Corte de pelo | By : Lauand Category: Spanish > General Views: 789 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: I do not own the series/book/movie that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it, nor do I profit from it. The only exception to this, is if this is an original story. |
— Sólo por
curiosidad, ¿te falta mucho, Glorfindel?
La voz de
Erestor sonaba cualquier cosa menos curiosa. De hecho, transmitía la proporción
exacta de fastidio y exasperación que él quería que llevara. El Consejero Jefe
de Imladris sonaba siempre exactamente como deseaba.
La respuesta
de Glorfindel fue algo a mitad de camino entre un ruido gutural y un gruñido
mientras éste salía del cuarto de baño y entraba en la inmaculada sala de estar
de las habitaciones de Erestor, vestido tan sólo con sus pantalones de
cinturilla baja.
A decir
verdad, era una visión digna de ser contemplada, pensó el miembro del
concilio... sin camisa, mojado, con gotas de agua deslizándose por su piel
dorada hasta desaparecer por dentro de los pantalones... Erestor archivó
mentalmente la imagen como material de primera calidad para sus fantasías
nocturnas y tras un afectado suspiro, le preguntó resignadamente al guerrero
(que tampoco parecía estar demasiado contento):
— ¿Es
necesario que siempre presumas de tus pectorales?
Demostrando de
que el consejero y Elrond no eran los únicos con la habilidad de levantar una
ceja a voluntad, Glorfindel respondió:
— Así es como
suelo lavarme el pelo, Erestor... ya sabes, las camisas tienden a empaparse si
no.
— Qué desconsideración
por su parte...
— Estoy
completamente de acuerdo. Bueno, ¿y ahora qué?
Glorfindel
estaba de mal humor, Erestor podía notarlo en las inflexiones ligeramente
oscuras de su voz, normalmente animada y ligera. Pero había sido él quien había
ganado la apuesta, así que era justo que ahora el héroe dorado de Gondolin
cumpliera con su parte del trato, por lo que, arrojándole una toalla, le
sugirió:
— Sécate un
poco, que me estás arruinando el suelo.
Glorfindel
gruñó de nuevo y cogiendo la toalla al vuelo, empezó a eliminar el exceso de
agua de su torso y cabello, todavía goteante.
— Te recuerdo
que fuiste tú quien dijo en primer lugar que el pelo tenía que estar húmedo
para esto... ¿por qué tomarse tantas molestias sólo para hacérmelo secar de
nuevo?
—
Precisamente. Te dije húmedo, no empapado. Y ahora, ¿te importaría venir aquí y
sentarte de una vez?
Viendo que su
actitud testaruda no le iba a llevar a ninguna parte, Glorfindel decidió
cambiar de estrategia. Abandonó el aire huraño que había estado adoptando y
comenzó a poner ojos de cordero degollado y a suplicar.
— ¿Por
favor...?
Sabiendo
exactamente lo que el poderoso guerrero estaba intentando, Erestor no pudo
evitar las carcajadas. Ver al orgulloso senescal de Imladris haciendo pucheros
era más de lo que podía soportar sin reír.
— Glorfindel —
afirmó con los ojos todavía brillantes de la risa — Ni yo soy Lord Elrond, ni
desde luego tú eres la pequeña Arwen, así que me temo que esta nueva táctica
tuya no va a funcionar.
El vencedor de
Balrogs cambió de actitud otra vez y se dispuso a suplicar sin reparos.
— Erestor, por
favor, haré lo que tú quieras, pero por el amor de los Valar, mi pelo no. Ya
sabes que de ahí proviene mi nombre, ¿cómo me llamará la gente si no?
¿Cortofindel? No puedes hacerme esto a mí, pensé que éramos amigos...
— ¡Pero
Glorfindel, si es por tu bien! — Oh, Erestor realmente estaba disfrutando con
esto — Eres un guerrero, necesitas tener el pelo corto para así no tener ningún
obstáculo que te estorbe en la batalla... ¡probablemente estoy salvándote la
vida!
