explicación:
—Hace unos dos meses, me invitaron a una entrevista en un talk show. En este, me senté al lado de Mónica Bellucci. La presentadora sacó a colación el tema de la identidad del padre de la hija de Mónica. Como todas las veces que se le ha preguntado, Mónica no soltó prenda sobre el nombre de este sin importar cuanto insistiera la mujer. Como muchas otras personas, me carcomía la curiosidad por saber quién es ese hombre, así que, cuando las cámaras dejaron de grabar, me acerqué a Mónica y la convencí para que nos reuniéramos en privado, aunque sin decirle que era lo que esperaba obtener de ese encuentro. Fue allí donde obtuve tu nombre y toda tu historia junto a Mónica y Manuela…
—Ahhh… —pronunció él con voz casi inaudible para dar a entender que comprendía.
—…pero, como Mónica no quería contarme, tuve que follármela antes para que accediera a revelarme esa información… —agregó María Grazia, despreocupada.
—Ooohhh… —un poquito más alto, sonrojándose un poco y apartando la mirada, algo incómodo, un gesto que la actriz encontró absolutamente adorable.
Tras un largo rato de un silencio pesado entre los dos, en el que ella no dejó de sonreír, Evaristo finalmente se obligó hablar con la voz más normal posible:
—Disculpe, señorita Cucinotta, ¿podría decirme porque es que me ha contactado?
Ella ensanchó su sonrisa aún más, malévola, antes de responder en un tono falsamente despreocupado:
—¿Sabes? Ese fue el comienzo de cierta… “amistad”… con Mónica… —y apresurándose a añadir—. ¡No! ¡No pienses mal!: no siempre era sexual. Incluso me dejó pasar algo de tiempo con la pequeña Renata —la hija de Mónica y Evaristo; la mención del nombre de la niña hizo que se le clavara una espina en el corazón al adolescente, algo que no dejó traslucir.
La actriz se recostó lentamente en una pose sexy y se puso a jugar con un rizo de su cabellera azabachada, viendo como se lo enredaba en un dedo con ojos entrecerrados, antes de continuar, con voz más profunda e insinuante:
—Esa criaturita es tan dulce y preciosa que podría despertarle los instintos maternales a cualquier mujer… —pausa dramática— a mí sin duda me los despertó… —bajando la voz, mucho muy seria, y volvió a ver al joven a los ojos de una forma que no dejó lugar a dudas sobre cuál era la intención detrás de ese comentario.
El chico sólo necesitó una brevísima pausa para controlar los latidos de su corazón, que retumbaba como un tambor, antes de sonreír con elegancia y replicar tranquilo:
—¿Supongo que esta limosina nos está llevando al lugar donde… podré ayudarla a que satisfaga dichos instintos?
Ella estalló en una carcajada, escandalosa y alegre, antes de proclamar, con energía y entusiasmo:
—¡No, tontín! ¡Vamos a hacerlo aquí en la limosina! ¡Siempre he soñado con hacerlo en un auto en movimiento!
Evaristo abrió los ojos grandes como platos y, como disparado por un resorte, volvió a ver fijamente la pantalla de vidrio oscuro que los separaba del chofer. Empezó a boquear como pez fuera del agua, emitiendo sonidos ahogados e inconexos, incapaz de decir las protestas que se le habían quedado atravesadas en la garganta.
La Cucinotta comprendió de inmediato cual era el problema.
—No te preocupes: ese vidrio es especial; no dejará que el chofer vea u oiga nada. Lo mismo pasa con las ventanas: dejan ver de dentro hacia afuera pero no de fuera hacia dentro —dijo con voz y sonrisa tranquilizadoras.
El chico se calmó con rapidez después que ella dio sus explicaciones. Cuando María Grazia decidió que se había relajado del todo, se puso al lado de él en el mullido asiento y empezó a desabotonarle la camisa. Una vez que el dulce efebo quedó completamente desnudo, la famosa rodeó con fuerza, usando la mano derecha, la imponente erección del muchacho por la base. “¡Es aún más grande que lo que describió Mónica!”, pensó ella antes de gritar, alegre:
—¡Esta polla es mía! ¡Es mía PARA SIEMPRE!
—Oh, sí, es tuya, nena… —suspiró con voz soñadora, los ojos casi del todo cerrados—. Haz con-¡OOOHHHHHHHHHHH!… —se atragantó y abrió los ojos muy grandes.
