El Amor Tal Vez | By : clumsykitty Category: Spanish > Anime Views: 526 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
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El Paraíso. La ausencia de pena, dolor o tristeza había desaparecido, solo existía una calma absoluta en un silencio tranquilo que incitaba al sueño eterno donde las almas pueden reposar al fin bajo el abrigo de los Dioses. Atemu ya conocía esa sensación, tan placentera, cuando volvió con lo suyos al final de sus aventuras con Yugi. Ahora estaba de nuevo allí.
La ribera tranquila del Río de la Muerte se divisó en su barca. Sus ojos reconocieron la esbelta figura de Seth que marchaba hacia el horizonte, iba envuelto en una preciosa túnica blanca, con su capucha ondeando con un viento inexistente. Las estrellas del tiempo brillando en el dorado firmamento, acompañándolo en sus pasos. Caminaba con la misma elegancia y soltura que le había visto en vida. Imitó su camino y pronto se encontró a poca distancia de él. Su propia alma portaba su imponente traje de Faraón, que le distinguía como el hijo de Ra y favorito de los Dioses.
/Seto… /
No, Seth no debía estar ahí. El círculo de su vida no se había completado. Ahora lo notaba, su alma carecía de resplandor. El Akh de Seth se desvanecía en los campos divinos de Anubis con cada paso que daba. Una parte de había perdido y sería condenado por eso.
Suaves revoloteos que acariciaban sus pensamientos. Del oscuro firmamento descendió el Ka de Seth. El Dragón Blanco de Ojos Azules. Voló majestuoso sobre ellos y se dirigió hacia el Infinito, con Seth tras su vuelo. Pronto las Diosas Protectoras aparecerían para reclamar su Ba y llevarlo ante Osiris para juzgar su corazón con la balanza de Anubis.
Eso no podía ser. Seth no debía estar muerto.
Un rugido ronco tronó en el cielo, como un llamado desesperado. Atemu se volvió, inseguro. ¿Qué podría irrumpir en el Inframundo con tal fuerza? Del otro lado del Río de la Muerte una sombra se aproximó, las aguas se enturbecerieron. Sacrilegio. Una presencia hereje en un lugar santo. Un nuevo rugido, las aguas se ensancharon como un océano levantando olas gigantescas para repeler al intruso. ¿Quién se atrevía a retar a la Muerte misma?
El vuelo de un Dragón Negro sobre el Río.
Rayos de luz gloriosa traspasaron las olas. Volando con gran altura, se presentó el Dragón Negro de Ojos Rojos. Pero su vista no se posó sobre el tricolor, sino más adelante. En Seth. Un nuevo rugido más grande y más desesperado. Con una inigualable entonación.
Amor.
Seth se volvió y sus ojos azules brillaron como los luceros sobre ellos. Quiso dar un paso de vuelta con una mano extendida hacia el Dragón Negro que volaba hacia él. Guardias chacales nacieron de las dunas para atraparlo, llevándolo hacia el Infinito, hacia el umbral de los Dioses. Atemu fue a su auxilio.
/Joey…/
Seth reencarnó en la persona de Seto Kaiba y su corazón se había unido al de Joey. Sus almas se encontraron después de eones de tiempo perdido. Debían estar juntos. Tenían que estar juntos. Los dos Dragones de Ra solo sobrevivirían su eran uno solo. Blanco y Negro. Azul y Rojo. Sus destinos tenían el mismo hilo ahora. Una legión entera de los centinelas del Inframundo aparecieron y un par de ellos tomó sus manos. Ningún alma pisaba las tierras de Anubis y escapaba. Atemu quiso gritar al ver caer a Seth, pero ningún sonido salió de su garganta.
Era un ave. Un halcón.
La divinidad de sus plumajes hacía resplandecer las dunas. Tenía los ojos violetas como Atemu. Era su Ka. Ríos de lágrimas había derramado Seth al perder a Joey. Solo conocía un cielo donde volar ya, y sin él, moriría. El Ojo de Ra llamó al halcón. Seto había padecido una vida muy dura y sin amor. Seth lo había perdido todo para salvar al Faraón. Esta vez no tendría miedo. La muerte jamás ha vencido al amor.