— Muchísimas
gracias por tu sincero interés y tu gran preocupación por mi salud y bienestar,
Consejero — Glorfindel expresó su gratitud sin dejar que la más mínima huella
de sarcasmo empañara su discurso, lo cual, en opinión de Erestor, decía mucho
sobre el valor diplomático que tenía para su señor — pero realmente no tengo
intención de marchar a la guerra en un futuro inmediato, si bien cuando lo
haga, me aseguraré de hacértelo saber para que me ayudes a librarme de este...
“obstáculo”...antes de adentrarme cabalgando en la batalla con semejante
peligro ondeando a mi espalda. Sin embargo, tal y como están las cosas ahora,
considero que las trenzas son una solución muy práctica tanto en las patrullas
como durante el entrenamiento.
El estado de
humor de Glorfindel había variado otra vez, ganando confianza con su propio
discurso y lanzándole a Erestor una sonrisa cegadora en la esperanza de
convencerle de sus argumentos.
Desgraciadamente,
el consejero era inmune a los intentos de Glorfindel de utilizar su encanto
personal para quebrar de su determinación... le conocía demasiado bien.
— Pero mi
querido amigo... ¿y qué pasaría si las trenzas se quedaran enredadas en una
rama o aún peor, si un orco tirara de ellas y las usara como un arma contra ti,
hiriéndote por culpa de mi negligencia?
— Erestor — el
guerrero se puso serio esta vez — SOY UN ELFO. LOS ELFOS LLEVAN EL PELO LARGO Y
NO CONOZCO NI UN SOLO CASO EN EL QUE...
De repente
Glorfindel paró en seco a mitad de razonamiento. Oh, maldición... la verdad era
que el Balrog le había agarrado de las trenzas antes de caer, arrastrándole con
él antes de... de... pero Erestor no tenía forma alguna de saberlo, ¿no?
Aprovechándose
de la momentánea confusión del guerrero, el decidido miembro del Concilio lo
llevó hasta la silla y le hizo
sentarse.
Despertando de
su ensueño, Glorfindel giró la cabeza para encararse con Erestor y rogarle una
vez más.
— Pero
Erestor, por favor, ten piedad...¿qué dirán mis fans? ¡Te matarán!
Lo había dicho
en broma, pero Erestor sabía que sus palabras contenían más verdad de la que él
mismo podría adivinar... de todas formas, ignoró los lamentos y siguió
preparando el instrumental en la mesita que había colocado a tal efecto.
— Sofocaré sus
indignados gritos de venganza vendiéndoles mechones de tu pelo cortado...
En ese momento
Glorfindel hizo algo que Erestor no le había visto hacer en la vida, y que casi
le convenció de echarse atrás. El otro elfo gimoteó.
Igual lo que
estaba haciendo era cruel. Glorfindel siempre había llevado el pelo largo,
quizá era importante para él, y volver su honor en contra suyo era... más
bien... mezquino. Repentinamente incómodo e inseguro, Erestor dejó las tijeras
y el peine de nuevo en la mesa y carraspeó.
— Bueno — comenzó
— igual podrías... no sé, encontrar otra forma de pagar la apuesta, si tú... si
no te gusta esta idea y... bueno, y eso.
Glorfindel se
giró de nuevo hacia él y le miró con asombro. No ocurría a menudo que el
arrogante consejero dudara así de sí mismo. Y ese triste brillo en sus ojos...
Erestor tragó
saliva. Por una vez no era capaz de leer en los ojos normalmente transparentes
del guerrero. Al final, éste se giró de nuevo y enderezándose en el asiento
proclamó con fingida indiferencia:
— No, no... no
pasa nada, adelante.
Era obvio que
estaba mintiendo, pero eso los dejaba a ambos en una situación algo precaria...
si Erestor ahora se negaba a continuar con esto, ¿no haría que Glorfindel se
sintiera como si no hubiera estado a la altura para cubrir la apuesta? ¿Qué
pensaría de sí mismo entonces? ¿Y de Erestor? ¿Y cómo se sentiría el consejero
sabiendo lo que le había hecho a su mejor amigo? ¿¿Qué diablos debería hacer
ahora?? Oh, maldición, tenía que pensar en algo y rápido...
— Excelente —
declaró Erestor, con la voz llena de seguridad y confianza — has dado tu
consentimiento dos veces.
