El Amor Tal Vez | By : clumsykitty Category: Spanish > Anime Views: 526 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: I do not own the anime/manga that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story. |
Nota clumsykitty: Ser… o no ser… ése es el diLEMON.
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All of my life
Where have you been?
I wonder if I’ll ever see you again.
And if that day comes
I know we could win
I wonder if I’ll ever see you again.
................... Again, Lenin Kravitz
El más poderoso hechizo para ser amado, es amar.
................... Gracían.
CAPITULO 6. NOSTALGIA.
Los dedos de Seto tamborileaban nerviosos sobre el teclado de su laptop. La pantalla estaba apagada. Había abierto la computadora portátil en un intento de distraer su mente pero no lo conseguía. El desayuno que Anette le había traído seguía intacto. Su vista bajó a uno de los cajones de su escritorio, su mano siguió su recorrido y se posó indecisa en éste. Abrió el cajón y sacó el pequeño recibo. Sus ojos miraron hacia el ventanal a su lado, la luz de la mañana tenía esa rara combinación de brillo y frialdad propios del mes de Febrero. La nieve se había derretido ya y los árboles tenían colores mixtos de resequedad y rejuvenecimiento, que anunciaban la primavera próxima. El árbol de cerezo que crecía junto a su ventana tenía los primeros brotes de sus capullos. Seto tomó con ambas manos el recibo mientras se recostaba en su silla.
-Mi reino por tus pensamientos…
El ojiazul respingó al escuchar la voz de Atemu, quien se encontraba de pie, recargado en las puertas dobles de su estudio.
-¿Cuándo entraste?
-Hace un buen tiempo –rió el tricolor- Mis cómplices fueron estas puertas silenciosas y la mullida alfombra.
-¿Te divertías a mis costillas?
-Claro que no –Atemu se acercó para tomar asiento en uno de los sillones dispuestos en los extremos del estudio- Sólo quería asegurarme de que mi intuición era cierta.
-¿De que hablas?
-De eso –el Faraón señaló el recibo en manos del castaño.
Kaiba guardó apresurado el papel, encendiendo la laptop. Atemu le sonrió, meneando la cabeza.
-Ven aquí –dijo, extendiendo un brazo.
-¿Qué?
-Aquí – el tricolor palmeó su regazo- Ven un momento.
-¿Qué rayos crees que soy?
-¿Un lindo gatito?
-¿Quién… -el castaño calló al entender el significado de sus palabras. Un leve sonrojo apareció en sus mejillas.
-Anda –susurró el Faraón con un guiño- No tardaré.
Con cierto recelo, Seto se levantó para ir hacia Atemu y tomar su mano que le guió para sentarse en sus piernas, con los brazos de aquél rodeándole como si fuera un niño pequeño. El ojiazul se sentía un poco incómodo y nervioso, bajo su vista a sus manos que se enlazaban en su regazo. El calor tibio en sus mejillas se esparció en su rostro.
-¿Por qué haces esto? –le preguntó al tricolor.
-Te estoy devolviendo el favor.
-¿Cuál favor?
-De cuando quedé sellado en el Rompecabezas del Milenio. Tú me llevaste en tu pecho como ahora lo hago. Podía sentir claramente tu alma abrazándome.
-Yo… no lo recuerdo… -balbuceó Kaiba, mirando de reojo al otro.
-Pues yo sí –Atemu tomó su barbilla- Y me di cuenta por primera vez de la nobleza en tu corazón y que el tiempo no ha cambiado. Por ese hermoso corazón has sido bendecido por los Dioses con Mokuba…
-Si se le puede llamar bendición –comentó sardónico el ojiazul.
-… y el amor de Joey.
El Faraón contempló la sorpresa y el azoramiento en los ojos de Seto. Trajo su frente a sus labios, dejando sus brazos descansar enlazados alrededor de él.
-Fingir nunca ha sido tu fuerte, Seto. Eres una de las personas más sinceras del mundo. Crudamente sinceras si me lo permites. No puedes ocultarme el ansia que tienes de correr hacia Joey, ahora que está aquí.
-Pero, Atemu…
-Podrás mostrarte muy interesado en tus clases, en esa computadora que no sueltas; en lo que hago en el Museo y hasta en la novia de tu hermanito, pero nada se compara a lo que dice tu corazón –señaló sus ojos azules- estos zafiros desean algo que no hay en este lugar…
-Nosotros…
-Ya no existe un “nosotros”, Seto.
