Mala Espina | By : kyonides Category: Spanish > Originals Views: 758 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
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Mala Espina
Mala Hierba
por Kyonides
—Disculpa que llame a estas horas, pero me vi forzado a hacerlo. Sepa que al pana le desagradó bastante que no le llegara el cargamento de "medicinas" el día de ayer y ha perdido la paciencia. Le van a traer eso hoy a como dé lugar o la pagarán no solo con sus míseras vidas.
—No, un momentito. Jamás fue nuestra intención faltar a nuestra palabra, la cual volveríamos a empeñar sin ningún problema. Lo que me indigna es que me despierten para gritarme por algo de lo que no tenemos la culpa. ¿Por qué no van a la frontera y les dicen personalmente a sus soldaditos de plomo que no estorben? Entonces volveríamos a hablar de negocios.
—No te creas la p#%" mamá de Chita. Ustedes ya deberían saber cómo es esto y conocerían bien los caminos. Eso ya fue ineptitud de parte suya, bola de imbéciles. Recuerde esto, queremos el cargamento aquí antes de la medianoche. De lo contrario vayan escribiendo de una vez sus motivos para sus suicidios si no quieren saber de primera mano lo que es sufrir, malditas mariposas de mier...
—Debería dejar de delirar, ni siquiera nos podrán poner un dedo encima, care... Y cuando se descuiden, iremos tras sus mujeres, sus hermanas, sus hijas, sus primas, sus sobrinas... Todas a las que podamos violar por delante y por detrás hasta que no paren de sangrar las condenadas p"#%$
—Acaban de firmar su propia sentencia a muerte. Incluso no nos detendremos hasta arrebatarles el control de sus vulgares prostitutas y sus plantaciones. El Pana no estará satisfecho hasta que los vea llorar como las niñas más p%&$ que son. Sufrirán por todo hasta que a él le dé gana dejarlos morir.
Con esas palabras soeces terminó la amarga conversación entre el cliente insatisfecho y el único "distribuidor autorizado". El conflicto era más grande de lo que a primera vista se podía distinguir. Un militar golpista enviaría a todos sus esbirros a deshacerse de esos ingratos que incumplieron con lo acordado. No los dejaría descansar hasta que se diera cuenta por medio de la prensa que esos idiotas ya no serían más una carga para sus ambiciones. Incluso su propio representante temía comunicarle tan mala noticia, temía por su propia cabeza. No sabía cómo aplacar esos nervios y venas que le iban a estallar como si fuera a ocurrir una erupción volcánica en su cara.
Un bello día de abril, los ilustres dirigentes de la Fundación para la Poda de Arbustos y Erradicación de la Mala Hierba se reunieron para iniciar la sesión anual. En esta se tratarían temas de la más problemática índole y que hacía poco que se habían enterado de la seriedad de esos asuntos sin resolver por tantas horas. El presidente de la fundación fue enfático al expresarle a su asistente ejecutiva su deseo de no ser interrumpido por nada en el mundo, ni siquiera por la muerte de un familiar. Ya habría tiempo para lidiar con eso, creía el jerarca.
—Señores, hemos sido interrumpidos por un incidente que no deberíamos de catalogarlo como posible. Yo estoy convencido de que es inaceptable, el peor de los insultos que puedan dirigirnos. Me encantaría sugerirles que de inmediato nos libremos de esa mujerzuela que no sabe escoger y traer ante nuestras mesas el café más selecto de su tierra. Ha sido un fastidio desde poco tiempo después de haber contratado sus servicios. No hará falta que les traiga las carpetas repletas de casos que confirman mi punto de vista al respecto. ¿Están de acuerdo con dar este paso?
—Estimado John Gilberto, yo estaría apenado por tener que olvidarme de persona tan amable como ella, pero estaría más acongojado por ver que se equivoque enfrente de uno de nuestros principales clientes. Me uno a tu moción para que podamos prevenir una tragedia tan fatal para nuestras aspiraciones e insto a los demás a hacer exactamente lo mismo que yo.
—Absolutamente de acuerdo... John Gilberto y Bautista tienen la razón de su lado, ella es más peligrosa ahora que luego de su despido sin responsabilidad patronal. Nosotros podemos enviar tan solo a unos cuantos abogados y el litigio estaría resuelto antes de cuarenta y ocho horas. Por ende, yo, Vespasiano, creo firmemente en actuar con celeridad ahora que no tenemos por qué cuidarnos nuestras espaldas durante días enteros. ¿Quién más se nos une? ¿Serás tú, William Guillermo? Vamos, ya hallaremos su reemplazo al cabo de un tiempo relativamente corto.
—Luces como alguien urgido por obtener respuestas inmediatas, Vespasiano. Te asemejas más a John Gilberto que de costumbre. ¿No podemos esperar al menos hasta la llegada del último pedido? Bien recuerdo que me solicitaron adelantarle a ella una cantidad importante. No tengo intenciones de seguir expidiendo cheques que no se traducirán en beneficios para mi corporación.
