Por toda la eternidad. | By : Lumeriel_Melkoriniel Category: Spanish > Books Views: 1062 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: No poseo El Señor de los Anillos o El Silmarillion, ni sus personajes. No obtengo ganancias de esto. |
Infancia
Durante todo el día, el príncipe Curufinwë Fëanáro había estado en el gabinete que conservaba en el palacio real, intentando avanzar en el estudio de las declinaciones del idioma noldorin después del Gran Viaje. Sin embargo, era totalmente imposible concentrarse con el alboroto fuera de la estancia. Las risas y los chillidos llegaban desde todos lados. Con su padre y la concubina vanyarin de viaje hacia Valimar, el príncipe había creído contar con la tranquilidad necesaria en sus aposentos en el palacio real. Finalmente, se puso en pie y se asomó a la ventana. Debió de adivinar quiénes eran los culpables del alboroto: en el jardín, los hijos menores del rey correteaban y jugaban, supervisados por dos nodrizas, que solo reían ante las travesuras de los chiquillos.
El príncipe contempló unos minutos al elfin que fingía perseguir a su hermana menor por entre los macizos de flores. Nolofinwë y Lalwendë, los dos tan noldorin como su padre, tan diferentes de la hija mayor y el bebé recién nacido.
Fëanáro observó los juegos, distraído, siguiendo con la vista principalmente al varón, cuyas trenzas negras ondeaban a su espalda con la agitación de la carrera. Por un instante, deseó que su primogénito luciera así, tan como ellos. Amaba a su hijo, a su Nelyo; pero Nolofinwë… Su padre había hecho un magnífico trabajo al no dejar que nada de la sangre vanyarin aflorara en su segundo hijo varón. Fëanáro hubiese amado engendrar un niño así, tan semejante a él… Con un bufido de impaciencia, se apartó de la ventana y volvió a su trabajo.
…-…
Fëanáro abrió los ojos al escuchar que la puerta se abría. La hendija luminosa se amplió y una silueta ocupó parte de ella. Se incorporó en un codo para observar al niño en la puerta, con el ceño fruncido.
Nolofinwë apretó la almohada contra su pecho sin soltar el picaporte de oro y diamantes. La camisa de dormir le llegaba a las rodillas y se torcía en su cuello, desnudando un hombro. Los negrísimos cabellos lacios descendían sueltos hasta media espalda – demasiados largos para un elfin, en opinión de Fëanáro; pero encantadores, sin duda.
El mayor dejó escapar un suspiro y apartó el edredón, descubriendo un espacio en su cama. Sin esperar más invitación, Nolofinwë entró y cerró la puerta antes de correr sin que sus pies descalzos sonaran contra el piso brillante. De un salto, el niño se subió a la cama y se acurrucó en el espacio vacío, abrazando la almohada entre las piernitas. Fëanáro lo cubrió con el edredón y rodeó al chico con un brazo, acercándolo a su pecho y le apoyó la barbilla en los cabellos. De inmediato, lo sintió dormido.
Adolescencia
Fëanáro observó el fuego, distraído. Llevaba un rato en silencio, escuchando el crepitar de las llamas y pensando en las palabras de Nerdanel. Su esposa había dicho que su matrimonio ya no era el de antes, que muchas cosas habían cambiado entre ellos… y que no creía que volvieran a ser los mismos de una vez. Alzó la cabeza al percibir los pasos que se acercaban y a través de las llamas, vislumbró la esbelta figura.
Nolofinwë avanzó despacio, casi cauteloso hasta llegar al otro lado de la fogata, justo frente a su medio hermano y se dejó caer sin ruido, para sentarse con las piernas cruzadas. Ninguno de los dos habló.
…-…
Nolofinwë se volteó bocarriba, carraspeando entre sueños. Instintivamente, se acercó a la calidez del cuerpo cerca del suyo.
Fëanáro se movió para pasarle un brazo por el pecho y cruzó una pierna sobre las del adolescente, encerrándolo en el calor de su abrazo. Como tantas veces desde que su medio hermano era un niño y se escabullía en su habitación durante las horas de descanso. Cuando el muchacho volvió a moverse, no fue para liberarse del peso de los miembros que lo apresaban; sino para arrimar su boca entreabierta a la curva de la mandíbula junto a su rostro.