El Dragón de Ojos Rojos volaba desesperado hacia Seth pero el Dragón Blanco de Ojos Azules se interpuso, furioso, gruñendo con rabia y rencor. Era la hora. Atemu voló hacia el Infinito, que se abría omnipotente sobre el Vacío, alcanzando a Seth y tomándolo entre sus garras. Voló de regreso al Río de la Muerte. Seto y Joey se amaban como Isis y Osiris lo hacían.
Dos dragones peleaban furiosos, en un embate cruel.
Peleaban como grandes titanes, haciendo vibrar el firmamento cuyas estrellas iban desvaneciéndose a medida que los guardias chacales corrían hacia ellos cuando en su revuelta cayeron sobre las dunas.
Uno de ellos se abalanzó sobre el otro y le arrancó el corazón, dejándolo sin vida en el suelo.
El dragón vencido lanzó un lamento. Todo empezó a estremecerse. La presencia divina se acercaba. Los chacales atacaron al dragón victorioso con sus lanzas y espadas, hiriéndolo y sangrándolo para así absorber su vida profana, pero el dragón los atacó de vuelta para volver a volar.
El Dragón Blanco de Ojos Azules moría en agonía con el pecho abierto mientras el Dragón Negro de Ojos Rojos planeaba sobre él, victorioso y estrujando el corazón entre sus garras.
Las heridas del Dragón Negro dejaron caer su sangre en pequeños hilos sobre la tierra sagrada de los Muertos. Todos los centinelas del Inframundo aullaron ofendidos.
Sangre. Era sangre
Corría hacia las aguas oscuras.
Todo palpitó con titánica fuerza. Las alas de Atemu comenzaron a quemarse y vaciló en su vuelo. El dolor era mucho. Estaban rotas. Joey venía por Seth; venía a rescatarle, como Isis resucitó a su amado esposo Osiris, Joey no conocía la vida sin Seto. Batió sus alas una vez más. Estaban cerca. Depositó a Seth al lado del dragón que yacía cerca, observando su cuerpo.
Sangre.
Brotaba como una fuente inagotable.
Sangre.
Un dragón blanco. El pecho partido en dos.
Sin corazón.
Dos lanzas clavaron sus alas rotas en las dunas y chilló por la agonía. Levantó su vista. El Dragón Negro se elevó casi hasta perderse y luego se dejó caer sobre los mares oscuros de la Muerte.
El Río la Muerte agitándose, las almas clamando venganza.
Sangre aún viva diluyéndose en la ribera. Profanación.
Un enorme torbellino y el Ojos Rojos salió del Río de la Muerte con un intenso fulgor entre sus colmillos. Portaba el Ankh de Ra. Las almas perdidas se abalanzaron sobre el Dragón, los guardias caminaron sobre las olas dispuestos a atacarle esta vez sin piedad alguna. Trataban de ahogarlo.
Upuaut brotó de entre las olas que se batían amenazantes. Tanto el cielo como la tierra se sacudieron ante su presencia. El dios chacal de cabeza blanca miró el Ka en forma de dragón blanco yacido en las dunas y al Faraón como un halcón, prisionero por dos lanzas. Sus ojos negros se volvieron a Seth que se manchaba de la sangre que fluía del dragón hacia el Río de la Muerte, mezclándose con otra viva.
Sangre.
La blasfemia.
Lanzó un aullido horripilante, abalanzándose sobre el Dragón Negro de Ojos Rojos, blandiendo su mazo contra el Río y tomándolo del cuello para ahogarlo en las olas de la Muerte. Aulló una vez más, llamando a su señor y amo de los Muertos, Anubis. El Ojos Rojos se batió para salvarse, Upuaut notó lo que sostenía con aprehensión contra su pecho.
Un corazón muerto entre sus garras.
Sangre.
