Sin límites | By : Nomeimportamorir69 Category: Spanish > Anime Views: 8828 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: Dragonball, así como Trunks, Pan y Goten, son obra de Akira Toriyama. Hago esta historia sin ningún fin de lucro, no obtengo ninguna recompensa. |
Sin límites
A veces, la brutalidad necesita triunfar
...
Diez años había tenido que esperar. Diez malditos años rasguñando las paredes por causa del deseo que ese hombre, como si de una musa se tratase, le inspiraba al más lascivo lado de su persona. Era verlo, olerlo, rozarlo y agonizar. Las ganas le nacían y se le exteriorizaban inmediatamente. Todo Goten lo sumía en un estado de locura, mínimo, peligroso. Y es que Goten lo viraba. Goten lo convertía en otro ser.
Y todo lo que rodeaba a Goten también.
Por la obsesión a la cual Goten lo inducía, había decidido actuar. Pero no: lo haría a su manera, jugando. Disfrutaría como una buena sesión de sexo lo que, hacía una semana, había descubierto de él y de su entorno. De cierto miembro de su familia.
—Entonces, entonces, entonces, señor Goten... —exclamó Trunks, lanzando así su primera carta en el juego enfermo al cual daría inicio. Cada «entonces» fue acompañado por un golpe seco a la superficie de la mesa del bar donde se encontraban aquel viernes por la noche—. ¿Me dirá, acaso, cuál es su más perversa fantasía?
A su lado, Goten, que estaba ebrio, luchó por mantenerse erguido, por no caer inconsciente sobre la mesa.
—Perversa... —Golpeó su pecho para luchar con el hipo que, de tanto en tanto y a lo largo de la noche, lo amenazaba—. No sé para qué quieres saber...
Una mano viajó hasta su rodilla. El dueño de la mano masajeó, acarició, remitió a Goten a confusas escenas del pasado.
Al parecer, eso no había quedado atrás.
—Me excitaría saberlo, pues.
Goten, como pudo, entre el hipo y el asco y las ganas y el endurecimiento (cuando se tiene sexo inolvidable con una persona el mero tacto evoca oleadas de placer), corrió la rodilla lo suficientemente lejos de Trunks. Tenía que resistir.
—Éramos adolescentes y queríamos probar... —balbuceó Goten, luchando contra la hambrienta hombría erecta que le pidió, por la caricia, recordar con su físico el pasado—. Olvídalo, ¿quieres? Ya-ya pasó...
La mano se retiró. Goten se sintió mal por ello. Trunks agonizaba y él también lo hacía. Uno por desear hacer, otro por dejar ser hecho. Como antes.
—Dime cuál es... ¡Me muero de curiosidad!
Goten, hipando aún, respondió:
—Mi sobrinita...
Se arrepintió en el mismo segundo en que lo dijo. No, esa fantasía era la más íntima que tenía. ¡Maldito alcohol, que lo indujo a decírselo al más perverso ser (apetecible, sensual) que conocía y conocería! Maldito él por tomar tantos vodca con energizante, hasta ese punto del mareo y la honestidad brutal. A su lado, sin que él pudiera notarlo, un rostro impertérrito ocultaba la escena pornográfica que se plasmaba trazo a trazo en su cabeza. Trunks se lo imaginó todo, de nuevo. De nuevo, sí.
Porque Trunks ya lo sabía.
—Yo también le daría duro a tu sobrinita, ¿sabes?
Goten, que ya estaba rojo por el alcohol, mutó a azul, el mismo azul de los ojos de Trunks, al escucharlo.
—¡Nooo!
—¡Sííí!
—Te odiooo.
La mano retornó un segundo a su rodilla. Una caricia sugerente y se retiró. No solo ya lo sabía; sabía incluso más que Goten. Por ese motivo, sabía que tenía el as de espadas bajo su manga.
Pero no dejaría que su camarada lo supiera hasta que ella pudiera hacérselo saber.
—Son Goten... —Trunks suspiró. Exudaba una confianza tal que lucía más soberbio que de costumbre. Parecía, era, el rey del universo—. Mataría por dos Son la misma noche. O por tu cuñada, o incluso por tu cuñada y tu hermano. O por tu hermano y tú. Aunque te prefiero a ti antes que a ellos...
—¡Perversooo!
—Y a mucha, muchísima honra. Sabes que no hablo abiertamente de esto, pero... pero... Oh, sí... Yo me follaría con ganas a muchas personas, si pudiera... —Trunks terminó su whiskey y se levantó de su asiento. Lanzó un considerable número de billetes a la mesa—. Ya me voy, Goten. Tengo mucho por hacer...
Y tambaleándose se fue. Caminó, corrió, voló a su departamento de soltero, un antro sensual ubicado en el centro de la Capital, inmenso penthouse de decoración minimalista. En su cama de sábanas plateadas, más borracho que sobrio pero excitado al fin, pensó. Pan, la sobrina de Goten. Oh, sí. Adorable muchachita lookeada de niño de unos dulces 22 años.