Juventud
Fëanáro abrió los ojos y se incorporó a medias para observar la ventana entreabierta. La hora de la Segunda Mezcla había pasado y después de todo el vino y las horas de ejercicio en los Juegos, había dormido más de lo que se suponía. Bajó la vista para encontrar a Nolofinwë dormido todavía. Recorrió con la mirada los firmes rasgos, cada vez más cercanos a los de un adulto. Nolofinwë maduraba aprisa. No solo su rostro perdía la suavidad de la infancia; sino que su cuerpo se endurecía, cada vez más fibroso y viril. Las numerosas trenzas finas en que peinara su abundante cabello se desparramaban sobre la almohada, desnudando la oreja puntiaguda y el cuello blanco. En algún momento se había despojado de la casaca de terciopelo azul y solo usaba la camisa blanca de cuello en V, con estrellas bordadas. Nolofinwë se movió, murmurando algo ininteligible y volteó hacia Fëanáro la boca entreabierta, en tanto alzaba una mano para agarrarse al frente de la túnica roja sin adornos.
Fëanáro contempló los labios rosados y húmedos, y se inclinó como atraído por una fuerza gravitacional. Dejó que sus labios rozaran levemente la boca del menor, y cuando no hubo reacción, presionó con determinación, deslizando la lengua en la cavidad. Movió los labios y la lengua, explorando y provocando, hurgando en las profundidades de la boca que no respondía; pero tampoco negaba. Se apartó lo justo para encontrar los ojos de plata azul fijos en su rostro, inquisitivos y… expectantes.
Se inclinó despacio, de vuelta a esa deliciosa calidez. Nolofinwë respondió – sus dedos blancos hundiéndose en los cabellos ondulados del mayor, su lengua yendo tras la de él, sus labios abriéndose y apresando, su cabeza girando obediente – y Fëanáro se movió para cubrirlo con su cuerpo, deslizando una mano por el costado de su cuerpo para llegar a la cadera. Sintieron cómo se endurecían a la vez, frotándose uno contra otro, moviéndose para encontrarse en una cadencia antigua y prohibida.
Fëanáro deslizó una mano entre sus cuerpos y soltó los lazos de las calzas de Nolofinwë. Se incorporó en las rodillas a ambos lados de él y recorrió con la punta de los dedos la erección de su hermano menor. Nolofinwë se arqueó debajo de él, gimiendo ahogadamente, negándose a dejar la boca que lo besaba aún. Apresuradamente, el mayor desnudó su propio miembro rígido y permitió que se frotara contra el de Nolofinwë mientras volvía a tomar su boca. Se movieron sincronizados, como un solo cuerpo, sus erecciones ardiendo en el fuego entre sus vientres. El éxtasis estalló al mismo tiempo en los dos, silencioso y brillante como la luz de los Árboles.
Adultez
Fëanáro tiró de su hermano hacia la oscuridad de la habitación desierta. Afuera, la fiesta por la mayoría de edad del Gran Príncipe Nolofinwë continuaba en su apogeo. El recién estrenado adulto sonreía, desconcertado por la impaciencia de su medio hermano.
Fëanáro ya le había entregado un obsequio durante la fiesta, en compañía de su esposa y sus hijos, con una estudiada expresión de desinterés y burla en su rostro perfecto. Pero ahora, aquí, lejos de las miradas, de los oídos, de las leyes… Fëanáro fue a por su boca con toda la pasión reprimida de las semanas de separación, con el hambre que había crecido a lo largo de las horas de celebración, viéndolo moverse entre todos, bailar con las doncellas casaderas, exhibir su exquisita belleza de generoso depredador.
No necesitaba verlo para recordar cada detalle de ese cuerpo que conocía hasta la saciedad. Con los dedos recorrió los músculos, los ángulos, las curvas… todo perfectamente dispuesto. Dibujó con la lengua las orejas adornadas por aros y cadenas de plata y zafires, la curva de la garganta arqueada hacia atrás, los pezones endurecidos, el abdomen tenso…
Nolofinwë ahogó un gemido y crispó los dedos en la melena leonada de su hermano mayor. Ni siquiera estaba seguro de cómo llegaran a estar desnudos, uno contra otro, la boca de Fëanáro en su cuerpo, en su sexo, devorándolo y bautizándolo, construyendo e invocando el más profundo de los placeres. El mundo estalló en luces cegadoras y cuando Fëanáro se incorporó, saboreó su propia esencia en el salvaje beso que tomó su boca.