Los gruñidos iracundos del dios ahogaban los débiles llantos del dragón. Atemu hizo un nuevo esfuerzo, quebrando las lanzas en un chasquido junto con algunos huesos y plumas de sus alas para soltarse. Joey nunca midió el peligro en que ponía su vida cuando se trataba de salvar a su amigo, Yami. Mucho menos pelear a muerte contra él por amor a Seto. Tenía un corazón fuerte y noble. Un corazón que podía lograr milagros. Atemu voló hacia el Dragón Negro, haciendo resplandecer el ojo en su frente, reprimiendo las almas inquietas, cegando a los centinelas, golpeando a Upuaut en sus ureos; para dejar libre al dragón que no dudó en volar hacia él.
Amistad.
El dragón abrió su pecho, dejando ver su corazón palpitante de blanca energía. Sus garras rasgaron un trozo de éste y lo unieron al que estrujaba sin vida. Atemu tomo el Ankh, que inmediatamente quemó su pico, pero pudo colocarlo en ese muerto corazón. Dos ojos rojos se posaron en los suyos. Solo existía una persona a la que daría la mano de Seth sin dudarlo. Solo existía una persona a la que confiaría la vida de Seto ciegamente. Solo existía una persona.
Joey.
El halcón le enseñó un canto que el dragón imitó y la llave deslumbró el Todo, trayendo la vida divina de vuelta a aquél corazón destrozado. La luz cálida de su amor rodeó al Ojos Rojos que voló sobre el Dragón Blanco para depositarle su soplo de vida. Seth y el Dragón Blanco de Ojos Azules se fundieron, volviendo a despertar. Un aura dorada cubrió a ambos dragones.
El Inframundo se cimbró. Anubis llegaba. Atemu llamó a los dragones, que levantaron su vuelo. Juntos. Sin dejar de mirarlos, tomó con sus garras el Ankh, al tiempo que Upuaut ordenaba a las olas levantarse contra los dragones para separarlos. El dolor en sus alas se hizo imposiblemente insoportable, dejó caer la Llave de la Vida en ese océano, mientras veía planear a los dos más grandes dragones hacia el otro lado del Río de la Muerte.
La Muerte jamás ha vencido al Amor.
Seth siempre le había hablado de un futuro donde las personas no temerían y fueran felices en sus vidas, gracias a los guardianes en sus corazones y no a la magia del Reino de las Sombras. Seto deseaba de todo corazón crear un paraíso real para aquellos que no tenían nada, solo lágrimas y desamor. Nunca lo lograría sin el aliento que el cariño de Joey le proveía. Joey siempre estaría a su lado para crear el sueño de su primo, su amigo y su amante.
Era la hora de que cumpliera ese deseo.
Las estrellas desaparecieron y el cielo se cubrió de tinieblas poco a poco. El carro de Anubis estremecía las dunas. Atemu cerró sus ojos. Ya no temía a la Muerte. Aún en el Infierno su alma se regocijaría al saber que el amor verdadero vivía en la Tierra y sería bendecida con felicidad perpetua. Dejó llevarse hacia los mares de la Muerte. Su vuelo era una mera necesidad, pues dejó que todo a su alrededor tomara partido en su alma.
Planeaba frente a una playa sobre el mar abierto. Había algo aterrador en la manera en que volaba solitario y en las olas que se sacudían, furiosas pero agonizantes. El halcón voló hacia el cielo dorado que se volvió oscuro y frío. La Muerte. La calma absoluta y el olvido infinito. Ese cielo caía inexorablemente sobre el halcón que graznaba herido en la inmensidad de las aguas turbias.
/ ¡Y A M I! /
Yugi.
Tan solo le hubiera gustado despedirse de su luz. Su aibou. Ver por última vez a su pequeño de alma inocente y pura. Una última vez. Ammut se hizo presente, transformándose en el titánico cocodrilo dispuesto a comerle el corazón por la osadía de haber tocado el Ankh de Ra. Upuaut tomó su arco y llamó a los guardias chacales para esperarle y ponerlo a los pies de Anubis.