Le daría duro, si pudiera.
Y lo haría. Con la valiosa carta en la manga, sabía que su máxima fantasía se cumpliría más temprano que tarde. Y volvería a tener bajo su pene el cuerpo que más lo excitaba. Ese cuerpo y otro más.
El cuerpo de Goten y el cuerpo de Pan.
...
Al día siguiente, un mensaje de texto enviado por medio de la aplicación de mensajería instantánea del celular le dijo «hola» a Goten. Este, inconsciente en su cama, lo leyó desganado. No sentía deseos de nada, nunca más. No respondió; nada detuvo a Trunks. Pronto, llegó un mensaje de audio. Goten tembló un instante, y luego, escuchó:
—Tu sobrinita desnuda, tocándose para ti, mostrándote sus pechos y su sexo rosado y delicioso. Tío, dame duro. Quiero duro y bien. Quiero que me des duro y me enseñes a follar...
Goten, así, recordó: sí, le había dicho a Trunks que su más inconfesable fantasía era la de tener a su sobrina en la cama. Maldito alcohol y todos los insultos, los mismos y en mismo orden, que la noche anterior. Se levantó con el cuerpo partido en dos producto de la resaca. Trunks, si de sexo se trataba, no tenía límites. No dudaría en buscar a Pan. A Trunks le gustaba cumplirle las fantasías. Todas.
—Te gustará, Goten. Prometo hacértelo muy, muy bien...
Todas, sin excepción.De adolescentes habían tenido sexo porque Goten, demasiado tímido y demasiado necesitado de hacerlo, había cedido al capricho de Trunks de probar con su mejor amigo. Cosas de adolescentes, pura y sana experimentación. Durante unos cuatro años habían tenido un sucio, inolvidable sexo. Goten había aprendido todo y más del liberal Trunks. Un día, no obstante, dejaron de hacerlo. Goten, decidido a dar rienda suelta al heterosexual que sabía portaba, se aventuró a distintas relaciones con mujeres y terminó diez años junto a la linda y conservadora Pares. Hacía cinco meses que había terminado con ella. Desde ella, nada. Muy divertido había sido enseñarle a tan inocente muchacha todo cuanto sabía, pero eran demasiado distintos. Diez años después la magia se había apagado. No se complementaban. Con nadie lo hacía por completo.
Menos con Trunks.
Más de trece años sin ceder ante su mejor amigo, y cada día se debatía en su interior por una suerte de deseo irracional que Trunks le provocaba. Se odiaba por desearlo. ¿Por qué? Trunks mismo se lo había explicado, entre copas, poco tiempo antes del fin de su relación con Pares:
—Lo que pasa —le había dicho en aquella ocasión— es que tú y yo nos complementamos bien, Goten. Somos saiyajin y podemos hacernos toda la fuerza que tenemos que reprimir con las mujeres y con cualquier ser humano que no porte esta sangre que nosotros sí portamos. La brutalidad animal que nos pide nuestra sangre guerrera hace que nos sintamos irremediablemente atraídos.
»Y te martirizas por ello porque te reprimes, Goten.
Y entonces Pan. Pan, su sobrina. 22 años y poder incalculable. Casi nadie podía hacerle frente, no considerando la dedicación veinticuatro-siete que le daba a entrenar. Goten la sentía más su prima que su sobrina, pues la relación que tenían era más de ese estilo, quizá por la diferencia de edad menor a quince años de los dos. Nunca había tenido la autoridad de un mayor ante ella; eran dos iguales. La había visto crecer, desarrollarse, madurar. Un día, viéndola entrenar, la atracción le nació: ya no era una niña; era una mujer de mortales curvas, de mirada penetrante, de voz chillona y eternamente aniñada. Era saiyajin. Como él. La tentación que le nacía con Trunks le nació con naturalidad al verla desplegar, durante un efímero entrenamiento, todo su poder. Se había reprochado, se había odiado por anhelarla; se había tocado lleno de vergüenza. Tocarse con su sobrina era tocarse con su propia sangre, una masturbación sanguínea, una masturbación de venas, no de pene.
Tocándose con una poderosa guerrera, quizá como sus antepasados lo habían hecho.
Hacía una semana, por motivo del cumpleaños trecientos-muchos del maestro Roshi, se habían reunido todos los Guerreros Z. Pan, persona caprichosa si las habrá, pidió que la retaran. La retó Yamcha, Tenshinhan, Yajirobe, ¡incluso el propio Roshi! Claro que ninguno le ganó. Trunks se dispuso a retarla, pero Goten, como queriendo protegerla de uno de los guerreros más impredecibles que existían, pues Trunks podía no ser el más fuerte pero sí era peligroso y mortífero, portador de una sangre superior, un príncipe, lo hizo primero. Perdió. Mientras Goten peleaba con Pan, el deseo por ella le reflotó de forma tal que, a estas alturas, ya no podía más. Cinco meses sin sexo, y Trunks comenzaba a mirarlo con los ojos de la adolescencia, y Pan cada día tenía mejores curvas y un olor exquisito y una fuerza abismal.