Sin palabras, el mayor lo condujo a través del cuarto en penumbras hasta que se derrumbaron encima de un lecho mullido. Nolofinwë se recostó, suspirando satisfecho, vibrando con las caricias que recorrían su piel y redescubrían su excitación. Ahora la boca de Fëanáro descendió entre sus muslos y buscó su entrada, lamiendo y explorando. La lengua bajó más, hundiéndose en su cuerpo, provocando las paredes de su interior… hasta que Nolofinwë gimió entre dientes y se arqueó, ofreciendo más a la invasión, palpitando anhelante hasta que un dedo entró en él. Un ahogado ronroneo delató su satisfacción y Fëanáro introdujo un segundo dedo, empujando y acariciando, adentro y afuera, una y otra vez… Cuando el tercer dedo se sumó para probar la resistencia de su cuerpo y avanzar hasta hallar el punto que hizo estallar el placer en un grito inarticulado en la garganta del más joven, Fëanáro se irguió para devorar el gemido con un beso febril y se ubicó entre las piernas de Nolofinwë, abriendo los muslos con una caricia posesiva.
Nolofinwë se arqueó y jadeó cuando el sexo rígido de Fëanáro lo llenó, tensándolo más allá de lo que creyera posible, dolor y placer entrelazándose en una espiral inimaginable, llevándolo mucho después del límite que hasta entonces había tentado en las caricias y los mutuos juegos. Fëanáro jadeó en respuesta, disfrutando un momento la estrechez en torno a su miembro para luego moverse despacio, retirándose hasta casi abandonar el cuerpo de su amante y luego embestir, presionando el punto de nervios que derramaba gritos de éxtasis en su boca sedienta. Con una mano, rodeó la erección de Nolofinwë y acarició en el mismo ritmo de sus embates. Las piernas del más joven le ciñeron la cintura y unos minutos después, el deleite explotó en una tormenta de fuego y estrellas, y Fëanáro se dejó arrastrar, eyaculando una y otra vez, empujando en el anillo de fuego y lujuria que era Nolofinwë, su amante, su hermano.
Enemistad
Las palabras aún ardían en la garganta de Fëanáro, coléricas, hirientes, despectivas, cargadas de odio y rencor… y de celos. Al final, después de todo, Nolofinwë se había vuelto contra él. Había mostrado su verdadera cara: traidor, usurpador, ladrón… mentiroso.
Se detuvo al entrar en la forja. Había atravesado la ciudad a toda carrera, evadiendo las preguntas, las miradas… No era que le preocuparan; era que aún no sabía bien lo que había ocurrido… Solo sabía que Nolofinwë lo había traicionado. Todos hablaban de usurpación; él…
Contempló a su medio hermano. De pie en medio del taller, con sus elegantes ropas de corte en azul y plata, Nolofinwë desentonaba como una gema en medio del carbón, y era mil veces más hermoso. Fëanáro sintió el odio anudársele en la garganta y el deseo arder en su sangre y su piel como una segunda naturaleza. Nolofinwë lo contempló con esos ojos de estrellas y dio un paso en su dirección.
- Curufinwë… - dijo con esa voz baja, rica en matices, una caricia en sí misma.
Fëanáro negó con la cabeza, fieramente y en dos zancadas lo alcanzó. Le hundió las manos en los cabellos adornados con gemas y lo empujó a su boca, a su cuerpo… Nolofinwë protestó contra sus labios; pero enseguida devolvió el beso, anhelante, suplicando perdón con la entrega de su cuerpo y su alma. Y Fëanáro tomó su oferta.
Con manos febriles, arrancó los broches de diamante y turquesa, desgarrando en ocasiones la fina seda, hasta que la piel desnuda vibró bajo su tacto. La armadura con que acudiera al Consejo pesaba en su cuerpo, lo limitaba… y retrocedió un paso para despojarse de las piezas de metal. Nolofinwë se le acercó para ayudarle y durante unos instantes, el príncipe heredero se deleitó con la habilidad con que las manos elegantes de su medio hermano – el traidor de su medio hermano – liberaron sus
miembros de la armadura y apartaron la larga espada casi con reverencia. La misma espada que unas horas antes amenazaba su cuello, su vida.