-Déjame explicarte, Atemu.
-Tu felicidad, mi dragón. Acordamos que de ahora en adelante siempre elegirías tu felicidad.
El castaño miró con preocupación a Atemu.
-No temas dejarme atrás –prosiguió éste- No le temas a nada, mi querido dragón. Por una sola vez confía en tu Faraón, que de ser necesario, peleará contra el mundo entero para que tú obtengas la felicidad. Te conozco lo suficiente como para saber que te preocupa. Haz a un lado a la prensa, a la Corporación, el torneo y todo lo demás; no mires atrás y ve con Joey. Vuelvan a empezar, borren los recuerdos amargos y rescriban su historia como si fuera la primera vez. Yo estaré contigo como lo estoy ahora. Siempre protegiéndote.
-Gracias –musitó el castaño.
-Gracias a ti por darme esta oportunidad de hacerte feliz.
Se miraron uno al otro; con una débil sonrisa, Seto le dio un tierno beso al Faraón, dejando su frente contra la otra.
-Te amo, Mi Faraón.
-Te amo, Mi Tesoro.
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&&&&&&&&& Flashback &&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
-¡FELIZ CUMPLEAÑOS, SEÑOR KAIBA!
Todos aplaudieron con júbilo y complacidos de ver el rostro estupefacto del CEO que había entrado a la sala de juntas, siguiendo a su hermano. En la larga mesa oval había platones de botanas, con refrescos en lata, varios postres y en el centro un enorme pastel con el dibujo en relieve de un Dragón Blanco de Ojos Azules y las iniciales de Seto a un lado, imitando las de la Corporación Kaiba. En la sala se encontraban Misao, Roland, Hayao y otros de sus directivos más cercanos; detrás de ellos, con una sonrisa de complicidad, estaba Joey con Wanda en mano.
-¿Qué…
-Feliz cumpleaños, hermano.
-Mokuba, ¿tú planeaste todo esto?
-Sip, con una pequeña ayudadita.
El ojiazul clavó su mirada en Joey que le tomó otra foto, mientras Mokuba le abrazaba. Misao se acercó con cautela a su jefe, no muy segura si le había gradado la sorpresa.
-Señor, espero que le haya gustado este pequeño gesto de nuestra parte y nuestros regalos –dijo, señalando hacia un rincón donde habían apilado sus obsequios.
-El más grandote es mío –intervino el adolescente- Pero antes de que lo abras, apaga tus velitas y parte el pastel, Seto.
-¡¿QUÉ?! –bufó el castaño. Todos se quedaron quietos, pero Mokuba ya tenía prevista su reacción.
-¿Por favor? –los imbatibles ojos de cachorro hicieron su aparición y como era de esperarse, Seto sucumbió.
-Bien… -resopló Kaiba, acercándose al pastel.
-Recuerda pedir tu deseo, hermano.
Todos se pusieron alrededor de la mesa, en tanto el CEO se apoyaba en sus palmas para alcanzar las velas. Miró a su alrededor, deteniéndose en el rubio que no dejaba de sonreír con la lente lista, y luego en las velitas encendidas. Tomando aire, se inclinó un poco para apagar todas. Mokuba aplaudió y todos los demás le imitaron. El chico le pidió a Misao el cuchillo antes de dirigirse a su hermano mayor.
-¡Ah, lo olvidaba! La mordida al pastel…
-¡Yo no… -esos ojos volvieron a aparecer- ¡Pero que sea rápido!
-Depende de ti.
El ojiazul volvió a inclinarse, midiendo la altura del pastel para asegurarse de que no fuera a ensuciarse su camisa, corbata o chaleco. Dando una mirada de advertencia a los presentes se acercó al pastel. Joey se adelantó con rapidez y hundió su rostro en el pastel. Mokuba se carcajeó al tiempo que un airado Seto se erguía con la nariz y boca llenas de chantilly blanco y azul. El pelinegro le puso el cuchillo en la mano con un leve empujón para que partiera el pastel. Wanda tomó más fotos. Una vez que la primera rebanada fue cortada, el ambiente se aligeró y todos sonrieron, platicando entre sí.
Mientras Mokuba atiborraba su plato con todo lo que había en la mesa, Kaiba se limpiaba el chantilly de su rostro con enfado. Como por casualidad, Joey se acercó a él, tomando una servilleta para susurrarle al oído.
-Mi regalo te espera en tu oficina…
El ojiazul no pudo evitar mirarle de reojo con cierta lujuria. Volviéndose al pequeño grupo, le habló a su hermano.