Necesitaba follar lo más pronto posible. Con quien fuera.
Frotándose el bulto, se dijo lo mismo que lo consolaba desde hacía meses: la deseaba porque era guerrera. Maldijo a Bra por no entrenar, por ser tan terrícola, por no tener un ápice de interés por su otra sangre. Desear a Bra sería polémico por la diferencia de edad; sería más tolerable porque se tocaría el pene y no las venas al masturbarse. Y lo había intentado, mirar con lascivia a Bra. Nada. Era una terrícola más. Ni pensándola como una Trunks femenina había podido llegar al clímax.
Trunks. Seguramente, él tenía todas las respuestas. Pero no quería llamarlo. Negó mil veces por segundo, fastidiado, excitado, con las venas del vínculo y el pene del deseo bisexual erectos, todos. Trunks, como si lo mirara por una cámara (no era descabellado pensarlo), como si le leyera la mente (eso mucho explicaría), como si fuera su dueño (lo fue, lo es, lo será), lo llamó primero:
—Hola, Goten.
—No me jodas, Trunks.
—Tonto. Quiero hablar en serio, no molestarte. Lo que dijiste anoche me tiene prendido, no puedo dejar de pensar en eso. ¡Es tu culpa!
—Trunks, yo no...
—¿Quieres que hable con ella?
—¡¿Eh?!
—Podría invitar a salir a Panny y averiguar si...
—¡NO!
—¿Por qué no?
—¡Es mi sobrina!
—¿Y? Goten, creo que hay cositas sobre tu cuerpo y tu instinto que no entiendes.
—No te hagas el sabelotodo...
—¿Estás en tu cuarto? ¿En tu cama?
—Sí, y tengo mucha resaca.
La comunicación se cortó.
—Yo me encargo...
La voz de Trunks no.
Cuando Goten lo vio en el umbral de la puerta de su cuarto, se maldijo. Estaba excitado y atrapado. Trunks se veía impecable con su ropa casual, limpio, sin ojos rojos por tanta bebida. Todo lo contrario a él, que no se había desvestido siquiera. Estaba sucio y arrugado y la cabeza se le partía de dolor. Trunks, que se había metido en su departamento por la ventana, se quitó la ropa con una impudicia irritante, tanto como sensual era su existencia. En ropa interior, fue hacia Goten, lo levantó, lo desnudó.
—Vamos, yo te ayudo.
Goten, contra su voluntad racional mas no contra su voluntad carnal, se dejó hacer. Cuando solo lo cubrió la ropa interior, así como a su amigo, Trunks lo tomó del brazo y lo arrastró por el humilde departamento de dos ambientes en el que vivía a las afueras de la ciudad. En el baño, abrió la ducha y le quitó y se quitó el bóxer. Se metieron bajo el agua.
—Siéntate.
Goten, ahorcado por todo lo que Trunks le significaba a sus vastas perversiones, se sentó. Estaba desarmado. Trunks se arrodilló ante él, lo lavó con shampoo, con jabón, con todo lo que encontró.
—Date la vuelta.
Con dificultad por el tamaño reducido de la ducha, lo hizo. Trunks lavó la espalda plasmando en su piel, jabón mediante, una inaudita ternura. Lo rodeó con los brazos y las piernas, besó su nuca, descendió a su pene junto con el jabón. Sintió, mediante el tacto, la erección.
—Estás por explotar...
—Cállate.
Los dedos, al acariciar el pene, ejercieron presión. Gote siseó.
—Dime qué te calienta: ¿es tu sobrina? ¿Soy yo? —Acarició el pene con la palma—. Dime y veré qué puedo hacer...
—Déjame...
El jabón se resbaló entre las piernas de Goten. Terminó más allá de sus pies, en la rejilla de la ducha. La mano de Trunks resbaló lenta e intensamente por el pene de Goten.
—Déjame...
La voz de Trunks erizó toda su piel al clavarse en su oreja derecha:
—Dime qué deseas. Yo te lo cumpliré...
—¿Por qué?
—Porque ningún ser me calienta más que tú.
El ritmo de la mano que masturbaba se intensificó. Goten estaba entregado. Se sintió una prostituta, el juguete de Trunks. Sentir tanto le gustó. Cuando tenía sexo con una mujer era el amo, era perverso y pasional, experto, viril. Cuando tenía sexo con Trunks en la adolescencia, era pasivo, se entregaba, se lanzaba bajo Trunks dispuesto a gozar y nada más. Y Trunks, cuando más se entregaba a sus designios, más se excitaba. Eso los volvía locos.