Fëanáro agarró a Nolofinwë por los cabellos, obligándole a doblar ligeramente las rodillas para que quedara a su misma altura, y sus ojos centelleantes exploraron furiosos los exquisitos rasgos… hasta descender por la garganta ebúrnea y fijarse en esa marca, esa pequeña herida aún sangrante. Apoyó la boca contra el corte, saboreando la sangre, separando los bordes con la lengua, recorriendo la carne fresca y palpitante.
Nolofinwë gimió ahogadamente, el dolor y el placer agolpándose en su sangre, en su cerebro; su cuerpo respondiendo al fuego de Fëanáro. Como siempre. Como desde que tenía memoria. Cuando la boca de Fëanáro encontró la suya, sintió el sabor de su propia sangre y respondió a las caricias con salvaje pasión.
El mayor rugió en los labios de Nolofinwë. Deseaba destrozarlo, golpearlo hasta que no quedara nada de esa belleza que encendía su cuerpo, borrar de una vez esa sonrisa distante, vacía… En cambio, lo empujó a sus pies, bajando los párpados para observarlo a través de las pestañas, contemplando la obediente inclinación con que lo tomó en su boca. La cólera y el deseo carnal – dos emociones que solo su hermoso encantador radiante medio hermano podía provocar en él con igual ímpetu – se alzaron en su alma.
“¡Fuera de aquí y ocupa el lugar que te cuadra!”1
Las palabras que unas horas antes le gritara ante el trono de su padre, retumbaron en su cabeza. El lugar… Este era, sin dudas, el lugar de Nolofinwë: a sus pies, debajo de él, contra él, con él. Con un gemido ronco, eyaculó en la cálida humedad de la garganta que presionaba su verga. Controlando los estremecimientos que dejara el orgasmo, se arrodilló frente a su medio hermano y tomó con una mano el miembro rígido mientras su boca regresaba al corte en la garganta blanca y tensa. Sus caricias fueron rudas, casi crueles, más castigo que recompensa. Nolofinwë echó la cabeza más atrás y sensuales gemidos brotaron de sus labios brillantes en tanto el semen empapaba la mano de Fëanáro.
Fëanáro no esperó a que se recuperara para obligarlo a tenderse de espaldas y con hábiles movimientos de sus largos dedos, llevó los fluidos entre las nalgas, usándolos para preparar la entrada. De nuevo su sexo estaba duro – más que antes – excitado por la visión de Nolofinwë vencido por el éxtasis, rendido a él… No perdió tiempo: entró en su cuerpo con una violenta embestida, haciéndolo arquearse de dolor, sintiendo los dedos que se crisparon en sus caderas cual garras que buscaran tanto apartarlo como mantener la unión. Embistió el anillo de fuego y lujuria que siempre perdía su sangre y su alma. Quería escuchar los gritos de Nolofinwë, gritos de dolor y súplica… y cuando llegaron, por un momento, todo recuerdo de traición abandonó su mente. Lo que importaba era “él”, su hermoso y traicionero hermano, este delicioso tramposo que era el único que podía igualar el fuego en su alma y saciar el hambre de su cuerpo. Sintió que Nolofinwë se balanceaba al borde del clímax, su cuerpo ciñéndolo en erráticas espirales de anticipación y con un gruñido, se retiró hasta casi abandonarlo.
Nolofinwë se tensó, comprendiendo el mudo comando, como tantas veces antes que fuera un juego; pero hoy era un castigo. Alzó los párpados para mirar a Fëanáro. Con toda certeza, debía de haberle hablado antes de acudir a su padre; pero él y Fëanáro no hablaban, solo… solo eran esto: unas horas de pasión, sus cuerpos y sus espíritus ardiendo, sus almas enredadas en una madeja de odio, tensión, lujuria… pecado. Nada más. No había espacio para palabras entre ellos. Nunca lo hubo. Nolofinwë había creído durante muchos años que no tenían necesidad de hablar, que sus almas estaban conectadas de tal forma que bastaba una mirada, una respiración, un roce… pero finalmente había aprendido que era solo que no existían palabras para definir esta locura. Por otro lado, Fëanáro no quería palabras, no quería un amigo, un hermano… un amante; solo quería su cuerpo y sus gemidos, y eso, Nolofinwë también estaba dispuesto a darlo… porque nunca se habría atrevido a dar las palabras que llevaba encerradas en su pecho.
