Sacrificio II | By : Perla Category: Spanish > Harry Potter Views: 1352 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
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Sus padres estaban orgullosísimos de él. Era todo un digno heredero de la antigua y sangre-pura dinastía Malfoy, y se esperaba que a más tardar a los veinte o veintiún años se casara con una joven sangre-pura virgen y obediente, tuviese al menos un hijo varón heredero, un hijo varón de repuesto y un hijo que ofrecer en sacrificio. Si además de los tres hijos ‘reglamentarios’ su esposa daba a luz más niños, tanto mejor. Y si la familia incluía un par de hijas con las que realizar beneficiosos casamientos con otros sangre-pura, mejor todavía.
Draco Malfoy legalmente tenía dos hermanos: Scorpius y Abraxas.
Scorpius, de diez años, era el “repuesto”. Si Draco no pudiese tener hijos, muriese antes de tenerlos o deshonraba gravemente el nombre de la familia, Scorpius se convertiría en el heredero legal.
Abraxas, de seis años, aún vivía con sus padres, aunque era esperable que pronto perdiera su categoría de parte de la familia Malfoy. Cuando cumpliera siete, Abraxas ingresaría al Colegio de los Sacerdotes Danzantes, con lo cual perdería su apellido, su pertenencia a la familia, su parte de la herencia y todas sus vinculaciones consanguíneas.
Técnicamente también estaba Pluvius, de casi ocho años, pero desde hacía varios meses que él no contaba más como parte de la familia, ya que su padre había resuelto ofrecerlo en sacrificio en una fiesta de agradecimiento por la buena fortuna y las grandes dotes mágicas de Draco, además de pedir en la misma ocasión y con el mismo sacrificio que Scorpius también fuese un mago tan hábil como su hermano mayor.
El señor Malfoy no olvidaba la promesa que le hiciera a su hijo Feles hacía años, antes de sacrificarlo hirviéndolo vivo en aceite. Había llegado el momento de cumplir la promesa.
Pluvius estaba mucho menos encantado con la idea de ser sacrificado de lo que Feles lo había estado en su momento, y sólo varias largas conversaciones con su padre sobre la importancia del sacrificio, de la obediencia filial, sobre qué impresionante sería ser sacrificado, sobre el honor que representaba y demás, lo convencieron.
Nuevamente se preparó una enorme fiesta con meses de anticipación. Ésta vez, para darse dique, Draco invitó además a todos sus compañeros de Hogwarts que habían terminado el curso en su mismo año, de las cuatro casas. La gran mayoría asistió.
HarryPotter, Ron Weasley y HermioneGrangertambién estaban presentes. Harry y Hermione, al haberse criado entre muggles, sabían poco de las costumbres mágicas. Les pareció buena idea asistir a la fiesta y ver cómo exactamente celebraban los magos. Ron, si bien era todo un sangre-pura, provenía de una familia bastante pobre y no había asistido antes a una fiesta de tal magnificencia.
La celebración se desarrolló estupendamente. Todo era exquisito, desde la decoración hasta la comida y el champaña que se servía para acompañar. La música sonaba levemente, acompañando el ambiente, pero sin impedir una conversación.
Hermione estaba diciéndoles a sus amigos que aparentemente las costumbres no eran tan distintas como parecía y Ron, incómodo, buscaba la forma de cambiar de tema, cuando Draco Malfoy en persona se acercó a ellos y los invitó a acercarse a la zona acordonada.
Harry se dirigió hacia allí seguido de Hermione, que intentaba adivinar el espectáculo siguiente, y Ron, que parecía desear con todas sus fuerzas que la castaña perdiera el habla de golpe. Ron sabía qué era lo que venía a continuación, y Harry también, ya que Draco mismo se lo había dicho.
Era una de las tantas tormentosas relaciones clandestinas de ese mundo tan rígido y formal, sólo que lo que había entre ellos no era sólo sexo sino también cantidades industriales de amor. Harry y Draco llevaban dos años viéndose (viéndose, y besándose, y cogiéndose (1) con ganas) en un mundo en el que la homosexualidad sólo estaba permitida para con los Sacerdotes Danzantes.
Harry y Ron estaban listos para echarle un hechizo de desmayo en cuanto el sacrificio comenzara. Draco les había conseguido asientos en primera fila, todo porque Harry le comentó que nunca había presenciado una ejecución.