—Escucha con atención, Will. En este momento no te puedo asegurar que te vamos a reintegrar esa cuantiosa suma en un plazo... Razonable... Sin embargo, tenemos medios para asegurarnos de que así ocurrirá y que si nos brindas el tiempo necesario, terminarás embolsándote quizá hasta el doscientos por ciento de tu inversión. Es tentador y te ruego encarecidamente que aceptes este pacto entre caballeros con una sonrisa en la cara y otra en la billetera.
—¿Qué esperas que te responda? ¿Qué estoy alegre por tener que llegar a este punto? Pues es un hecho que mi malestar es evidente y de gran peso para mi persona y los demás socios. A pesar de eso les doy mi aprobación si llegan a cumplir con estos requisitos. De entregarme el dinero adeudado en seis meses, esperaré que incluyan el equivalente al veinte por ciento de la suma total. Si me lo reintegraran dentro de un año a partir de hoy, deberán entregarme la suma original más el cincuenta por ciento. ¿Es un trato?
—Mmm, está bien. No tenemos inconvenientes, William. Somos hombres de negocios con múltiples y complicadas labores como para no resolver nuestras diferencias de forma tan civilizada. Me satisface poder ser el respaldo de una organización tan seria como la tuya en todo momento.
—Ya que hemos llegado a un acuerdo satisfactorio para todas las partes — dijo John Gilberto mientras miraba de reojo a su colega Vespasiano — podemos beber un poco de café antes de pasar a los demás puntos de nuestra agenda. ¿Todos lo toman negro y con dos cucharadas de azúcar? Ah, entiendo. Pediré uno así.
"Señorita Mercedes, háganos en favor de traernos unas tres tazas de café negro y otra con un expresso al medio. Ya sabe usted cómo aquí apreciamos todos la manera como los prepara."
—Con mucho gusto, señor Ramírez — respondió la asistente ejecutiva por medio del altavoz —. Pronto se los llevaré a la sala.
—Una vez que hemos solucionado esos dos problemas, solo me queda proseguir con el tema referente a... Permítanme confirmarlo por un momento. Sí, referente al cambio del nombre de nuestra honorable organización. ¿Alguien no está de acuerdo con el actual, a saber, la Fundación para la Poda de Arbustos y Erradicación de la Mala Hierba? ¿Alguno ha traído consigo una sugerencia?
—Pienso que estaría bien que, entre nosotros y ya más adelante en los documentos oficiales, la nombremos de forma extraoficial como la Fundación Arbustos. Espero que haya sido de su agrado esta idea que surgió de mi mente en estos días.
—Eso quiere decir que nadie estima que sea necesario un cambio en el registro de la organización. Entonces demos por un hecho que así la llamaremos de ahora en adelante.
—Señor Ramírez, caballeros, aquí les ofrezco este café de tan excelente calidad. ¡Qué lo disfruten al máximo! Con su permiso me retiro.
—Es usted el esplendoroso sol matinal iluminando nuestras reuniones con su brillante sonrisa.
—Gracias por tener esa actitud por demás diligente.
—Apreciamos mucho su trabajo aquí, señorita.
Después de esos efusivos mensajes de reconocimiento dirigidos hacia la asistente ejecutiva, los socios pasaron a discutir temas de menor relevancia durante dos horas. Al levantar la sesión, todos se retiraron del edificio ocn cierta tranquilidad en sus mentes. Para entonces eran seguidos por la mano derecha de cada uno. Estos, que tenían un aspecto que denotaba el alto nivel de estrés que manejaban, no paraban de conversar por sus celulares y de organizar el resto de las agendas de sus respectivos jefes. Todos les dieorn indicaciones a los choferes sobre la próxima cita de tan importantes señores. Los autos salieron del parqueo bajo techo no sin ser acompañados por los vehículos que transportaban a sus decenas de guardaespaldas.
En una base militar cercana a la capital, un grupo de combatientes es despertado a toda prisa durante la madrugada. Se les comunicó que debían ir al salón de tácticas en menos de diez minutos. Los soldados simplemente siguieron su acostumbradas rutinas al pie de la letra. Solo había una mujer entre ellos que usó gran parte de ese tiempo lavándose la cara. Sus ojos estaban algo irritados y se le habían formado unas ojeras tan monstruosas que hacían ver a un mapache como un tonto animalejo con antifaz. No hacía ni una hora que ella había terminado sus labores de tres días consecutivos y ya debía volver a la acción sin siquiera pestañear.
—Ay... Después no quiero que se la pasen criticándome por no permanecer cuerda por mucho tiempo... Sin esa locura no podría aligerar la carga de tantas horas sin una sola siesta. De alguna forma tengo que hallar algo divertido a lo que pueda dedicarme.