/ ¡Y A M I! /
Oía esa voz. El recuerdo de su monstruosa perversidad le vino a la mente. Yugi lo abrazaba, llamándolo del Reino de las Sombras. Esa tierna voz le llamaba. Lo recordaba muy bien. ¿Cuántas veces lo había hecho antes? No lo podía decir, pero siempre fue lo mejor de su vida. Esa cascada de vida que sanaba cualquier herida en su interior.
Todo conocimiento, todo sentimiento, memoria y vivencias se colapsaban en un solo sentido de dolor como una concha que se encierra ante el caos a su alrededor. El halcón volando hacia lo insoldable del Vacío.
/ ¡Y A M I! /
El dios chacal guiaba su carro fantasmal hacia él, elevando la Luna en su mano, invocando a su alma de su Ka. Ya no importaba. Todo estaba terminado. Seth sería feliz. Tal vez la Murete consolara la pena en su corazón. El río del olvido no sería veneno sino el más dulce vino. Sus alas se plegaron para dejarse caer en las manos del dios. Quizá fuera destruido y jamás volvería a ser Atemu. Sin retorno. Tal vez era lo mejor.
/ ¡Y A M I! /
Una calidez tan hermosa le envolvió. No la rehusó. Era la gloria divina pero le era desconocida. No pertenecía al paraíso celestial y definitivamente no era el fuego del Infierno. Tampoco era de ninguno de los dioses presentes. Era increíblemente protectora y tierna.
/Yami…/
Abrió sus cansados ojos de halcón. Una figura vestida de negro y morado lo abrazaba.
¿Mahado? ¿Su Mago Oscuro?
/Yami…/
Esa figura era de su antigua sacerdote Mahado al convertirse en su guardián y carta maestra, el Mago Oscuro. Pero ése no era su rostro. Jamás había tenido esos tiernos y grandes ojos violetas, mirándolo con profunda devoción.
/Yami… te amo/
Pudo sentir una lágrima caer sobre su frente. Siempre se preguntó en silencio como sería tener a alguien que le profesara un cariño tan fuerte que no conociera la maldad ni el odio. Un amor sin preguntas ni dudas. Siempre se preguntó que haría por él un amor así.
/Te amo/
Yugi.
Yugi lo abrazaba, envolviéndolo con su afecto. Anubis estaba detrás de ellos, esperando. El Río de la Muerte se apaciguó. Calma de nuevo en el Inframundo. Quería regresar. No deseaba ni un instante despegarse de aquél cariño tan supremo que había detenido no solo al Dios de los Muertos, sino también a la Diosa Ammut y al Dios Upuaut. El cielo tuvo de nuevo sus estrellas divinas, tornándose dorado. El dios chacal levantó su cetro sejem hacia el Infinito.
La balanza se inclina, se invoca justicia divina.
La hermosa figura de Isis apareció, sonriéndoles, vestida en su precioso traje blanco con las alas de Maat tras ella y su Ankh colgado del cuello. En sus manos se posaba una delgada y fina pluma blanca, a la cual la diosa dio un leve soplido para que volara graciosa sobre ellos, cayendo con suavidad en la frente de Atemu antes de desvanecerse.
Podía volver. Los Dioses lo permitían. Isis le dio un nuevo cuerpo para una nueva vida. No puede haber Muerte sin antes existir la Vida. Cerró sus ojos para acurrucarse entre los brazos de Yugi. No más Río de la Muerte. No más Inframundo. Un portal se cerraba mientras ellos lo atravesaban.
La Muerte jamás ha vencido al Amor.
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-¡HABRAN ESA PUERTA AHORA MISMO!
-Oficial, si pudiera…
-A un lado, muchacho. Todos ustedes están en graves aprietos…
El guardia del hospital empujó la puerta hasta abrirla de golpe, dispuesto a detener a los que se encontraban dentro. Sus ojos se abrieron de par en par ante la sorpresa que le causó la escena ante él. Todos los utensilios del cuarto estaban revueltos, trozos de papel higiénico volaban aún, como si un tornado hubiera pasado por ahí. En el centro, había un círculo de cenizas, del cual se despedía un humo con un olor extraño. A su alrededor se encontraban tres personas, dos de ellas, un rubio y un chico tricolor en bata de hospital, desmayados. El tercero, con el torso desnudo, estaba contra la pared carcajeándose hasta las lágrimas, ignorándolo, como si no hubiera escuchado la puerta abrirse. Restos de lo que parecían mangos de cuchillos se hallaban carbonizados en el círculo.
