Como agua y aceite | By : lainsagara Category: Spanish > Anime Views: 594 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
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-¿Tú? ¿Qué haces en mi oficina, idiota?
El corazón de Sanosuke empezó a latir como loco, sin control; hasta tuvo miedo de que su interlocutor pudiera escucharlo, sobre todo pensando en lo bueno que era para deducir cosas. Inhaló fuertemente y ya le iba a responder en el mismo tono frío e impersonal que había usado con él, cuando escuchó una segunda voz en la penumbra de la habitación; una voz conocida y que le desagradó sobremanera:
-¡Mira a quién tenemos aquí! El Cabeza de Gallo en persona…
Sano dio un respingo y volteó a su derecha, encontrándose con Chou, el ex juppon gatana, que estaba recargado en la pared y cruzado de brazos. Una venita de exasperación latió en la frente del recién llegado: si ya de por sí era malo encontrarse con el lobo en ese lugar tan deshabitado, lo único que le faltaba era que también estuviera allí el Cabeza de Escoba, fastidiando como siempre. Decidió no darle pie para que se burlara de él.
-¡Uhm! No pensé encontrarte aquí. Se me había olvidado que eres el perrito faldero de Saito… -dejó caer Sano con una sonrisa burlona, levantando una ceja y haciendo un ademán despectivo con la mano.
-¿Qué dijiste, pedazo de imbécil? –preguntó Chou en tono amenazador, y se acercó a Sanosuke dispuesto a darle pelea.
-Lo que escuchaste, idiota –escupió Sano, más que molesto con ese cretino de Chou. Quizá fuera buena idea desquitar su frustración con él-: Si Saito te dice “brinca” tu preguntas “¿qué tan alto, mi amo?”
El rubio tomó a Sagara de la camisa, murmurando cosas como “haré que cierres la boca, GALLO”, mientras éste levantaba el dedo medio y seguía provocándolo: “a ver inténtalo, ESCOBA”.
Estaban a punto de liarse a puños cuando se escuchó desde el fondo de la habitación el chasquido producido por un cerillo encendido. Con el cigarro en la boca y dando una profunda calada, el policía subió el tono para que se escuchara por encima del ruido de insultos y rabietas de los dos chicos (“¡Gallo!”, “¡Escoba!”):
-Antes de que peleen, par de inútiles, necesito saber qué haces en mi oficina encubierta y cómo diste con ella.
Su voz calmada no reflejaba impaciencia, pero Sano lo conocía y sabía por experiencia que si continuaban peleando iría a tranquilizarlos de un buen golpe. Soltó a Chou, empujándolo para abrirse paso hasta donde estaba el ex shinsengumi mientras éste exhalaba tranquilamente el humo del cigarro. Ahora que ya había pasado un rato en el lugar, podía distinguir perfectamente a través de la penumbra.
El policía se encontraba detrás de un escritorio de roble, con un montón de papeles amontonados sobre él. Tenía cara de muy pocos amigos (¡Como siempre! resopló Sano), y lo observaba acercarse sin el más mínimo cambio en el gesto. El más joven sintió que un ligero rubor calentó sus mejillas (¡Demonios! Cómo me gusta este tipo.. ), pero por suerte el lugar no tenía luz suficiente para que pudiera notarlo. Lo mejor era entregar la carta e irse, ver a Saito sólo le recordaba el sueño que tuviera tres días antes, y tener en su mente imágenes del lobo acariciando su pecho no era precisamente un buen pensamiento teniéndolo enfrente… A unos pasos del escritorio, le arrojó los dos sobres sobre la mesa y le dijo con voz seca, indiferente:
-Ahí tienes, la explicación de por qué y cómo llegué aquí. Me voy.
Se dio la vuelta mientras el lobo revisaba el sobre grande y leía la carta dirigida a Kenshin, para después continuar con la misiva confidencial. Sanosuke caminó hacia la salida, relativamente aliviado porque ya había cumplido su misión y entonces podría regresar a Tokio, cuando la desagradable voz de Chou volvió a elevarse (¬¬# ¿otra vez?):
-Pero ¿qué clase de visita es ésta? Sólo viniste a entregar una carta… ¡Ja! Y dices que el perro faldero soy yo… Al menos a mí me pagan, y no lo hago gratis como tú…
Sanosuke apretó el puño, enfadado: el Cabeza de Escoba estaba metiendo su narizota donde no le importaba...