-Moki, voy a mi oficina a lavarme. Gracias a los demás por la sorpresa. Luego abriré sus regalos.
Salió de la sala de juntas sin ver los rostros boquiabiertos de sus empleados.
-¿Dijo “gracias”? –preguntó Hayao, atónito.
La oficina lucía normal, sin algo que mostrara algún regalo escondido. Seto conocía muy bien su sitio y su vista no halló alguna pista. La puerta se abrió y cerró con seguro. Unos brazos rodearon su cintura junto con unos labios ansiosos que se pegaron a su cuello.
-¿Dónde está mi obsequio? –inquirió, ladeando su rostro para darle más espacio a Joey.
-¿No has oído hablar de aquel proverbio que dice que la paciencia es de sabios?
-Soy un genio, no tengo tiempo para reflexiones arcaicas.
-Mi koneko, siempre tan caprichoso…
El rubio le giró para besar su rostro.
-Mi koneko sabor a chantilly –se burló, dando un lametón a su barbilla.
-Eres mala influencia para mi hermanito. Mira lo que hiciste.
-¡Oh! A nadie le hace daño celebrar su cumpleaños –Joey le levantó con las manos en sus caderas- Sobre todo si se trata de mi precioso koneko.
Seto lo besó ronroneando, mientras el rubio lo dejaba sobre el escritorio, haciendo a un lado todas las cosas. El contacto se hizo más candente. Las manos de ambos no perdieron tiempo en recorrer sus cuerpos, las piernas del castaño atraparon a Joey y éste deslizó una mano hasta su entrepierna. Un suave gemido escapó de los labios de Kaiba, que echó su cabeza hacia atrás, una lengua tentadora recorrió su cuello hasta sus labios, buscando entrar. El ojiazul se lo concedió. El otro brazo del rubio pasó por su cintura para pegarlo más; la excitación creció un tanto. Los dedos de Joey apretaron levemente aquella naciente erección. Un jadeo se ahogó en el beso y el rubio sonrió complacido, dando pausa al ósculo con un travieso mordiscón en el labio inferior de Seto, cuya mirada lucía un poco perdida pero irradiando deseo.
-¿Listo para la primera mitad de mi regalo?
-… sí –jadeó el ojiazul.
-Entonces quiero que estos hermosos zafiros se guarden un momentito –le indicó dando un beso a cada párpado que se cerró- Eso es. Quieto ahí, mi koneko.
Joey buscó en el bolsillo de si chaqueta en tanto con su boca jalaba la sedosa corbata y deshacía el nudo, continuando con la camisa para descubrir más del cuello blanco que se ofreció a sus labios.
-… cachorro…
Entre besitos juguetones, Kaiba percibió los dedos de Joey alrededor de su cuello. Un leve “clic” se escuchó y abrió sus ojos confundidos. Tenía algo alrededor del cuello, suave y delgado, un objeto metálico colgaba de éste pues sintió el frío del metal sobre su piel. Se llevó una mano para tocarlo. Era de terciopelo, muy suave y el objeto tenía una forma geométrica. Levantó la otra mano para encontrar el broche. El rubio tenía una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Joey, qué… -sus ojos se abrieron de par en par el ver un fino collar de gato entre sus manos.
-Te amo, mi koneko.
Seto parpadeó, no creyendo lo que veía. El collar de terciopelo azul cobalto con una pequeña placa en forma de diamante. La palabra “Koneko” estaba grabada en éste. El castaño le dio vuelta a la placa, dejando oír un gemido de sorpresa. “Propiedad de Joey Wheeler” se leía en el reverso. Levantó su rostro para mirar al rubio, sin saber si enojarse o reírse de su regalo.
-Este precioso gatito de ojos azules ya no está más perdido –le murmuró Joey con un beso- Porque ahora tiene a alguien que siempre le cuidará. Mi corazón será tu hogar de ahora en adelante, koneko.
La expresión de Kaiba fue de asombro a regocijo. Sus ojos se humedecieron; sus labios se abrieron para hablar pero ninguna palabra pudo describir lo que sentía. Abrazó con júbilo al rubio, apretando con fuerza en su mano aquél collar. Joey le besó largamente, profesándole todo el amor que sentía.
-¿Y cuál es la otra mitad de mi regalo? –preguntó el ojiazul, cuando se separaron.