Les sacaba lo más perverso de adentro.
—¿Sabes por qué te calienta tanto esto?
—¿Por qué...? —indagó un Goten que cada vez se abandonaba más al placer que le provocaba la perversa mano izquierda de Trunks.
—Por lo mismo que te calienta tu sobrina: porque eres un saiyajin. —La mano se movió en círculos en torno a la carne. Goten gruñó—. Los saiyajin tenían sexo de manera distinta a los terrícolas: ellos buscaban brutalidad. A veces sentirla, a veces provocarla. Querían ser violentos y querían que fueran violentos con ellos. Querían un sexo sin límites. No existía la fidelidad, tampoco el amor. Había pura brutalidad. Y como las mujeres escaseaban, y como las mujeres solían retirarse de los combates por largos periodos para criar a los niños más fuertes, entre hombres podía darse esto también. El sexo no distinguía géneros. Eran una sociedad libertina por naturaleza.
Trunks frenó. Desesperado, tomó la cola de Goten y lo hizo levantar. Al arrodillarlo, lo chocó contra la pared. Dominio total del más fuerte sobre el más débil. Goten le despertaba tanto los instintos que a veces, incluso, deseaba matarlo.
—Trunks...
Tanto que a veces, Goten, deseaba morir por su causa.
—Dime que lo deseas, dime que quieres que entre en ti. Dímelo y lo haré. Te cumpliría todas las fantasías que tuvieras, hasta las más impronunciables, con tal de ver placer en tu rostro, Goten. —Separó las nalgas y clavó su pene entre ellas. Apretó en la cerrada entrada, como queriendo forzarlo—. Me vuelves loco, me sacas de mis casillas. Lo único que he deseado estos diez años es follarte de nuevo...
Goten sintió el agua sobre su piel, tapando el sudor que ansiaba cubrir sus poros. ¿Diez años? Intentando contenerse, tratando de no tomar ese pene y clavárselo en su interior por sí mismo, le preguntó a Trunks a qué se refería.
—Respeté tu relación con Pares. Te veías contento. Ahora que no estás más con ella tengo luz verde...
El cuerpo de Goten gritó. ¡Tiéntame! ¡Haz lo que deseas y lo que deseo! Lucha por ver placer en mi rostro, ¡humíllame y humíllate para que podamos gozar juntos! La voz de Goten no dijo ni una palabra. Trunks sujetó sus muñecas y las clavó contra la pared.
—Dilo. Sé que quieres...
—¿Qué...?
—Dilo. «Fóllame, Trunks».
Las manos apretaron más sus muñecas. Goten se maldijo por desear tanto decir lo que él le pedía.
—No puedo...
—¿No...?
—No...
Trunks frotó su pene entre las nalgas de Goten. El último sintió un poderoso escalofrío.
—¿Hace cuánto que no tienes sexo?
—Desde Pares...
—Te mueres de ganas.
—Sí...
—¿Por qué no lo dices?
—No me sale, no puedo...
Una nalgada fuerte, violenta, hizo gritar a Goten.
—Reprimido, como siempre —masculló un Trunks enfurecido contra su oreja—. Si quieres hacerlo, te espero en mi departamento esta noche, ¿de acuerdo?
—Trunks, yo...
Una nueva nalgada retumbó en el aire, se perdió entre la lluvia de la ducha y el grito adolorido de Goten. La voz de Trunks salió de él sensual, morbosamente. Una risa acompañó el tono:
—Pensé que te había educado bien, niñito reprimido...
Sujetó sus brazos con una mano, atrapó sus piernas con las rodillas. Goten lo escuchó jadear a sus espaldas, al principio con suavidad y luego desbocado, fuera de sí. Con la voz agitada, deshecha, Trunks dijo:
—Te mueres por sentirme, te mueres por mi pene... ¡Te mueres, reprimido! Yo te follaría hasta matarte... Y, oh, te gustaría...
Se calló. Gimió, y el ruido pegoteado típico de la masturbación le hizo saber a Goten que Trunks estaba dispuesto a mancharlo. Estaba dispuesto a humillarlo aunque él no quisiera. Y Trunks se masturbó sin dejar de mirar esa cola blanca y dura, esa piel roja por las nalgadas, esa espalda trabajada por los intermitentes entrenamientos. Ese Goten, sujetado por él, congelado por él.
No iba a aceptar un no. No dado todo lo que estaba dispuesto a hacer por él.
—¡Ah...!
Y el líquido blanco, hirviendo, cubrió las nalgas de Goten. Trunks lo soltó, se levantó sin haber recuperado del todo el aliento y se marchó. Antes de irse, asomó por la puerta del baño. Goten seguía en la misma posición. El agua había limpiado el semen; la mancha que la escena había dejado en la mente de Goten era más bien una grieta. Era imborrable.