Glorfindel
emitió un gemido de incredulidad, pensando que toda la duda y vacilación habían
sido sólo una farsa para inducirle a dar su permiso de nuevo. Era algo tan
típico de semejante bastardo manipulador...
— ¿Quieres
firmarlo por escrito? — continuó el otro elfo — Sólo por si acaso olvidas tu
participación voluntaria, para enseñártelo si hubiera futuras recriminaciones.
Erestor dejó
que sus palabras transmitieran un ligero matiz se burla y superioridad. Cuidar
los detalles era esencial a la hora de hacer una actuación creíble. Mientras
tanto, se obligó a coger el peine de nuevo y comenzó a desenredar la
impresionante masa de cabellos dorados.
Si Glorfindel
había decidido honrar su promesa, Erestor no tenía el derecho de poner en duda
su decisión o de lamentar el resultado. Al fin y al cabo, la idea había sido
suya... Erestor enmascararía sus sentimientos de culpabilidad para que su amigo
no sospechara nada. Su amigo... ¿realmente tenía derecho todavía a llamarlo
así? ¿Acaso deseaba uno a sus amigos? ¿Les cortaba el pelo sólo para satisfacer
un gusto personal?
Para disimular
el torbellino de pensamientos que acosaba su mente, comenzó a tararear mientras
peinaba el maravilloso pelo dorado del guerrero. Las sutiles ondas se
convertirían en suaves rizos una vez que el peso de pelo que las alisaba fuera
menor. Tantas veces había soñado con acariciar este oro líquido... bueno, no lo
había soñado exactamente así, en esta situación, sino...
“¡Ya basta!”
se dijo a sí mismo “¡Elfo estúpido, vuelve a ser tú mismo y acaba con esto de
una vez por todas!”
Completamente
ajeno a las tribulaciones de Erestor, Glorfindel comenzó a relajarse
inconscientemente. A decir verdad, siempre le había gustado que le tocaran el
pelo. Y el tacto de Erestor era exquisito. Nunca hubiera pensado que el serio
consejero podía ser tan suave, más acariciando sensualmente que cepillando de
una manera efectiva. Se conocían desde hacía eones, pero mientras el senescal
era un elfo extrovertido, siempre deseando tocar y ser tocado, Erestor era
enormemente reservado y raramente recurría al contacto físico. Ambos entendían
y respetaban la manera de ser del otro y precisamente por eso resultaba
sorprendente que el tacto del frío miembro del Concilio fuera de alguna manera
tan... cálido.
La sonrisa
satisfecha se borró abruptamente de su cara en cuanto oyó el feo ruido de las
tijeras y se dio cuenta de que uno de los mechones de su pelo pesaba
sustancialmente menos que antes.
— ¿Erestor?
El otro elfo
tuvo que reprimir una risita al registrar el tono agudo y lleno de temor que
había utilizado el guerrero.
— ¿Hmm? — fue
la indiferente respuesta.
Erestor casi
pudo oír a Glorfindel tragar saliva cuando un segundo mechón seccionado cayó al
suelo.
— Tú... sabes
lo que haces, ¿verdad?
Otro corte de
tijeras resonó en la habitación antes de que Erestor se dignara a contestar.
— Por
supuesto, amigo mío.
Tan sólo dos
cortes más tarde Glorfindel habló de nuevo. Erestor no se cansaba nunca de
registrar los distintos cambios de humor en su expresiva voz, tan diferente de
la actitud controlada y correcta que adoptaba en su papel de senescal.
— Que sepas
que antes no estaba bromeando...
Fastidio en un
tono de mal perdedor esta vez.
*ras*
*ras*
— ¡Mis fans te
van a matar pero fijo!
Erestor no
pudo evitar una gran sonrisa al oír esto.
— Volverá a
crecer, Fin...
— Ah, entonces
no te importará que te afeite la cabeza a ti también, ¿no?
— No te estoy
afeitando la cabeza, Glorfindel. Tómatelo como... un agradable cambio de
apariencia.
De hecho, le
estaba dejando el pelo bastante largo, más por detrás que por delante,
alcanzando el mechón de mayor longitud el punto entre sus omóplatos. El otro
elfo gruñó, pero ignorándole, Erestor cambió de posición y se colocó delante
del guerrero y se dispuso a arreglar el pelo que caía desde lo alto de su
frente.