-¡¿QUÉ RAYOS PASÓ AQUÍ?!
Ryou lo hizo a un lado para correr al lado de Bakura, abrazándolo con fuerza. El Ladrón de Tumbas parecía histérico de risa.
-¡Bakura! –gimoteó el joven- ¿Te encuentras bien?
-¡Esto… lo… tengo… que… escribir! –exclamó Bakura entre hipos de carcajadas.
-¡Bakura!
-¿Eh?... ¡Oh, mi niño! –el Ladrón de Tumbas pareció volver en sí.
-¿Por qué ríes así?
-Soy el producto de mis propias decisiones…
-¿Estás herido?
El otro levantó su mano para acariciar su mejilla.
-Se acabó… al fin… -murmuró antes de caer en los brazos de Ryou inconsciente.
-¡BAKURA!
-¡Oiga, oficial, si no va ayudar, deje pasar! –reclamó Tristán al guardia boquiabierto frente a él.
-¡Traigan un médico! –pidió Ryou.
-Pero…
-Oficial, mi nieto está sin sentido en el piso, y también mi sobrino –amonestó Solomon, pasando a su lado- Haga lo que quiera después, pero ahora necesitamos que nos ayuden.
Mientras Tristán revisaba a Yugi y a Joey, el guardia salió para llamar a un par de enfermeras que entraron aprisa. Una de ellas se retiró para traer consigo a un médico que ordenó llevar a los tres desmayados a la sala de emergencias. Solomon acompañó la camilla de Yugi y Tristán la de Joey. Cuando estaban subiendo a Bakura a la suya, el oficial alcanzó a ver entre las cenizas en el centro del cuarto unos papeles, se acercó para arrodillarse, sacando de entre el polvo gris tres cartas de duelo, intactas a pesar de las cenizas y relucientes. Sus ojos parpadearon atónitos.
Un Dragón Negro de Ojos Rojos.
Un Dragón Blanco de Ojos Azules.
Un Mago Oscuro.
-¡Oye! –tomó a Ryou, que salía tras Bakura- ¿Qué estuvieron haciendo aquí? –preguntó mostrando las tres cartas, que el albino le arrebató.
-No quiero ofenderlo, señor; pero una mente mortal y simple como la suya jamás lo entendería –dijo, zafándose del guardia.
-¿Y por qué no?
-Las razones inteligentes son ronquidos para oídos tontos (i) –musitó saliendo a trote tras la camilla del Ladrón de Tumbas.
El oficial se quedó pasmado unos momentos, antes de rascarse la cabeza, muy confundido. El intendente llegó en el momento, enfureciendo al ver su cuarto hecho un desastre.
-¡Mira lo que hiciste!
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La doctora Jung se dejó resbalar al suelo, apoyada en la pared, antes de que su razón le abandonara. Mokuba gritaba de felicidad, saltando a la camilla de su aún dormido hermano mayor para abrazarlo y luego soltarlo para dar otro caluroso apretón a Atemu, quien ya había despertado. Así iba y venía, brincando jubiloso.
-¿Se siente bien, doctora? –le preguntó el médico de cabecera de los Kaiba.
-Cuando usted me pidió ayuda con el caso del Señor Kaiba, jamás me mencionó que las más extrañas y bizarras situaciones estarían involucradas con este singular paciente, doctor.
-Le dije que iba a ser una experiencia sin igual.
-Voy a volverme loca. Hace apenas unos minutos ellos dos ya habían sido declarados muertos y ahora están rebosantes de salud, más fuertes que una defensa de fútbol americano.
-Para el archivo médico, ¿no lo cree?