—Si lo quieres, puedes venir a buscarlo esta noche —dijo—. No te reprimas más, niño. No ganarás nada más que la insatisfacción que guerreros como nosotros no sabemos soportar.
Y se fue.
Goten quedó allí, bajo la ducha. Trunks acababa de enredarlo en una telaraña de perversiones. Su deseo estaba al filo. Su inconsciente lo domaba. No iba a poder contenerse. No hasta saciarse por completo. Bajo Trunks.
...
Final de la tarde, las seis más o menos. Trunks alistó su cuarto justo como a él le gustaba. El escenario principal debía ser el más impresionante. Con el cuarto listo, se dispuso a cumplir su capricho. Voló hacia el lugar donde el ki de Pan explotaba continuamente, enceguecido por el deseo de sexo que Goten le inspiraba y que la sobrina de este le alimentaba. Trunks tenía 35 años. Su vida consistía en un trabajo aburrido y en una vida sexual que cubría, por su desenfreno, todas sus carencias. No consideraba estar vacío, o lo estaba por más que no quisiera. Nada le importaba. Y es que el trabajo y la rutina lo habían matado los últimos 13 o 14 años. Como a todo el mundo. Lo único que le quedaba era pasarla bien, darle a su cuerpo todos los placeres que demandaba. Era un consuelo que no solo consolaba: él lo disfrutaba en demasía.
Tenía sexo a diario. Tenía muchas amantes. Cada tanto, algún hombre también lo acompañaba. Era liberal, libertino, perverso como pocos. Su belleza, la sensualidad de su cuerpo y rostro y mirada, le aseguraban puras victorias. El dinero hacía el resto. Lo tenía todo.
Menos a Goten.
Si por él fuera, Goten viviría desnudo en su departamento. Así lo imaginaba: desnudo cada maldito día de su existencia, atado con sendos grilletes a la cama, esclavizado. Esa cola siempre estaría dispuesta a recibirlo, sin importar el día ni la hora. La boca también estaría dispuesta. Todo Goten lo estaría.
Pero no iba a tenerlo nunca así como su más pudenda vena carnal se lo exigía.
Rio al pensar en eso, aterrizando en medio del área montañosa en el que Pan entrenaba. Necesitaba a Goten. Trece años habían sido demasiado; Pan era la excusa perfecta para recapturarlo de la más épica manera. La miró entrenar en medio del cielo, de aquí para allá, y de él brotó más deseo. Follarla duro, follarla hasta hacerla gritar para saciar su salvaje necesidad de Goten. Follarla para que Goten gozara. Ya que no se atrevía, él sí lo haría. Montaría el espectáculo más pornográfico del universo solamente para complacer a Goten. Hasta ese punto llegaba la obsesión enferma que tenía por su mejor amigo.
Todo lo que hacía era por no tenerlo.
Todo lo que hacía, montar orgías, follar mujeres, follar hombres, dejarse follar, era para calmar sus primitivas ansias de Goten.
Y estaba orgulloso de sí mismo por protegerlo, de alguna forma, de su perversión.
Pan lo vio. Lo abrazó confianzudamente.
—¡¿Cómo va?! ¡Espero vengas a entrenar conmigo! —dijo ella, desenfadada.
Trunks la escrutó: calzas negras, enorme blusa naranja, cabello por los hombros, botas Cápsula. Tenía tres motivos para desear a Pan como lo hacía desde que la pequeña del viaje espacial había dejado ver los primeros atisbos de curvas: era una Son, era la sobrina de Goten. Era la hija de la mujer en la cual había pensado al masturbarse por primera, segunda, tercera y duodécima vez. La hija de Videl, esa Videl a la que tanto se parecía; esa Videl que tanto, hasta el día de hoy, siendo más madura, una señora de cuarenta y tantos, deseaba. Al ver vestida así a Pan, vio a Videl en su adolescencia, cuando empezaba a salir con Gohan.
Qué ganas.
Pan no era ninguna dama: tenía carácter, fuerza y voz propia. Era valiente, nada de su persona la avergonzaba. Era suelta y maleducada cuando la rodeaba gente de confianza. Era un muchachito con curvas para el infarto. Era tan o más saiyan que él. Su descaro era algo que le fascinaba, que le daba ideas de cómo era sexualmente esa mujer. Convencerla de meterse en su cama, quizá, no sería tan difícil. Solo un poco de magia sería necesaria. El tiempo apremia, se recordó Trunks. Habló con ella, le preguntó puras trivialidades. Pan le contó sobre sus entrenamientos, sobre eso único que le gustaba hacer en la vida, eterna en su hilo monotemático.
—Te invito un café, pequeña —dijo él tras su fachada de hombre correcto y respetuoso. Poco le importaba en ese momento la chiquilla, la verdad. Quizá en otros contextos sí, pero ahora no era más que una mujer a la cual deseaba penetrar.
—Ya no soy una pequeña, oye —musitó ella, fastidiada.