-Además la carta está en pésimas condiciones –siguió hablando Chou, intrigando-, tengo el presentimiento de que quisiste leerla, entrometido…
-En primera, le hice un favor a Kenshin, tú no eres nadie para opinar sobre eso –respondió el aludido lo más calmado que pudo-. Y yo no abriría una carta que no está dirigida a mí, así que cuida tu bocota si no quieres que lo haga por ti.
-¿Ah si? Ven aquí a demostrármelo, Gallo de mie…
-Ya cállate Chou, eres casi tan molesto como Sagara. Él no sería capaz de abrir el sobre- resopló Saito. Había cortado a Chou con el brazo para que se callara, y Sanosuke hinchó el pecho de satisfacción y sonrió ante la muestra de reconocimiento del policía. Con el sobre en la mano, Saito continuó-: Dudo mucho que sepa leer…
El otro espadachín rió como histérico ante el comentario de su jefe, burlándose a más no poder; mientras tanto Sano se contenía para no irse sobre el lobo, dispuesto a quitarle a golpes de su estúpida cara ese asomo de sonrisita irónica que ostentaba por mofarse de él. En tanto Chou se desternillaba de risa, el peleador se acercó furioso a Saito pero en el último momento se detuvo porque creyó percibir en sus ojos ambarinos una expresión diferente… se diría que era una chispa de complicidad, y tuvo el extraño presentimiento de que no había sido por la burla sino por otra cosa.
Vaciló un poco ante esos ojos (¿está queriendo decirme algo con la mirada?) pero al final frunció el ceño y se retiró, lo más probable era que se hubiera imaginado el brillo en los ojos del mayor. Azotando la puerta de la oficina al salir, se dijo que sería la última vez que viera a ese hombre tan extraño.
Ya algo lejos de la montaña donde se encontraban las dos personas que le resultaban más odiosas en el mundo (exceptuando quizá a los hipócritas del Ishin shishi y los perros del gobierno), Sanosuke supo que lo mejor había sido largarse de ahí. Ese sueño que había tenido con Saito le seguía inquietando, sin embargo ahora que lo había vuelto a ver se había dado cuenta que era tan iluso como ilógico. El lobo jamás le haría caso, a decir verdad, ni siquiera estaba seguro de caerle bien…
Bufando enfadado con Saito y consigo mismo por haberse dejado llevar por un sueño tan estúpido, comenzó a caminar más rápido porque el cielo amenazaba con descargar una lluvia intensa, y en esos momentos no estaba para aguantar una incomodidad como aquella (seguir su camino empapado como una sopa).
oOoOo
-¿Vas a salir, Saito? –preguntó Chou con desgana, observándolo acomodarse el uniforme y tomar algunos papeles de su escritorio.
-Tengo que ir a atender unos asuntos al sur del país. Te dejo encargado, no tardaré en volver.
-¿Tiene algo que ver con la carta que te trajo el Cabeza de Gallo en la mañana?
-Eso es algo que no te importa, limítate a quedarte aquí –replicó escuetamente Saito, dirigiéndose a la puerta y tirando en la papelera el cigarro que estaba a punto de apagarse.
-¡Mph! Aunque soy tu subordinado, no puedes tratarme como a tu criado –se quejó Chou mostrándole su dedo medio bien arriba.
-No ladres...
Saito salió con una media sonrisa en los labios, dejando atrás las protestas del rubio que gritaba como loco detrás de la puerta cerrada.
oOoOo
Ya bajo el techo y el calor de la posada, Sanosuke comía con avidez un plato de soba, observando por la ventana el agua que caía ruidosamente sobre la madera. No era que los fideos fueran su plato favorito, pero llevaba casi un día sin comer y eso para él ya era decir mucho. Además tampoco estaban tan malos, tenían buen sabor y estaban calientes, con lo que se daba por satisfecho.