Antes que pudiera terminar la frase, María Grazia rodeó la sólida estaca de carne con sus carnosos labios y se puso a mamarla, reclamándola como su propiedad. Evaristo jadeó ruidoso, disfrutando del espectáculo de la melena azabachada de la diosa del sexo sacudiéndose como loca mientras ocultaba como la Cucinotta devoraba agresivamente su polla, su cabeza subiendo y bajando a toda velocidad. Después de un largo rato haciéndole esto, la actriz liberó el miembro viril de su boca con un ruidoso “¡pop!”. Ella se apartó jadeando tanto de cansancio como de emoción, una sonrisa de oreja a oreja en su rostro. Cuando empezó a respirar con más normalidad, se puso a masturbarlo con la mano derecha a la vez que decía:
—¿Extrañabas esto? ¿Tener una de las hembras más deseadas del país consintiéndote la polla? —en voz baja seductora y malévola.
—Sí, tienes toda la razón… no tienes idea de cuánto extrañaba esto… —suspiró.
Ignorando las palabras del chico, María Grazia volvió a la carga con el pene. Esta vez, ella lo succionó como una aspiradora industrial y meneó con su mano en sincronía. La mujer lo estaba llevando al Cielo con sus talentos. Eventualmente, ella se puso a usar ambas manos para recorrer masajeando el cuerpo del chico, desde sus muslos hasta su plano vientre y de regreso y devoró la polla entera, demostrándole cuan profunda era su garganta, la naricita de la Cucinotta quedando aplastada contra el pubis del adolescente, la cabeza de la reina del sexo subiendo y bajando frenética. Él usó sus manos para apartar la melena de azabache de la diosa y ver como se formaban los hoyuelos largos en sus mejillas cuando se metía su falo hasta el fondo. La famosa era agresiva al mamar el masivo lingote de carne, emitiendo sonidos viscosos, obscenos y escandalosos que daban a entender que esto era lo más delicioso que alguna vez hubiese saboreado.
—¡MMM-GWAK-GWAH-GWAK-GWAH-KWAH-MMM!
Él pensaba que María Grazia iba a continuar chupándole la polla hasta hacerlo eyacular en el interior de su garganta, pero, de repente, se la sacó con otro ruidoso “¡pop!” El miembro estaba cubierto de una espesa y reluciente capa de saliva. Tras una breve pausa para recuperar su aliento, ella se puso a jugar con los huevos del chico, enormes, pesados y repletos de leche hirviente. Sus manos los amasaban al mismo tiempo que la belleza italiana los miraba fascinaba, ronroneaba como gatita en celo y se mordía, coqueta, el labio inferior. Evaristo le sonrió antes de decir entre suspiros y jadeos:
—Sí, continúa… Juega con mis bolas, mi amor…
Los labios de ella se curvaron en una sonrisa cuando la llamó “mi amor”. María Grazia bajó la boca, dejando que la verga cubierta de saliva se frotara contra su mejilla izquierda a la vez que sus labios atrapaban los testículos y empezaban a consentirlos. Evaristo respiró profundo, disfrutando de la sinfonía de sonidos obscenos que la famosa producía con sus talentos orales. Las mejillas de la Cucinotta se inflaron cuando empujó ambas bolas dentro de su boca.
—Ohhhhhhh, Dios… vas a volverme loco, nena… te amo… —suspiró con los ojos cerrados, una expresión soñadora en su rostro.
María Grazia no quería que se corriera, al menos no todavía. Quería esa gorda polla metida en su coño antes que ambos alcanzaran sus orgasmos. Así que liberó las bolas de su boca y les dio una última lamida. Volvió a mover sus labios hacia el glande y le dio un sonoro beso (los genitales del jovencito cubiertos, además de saliva, de manchas de lápiz labial) antes de ponerse de pie. Después de mirarlo a los ojos con una intensidad indescriptible por un largo rato, sus labios se curvaron en una sonrisa diabólica antes de empezar a desvestirse como si estuviese haciendo un striptease, dándole todo un show al adolescente. Cuando se quitó el vestido, reveló que sí llevaba puesta ropa interior: las dos piezas de lencería hechas de encajes negros traslúcidos más exiguas que puedan imaginarse. Al final, lo único que se dejó puesto fueron sus zapatos de tacón y sus aretes de aro.
—Evaristo… —comenzó a hablar con voz imposiblemente volcánica—. Te necesito… Quiero que me folles… ¡FÓLLAME COMO A UNA PUTA! —gritó de repente.