“Dice que le perteneces.”
La frase centelleó en la mente de Fëanáro, impactando la de su medio hermano, cuyos ojos se abrieron, desconcertados.
“¿Quién?”, fue la respuesta.
“Melkor. Te vi con él en el Festival. ¿Se acostó contigo? ¿Eres su amante?”
Las palabras quemaban la mente de Nolofinwë. No comprendía esta cólera de su medio hermano, y no entendía de dónde sacara tales ideas. Sin embargo, sí recordaba todas las veces que viera al Vala recién liberado rondando a Fëanáro, sus obsequiosas miradas, sus atenciones sumisas… y se preguntó si en cierto modo, no había estado ciego, ciego a la realidad del corazón de su hermano.
- No sé de qué hablas -, replicó en voz alta, rompiendo el vínculo mental que durante años disfrutara con Fëanáro, como una caricia íntima, escondida de todos.
- ¡Mentiroso! – rugió Fëanáro, rodeándole la garganta con una mano al tiempo que se hundía en él de vuelta con un poderoso embate -. Eres un maldito mentiroso, Nolofinwë.
El menor no objetó, cerrando los ojos, aferrándose a los recuerdos para huir de la violenta posesión, odiándose por disfrutar incluso esto. Por amarlo a pesar de todo. Por amarlo de una forma que estaba prohibida. Con un sollozo de impotencia que se transformó en gemido, se dejó ir.
Fëanáro aflojó el agarre y perdió el ritmo de las embestidas, absorto en el delicioso espectáculo de Nolofinwë perdido en el orgasmo. Se corrió en él, llenándolo con su semilla y con cada embate cada vez más lento, deslizó el pulgar por el costado del cuello, sintiendo el pulso errático, la sangre todavía húmeda. Se derrumbó sobre su pecho y rozó con los labios la piel sudorosa y ardiente antes de rodar sobre sí mismo, alejándose.
- Lárgate. – ordenó, inexpresivo, sin mirarlo -. Piérdete de mi vista, Nolofinwë.
El menor ni siquiera protestó. Con piernas todavía temblorosas, se incorporó y se vistió. Fëanáro volteó a verlo marcharse: por un segundo, Nolofinwë se detuvo en la puerta – como tanto tiempo atrás cuando era un elfin y esperaba la señal de su hermano para saltar a su cama, a sus brazos -; pero finalmente, salió sin mirar atrás. El hijo de Míriel se apretó el pecho, consciente de repente de que por fin había alejado a su medio hermano de él.
Muerte
Sintió cómo sus hijos lo cargaban. Los látigos de los Valaraukos habían destrozado su torso y supo que era el final. No viviría para recuperar sus Silmarils. Ordenó a Nelyo que se detuvieran y lo dejaran en el suelo. No tenía caso retrasarlo. Tendido en la hierba fresca, sintiendo la sangre abandonarlo, escuchó a Curufinwë sollozar a su lado, experimentó el suave roce de las manos de Cáno en la suya, vio los encendidos cabellos de su primogénito… sus hijos. Sus maravillosos y perfectos hijos. Amados más allá de lo que cualquiera pudiera imaginar… y los había arrastrado aquí. A todos. A sus siete hijos, a sus leales… a Nolvo. En ese momento supo que él encontraría la forma de llegar, que en ese instante, Nolofinwë marchaba a su encuentro… a pesar de todo. Como destellos, las imágenes de sus horas juntos pasaron por su mente; en especial, esa últimas horas, después de Alqualondë, cuando Nolofinwë de nuevo acudió a él y con las manos aún manchadas de sangre, le entregó una vez más el regalo de su pasión, de su lealtad, de algo más que Fëanáro no se atrevía nombrar porque hacerlo sería admitir que había sido un imbécil, que había rechazado el mayor tesoro que se le ofreciera en la vida.
- Imbécil -, musitó y casi sonrió al ver que Nelyo se inclinaba para escuchar mejor.
Quería esperar. Podía esperar a que Nolofinwë llegara, a ver de nuevo esos ojos de plata azul encenderse de pasión. Podía…
Su espíritu ardió, devorando su cuerpo con la misma energía incontrolable que ardía antes por su hermano.