El señor Lucius Malfoy, tan elegante e imponente como siempre, se adelantó hasta el centro de la zona acordonada seguido de Pluvius, que tenía una sonrisa ensayada en la cara, aunque se veía tranquilo. La señora Narcissa Malfoy cerraba la marcha; tras ella iba un hombre corpulento, de hombros anchos y brazos musculosos. Una mezcla de máscara y capucha le cubría el rostro, el torso lo llevaba desnudo. En la mano derecha llevaba una lanza de estilo medieval de unos dos metros de alto, hecha de una madera de color claro y con una afiladísima punta de reluciente oro blanco.
El señor y la señora Malfoy se colocaron uno a cada lado de su hijo. Pluvius recitó con claridad y convicción su deseo y obligación de ser ofrecido en sacrificio a la Magia , que tanto había hecho por su familia. El señor Malfoy, con los ademanes grandilocuentes típicos de él, confirmó que como cabeza de su familia, él sacrificaba a este hijo suyo y de su legítima esposa a la Magia , en agradecimiento por los dones recibidos. Que lo hacía por libre deseo y voluntad, sin estar obligado, deseando y queriendo él dar a ese niño suyo, sangre de su sangre y carne de su carne, en sacrificio.
Hermione entonces cayó en la cuenta de lo que estaba a punto de suceder, y Ron se apresuró a echarle el encantamiento desmaius. Era lo mejor para los nervios de todos y para impedir que Hermione se metiese en problemas, ya que el chico sería sacrificado de todas formas. Hermione no podría enfrentarse a todos, o al menos la gran mayoría, de los allí presentes.
Mientras el señor Malfoy hablaba, su esposa, con la varita oculta por la manga de la túnica, colocó sobre Pluvius en forma no verbal los encantamientos de costumbre: el que le impediría desmayarse, el que evitaba que hablase (podría gritar todo lo que quisiera, pero no pronunciaría ni una palabra coherente), el que mantenía su rostro libre de lágrimas y sudor, y el que evitaría la afonía por mucho que gritara.
Después de todo, se suponía que el éxito de un sacrificio ritual se medía en relación a cuánto duraba la agonía de la víctima y a cuánto sufría. La duración del martirio era fácilmente cronometrable, pero el sufrimiento no tanto, de modo que se interpretaba que los gritos, las sacudidas y los intentos de librarse demostraban lo mal que el sacrificado lo estaba pasando. En consecuencia, la víctima debía gritar todo lo posible a fin de demostrar su sufrimiento.
Draco, sentado al lado de Harry, puso su mano sobre la del moreno con la excusa que los apoyabrazos de ambos asientos estaban muy cerca uno de otro. El joven de la cicatriz tembló ligeramente, y más cuando la señora Malfoy desvistió a su hijo. Desde aquel memorable sacrificio del segundo de los hijos del señor Malfoy, se había convertido en costumbre desnudar a las víctimas antes de someterlas al tormento.
Harry tomó aire profundamente cuando vio al señor y la señora Malfoy tomar al pequeño y anguloso Pluvius por un codo y una rodilla cada uno, el padre del lado derecho y la madre del izquierdo, hasta que el culo del niño quedó a la altura de las caderas de sus padres. Entre ambos lo levantaron en el aire con facilidad, el chico era delgado y no muy alto para su edad.
Al aire que había retenido Harry lo expulsó en un jadeo al ver cómo el hombre de la máscara-capucha colocaba con delicadeza la punta de la lanza entre las nalgas de Pluvius, quien sonreía amable y cortés.
Draco le acarició levemente la mano a Harry cuando el rostro del niño se deformó en una mueca de dolor, y la dio unas palmaditas cuando Pluvius soltó el primer grito desgarrador. Harry clavó sus dedos en los apoyabrazos, horrorizado pero a la vez fascinado, sin poder quitar los ojos del sanguinario espectáculo que se desarrollaba directamente ante él.
Pluvius gritaba, aullaba, se retorcía, pataleaba y movía sus brazos todo lo que podía, que no era mucho. Había echado la cabeza hacia atrás, hasta que un pequeño movimiento de varita de Draco volvió a dejarla de cara al público.
El verdugo –a Harry no se le ocurría otra palabra con que definirlo– introducía la lanza con cuidadosos movimientos giratorios en el cuerpo del chico, y si bien de toda su cara sólo sus ojos quedaban a la vista, Harry habría jurado ver un brillo de concentración profesional en ellos.
La respiración de Harry era cada vez más agitada. A pesar del espanto que sentía al ver a un hombre asesinando a un niño de semejante forma, a los padres del chico colaborando con aquella crueldad y al hermano mayor de la víctima obligándolo a mostrar su cara desfigurada por el sufrimiento, a pesar de lo horrible que le parecía todo aquello, no había podido evitar excitarse de un modo nada correcto. Su ropa interior de pronto era muy apretada, su entrepierna latía dolorosamente.