Una vez completamente desnuda, se recostó en el asiento de la limosina, tan cómodo y espacioso como una pequeña cama, y se abrió de piernas lo más que pudo. Ella se mordió, coqueta, el labio inferior, todo su rostro un mohín muy sexy que decía “Fóllame… ¡FÓLLAME!… ¡¡¡FOLLAME!!!…” Evaristo sonrió, su mirada fija en los enormes pechos de María Grazia. Ella le hizo señas con el dedo índice de su mano derecha, implorándole que se acercara y le diera polla. Cuando él se inclinó sobre la hembra e intentó agarrarle las tetas, la Cucinotta rechazó las manos del chico con una palmada dolorosa pero juguetona; él volvió a verla a los ojos, su cara expresando la mayor de las sorpresas, como preguntando si había hecho algo malo. La sonrisa traviesa en los labios de la actriz lo decía todo: no iba a permitir que le agarrara las tetas hasta que la follara. Ella habló de nuevo:
—¡Vamos! ¡Lo quiero y lo quiero ahora! ¡¡FÓLLAME, EVARISTO!!
Recuperándose con rapidez, sonrió y agarró las piernas de la belleza, pasándoselas por los hombros antes de, finalmente, hundir su polla en su empapado coño. La diosa del sexo no pudo hacer otra cosa excepto jadear y gemir a medida que su sueño finalmente se hacía realidad. Las manos de él siguieron aferradas a las largas piernas de ella a medida que su miembro empezó a bombear con un ritmo lento pero regular. María Grazia gimió más fuerte antes de decir:
—Síiiiii… síiiiii… ¡Ohhhhh, Dios, sí! ¡Sigue, Evaristo! ¡Sácame la mierda a pollazos! Fóllame como a una puta… ¡¡¡MÁS!!!
Él obedeció y empezó a embestir con más fuerza y María Grazia se puso a gritar:
—¡Sí, sí! Vamos… ¡ASÍ! ¡SÍ, SIGUE! ¡¡FÓLLAME, FÓLLAME, FÓLLAME!!
La Cucinotta se puso a gruñir obscenidades entre dientes apretados a medida que Evaristo le daba cada vez más duro y más rápido. Así es como a ella le gustaba y el jovencito era el mejor amante que alguna vez hubiese conocido. Él admiraba fascinado como sus poderosas embestidas hacían rebotar las gigantescas tetotas y los aretes de aro de María Grazia como locos. Ella no pudo contenerse más y aulló como loba en celo:
—¡SÍ, ASÍ! ¡¡ASÍ!! ¡SIGUE, FÓLLAME, EVARISTO! ¡¡OHHHHHH, FÓLLAME!!
Nada más en el mundo existía para ninguno de los dos; en ese momento, a María Grazia no le importaba si el chofer podía escuchar sus gritos de lujuria… después de todo, a él le pagaban para que hiciera su trabajo sin hacer preguntas. Evaristo continuaba dándole polla, a punto de explotar. La Cucinotta también estaba cerca de su orgasmo. Ella usó sus manos para estrujarse los pechos y pellizcarse los pezones entre los dedos índice y pulgar, provocando al adolescente. Evaristo le dio con aún más violencia. María Grazia cerró los ojos, arqueó su espalda y se puso a gritar:
—¡Ohhhhhhhhh, sí! ¡Ohhhhhhhh, Dios, sí! ¡Sigue, Evaristo! Da… Da… me… esa… ¡¡POLLA!!
De repente, la famosa abrió los ojos, muy grandes y desorbitados, y mostró los dientes apretados en una mueca feroz. María Grazia rugió a todo pulmón:
—¡DÁMELO! ¡HAZ QUE ME CORRA, AMOR MÍO! ¡¡MÁS DURO, MÁS RÁPIDO, SÍIIII!!
El cuerpo de Evaristo se tensó y, con un bramido triunfal:
—¡Sí, sí! ¡Te amo, María Grazia! ¡Ohhhhh, sí!