Arda Rehecha
Solo Finwë podría conseguir que vistiera una túnica tan aparatosa, con bordados de oro y gemas en el cuello y en el pecho. Era casi un milagro que pudiera caminar; en especial con esas botas de punta curva y cadenillas de plata… ¿de dónde rayos había sacado su padre esa moda tan ridícula?
Ocultó la mueca al llevarse la copa a los labios. Su mirada fue hasta el estrado encima del cual se ubicaban los tronos. Tres tronos. Para el Rey y sus dos esposas. Por fin, Fëanáro había conocido a su madre. Después de cientos de miles de años. La había abrazado y había sabido que ella lo amaba. Era extraño ver a Finwë acompañado por las dos mujeres que amara. Indis sobre todo había reaccionado de forma insospechada, dando la bienvenida a su antecesora en el lecho del rey cual si se tratara de su hermana perdida y vuelta a su lado después de la Dagor Dagorath. También Míriel había aceptado la convivencia con la segunda esposa como si fuera una especia de bendición.
“Me hubiera gustado tanto darte hermanos, Fëanáro”, había dicho Míriel, contemplando a sus medios hermanos. “Ojalá hubieses tenido más tiempo. Debiste aprovechar cada momento con ellos, hijo mío”.
Lo había hecho. A su modo. Bueno, tal vez no con todos sus hermanos; pero definitivamente…
Su mirada vagó por el salón para detenerse en el grupo formado por los hijos de Nolofinwë. Findekáno pasaba el brazo por encima de los hombros de su hijo, Gil-Galad, y sonreía a algo dicho por Irissë. No necesitaba esforzarse mucho para recordar el cáustico humor de la única hija de Nolofinwë. Turukáno abrazaba a su recuperada Elenwë, quien pereciera en el hielo del Helcaraxë. En medio de ellos, Anairë envolvía a sus hijos con la mirada, desbordándose el amor en sus ojos azules. Fëanáro entendía que su hermano amara a aquella criatura, entendía que ella hubiese conquistado su corazón a pesar de… todo, y sentía celos. Celos de que ella hubiese tenido su amor y no temiera corresponderle. Celos de que ella pudiera corresponderle.
Arda había sido rehecha. Supuestamente, toda mácula había desaparecido después de la derrota definitiva de Morgoth y de que la luz de los Árboles fuera recuperada al romper los Silmarils; sin embargo, el deseo ilícito, incestuoso permanecía. Él seguía anhelando a Nolofinwë de una forma que no era natural. Tal vez, él no debía de haber vuelto a este nuevo mundo.
Su mirada encontró al grupo formado por sus hijos y sonrió a medias. Vio cómo Nelyo se erguía cuando la risa de Findekáno estalló por encima de la música y cómo los ojos de Turcafinwë se llenaban de emoción al mirar a Irissë… y se dijo que quizás no todas las máculas habían desaparecido de Arda. Quizás no eran máculas del todo. Percibió la mirada de su padre y lo miró para dedicarle una sonrisa apasionada. Finwë le correspondió, mitad gratitud, mitad amor… y algo de consuelo. El príncipe adivinaba que su padre – y todos los demás – creían que su seriedad era ocasionada por haber tenido que destruir los Silmarils, su obra más preciada. Nadie podría siquiera suponer el verdadero motivo de que se mantuviera apartado, vacío. Las noticias decían que Nolofinwë había regresado como un héroe, conduciendo junto a Eonwë el ejército de la luz, desde el mismo trono de Eru Ilúvatar. Un maldito héroe. Sin embargo, aún no lo había visto en el palacio.