—Vamos, anda... —Trunks rio aparentando simpatía, ternura—. Vamos a mi departamento. Hace mucho que no tenemos nuestras charlas.
Ante la mención del adorable pasado, Pan sonrió con tanta dulzura que Trunks casi terminó por sentirse culpable. Pero no. Más convencido que nunca, voló. Llegaron al departamento, Trunks preparó café y lo sirvió en la sala. Pan se veía incómoda.
—Debería haberme duchado antes de venir.
—No te preocupes. —Trunks le regaló una sonrisa tan dulce como fingida—. Si quieres puedes ducharte aquí.
Pan agradecidó el ofrecimiento pero no le llevó el apunte. Estar allí la extrañaba. A los 18, muerta de deseo por Trunks aunque totalmente torpe para admitirlo (los hombres no eran ni serían su especialidad como sí lo eran las batallas), había intentado seducirlo fingiendo ser una jovencita enamorada que no era. Porque Trunks inspiraba sexo en ella, sexo y nada más.
No así el hombre al que más anhelaba en el mundo. El único que nunca podría tener.
Pan ignoraba que Trunks, si ella le decía que era sexo y no amor, pene y no corazón lo que quería de él, no la hubiera rechazado. Pero, creyendo en la novela de amor, él lo había hecho. Soy muy grande para ti, soy el mejor amigo de tu tío; le dijo, al rechazarla, esa clase de cosas. Por dentro, él se había dicho otra cosa: no creo que tu ternura esté preparada para mi desenfreno. No creo que estés preparada para mi estilo de vida, mi sexo a diario, mi bisexualidad latente, mis fetiches y mi locura.
Yo no creo en el amor. Creo en el sexo. Creo en todo lo que me consuela por no poder tener a Goten atrapado en mi cuarto, desnudo para siempre.
Creo en la vida que exuda el saiyajin que soy en diametral oposición con el pobre, infeliz humano que soy. Que soy y que son todos.
Pan rio, desvergonzada. Esa niña era una bolsa de carácter. Trunks se sintió tan acalorado como ella estaba. El aroma que los dos formaban en el aire, cada uno en su esencia, formaba una erótica fragancia. Tanto Trunks como Pan lo notaron: les agradaba el aroma del otro y les agradaba la combinación. El deseo titiló en sus miradas.
Terminarían en la cama, quisieran o no.
—Me agrada tu aroma, si me dejas opinar —dijo Trunks, lanzando una nueva carta sobre la mesa a través de sus palabras—. Estás bien así.
La boca de Pan se deformó en extraña mueca. Que un hombre le dijera a una mujer «me agrada tu aroma» al referirse al sudor y no a un perfume era un tanto excéntrico para las personas promedio. Que le dijera algo así era un piropo absolutamente saiyajin.
Pan lo pudo domar a su instinto. Percibió, acercándose un momento al cuello de Trunks, su aroma. Exquisito. Se relamió accidentalmente. Y no tanto.
—Lo... mismo digo, Trunks.
El pene adoleció. Trunks cruzó sus piernas para disimular. Tenía un fantástico presentimiento.
—Veo que estás al tanto de la saiyajin que portas —exclamó él. Cada diálogo emitido los acercaba uno centímetros más al otro—. Pequeña, me sorprendes gratamente.
Pan sonrió y cruzó sus piernas y apretó su entrepierna bien a propósito. Empezaba a humedecerse por causa del deseo siempre existente de ella hacia él y por el coqueteo saiyajin al que él, que olía exquisitamente, estaba jugando. Quería lamerlo y aspirarlo hasta cansarse.
—Lo estoy, aunque al principio no lo estaba. Este «estar al tanto» es reciente.
—Qué interesante. Cuéntamelo todo.
—No sé si lo entenderías, Trunks...
La histeria flotaba junto con las palabras y los olores. Trunks se relamió así como ella lo había hecho. Empezó a imaginarla desnuda, atada, con la cola roja de tanta nalgada y con la vagina abierta ante su pene, abierta e hinchada. Una vagina fuerte que pudiera apretarlo a gusto.
Apretarlo...
Los dos se resolvieron en sus asientos. La humedad y la erección dolían cada vez más.
—Pruébame —pidió Trunks—. Antes de tu confesión me contabas todo, Panny.
La piel de Pan se erizó. Cuando él la llamaba así, su mundo perdía el eje. El sexo, eso la había cambiado. Había experimentado, se había dejado llevar. En sus venas corría un deseo demasiado inmenso y por momentos sentía que no podía contenerlo. Eso era lo que le había pasado. Nunca lo había hablado con nadie. ¿Debía hablarlo con él? Lo miró: los ojos azules lucían densos y salvajes, recios. Los ojos la indujeron, le suplicaron que ella se sincerara con respecto a las hormonas saiyajin que le recorrían el cuerpo.