Sus palabras le sonaron muy románticas a la famosa. Ellos alcanzaron el orgasmo y estallaron al mismo tiempo. La Cucinotta quitó sus piernas de los hombros del jovencito. El semental de dieciséis años necesitaba recuperar su aliento, pero ella sabía, por las historias de Mónica, que él tenía mucha más energía en su cuerpo. Y, para hacerlo dar su máximo desempeño, ya sabía que agujero de su cuerpo ofrecerle ahora. Necesitaron unos cuantos minutos de jadeos, sus cuerpos empapados en transpiración, antes que sus respiraciones volvieran a la normalidad. La actriz esperó que el chico empezara a moverse para salir del cuerpo de ella para decirle con voz melosa:
—¡Ohhhh, Evaristo! ¡Nunca nadie me lo había hecho tan bien! ¡Eso fue jodidamente asombroso!…
Él se inclinó hacia adelante y acercó sus manos a los pechos de la Cucinotta. Esta vez, ella dejó que el dulce efebo estrujara sus tetas con violencia y castigara sus pezones, primero con los dedos, después con la boca. María Grazia interrumpió esto al abrazarlo estrechamente y unir sus labios con los de Evaristo en un apasionado y voraz beso de lengua. Cuando el beso terminó y se separaron, ambos tenían sonrisas de oreja a oreja cruzando sus rostros. Tras un largo rato en el que simplemente se miraron el uno al otro con ojos llenos de amor, él fue el primero en hablar:
—Cariño, espero que todavía no hayamos terminado.
La Cucinotta negó con la cabeza antes de replicar con voz alegre:
—¡No, claro que no! ¡Esto no va a terminar tan rápido!
—Bien, porque tengo muchísimas ganas de darte…
—¿Por mi culo? —y sonrió de la forma más lasciva imaginable.
Él soltó una carcajada y asintió.
—¡Sí, amor! ¡Por tu culo!
—Mmmmm… y a mí me gustaría que me dieran por allí con una polla larga y gorda como la tuya… —con voz hambrienta antes de añadir en un tono más normal—. Deja que me ponga en posición.
Cuando ella terminó de hablar, Evaristo se apartó un poco para permitirle moverse en el asiento. La famosa se puso en cuatro patas en este y arqueó la espalda como gata en celo, ofreciéndole su jugoso culazo que apuntaba hacia arriba. Ella le lanzó una mirada provocativa por encima del hombro izquierdo y se nalgueó sus propios glúteos con la mano derecha. Los sonidos hicieron eco en el interior del vehículo. Él le agarró las nalgas y las separó para empujar su gordo falo dentro del pequeño y apretado agujero oscuro.
María Grazia apoyó su cabeza contra el asiento, cerró sus ojos y empezó a respirar profunda y ruidosamente. Ella amaba el sexo anal y Evaristo estaba demostrando tener tanto talento para este como para el sexo vaginal. El muchacho alzó su mano derecha y se puso a nalguearla. Esto hizo que una sonrisa de oreja a oreja surcara el rostro de la Cucinotta y empezara a gemir como una reina del porno. Él empezó a jadear ruidosamente e hizo que sus manos recorrieran la perfecta espalda de la estrella. María Grazia aumentó el volumen de sus gemidos antes de ponerse a hablar en un tono bajo y seductor.
—Así es como se hace… ¡Sí, continúa! ¡Ohhhhh, fóllame el culo, mi amor! Vamos… —y, de repente, gritando a todo pulmón—: ¡¡DAME POR EL PUTO CULO!! ¡¡HÁZMELO, EVARISTO!!
Obedeciéndola, Evaristo se puso a nalguearla con aún más fuerza y empezó a embestir cada vez más rápido y con más violencia. María Grazia volvió a gritar:
—¡¡SÍIIII!! ¡¡TAMBIÉN NALGUEAME EL CULO, NO TE ATREVAS A DETENERTE!!
¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF! El sonido de la mano del chico castigándole los glúteos hacía eco en el interior de la limosina y se combinó con el que creaba el pubis del adolescente estampándose contra las pompas de la famosa en una música celestial. Evaristo dijo con voz engañosamente tranquila:
—Mmmm… ¿Te gusta esto, nena?
Ella no respondió de inmediato, sólo se limitó a aumentar la fuerza de sus gemidos una vez más. Evaristo siguió dándole duro por el culo. Las tetas de la Cucinotta rebotaban como locas. Él sabía que, eventualmente, iba a eyacular una segunda vez. María Grazia de nuevo se puso a gritar:
—¡¡OHHHHH, SÍ!! ¡¡SÍIIII!! ¡¡DIOS, CUANTO ME HACÍA FALTA QUE ME DIERAN POLLA POR EL CULO!! ¡¡SÍIIII, ASÍ!!