-¡Oh, mi koneko tan exigente! Pero me pregunto si no nos escucharán…
-Rediseñé esta oficina para hacerla hermética a los ruidos del exterior y viceversa –susurró Seto con voz seductora.
-¿Privacidad ante todo, eh? –Joey desabrochó su chaleco.
-Sabía que algún día le daría buen uso… -el castaño hizo lo propio con la camisa del otro.
El resto de la ropa tuvo el mismo destino, entre caricias, murmullos tiernos y besos cada vez más fogosos. Joey fue bajando poco a poco del cuello de Seto hasta su miembro, saboreando, excitando. El ojiazul se recargó en sus codos ante la estimulación. Un dedo lubricado se hizo sentir.
-… ya… ya lo tenías… planeado… ¿cachorro?... –habló Kaiba entre gemidos.
-Cachorro prevenido vale por dos –musitó el rubio, mordisqueando el interior de sus muslos- Ahora disfruta de la otra mitad de mi regalo, koneko mío.
Seto se dejó caer en el escritorio, al tiempo que el rubio continuó preparándole con lentitud y cuidado. Sus manos buscaron aferrarse y su espalda de arqueó cuando el placer le inundo con el roce de esos dedos en su próstata. Su pecho se agitó entre jadeos. Sentía muy cerca el orgasmo. El rostro de Joey apareció sobre él, siempre mirándole con esa ternura característica, rozando con la yema de sus dedos sus mejillas sonrosadas antes de unir sus labios. Con un suave movimiento, le penetró. El castaño lo rodeó con sus brazos, iniciando una lenta cadencia. Los brazos del rubio pasaron por debajo de su espalda y le levantaron. Kaiba descansó su mentón sobre el hombro de Joey que besaba su mejilla, sien y cabellos. Acercó su mano que seguía sujetando el collar.
-Te amo, koneko –oyó el rubio murmurar.
El lento compás continuó, alargando ese momento de unión. Sus rostros volvieron a buscarse. Joey serpenteó una mano entre sus cuerpos, atrapando la erección del ojiazul entre sus dedos para estimularla aún más.
-Joey… -musitó Seto con sus labios tocando los otros.
-Mmmm, adoro cuando pronuncias así mi nombre.
La llegada de una nueva oleada de placer y el cuerpo del castaño se estremeció, aferrándose a los antebrazos de Joey, quien le sujetó por la espalda, besando su hombro y cuello.
-Eso es, mi koneko. Hazlo. Déjalo ir.
-… cachorro… -gimió entrecortadamente Kaiba, cerrando sus ojos y dejando que el clímax le arrastrara con un grito ahogado.
El rubio gimió cuando el interior de Seto le apretó con fuerza y se le unió en el orgasmo, depositándolo en el escritorio y liberando su esencia. Abrazados, dejaron que sus corazones volvieran a su ritmo normal y su respiración se calmara. Joey contempló el rostro satisfecho del ojiazul, que le sonrió; trayendo a su vista el collar.
-Gracias, Joey.
-Feliz cumpleaños, koneko, amor mío.
Se besaron con calma, Joey jugueteó con sus mechones húmedos.
-¿Guau?
-Miau.
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-¿Señor?
Seto parpadeó al oír la voz de la chica.
-¿Señor Kaiba?
-¿Eh?
-¿Todo está bien? –la joven señaló hacia su mano- ¿Es lo que ordenó?
-Sí, está bien –contestó el castaño.
-Necesito sellar el recibo, Señor Kaiba.
Éste le tendió el papel a la chica del mostrador. Después de sellarlo, la joven se lo devolvió.
-Gracias por su preferencia. Que tenga un buen día.
El ojiazul se dio vuelta, mirando con gozo su pequeña bolsa. Sus dedos se aferraron a ésta y sonrió, mordiéndose un labio. Salió de la tienda, ubicada en el Centro Comercial y caminó hasta el estacionamiento para subirse a la limusina que le esperaba.
-¡Cielos, Seto! ¡Me estaba comiendo los uñas de preocupación! Iba a salir a buscarte. ¿Qué fuiste a comprar que nadie podía hacer, eh?
-Una sorpresa, Mokuba.
-¿Para mí?
-No.
-¿Para Atemu?
-No.
-¿Es para Wilson?
-No.
-¿Para Anette?
-No.
-¿Para Misao?
-No.
-¿No quieres decirme?
-No.
-Ah.
Mokuba se arrellanó en el asiento, levantando su revista. La limusina arrancó. Kaiba observó la portada con el ceño fruncido.