Y suplicaron, incluso, más.
El calor que él había soltado en ella, como una rata suelta en una casa abandonada, era indetenible. Crecía, se expandía. Se agitó. ¡Oh, no! Le estaba pasando de nuevo, se estaba perdiendo en el abismo. Se estaba muriendo por él, literalmente. Quería romper su pantalón y hundir el pene en su garganta. Quería clavar el pene en su vagina y jugar violentamente con él. Quería todo. Quería a Trunks.
—Prométeme que no se lo contarás a nadie —dijo, contagiada del virus que ser saiyajin y «estar al tanto» les significaba.
Las voces adoptaron un tono más íntimo, como cuando ella tenía 18 años y le contaba todo a Trunks. Como cuando él se la sentaba en sus rodillas (el morbo le reinaba el alma) y se prohibía ceder ante el deseo de desflorar tan «tierna» muchacha.
—Lo prometo...
Pan carraspeó. Si no lo seducía con esto, no lo seducía con nada.
—¿Has sentido, al entrenar, que te nace una insatisfacción inmensa? ¿Has reprimido esa sensación?
Bingo. Trunks quiso gritar. De nuevo, iba a ganar. Qué bien conocía su sangre, su cuerpo, su condición de híbrido. Le había acertado a Pan así como a Goten. Se dijo que, tal vez, hasta fuera posible acertarle al aburrido aunque apetecible Gohan. Incluso hasta a la más reprimida de todas, su negada hermanita, atrapada por la eternidad en el insulso closet terrícola.
A todos les acertaría, a los únicos cuatro en el mundo que eran como él. Que deseaban salvajemente como él. Trunks se contuvo de imaginar una orgía. Si la imaginaba, violaba a Pan ahí mismo, sin preámbulos.
Su hermanita, gritando por su causa. La boca mutó en distintas muecas. Con voluntad, reprimió la idea.
—Sí, Panny. Me ha pasado. —Se acercó unos centímetros más. Pan no proseguía—. Habla, dilo... —Acarició su mano por un efímero instante. Pan entera hirvió—. Te aseguro que lo entenderé.
Y te penetraré cuando tú lo entiendas también.
Pan reunió coraje. Muerta de deseo, lo dijo:
—Yo no lo entendía. Luché hasta hartarme para sacarme esa insatisfacción de adentro pero no hubo forma. Lo hablé con Bra pero ella no...
—No lo entiende.
—No.
—Porque ella nunca despertó a su saiyajin interior. No como tú, como yo, como Goten, que sí lo despertamos.
Pan sonrió. Su tío. Pensar en él siempre le daba alegría.
Demasiada.
Y Trunks bien lo sabía.
—Y no me animo a hablarlo con mi familia. Es muy... íntimo...
El aire se le fue. Trunks se lo arrebató al aproximarse peligrosamente a ella.
—¿Estamos hablando de sexo, pequeña Panny?
Se observaron, agitados y silenciosos, subyugados por el deseo saiyajin del que estaban hablando, idéntico en los dos.
—Sí...
Trunks tomó su mano. Ardieron las pieles al tocarse.
—Cuéntame, Panny. Cuéntame y veré cómo ayudarte.
—Trunks... Yo... —Adiós a todo, aliento, cordura. Adiós a todo menos a la humedad—. Una vez estuve con un chico.
—Ajá...
—Tuvimos sexo.
—Ajá...
—Lo desmayé sin querer.
—Ajá...
—Necesité volver a hacerlo. Fui a un bar, me fijé en un chico, él me invitó a un hotel.
—Ajá...
—También lo desmayé.
—Ajá...
—Y no podía parar. ¡Es que yo no soy así de puta, no me siento yo! ¡Pero no puedo parar, lo necesito todo el maldito tiempo! Desde entonces, vivo eso de encenderme y no poder apagarme, de encenderme luego de entrenar y de necesitar descargarme mediante...
—El sexo...
Se robaron el aliento al otro por la perversa cercanía de sus bocas.
—¿Te pasa, Trunks?
—Todos los condenados días.
—¿Y qué haces?
—Tengo mucho, muchísimo sexo.
—¿Y qué obtienes?
—Una gran insatisfacción.
—¿Por qué?
Trunks sujetó a Pan con las dos manos. La asió de la cintura y la aproximó a ella.
—Sólo un saiyajin puede satisfacer a un saiyajin.
Los ojos de Trunks lucieron obscenidad. Pan sintió el deseo corroerla.
—Trunks...
—¿Quieres que nos satisfagamos, Pan?
—¿Acaso...?
—Lo deseo tanto como tú. Ya no puedo más. Eres la única mujer en este maldito mundo que puede darme lo que necesito.
—¿Y qué es eso...?
Trunks la levantó. Se la subió a las piernas. La sujetó de las nalgas.
—Sexo saiyajin.