Evaristo se dio cuenta que en cualquier momento iba a correrse. Vio por las ventanas de la limosina a las personas que continuaban con sus vidas sin la más mínima noción de lo que sucedía en el interior de ese auto y no pudo evitar sentirse como un rey, muy superior a todos ellos; después de todo, ellos no le estaban dando por el culo a una de las mujeres más deseadas de toda Italia. Disminuyó la velocidad y dio una última brutal embestida antes de detenerse por completo. Su mente se había vuelto a concentrar en los espectaculares pechos de la Cucinotta y lo dominaba un deseo irresistible de poner su polla entre estos. Él se separó de la famosa y sacó su gigantesco pene de su culo. Le dio una última sonora nalgada para atraer la atención de la actriz.
—¡Vamos, siéntate, nena, que quiero follarte las tetas! —ordenó con voz alegre.
María Grazia comenzó a moverse, pero no sin provocarlo con voz baja y lasciva y mirada diabólica:
—Ohhhh… ¿eso quieres? ¿Poner tu larga y gorda polla entre mis tetas y follármelas antes de correrte en mi cara?…
—¡SÍ! ¡¡ESO ES EXACTAMENTE LO QUE VOY A HACERTE!! —gritó eufórico.
Ella emitió una risita de niña traviesa. La Cucinotta se arrodilló en el piso de la limosina y Evaristo se paró frente a ella; la limosina era tan alta que él sólo tenía que inclinar la cabeza un poquito. María Grazia usó sus manos para empujarse las tetas hacia arriba y hacia los lados y el efebo no desperdició nada de tiempo poniendo su gorda estaca de carne entre sus fabulosos melones; la diosa del sexo apretó el masivo falo con sus chichas. El muchacho se agarró con fuerza de los hombros de la mujer y comenzó a mover sus caderas con una violencia indescriptible, bombeando como si no hubiese un mañana. Ella gimió y convirtió su rostro entero en un mohín muy sexy al mismo tiempo que lo veía a los ojos con intensidad.
Antes María Grazia lo había provocado con palabras, pero en esta oportunidad usó sólo su mirada. Él no podía decidirse si concentrarse en los intensos ojos diabólicos de la hembra o en la acción que sucedía más abajo. Una y otra vez, su larga verga bombeaba entre uno de los pares de tetas más codiciados del país. Evaristo gruñó entre dientes apretados, disfrutando de hasta el último segundo. María Grazia siguió mirándolo a los ojos, consciente de que faltaba muy poco para que él eyaculara una segunda vez. Si el adolescente quería cubrir sus ubres de leche, ella no iba a detenerlo. Finalmente, después de varios minutos en esta faena, la actriz no pudo contenerse más y le habló en tono bajo y ardiente:
—Sí, continúa… —y, subiendo la voz—: ¡¡Vamos, fóllame las tetas!! ¡Sí, aquí las tienes! ¡FÓLLALAS!
Evaristo jadeaba y aumentó la furia con la que le follaba las montañas de carne antes de responder entre dientes apretados:
—¡Dios, amo estas tetas! ¡¡Fueron hechas para ser folladas!!
Ella sonrió para después gemir por las deliciosas sensaciones que provenían de su busto. María Grazia volvió a gritar:
—Sí… ¡Fóllalas duro! ¡Esa es la verdad! ¡Mis tetas fueron hechas para ser folladas! —y agregó con voz de niña inocente, todo su rostro un mohín muy sexy—: ¿Sabes lo que quiero, Evaristo?
—¿Qué es, nena?
Él gruñó mientras continuaba empujando su gigantesco lingote de carne entre esos orbes desproporcionados. María Grazia notó que el clímax del chico se estaba acercando antes de responder con esa vocecita de niña inocente:
—¡Quiero que te corras encima de mí! ¡Sí, córrete por toda mi cara! ¡Dispara esa caliente paja por todo mi cuerpo! Vamos… —y ordenando a los gritos—: ¡DAME TU PUTA LECHE, EVARISTO! ¡¡MMMM, LA QUIERO!!
—¡¡AQUÍ ESTÁ, NENA… OHHHHH, PUTA!! —aulló el joven.
Él echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos con fuerza, su rostro deformado por el placer. María Grazia usó sus manos para que sus melones le exprimieran la polla con aún más fuerza. La mujer inclinó su cabeza hacia abajo, abriendo la boca muy grande para él. Segundos después, con un bramido triunfal del chico, un grueso chorro de blanquísima, espesa e hirviente leche salió disparado y se estrelló contra el labio superior y la nariz de la famosa. Evaristo rugió:
—¡¡OHHHHHHH, PUTA!! ¡¡OHHHHHH, SÍ!!