La joven se miró al espejo y colocó su lengua detrás de sus dientes para luego soltarla y dejarla moverse con suma libertad. Lo hacía de tal forma que a cualquiera lo engañaría por creer que esa lengua era la de una serpiente. De cierta forma eso era una de las alocadas ilusiones de ella, implantarse una lengua de víbora, pues sería lo más aterrador que podría mostrarles a sus desdichadas víctimas. ¡Cuántas caricias tan peligrosas podría obsequiarles si tuviera una! Su imaginación no era lo suficientemente vívida como para que con ese pensamiento se tranquilizara en los días de mayor ofuscación, necesitaba ver una lengua así en acción. Poco le importaba si debía comprar películas, series televisivas o animadas. Con los libros tuvo otro enfoque debido a que no era amante de la lectura. Se aseguraba primero de que alguien más lo hubiera leído y comentara algo sobre un humano ponzoñoso antes de acudir a una librería y adquirir esa obra en especial.
Semejante cambio tenía un propósito muy definido. Se imaginaba siempre en medio de una situación en la que les lamía a los sujetos un poco de sudor sin mostrar debilidad alguna. Luego de eso les diría algo perturbador, tal vez una invitación a cantar alto... Si no lo hacían, la próxima vez solo quedará satisfecha de ser su sangre la que corría por sus mejillas. La clase de retribución que ella añoraba podía no ser del todo imposible de concretar en el mediano plazo, según le habían indicado sus amistades, tan solo un poco menos perversas que ella misma. Los siguientes meses de pesados trabajos no serían nada si conseguía los recursos necesarios para la operación clandestina.
Después del lavado de su rostro la mujer tomó un paño y se lo secó completamente. Caminó un par de metros y se quedó mirando fijamente la pared que estaba detrás del respaldo de su cama. Un compañero la vio en esa situación, notó que no parecía moverse ni un milímetro y decidió que era adecuado dirigirle la palabra para mantenerla despierta.
—¿Estás despierta? De lo contrario no te habrá servido de nada enjuagarte por tanto tiempo. Ah, ya veo. No podías retirarte sin leer ese pasaje, tu oscura fuente de inspiración durante estos años. Si no tienes dinero para ser tratada por un psiquiatra, al menos trata de no ofrecerte para participar en las misiones más simples y aburridas.
Lo que estaba leyendo la joven era una hoja pegada a la pared. El texto correspondía al pasaje de las Escrituras en el que se narra cómo ocurrió la tentación de Eva ante el árbol de la ciencia del bien y del mal y sus miles de apetitosos frutos. A pesar de que ese escrito describía una enemistad entre la serpiente antigua y la mujer y que se atacarían mutuamente, la joven mujer no opinaba lo mismo. Ella en algunas ocasiones había dado sus versiones alternativas de cómo podrían convivir ambas especies brindando la debida cooperación. El único problema es que no todos tenían claro cuál era la intención de ella de lograr tal cosa.
—Teresa, ¿en verdad eres una activista de los derechos de los animales como suponen algunos de los compañeros de la base? ¿Es así?
—Yo, una activista, ni el diablo lo quiera. Tan solo soy una amante de las serpientes, de las más ponzoñosas y legendarias... Han capturado mi mente por ser animales que no solicitan ayuda, lo que buscan lo consiguen con todos los medios a su disposición sin excluir la tentación y el engaño... Ya quisiera yo y muchas personas más tener esos ojos que hipnotizan a sus incautas víctimas.
—Ah, entonces esa es tu verdadera motivación, Tere... — dijo su fanática número uno quien no compartía realmente esa clase de aspiraciones en la corta vida —. ¿Y acaso puede ser eso tan interesante? Tanto como para arriesgar demasiadas cosas...
—¿Quién dijo que se arriesgaba nada? Más bien uno los hace arriesgarlo todo inútilmente solo para generar dentro de sus palpitantes corazones la más inquietante duda. No hace falta el ver que den el paso en ese preciso instante, Basta con percibir en sus rostros la forma en que un dilema inesperado se apodera de sus mentes. Para entonces la caída es del todo inminente, sería imposible de disminuir sus efectos devastadores. Con todo eso que te dije no quiero que pienses que todo está hecho, es tan solo una teoría más... ¿Será que ya te quedaron dudas de eso?
—No realmente, Teresa. Además es muy pronto para sacar conclusiones, creo yo...
—Bah, ahora dices que es muy pronto... (Y mañana sabrá que es muy tarde, je, je, je, je, je.) Solo si me haces caso sabrás qué es tener el control de alguien justo en tus manos.
La admiradora se quedó meditando en la manera en la que podría hacer más compatibles sus propias creencias con las de su ídolo. Esta clase de pensamientos la perturbaron un poco e intermitentemente durante la reunión que sostuvieron minutos después de esa rara conversación entre las dos.
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