Estaba preguntándose qué tipo de demente sanguinario de mente podrida, sexópata y depravado vouyerista era él como para excitarse viendo un asesinato, cuando Pluvius dejó de gritar.
Enseguida comprendió por qué: la punta de oro blanco de la lanza, de unos quince centímetros de largo, sobresalía por entre el cabello rubio platinado de Pluvius, que estaba manchándose rápidamente de sangre… y algo de color blanco grisáceo que Harry no quiso ni pensar que podría llegar a ser el cerebro del chico.
Los señores Malfoy soltaron las extremidades de su hijo, que aún se sacudían y movían de vez en cuando ligeramente. Tanto de la cabeza como del culo de Pluvius salía muchísima sangre.
El verdugo fijó la lanza en un soporte especial que había en el piso y en el que Harry no había reparado antes. Luego revisó la cara del chico. Entonces Harry notó algo más aterrador todavía: Pluvius había seguido con la vista al verdugo y aún respiraba ligeramente. Ya no gritaba; algún tiempo más tarde Harry supo que le habían roto las cuerdas vocales.
El verdugo anunció con voz monótona que a “la víctima” (no pronunció su nombre) le quedaban de cinco a diez minutos de vida, ya que el corazón permanecía intacto y el cerebro tardaría más o menos ese tiempo en dejar de funcionar por completo.
Efectivamente, Pluvius dejó de respirar y su corazón de latir siete minutos más tarde. El siete era un número considerado de buena suerte, de modo que aquello se consideró un buen augurio para la familia, especialmente para Draco y Scorpius.
Pluvius, aún empalado en la lanza, fue colocado de un modo tal que todo el mundo lo viese, al pequeño, anguloso, bonito, brutalmente torturado y muerto niño. Se desvaneció el cerco, para que todos pudiesen contemplarlo de cerca si querían.
El señor Malfoy anunció con sus habituales modales megalómanos que el fruto del sacrificio sería trasladado al templo de la Magia más tarde, y la señora Malfoy de inmediato anunció que se serviría el café.
Los invitados se levantaron de sus asientos, comentando lo que acaban de observar con aire de expertos y comparando ése sacrificio con otros que habían observado a lo largo de su vida en una comunidad en la que los sacrificios humanos eran siempre acontecimientos públicos. Varias personas se acercaron para verlo de carca.
Ron se desapareció discretamente con una Hermione aún inconsciente hacia su casa, a fin de despertar a la castaña y calmar en lo posible el ataque de nervios que le sobrevendría.
Harry, aún indecentemente excitado, se retiró hacia el cuarto de baño agradeciendo la amplitud de las túnicas, que ocultaban su ‘problema’.
Ya en la habitación, Harry respiró hondo tratando de tranquilizarse. Casi lo habría logrado, si en ese momento no hubiese entrado Draco y lo hubiese arrastrado hasta el elaborado inodoro de porcelana, donde lo sentó casi con demasiada fuerza, le bajó la ropa interior de un tirón (agradeciendo que Harry hubiese renunciado a la ridícula idea de usar pantalones debajo de la túnica) y se tragó el miembro viril de Harry y hasta los testículos, o al menos eso fue lo que le pareció al moreno, que en instantes eyaculó en el orgasmo más brutal que había sentido hasta ese momento, y eso que él y Draco habían hecho muchas locuras y nunca habían sido particularmente suaves en sus relaciones.
El heredero de los Malfoy sonrió con orgullo, semen escurriendo de la comisura de sus labios, y besó a su amante moreno con fuerza.
Cuando el beso terminó y ambos intentaban recuperar el aliento, Draco le susurró a Harry que antiguamente se decía que se reconocía a un verdadero hombre sangre-pura porque se excita ante un sacrificio, y a una mujer sangre-pura porque se desmaya.
Ya nadie hacía mucho caso de esa idea, añadió Draco, pero le alegraba ver que Harry había resultado ser todo un sangre-pura viril.
El chico de la cicatriz sólo pudo sacudir levemente la cabeza y preguntarse cómo había llegado a amar tanto a un hombre capaz de creer esas tonterías, pero cuando Draco comenzó a deslizar un dedo entre los huevos y luego a subirlo en espirales por el miembro de Harry, todo pensamiento coherente lo abandonó para dedicarse en cambio a una nueva sesión de sexo del bueno.
(1) coger: en la Argentina , el equivalente a lo que en otros lugares es follar. Relaciones sexuales, bah.
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