Otro chorro de paja voló y le cruzó a la hembra la cara, trazando una línea en la nariz y la mejilla izquierda. María Grazia gimió, cerró los ojos y sonrió, su rostro soñador a medida que hasta el último centímetro quedaba cubierto de semen, algunos chorros hasta llegando a su negra melena y varios cayendo dentro de su boca, la cual cerraba para tragar el delicioso líquido antes de abrirla suplicando por más. La eyaculación parecía no tener fin. Gruesas gotas empezaron a caer lentamente sobre los enormes pechos de la famosa; la blanca sustancia generando un contraste maravilloso sobre la piel morena de la yegua italiana. Las últimas explosiones de su semilla crearon un río ardiente que bajaba por el cuello de la diosa y corría entre sus tetas. María Grazia finalmente separó sus manos de sus senos para liberar el pene de su macho. Evaristo jadeó al apartarse de ella y dejarse caer, agotado y cubierto de transpiración en el asiento de la limosina.
Ella dejó que recuperara el aliento por unos minutos antes de hablar:
—¡Ohhhhhhh, Evaristo!… —sonriendo, con voz de niña ingenua.
Él abrió los ojos, un poquito desconcertado, y la volvió a ver.
—¡Este es el collar de perlas más hermoso que me han regalado en mi vida! —continuó con la misma voz, apuntándose con un dedo al río de leche que bajaba por su cuello y entre sus pechos, una expresión inocente en su cara totalmente cubierta de paja.
El muchacho soltó una carcajada al escuchar la ocurrencia de la Cucinotta.
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Evaristo no podía dejar de sonreír mientras veía alejarse la limosina de María Grazia.
Después que ella usara sus manos para llevarse el semen a la boca y lamerse y tragárselo a la vez que gemía de forma exagerada, dando a entender que esto era lo más delicioso que había degustado en toda su vida, y mirándolo a los ojos de forma diabólicamente provocativa, cuando quedó totalmente limpia se paró y se acurrucó al lado del muchacho en el asiento de la limosina.
Estuvieron mucho tiempo sin hacer nada, sólo sentados muy juntitos el uno al lado de la otra, en silencio, descansando, recuperando energías y dejando que la transpiración se secara en sus cuerpos.
Una vez que se sintió repuesta, la Cucinotta empezó a moverse. Entre risas de niñitos inocentes, la pareja se puso a vestirse entre sí, al mismo tiempo limpiándose para eliminar cualquier evidencia de sus travesuras. El proceso avanzó con lentitud pues todo el tiempo se detenían para besarse, abrazarse y acariciarse el uno al otro de una forma sorprendentemente casta considerando lo que acababa de suceder. Cuando estuvieron totalmente vestidos, la diosa del sexo habló por el intercomunicador al chofer y le dijo que los llevara al mismo punto donde habían recogido a Evaristo.
Ella despidió al chico con un último beso apasionado después de intercambiar números telefónicos y prometerle que seguirían viéndose hasta que lograra quedar embarazada.
Cuando la limosina se perdió de vista, él, con un suspiro, finalmente empezó a moverse para regresar a casa. Pero, a medida que caminaba, volvió a caer en una profunda depresión, la sonrisa desapareciendo de su cara como si nunca hubiese existido en un primer lugar. Por deliciosa que hubiese sido esta experiencia (y la promesa de que había más por venir), no pudo evitar darse cuenta que la Cucinotta lo estaba usando como semental que la montara con el objetivo de quedar preñada y lo más probable era que, una vez alcanzada esta meta, al igual que Mónica y Manuela, ella saldría de su vida, nunca la volvería a ver y nunca conocería a su hijo o hija.
Él poco a poco disminuyó la velocidad de su paso hasta detenerse del todo y, cabizbajo, dejó escapar un profundo suspiro de abatimiento. “Pues si así van a ser las cosas, ¿qué se le va a hacer?”, pensó con resignación. Tras unos instantes inmóvil, se obligó a reanudar su marcha, deseoso de llegar a su cama para echarse a llorar un rato.
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Pero, al final, resultó que Evaristo se equivocaba.
No sólo María Grazia siguió volviendo durante y después de su embarazo, sino que, con el tiempo, fue ella quien se aseguró que Mónica, Manuela y las hijas que tuvo con ellas entraran a formar parte de la vida de ambos y la hija que tuvieron juntos…
…pero esa es una historia para otro día…
FIN
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