-¿Qué estás leyendo?
-¿Eh?
-Mokuba…
-Nada.
-¿Y qué es eso? –Seto levantó una mano para señalar la portada.
-¿Una mujer?
-¿Casi desnuda?
-No es mi culpa como diseñan los personajes de videojuegos, Seto. ¿Qué estabas pensando que era?
-Una revista pornográfica.
-¡Ah! No, ésas nunca las leo frente a ti.
Seto miró atónito a su hermano, el cual sabiamente se fue resbalando para ocultar su rostro encendido tras la revista. La tempestad no se hizo esperar.
-¡¿HAS ESTADO GASTANDO TU MESADA EN ESAS ESTUPIDECES?! ¡TIRAS A LA BASURA TU DINERO! ¡LLEGANDO A LA MANSION VAS A DESHACERTE DE TODAS! ¡Y ESTÁS CASTIGADO EL RESTO DEL MES!
-¡Ah, no! ¿Por qué? –el chico se irguió con enojo.
-¿Me estás desobedeciendo?
-Quiero que me expliques por qué una foto de una hermosa chica desnuda es una estupidez. Estupidez que la echara a perder masturbándome con ella.
-¡Mokuba!
-Además, no pierdo mi dinero. Se las vendo después al jardinero.
-¡¿Qué?!
-Soy un adolescente con hormonas, ¿sabes?
-Y ese adolescente, ¿Cómo consiguió revistas para adultos?
-Atemu firmó por mí.
-¡¿QUE?!
-El dijo que el cuerpo es hermoso si aprecio el alma en su interior. ¡Y que alma tienen esas chicas!
-¡MOKUBA!
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-Escucha, muchachito idiota, me importa un cuerno que seas su asistente –bufó Bakura al delgado joven, frente suyo- Vine a verlo a él, no a ti.
-Señor, ya le dije que…
-Lárgate de aquí –el Ladrón de Tumbas lo tomó por el cuello- Si no quieres…
-¿Qué pasa? –Atemu salió de la oficina.
-Ah, mira quien si está después de todo –el albino empujó al asustado asistente- ¡Hola, Faraón!
-¿Qué haces aquí?
-Yo también te extraño. Tengo algo que discutir contigo.
-Entra –el tricolor le cedió el paso.
Bakura lanzó un silbido al apreciar la oficina de Atemu en el Museo de Ciudad Domino, llena de objetos egipcios antiguos, premios, condecoraciones y pilas de libros y papeles. Arrojando unas carpetas al suelo, se sentó en la esquina del escritorio, tomando un pisapapeles y jugando con él.
-Veo que es muy lucrativo ser Faraón.
-¿Qué es lo que quieres discutir, Bakura? –preguntó molesto éste, recogiendo las carpetas y acomodándolas en un archivero.
-¿Cómo van las cosas entre tú y Kaiba?
-El oficio de casamentera te lo desconocía –contestó burlón el Faraón- ¿Qué, acaso ya no es lucrativo ser Ladrón de Tumbas?
-Imbécil hijo de Ra, sabes a lo que me refiero.
-Todo está bien.
-¿Te lo sigues cogiendo?
-¡Hey! –Atemu se plantó frente a él- Vuelve a ofenderlo así y te saco de aquí a patadas.
-¡Mira como tiemblo, Faraón!
-Eres…
-¿Lo has dejado ir?
-Sí.
-Debes estar mintiendo.
-No, digo la verdad. Ya solo somos amigos.
-Mentira.
-No lo es.
-Entonces, ¿Por qué aún existe la visión?
El Faraón se quedó estático sin contestarle. El Ladrón de Tumbas entrecerró sus ojos, observándole con atención.
-Exacto –comentó el albino, asintiendo- Nada ha cambiado.
-Es… imposible… -balbuceó Atemu con consternación.
-Imposible que no te hayas dado cuenta, estupidito hijo de Egipto.
-Pero Seto va a volver con Joey…
-Hey, hey, hey. Tiempo fuera. ¿Cómo que “va a volver”? ¿Aún no están definitivamente juntos?
-Lo puedes considerar un hecho.
-Hecho, tu padre momificado.
-¡Bakura!
-La visión sigue latente, Faraón de pacotilla. Por eso vine. Se supone que tú eres quien lo sabe todo. Se supone que tú entendiste lo que Horus te mostró. Se supone que los Dioses querían que yo cambiara tu destino. Se supone que Kaiba no va a morir ya si está con Joey. Se supone que te estés cogiendo a Yugi.