Ni siquiera en las Estancias de Mandos, cuando la noticia de su duelo con Morgoth corriera entre los espíritus como fuego vivo, Fëanáro había vuelto a ver a su hermano. Námo condujo a Nolofinwë directamente a las Puertas de la Noche y Fëanáro apenas alcanzó a percibir su presencia, un doloroso recuerdo de su locura, de su estupidez. En Mandos, Fëanáro aprendió que Morgoth había mentido una y otra vez, que Nolofinwë no había prestado oído a ninguna de sus promesas, que Nolofinwë nunca – nunca – lo había traicionado. Pero antes… antes fue tan fácil creerlo. Era imposible no desear a Nolofinwë. Era imposible conocerlo y no sucumbir a la lujuria, a la fiebre… al hambre. Era imposible que alguien permaneciera impasible ante él… y para Fëanáro fue sencillo creer que el Vala oscuro deseaba a su medio hermano – como sin duda lo hacía -, y también fue fácil creer que
Nolofinwë guardara secretos. Después de todo, durante años habían fingido no sentir nada uno por el otro. Durante años, Nolofinwë había mostrado a todos la máscara de Alto Príncipe que mejor lucía y en la intimidad, era un ser totalmente opuesto al político noldorin. Sin embargo, en la soledad en Mandos, Fëanáro recordó sus miradas, sus caricias, su entrega… y tuvo casi la certeza de que haber sido amado. Pero Nolofinwë no había acudido a él, incluso luego de la victoria. Sabía que se había reunido con sus padres y con sus hijos, que había visto a su esposa – la bella y fiel Anairë -; pero no había buscado al hermano que lo abandonara, al amante que lo traicionara… una y otra vez.
Dejó la copa encima de la bandeja que llevaba un sirviente y por encima de él, vio cómo su hijo se inclinaba hasta que su cabeza quedó a la altura de la oreja adornada por aros de plata de Findekáno. La envidia reptó en su pecho al ver que el brazo de Nelyo rodeaba la cintura del otro elfo con naturalidad e indiscutiblemente, posesivo.
Envidia.
Deseo.
Lujuria.
Añoranza.
¿No eran esas aún máculas en Arda Rehecha? Tal vez, él siempre cargaría con esa sombra, con el dolor allí donde fuera.
Se dirigió a una de las puertas, esquivando a todos, alejándose instintivamente de Nerdanel, que ya se encaminaba hacia él.
“Curufinwë.”
La voz de su padre se deslizó en su mente como una caricia. Giró a medias para encontrar sus ojos suaves, afectuosos.
“Padre”, murmuró por la misma vía.
“Tu hermano llegará en un momento. Está preparando su viaje a Valimar, donde los Aratar han requerido su presencia para que conduzca el viaje de regreso a Endorë.”
“¿De regreso?”, vaciló. ¿Nolofinwë abandonaría Tirion? ¿Con su familia?
“Algunos desean regresar al mundo que conocieron y amaron, aquel por el que sangraron.” Finwë desvió la mirada hacia donde Nelyafinwë escuchaba lo que su primo decía, con los ojos ávidos y los labios entreabiertos. “Findekáno se lo comunicará a Maitimo esta noche. Por si quiere acompañarlo. ¿Se lo permitirías?”
“La felicidad de mis hijos es mi felicidad, padre”.
“Así como la de mis hijos es la mía”, sonrió el rey y con un gesto, indicó la puerta que conducía a los aposentos reales. “Creo que deberías de conversar con tu hermano. Tal vez pudieras acompañarlo en este viaje, conocer el mundo… conocerlo a él.”
“No creo que Nolofinwë…”
“Yo creo que él estará encantado con la posibilidad. Al menos, deberías de intentarlo y decírselo.”
Fëanáro siguió la dirección que indicaba el gesto de su padre y tomando aire con determinación, echó a andar.
A Endorë. Nolofinwë iría a Endorë. Y su padre no había mencionado a Anairë. Solo Findekáno estaba incluido en esa partida. Y Nelyo, por supuesto. Antes se derrumbaría de nuevo el mundo antes de que Nelyafinwë Maitimo volviera a dejar que le apartaran de Findekáno. Pero Nolofinwë iba solo. Tenía que ir con él. Allí, lejos de las leyes, de los ojos indiscretos, de lo correcto… podría recuperar a su amante y hermano, podría llegar de nuevo al corazón de Nolofinwë. Estaba seguro de que la pasión renacería con unas caricias y a través de la lujuria, Fëanáro obtendría el amor de Nolofinwë. Para siempre.
Se detuvo a mitad del corredor, contemplando la figura que se acercaba con paso firme, la respiración trabada en su pecho. Nolofinwë continuó caminando hasta estar a unos pasos de él. Sus hermosos ojos de plata azul se fijaron en el rostro de Fëanáro, inquisitivos y suaves.
- Curufinwë -, dijo con esa voz rica en matices y la pasión rodó en la sangre y los huesos de Fëanáro.
El príncipe dio un paso, cerrando la distancia entre ellos y ensayó el discurso que convencería a Nolofinwë.