Tras haber pagado la cuenta por la comida (parecía increíble que comiera y pagara, pero se debía al dinero que viniera en el sobre que había entregado a Saito), subió a la habitación que le había indicado la anciana que administraba el lugar. Al principio lo había observado recelosa, quizá debido a sus cabellos parados o a que escurría agua por todos lados, pero cuando Sano sacó el dinero para pagar el cuarto y pidió tres platos de comida, le había sonreído abiertamente (…Interesada…).
Recostado con las manos bajo la cabeza, intentó no pensar en nada, pero inevitablemente su mente lo llevó a la escena de la mañana, en esa oficina oscura y silenciosa donde hallara a Saito. Cansado de darle vueltas al asunto de si debió hacer otra cosa aparte de entregar la carta e irse, decidió dejar su mente vagar por sí misma, sin juzgar ni tomarse las cosas en serio, simplemente recordar…
Saito estaba exactamente a como lo recordaba: calmado, impasible. No sabía por qué, pero cuando estuvo frente a él experimentó unos deseos enormes de acercarse y besarlo inesperadamente. Era muy difícil tomarlo por sorpresa, entonces plantársele y tomar sus labios se le hizo la cosa más excitante que hubiera imaginado. Se preguntó qué se sentiría probar esa boca y esa lengua (¡Tonto! Si ya hasta he soñado con eso...), sentir en su cuerpo la tela de los guantes rozar cada centímetro de piel... Ahora que pensaba en ello, supuso que Saito debía ser un amante estupendo, debido a su determinación y su carácter duro. Claro que no mostraba sus sentimientos, pero ese tipo de personas casi siempre resultaban impetuosas en la cama (él tenía la experiencia ya de varias mujeres así), pues se desfogaban precisamente en la intimidad...
Como sin querer, la mano de Sanosuke bajó hasta sus pantalones... Se encontraba solo, ya casi estaba oscureciendo y un poco de autocomplacencia no hacía mal a nadie ¿o sí?
Con el nombre del lobo en sus labios, revivió parte por parte el sueño que había tenido, en tanto se masturbaba lentamente: el dolor que experimentaba al creer que era una bestia, pero que fue cambiado por ondas de calor que se desplazaban por todo su cuerpo cuando descubrió que no había dolor en sus caricias ardientes... sus labios deliciosos haciendo presión sobre su cuello, propinando una que otra mordida aquí y allá, haciéndolo gemir quedamente... su gesto de quitarse los guantes con los dientes (¡Eso fue lo mejor!) y verlos caer junto a él... observarlo acomodarse a su costado, pero abrazándolo con brazos y piernas, y desgarrando las vendes de su abdomen... el contacto de la entrepierna enorme del ex shinsengumi, reclamando con fuerza un cuerpo que pronto le pertenecería...
Abrió de súbito los ojos, mientras una ola de placer recorría todo su ser, desde su centro mismo hasta sus pies y su cabeza. Soltó una exclamación ahogada con la última gota de su esencia, resoplando y limpiándose con un trapo que ya había dispuesto para aquello. En tanto terminaba de acomodarse, decidió salir al patio y refrescarse un poco, después de aquello lo más probable era que no volviera a tener sueños húmedos, y disfrutaría de una merecida noche de descanso.
Ya había parado de llover, y en el ambiente se respiraba la humedad típica de la hierba mojada, lo que lo reconfortó aún más.
Al bajar las escaleras y dirigirse al patio, pasó por el comedor de la posada. Pensó de pasada que no le vendría mal cenar algo, después de todo había hecho esfuerzo físico y su cuerpo tenía necesidades de nutrición (a decir verdad, cualquier pretexto le era válido para comer), cuando volteó hacia el rincón del lugar y se quedó casi pasmado: allí, en la última mesa y comiendo solo, estaba Saito con un plato de soba entre las manos.
El mundo le cayó encima a Sano: ¿es que también tenía que encontrárselo en la posada? ¿Qué demonios le pasaba que había dejado su oficina? Se dirigió al patio mostrándose indiferente, pero al pasar frente a él lo observó de reojo y notó claramente que sus ojos de lobo lo observaban pasar...