-Ya no sé ni lo que creo…
Marik los observaba desde la puerta de la sala donde se encontraban, sonriendo con discreción aunque sus mejillas estaban húmedas por las finas lágrimas que corrían por ellas en silencio. Sus ojos se posaron en el Faraón, quien se encontraba muy ocupado con un candoroso adolescente que se le colgaba del cuello, sin ánimo de soltarlo. El Guardián de Tumbas suspiró largamente y dio media vuelta sacando de su chaqueta su celular para llamar a su hermana e informarle sobre la situación.
-¿Ishizu? Sí… están bien… de acuerdo… Ra nos ha perdonado a todos…
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Ahí estaba Ra, el Supremo entre los Dioses, la primavera de su pensamiento rodeaba el Infinito. Los rayos solares de su presencia convirtiéndose en Vida y Muerte juntas. Principio y Fin. Observando con la paciencia del no tiempo a su alrededor, vislumbrando el Pasado, el Presente y el Futuro en una sola visión. Y sucedió que Ra convocó a todos los Dioses a su presencia. La gloria del Principio y el esplendor del Fin. El Vacío entonces se llenó de los deseos de los Inmortales, cambiando y floreciendo de acuerdo a la voluntad de quien gobierna los cielos. Nada puede ocurrir que no haya deseado ya el poderoso Ra.
Pues así los grandes Dioses manifiestan su poder. Todos reunidos en armonía con un solo pensamiento. Alas doradas de la premonición y el juicio. El vuelo de Horus anuncia el Cambio, la presencia de todas las divinidades resplandece, vibrando cada una con la magnificencia que le es propia. La rueda de la vida da un nuevo giro.
Deslumbrante fuego divino que brilla cegador por todo el Infinito, rodeando a los grandes Dioses Egipcios reunidos ante la omnipotente presencia de Ra. El trueno y el relámpago rodeando a Seth, quien se adelanta para mostrar una balanza que contiene la sangre de la presencia hereje y la del linaje de Ra, mezcladas como una blasfemia para la corte divina. Anubis muestra los pensamientos de aquellas almas que pisaron sus dominios. Sucede entonces que Ra descubre más de sus planes para aquellos que se han convertido en sus favoritos.
Los rayos dorados del poderoso Rey de los Dioses invocan a Isis, quien se inclina ante Ra y toma la mano de su esposo Osiris, quien con su báculo deja caer pequeñas gotas sobre aquellos rastros de lo espíritus herejes. El alma nunca miente, su corazón canta alegre todas las notas de su vida ante la fuente de su origen, cuando regresa a la tierra de donde fue creada, ante el llamado del Rey del Inframundo.
Corazones sinceros llenos de sentimientos perversos necesitan purificación.
Lágrimas de verdad y decepción han de llegar a los amantes, un cambio y una resurrección, el fin de un ciclo para dar vida a otro mejor. La Muerte verdadera no se encuentra en el Inframundo sino en la perpetua Vida. Ra desea contemplar a sus dragones sin mancha alguna, su plan maestro que solo se ve con los ojos del corazón continúa inmutable sobre los mortales. Su hijo predilecto tendrá la mejor recompensa si acaso sabe ver con el corazón, grandes recompensas serán suyas antes de que el ocaso de su vida llegue.
Horus canta, anunciando su visión del futuro maleable a las decisiones firmes y sabias. Nut extiende su manto estelar sobre los mortales, los luceros tomando una nueva posición, la Vida cambiante que llama a las almas dispuestas. Uno es parte del otro como las estrellas son parte del cielo. Ra tiene la Llave de la Vida en su palma. El secreto de la llama del amor aún no ha sido descubierto. Nuevos caminos se abren. El furioso dios del Caos sonríe complacido, su tarea sigue latente.
La pareja divina del Inframundo enlaza sus manos. La historia que se repite una y otra vez como las cuentas de un collar a través de toda la Eternidad para alabar aquella odisea que trajo la Flama Divina a los mortales, haciendo un pacto con ellos, vuelve a escribirse en los pensamientos de Ra. Todos los Dioses concuerdan en su juicio. Isis le sonríe a su esposo Osiris, quien a su vez besa aquella fina y celestial mano que le devolvió la vida.
La Muerte jamás ha vencido al Amor.
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(i) Hamlet, de William Shakespeare.
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