- Esperaba encontrarte en el salón -, dijo el menor en su lugar -. Quería invitarte a acompañarnos a Endorë. Partiremos después de la audiencia con los Aratar. Creo que Maitimo se mostrará de acuerdo en acompañar a Findekáno y tu nieto también pareció entusiasmado de viajar con Lómion y Gil. Pensé que… quizás… quizás Valinor te quedaría un poco estrecho ahora. – Lo observó y Fëanáro vio el rubor colorear las mejillas de Nolofinwë cual si fuera un adolescente -. Puedes considerarlo. Entenderé si no deseas acompañarme… si no quieres mi compañía… pero, por favor, considéralo… hermano.
Esa sola palabra decía todo. Fëanáro extendió una mano y agarró al otro del hombro, tirando hacia sí. Sus dedos se crisparon en las solapas de la túnica azul, subiendo luego al cuello, a los cabellos sueltos, perfumados… empujando contra su cuerpo anhelante, hambriento… Se lanzó a por la boca entreabierta, jadeante… y usó dientes y lengua para marcarlo, para reclamarlo de vuelta, para… suplicarle.
Nolofinwë hundió las manos en la melena ondeada de Fëanáro y tiró rudamente para enfrentar los ojos brillantes de pasión.
- Esto no es… una respuesta, Fëanáro -, exigió roncamente -. ¿Vendrás conmigo?
Fëanáro mediosonrió, deleitándose en la belleza que le pertenecía. Bajó los brazos para acercarlo más a sí, demostrando de forma tangible el efecto que tenía en él después de tanto tiempo, de la traición, del odio… de la muerte.
- Ven conmigo ahora -, musitó pegando la boca a su oreja.
Nolofinwë se dejó arrastrar de vuelta a la alcoba que abandonara unos minutos antes. Dentro de la habitación, giró frente a Fëanáro y cayó en su beso con una voracidad que hacía arder sus pieles mientras se arrancaban las ropas. No llegaron al lecho; sino que se desplomaron en el suelo y esta vez, sin vacilar, sin esperar, Fëanáro buscó a su hermano y se ofreció todo, para que
Nolofinwë lo llenara con su cuerpo, con su fuego, con su luz. Juntos gimieron, sus cuerpos entrelazados, sus almas por fin tocándose, ardiendo, ardiendo… estallando en una luz más poderosa que la de los Valar.
Permanecieron juntos, piernas y brazos enredados, jadeando aún en los espasmos del orgasmo, mirándose y bebiéndose uno al otro. Por un momento, ambos guardaron silencio, esperando que un rayo cayera en la alcoba, destruyéndolos para borrar la última mancha en la perfección de Arda.
- Te seguí -, dijo al fin Nolofinwë -. Te seguiré siempre, hermano.
Fëanáro asintió, sonriendo.
- Lo sé. Yo estaba loco. De celos… de… de desesperación… de rabia por no poder tenerte así, mío… Solo mío. Para siempre.
- ¿Por qué? ¿No sabías que yo…?
- Lo sé. – Le apoyó dos dedos en los labios, con dulzura. – Me va a encantar tenerte solo para mí en Endorë. Creo que Findekáno y Nelyo estarán felices de vivir con nosotros.
- ¿Hablas en serio? – enrojeció Nolofinwë.
Fëanáro casi se echó a reír. Siempre había creído que ellos no precisaban palabras y por no hablar, Morgoth los había enredado en su red de intrigas. Pero ahora estaban juntos y sus corazones latían al unísono, y sus mentes eran como una sola. Ahora sí no necesitarían palabras nunca más. Sin embargo, Fëanáro sintió la necesidad de decirlas, de ser el primero en decirlas.
- Siempre estaré contigo, hermano… - apoyó los labios contra los de Nolofinwë -, mi amor.
Nombres en quenya.
Fëanáro/Curufinwë: Fëanor
Nolofinwë/Nolvo: Fingolfin
Findekáno: Fingon
Nelyo/Nelyafinwë/Maitimo: Maedhros
Cáno/Canafinwë: Maglor
Turcafinwë: Celegorm
Curufinwë: Curufin
Turukáno: Turgon
Irissë: Aredhel
Lómion: Maeglin
Lalwendë: Írime.
1* De El Silmarillion
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