Afuera, todo estaba desierto. La posada colindaba con el bosque, por lo que esa hora no se veía ni un alma, únicamente los árboles oscuros y la brisa que susurraba entre sus copas. Se echó agua y permaneció un rato ahí, secándose con el viento frío de la noche. Esperaba no haberse ruborizado, menudo espectáculo habría sido ese (el segundo en un día), sobre todo por la insistente mirada de Saito.
Estaba indeciso entre regresar o no, cuando una voz demasiado conocida para él, habló a sus espaldas:
-Nos volvemos a encontrar...
Sanosuke se giró y lo contempló con calma. A la luz de la luna, sus ojos amarillos brillaban aún más, quizá un poco diabólicos, y en su boca llevaba el eterno cigarro.
-Ahora soy yo el que debería preguntarte: ¿qué haces aquí? –inquirió Sagara dejando el balde de agua en el suelo.
-Nada que te importe, como siempre, pero aún así te lo diré: tengo que volver a Tokio, me necesitan urgentemente –respondió Saito sacando el humo del cigarro. Se acercó a Sanosuke con lentitud, imponente.
El luchador pasó saliva, incómodo. La cercanía del policía lo inquietaba, y su corazón comenzó a acelerarse más de lo que hubiera querido. Aún así, no bajó la vista ni dio muestras del ataque cardiaco que estaba teniendo por dentro.
-Sé lo que estás pensando, tonto –comenzó Saito frente a él. Se había sacado el cigarro de la boca y le hablaba suavemente, erizándole los cabellos de la nuca-. Esos ojos y gestos tuyos gritan a quien los vea lo que sientes por mí...
-¿Qué estupideces estás diciendo? -Sano abrió ligeramente los ojos, intentando no notarse tan sorprendido ni que lo delatara su respiración. Lo sabía, el lobo sabía perfectamente lo que sentía por él, y lo demostraba en su manera de mirarlo y hablarle.
-Solamente quiero decirte dos cosas, novato (Sanosuke apretó los puños al escuchar esa palabra): número uno, yo tengo esposa…
Mientras hablaba lo iba arrinconando a la pileta de agua.
-Número dos, y la más importante –prosiguió a centímetros de su rostro-: no me gustan los hombres, así que vete haciendo a la idea.
-¡A mí tampoco me gustan los hombres! –estalló Sano, y era toda la verdad. No le gustaban los hombres, únicamente le fascinaba Saito.
-¿Ah no? Pues me da igual. Tienes suerte de que a mí tampoco, de lo contrario, te habría hecho mío hace mucho tiempo...
Y dicho esto se regresó a la posada, tirando en el camino la colilla. Sanosuke estaba de una pieza, sin moverse ( ¿...“te habría hecho mío hace mucho tiempo”? ¿Y eso qué mierda significa?). Lo alcanzó de tres rápidas zancadas, no se iba a quedar así; ahora o le explicaba, o lo golpeaba, o lo que fuera, pero no iba a dejarlo ir de esa manera.
Lo volteó del brazo y al tenerlo cara a cara, en vez de interrogarlo lo tomó de la nuca y cubrió su boca con la propia. Saito, al ser tomado por sorpresa (se habría esperado todo, menos un beso robado), ni siquiera metió las manos, por lo que Sanosuke se deleitó con rapidez con el aliento del lobo. Con fuerza y con deseo, introdujo su lengua en la boca del otro, quien reaccionó y lo empujó con fuerza para separarlo
El lobo lo miró con el ceño fruncido, escupiendo a los pies de Sano.
-Eres un idiota...
El más joven lo observó con una ceja levantada, pasándose la lengua por los labios: quizá se llevaría un golpe, pero había tomado por sorpresa al policía con un beso. Y, lo que le parecía más increíble, por una fracción de segundo había sentido que iba a ser correspondido. Bajando ligeramente la cabeza pero aún sosteniendo su mirada, Sanosuke esbozó una sonrisa. Como Saito seguía observándolo un tanto enfadado y desconcertado, Sanosuke se dirigió a la posada, empujándolo con el hombro al pasar.
-Tienes suerte de ser casado... –susurró al pasar junto a él, ahora sonriendo abiertamente con la expresión indignada del policía.
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Hola de nuevo... espero que les haya gustado este capítulo...
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