-¡Bakura, cierra la boca!
-Jamás. ¿Qué sucede, entonces?
-Algo está mal.
-¿No? ¡Cielos! ¿Cómo no lo pensé antes?
-No… no logro comprender –el tricolor tomó asiento- Pero ya no existe ninguna amenaza…
-¿Y este es un Faraón? –Bakura saltó del escritorio para prepararse un café- Bendita sea la ignorancia…
Mientras el Ladrón de Tumbas se hacía su café, Atemu se giró hacia él sobre su silla.
-¿Qué piensas tú, Bakura?
-Que tienes que cambiar de marca de café. Este es espantoso –replicó el albino, después de darle un sorbo a la taza.
-Eres imposible.
-Por eso soy tan feliz. Tú, al contrario, te andas montando sobre tu primo, le rompes el corazón a Marik y desprecias a Yugi.
-¿Qué? –el Faraón abrió sus ojos como platos.
-Aquí entre nos, ¿estaba bueno el Kaiba? Me pica la curiosidad, dudo que sea tan apretadito como mi Ryou.
-¡En el nombre de Ra! ¡Qué lengua tan insolente la tuya!
-¡Ah, mi lengua! –sonrió Bakura como en una ensoñación.
Atemu se dio en la frente con la palma de su mano.
-Eres un asco.
-Pues mucho te gustaría ser amado como yo, Faraón.
-Bakura –el tricolor trató de no exasperarse- En primer lugar, no voy a decirte nada de Seto. En segundo, jamás le he roto el corazón a Marik. Y tercero… no puedo estar con Yugi.
-Mojigato.
-Tal vez, pero no mancharé a mi aibou con mis pecados.
El albino se atragantó y tosió estrepitosamente.
-La estupidez es infinita, no me cabe duda (i) –carraspeó, levantando su vista hacia Atemu.
-Tú debes entenderlo, Bakura; cuando hay tanto mal en tus acciones que no deseas ni por un instante tocar lo que aún es puro.
-Has puesto en un altar a Yugi, ¿no te parece?
-El es aún muy inocente como para que yo le dé un cariño que ya ha probado la maldad. No puedo arruinar la belleza de su alma con mis demonios interiores.
-Si yo hubiera pensado eso, no estaría hoy con mi niño.
-Esto es muy diferente, Bakura.
-TÚ lo ves diferente. Yugi espera por ti. Al menos dale el gusto a Marik de verte feliz. El pobre infeliz anda trapeando la calle porque sabe que sufres tus penas de amores.
Atemu se quedó en silencio, cabizbajo.
-… Marik… él me conoce bien. Sabe a fondo las razones por la que estoy aquí. Me ha acompañado desde mi infierno hasta este purgatorio.
-¡Vaya con la metáfora! Pero… ¿qué insinúas? ¿Qué lo eliges?
-No lo sé. No sé que pienso. Pero definitivamente no le diré nada a Yugi.
-Oh, allá tú. Es tu vida, Faraón.
-Le hice un juramento a Ra de cuidar a Seto y ésa es mi prioridad por el momento.
-Entonces sí sacrificaste tu corazón por ese dragoncete.
-No te refieras de ese modo a Seto.
-¡Qué pesado! –el albino dejó su taza y volvió a su lugar sobre el escritorio- Te diré algo si me confiesas sobre tú y el ojiazul.
-Bakura…
-¿Valió la pena ese acostón, eh?
-No seas necio, no voy a decirte nada.
-Estás fingiendo. Yo sé que de no haber ocurrido nada en el antiguo Egipto, te hubieras follado a Seth. Ya le traías ganas desde entonces.
-Mentira –replicó el Faraón con un leve sonrojo.
-A que no. Ibas a quedártelo para tu real goce personal. Eso es típico de ustedes: Faraón se coge a su Sacerdote.
-¡Ya cierra la boca!
-¿No sientes celos de que en esta época, Seth haya puesto sus ojos en un perro como Joey y no en ti?
-Yo… -el tricolor desvió su mirada- … sí, un poco… pero es más bien preocupación…
El Ladrón de Tumbas sonrió triunfal.
-Mira, Faraón –Bakura comenzó a desabrochar su chamarra y luego su camisa.