— Oooooooh, no
Erestor... ¡ni se te ocurra pensar que me vas a dejar flequillo!
— No va a ser
un flequillo, tan sólo le voy a dar forma al pelo alrededor de la cara... es
sólo una cuestión de estilo.
— ¡Estilo y
una mierda! ¡Es un flequillo y no pienso caer TAN bajo! ¿No estabas hablando ni
hace cinco minutos de los peligros del pelo durante la batalla? ¿¿Qué hay más
irritante en este mundo que un maldito flequillo que no te deja ver y que se te
mete en los ojos cada dos por tres?
— Un tozudo
vencedor de Balrogs, eso es definitivamente más irritante... y míralo por el
lado positivo, siempre te lo puedes sujetar con pasadores.
— ¡ESO ES LA
COSA MÁS HORTERA QUE HE OÍDO EN MI VIDA!
Erestor rompió
a reír ante la elección de palabras de Glorfindel.
— Estoy
completamente desolado y lamento profundamente que no concuerde con tu refinado
sentido de la moda, Fin.
— ¡Oye! ¡Que
yo soy un tipo popular! ¡¡Tengo un deber hacia mis admiradores!!
— No te
preocupes, amigo mío. En cuanto vean los monísimos pasadores sujetando tu
precioso flequillo ya no tendrás admiradores de los que preocuparte.
— ¡ÉSE es
EXACTAMENTE el pro...! — Glorfindel se detuvo en seco a mitad de frase en
cuanto se dio cuenta de lo que implicaban las palabras de Erestor — ¡Hey!
Creía que habías dicho que no iba a ser un flequillo...
Erestor
suspiró.
— Te mentí. Y
ahora, ¿podrías dejarme terminar esto DE UNA VEZ?
Glorfindel
gruñó de nuevo pero bajó resignado las manos que había levantado para
protegerse de los avances de Erestor.
— Buen chico —
Erestor no pudo evitar burlarse.
Poco más
tarde, Erestor dio por finalizada su obra. Le echó una mirada crítica a su víctima y asintió apreciativamente. Como
había predicho, suaves rizos enmarcaban ahora la cara de Glorfindel, haciéndolo
aún más atractivo. Si es que eso era posible. Notando que un pequeño mechón se
había salido de su sitio, alargó la mano y lo colocó con delicadeza detrás de
la oreja del guerrero. Eso debía de haberle hecho cosquillas, porque la oreja
de repente se sacudió sola, como por arte de magia, mientras Glorfindel le
fulminaba con la mirada, aparentemente sin notar nada.
Erestor se rió
otra vez; había olvidado esa extraña habilidad que poseía su amigo: Glorfindel
era capaz de mover sus orejas a voluntad, igual que los ciervos o los gatos.
Era tan deliciosamente gracioso cuando lo hacía que ignorando completamente la
mirada de odio que le estaba lanzando Glorfindel, se inclinó hacia él y
depositó un beso en su perfecta nariz.
El poderoso
guerrero recurrió a los pucheros otra vez.
— Exijo una
revancha justa.
Erestor emitió
una risita ahogada.
— Concedido.
— Muy bien,
¿me puedo ir ya?
Glorfindel
frunció el ceño cuando el Consejero Jefe asintió y retrocedió un par de pasos
para dejarle espacio. Una vez de pie, mientras blandía amenazadoramente el dedo
en dirección a Erestor le advirtió:
— Tiembla,
consejero, tiembla... ¡mi venganza será terrible!
Y con estas
palabras, se puso la camisa y dejó la habitación. Mientras se alejaba por el
pasillo, Erestor pudo oírle lamentarse.
— ¡Oh, Valar!
¡Mis fans! ¡Mis pobres fans...!
Por enésima
vez en lo que iba de tarde, el otro elfo se rió de todo corazón. Cuando las
carcajadas hubieron acabado, sonrió, y con un suspiro, susurró a la vacía
habitación y a los dorados mechones en el suelo:
— ...creo que
le quiero.
—————————
FIN
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