-Eh, Bakura…
El albino hizo brillar el Ojo de Ra en su frente, de inmediato, aquellos tatuajes que los Dioses imprimieran en su pecho resplandecieron con la misma fuerza, apareciendo de la nada en la piel de Bakura. Atemu observó con asombro los tatuajes. Estaban completos, según su memoria.
-El propósito de los conjuros no ha sido cumplido…
-No necesitas decírmelo, Faraón. Para tu buena suerte, sé que no necesito matarte.
-Aún así…
-Dime, ¿qué tan exquisito fue desflorar a tu primo? –inquirió el Ladrón de Tumbas mientas se abrochaba su camisa y chamarra- Porque muy a pesar de Joey, tú fuiste el primero de Kaiba.
-¡Vete de aquí! –Atemu se levantó de su asiento- No voy a escucharte más.
-¿Nunca sospechaste que yo también quise poseer a Seth?
-¡TU! –el Faraón le lanzó una fulminante mirada- ¡El reto fue a propósito! ¡Sabías que Seth intervendría!
-Sentir esa energía, virgen y tan poderosa, fue mucha tentación. Antes de conocer a Ryou, busqué el alma de Seth a través de los tiempos con el único fin de adueñarme de él.
-¡Maldito Ladrón de Tumbas!
-Esa frase ya se agotó, Faraón. Es verdad que aún ahora me hace cosquillas el verle, porque siempre quise ponerle un dedo encima, pero a diferencia de ti, yo sí me cuido de Joey. Ese rubiecito te desollará vivo por andar rayando sus cuadernos.
-Donde Seto se entere…
-Donde Joey se entere que le quieres robar el mandado, te va a ir peor que esa noche, Faraón. ¿Te has dado cuenta de su alma? Se hizo enormemente fuerte. Tiene un poder increíble, es muy difícil rastrearle porque muta constantemente. Es notorio que el amor que le profesa a tu Seth le ha convertido en un avatar… eso tiene que ver con la visión, ¿o no?
-No lo puedo asegurar –confesó aturdido el tricolor- Pero no me cambies el tema. Me las vas a pagar por tus insinuaciones…
-Abre los ojos, Faraón. El corazón del dragón es un tesoro invaluable, el símbolo de la alquimia y el poder. Seth es una joya que más de uno desean. Así como tú tienes tu club de fans, Joey tiene mucha competencia.
-¿De qué estás hablando?
-No te hagas el desentendido, sabes bien que Pegasus y Sigfried andan tras los huesos de Kaiba, a pesar de que les has pintado la raya. No me extrañaría que vinieran hasta Ciudad Domino con tal de adjudicarse al Alto Sacerdote. Ustedes dos sí que saben llamar la atención, pero quien tiene a una jauría tras él es el Setito lindo. Haces bien en cuidarlo porque si Joey no marca pronto su territorio, los otros se van a ir como hienas sobre tu primo, que gracias a ti, no se encuentra en las condiciones físicas para rechazarlos.
-Esto es… una locura…
-Date cuenta que toda la situación se está uniendo a la visión y mucho de lo que llegue a suceder nos revelará que es lo que falta para que los Dioses le corten a su cantaleta. ¡Rayos! –Bakura miró su reloj- Tengo que irme, esta charla fue amena pero le prometí a mi niño recogerlo en la Biblioteca. Piensa en esto, Faraón, todo pende sobre una decisión. Ojalá y tu cerebro inútil se ilumine a tiempo, ¡Adiós!
La puerta se cerró con un azotón. Atemu volvió a sentarse, preocupado y angustiado. La muerte de Seto sería inevitable a menos que encontrara la causa. La desgracia y la maldición de los grandes Dioses Egipcios seguían amenazantes sobre ellos.
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Yugi salía cansado del edificio donde laboraba. Tenía una jaqueca y muy poco ánimo. Había discutido con Joey a su regreso. Su amigo parecía otra persona y no hubo manera de convencerlo de que Seto había sufrido era su culpa. Nunca pudo hacerlo cambiar de opinión. Le desanimaba que Joey se hubiera comportado tan mal y la discusión llegó al grado que tuvo que marcharse de la casa del rubio. Y además, su amigo venía acompañado de una chica con un perro, que parecían estar más cercanos a Joey que ellos, sus amigos y camaradas de Ciudad Domino. Angie. Esa misteriosa Angie. Discutir con su gran amigo y pensar en Atemu le deprimían. Su dolor era producto de pensar tanto en como solucionar ambas cosas y si acaso éstas estaban relacionadas. Atemu amaba a Kaiba, Joey amaba a Kaiba. Su duda era a quien deseaba el ojiazul. Sea cual fuere la respuesta, el no tenía esperanza alguna.
-No hay amor para mí –se dijo, caminando hacia su auto.
-Yugi –le llamó Marik.
Este se giró para mirarlo, el egipcio venía caminando despacio hacia él con un sobre en mano.
-Hola, Marik, ¿Cómo estás?
-Bien, bueno, ya sabes, Odión y mi hermana… ¿Tú como te encuentras?
-Estoy algo cansado, ¿qué deseas, Marik? Me siento un poco enfermo.
-Sólo te vine a buscar para darte esto –el egipcio le tendió el sobre- Muchas veces no sabemos cuando pedir ayuda, Yugi. Tú la necesitas.
-¿Y esto como me ayuda? –le preguntó tomando el sobre cerrado.
-Quizá te diga lo que tienes en tus manos y lo estás dejando ir como la arena entre tus dedos.
-¿Eh?
-Te envidio y no sabes cuánto –la mirada de Marik se llenó de amargura- Eres muy afortunado. Pero hay algo que tienes que hacer una vez más. Y esta ocasión no puedes mentirles a los Dioses. Tu corazón será expuesto. Sé atento a la señal, Yugi.
-¿Qué…
Marik se marchó con paso veloz. Yugi sintió que su cabeza reventaba, juraría que el egipcio estaba a punto de llorar. Miró el sobre, se sentía duro pero no adivinó que fuera. Abrió la portezuela y lo arrojó al asiento contiguo. Condujo todo el camino, tratando de entender que quiso decir Marik y su extraña actitud. Llegó a su casa. El abuelo ya había cerrado la tienda. Sin encender las luces, abrió la puerta y subió a su cuarto, saludando brevemente a Solomon. Una vez dentro de su recámara, se sentó frente a su mesa de estudio, para abrir el sobre. Una gruesa hoja de papiro cayó a la mesa. Estaba quemada de algunas partes y tenía un olor a viejo. Le dio vuelta. Trazos en tinta negra y un poco de color se apreciaban, sin ninguna forma conocida, excepto algunos jeroglíficos esparcidos en el papiro. Tomó una lupa para examinarlos.
Los simples garabatos lucían tan antiguos como los verdaderos papiros egipcios, pero no tenían secuencia de lectura. Era como si alguien los hubiera pintado al azar con líneas cruzándolos en un frenesí visual.
/ ¿Y esto en que me ayudará? Marik se ha vuelto loco /
Como coincidencia, sus ojos siguieron una línea. Sí tenía una forma. Una figura. Y cobraba vida.
Era un ave. Un halcón.
Su corazón palpitó aceleradamente.
De la misma manera en que entendió como armar el Rompecabezas del Milenio y más tarde el nombre de Atemu. Las líneas se convirtieron en signos, formas, escenas superpuestas. Un juego tridimensional de una composición de imágenes hechas a partir de una sola línea multicolor que se movía como si tuviera vida propia.
Planeaba frente a una playa sobre el mar abierto. Había algo aterrador en la manera en que volaba solitario y en las olas que se sacudían, furiosas pero agonizantes.
Sus manos empezaron a temblar vigorosamente. Ya no podía despegar su vista de aquél papiro.
El halcón voló hacia el cielo dorado que se volvió oscuro y frío. La Muerte. La calma absoluta y el olvido infinito. Ese cielo caía inexorablemente sobre el halcón que graznaba herido en la inmensidad de las aguas turbias.
Las quemaduras no era tal. Luz cegadora despedían como la luz que intenta entrar en una ventana cerrada, una puerta escondida. Su mente no veía otra cosa que esas imágenes.
Todo conocimiento, todo sentimiento, memoria y vivencias se colapsaban en un solo sentido de dolor como una concha que se encierra ante el caos a su alrededor. El halcón volando hacia lo insoldable del vacío.
-¡AAAAAHHHH!
Yugi cayó de espaldas, junto con su silla. Tenía lágrimas en el rostro y sudor frío. Su sueño. Su horrible sueño estaba ahí, vivo. Temblando de pies a cabeza, gateó hasta la mesita. Del papiro solo quedaban cenizas. Lloró abiertamente.
El Faraón iba a morir.
Todo empezó a girar y tinieblas nublaron su vista. Yugi cayó al suelo en el momento en que Solomon abría la puerta.
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(i) Einstein dijo que solo hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana.
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