Pan tembló, sobre él. Sexo saiyajin. Sexo con el hombre más perfecto de la galaxia, el que le había despertado su primer deseo carnal a los 14, el que había provocado que ella, con torpeza, aprendiera a tocarse a los 16. Al que le hizo creer que estaba enamorada cuando bien entendía que su sentir no era amor sino calentura. Sucia, putrefacta calentura.
Sexo con él.
—¿Pan...?
Sexo.
—No... Yo...
—Nadie lo sabrá, lo prometo. ¿Quieres que sea un secreto?
—Sí...
—Queda entre tú y yo. Todo lo que pase esta tarde... —La meció contra él. Le refregó el pene erecto en la entrepierna—... Y esta noche... Y mañana, y pasado...
Pan lo sostuvo. Sexo con él, sexo saiyajin.
—Júrame que nadie lo sabrá. Eres muy grande y nuestras familias... Tú sabes que yo no quiero quebrar lo lindo que...
—... Hay entre los Son y los Brief. De acuerdo, Panny. Ahora, desconéctate.
—¿Eh...?
—Desconéctate de la realidad. Vuélvete puro instinto, olvida tu nombre, olvida todo menos tu vagina y mi pene.
Pan sintió la humedad tapando su entrepierna. Nunca le habían hablado tan directo, nunca la habían dirigido con tal autoritarismo. Pronto, el instinto se le dio vuelta: ella siempre ansiaba apretar, golpear, maltratar a los hombres. Ahora deseaba lo opuesto, ser apretada, ser golpeada, ser maltratada por la pasión de otro guerrero.
Un guerrero digno de ella.
Se mecieron sin parpadear, mirándose ir y venir. El pene se paró por completo, la humedad de la vagina traspasó la ropa interior y la fina calza negra.
—Imagina que estoy adentro tuyo —Trunks la embistió como si estuvieran desnudos—. Imagina que entro y salgo... ¿Te gusta...?
—Sí...
—¿Y si te doy más duro...?
La tumbó en el sofá, boca arriba. Se lanzó sobre ella habiendo separado sus piernas y la embistió con fuerza, golpeándola con su erección. Pan gritó, incrédula.
—¿Te gusta...?
Un golpe fuerte entre sus entrepiernas la hizo gritar de nuevo. Trunks sujetó sus nalgas para manejarla a su antojo.
—¡Sí...!
—¿Y si te hago cosas perversas? —La volteó con demarcada violencia—. ¿Lo has hecho por atrás...?
—N-no...
Paró su cola y la embistió en cuatro patas. Pan gimió. Algo, alguna cosa, no supo qué, la desconectó justo como él lo había pedido. El instinto la quemó como en su vida le había sucedido.
—¿Y si te doy por atrás...?
—Sí...
—¿Y si te doy por la boca también...?
—Sí...
—Y puedo atarte, y amordazarte, y golpearte en las nalgas, Panny...
—¡Sí...!
—Y acabar en tus pechos, en tu cola, en tu vagina, en tu boca... Terminar en cada rincón de tu ser...
—¡Sí, Trunks...!
—¿Te follo?
Ella volteó. Lo enfrentó.
—¡SÍ!
Él se mostró en viva esencia por primera vez. Sonrió satisfecho. Una nueva victoria y con su otra Son favorita.
—Bien. Pero antes prométeme que podré hacer lo que yo quiera. Tengo mucha experiencia y soy tan saiyajin como tú. Si me dejas, tendrás el mejor sexo de tu vida, te lo garantizo.
Desconectada, ella asintió.
—Lo prometo...
Trunks la nalgueó. Esa cola era dura, fuerte, grande. Qué femenina era toda Pan. Manoseó la cola, refregó desesperado sus manos sobre las nalgas, su bulto pegado a la húmeda vagina. Tomó el borde de su blusa, lo usó de palanca para pegar la espalda de Pan a su torso. Sabiendo cómo hacer todo cuanto era posible hacer con otro cuerpo, Trunks continuó embistiéndola, su bulto clavado contra los bordes de las nalgas, y sin detenerse, llevó las puntas de sus dedos desde el borde anterior de la camiseta hasta el borde frontal. Los dedos se volvieron manos, y las manos tiraron hacia fuera. La camiseta terminó con una abertura al frente que la convirtió en una suerte de camisa.
—¡Oh, Trunks...! —farfulló Pan, más caliente que nunca. No le importó lo más mínimo el destino de su camiseta.
Ni le importaría el de sus calzas.
—Quiero verte la vagina... —Con los dedos índice y corazón de su mano derecha pegados, rozó sus íntimos labios. Puso fuerza al hacerlo. Pan gimió—. Estás mojada, pequeña niña sucia...
—Trunks, por favor...
¡Pan se desconocía! ¿Qué tenía Trunks para encenderla hasta ese punto de suplicar ser follada como si fuera una bestia? Como si fuera un animal, un mono.
Una genuina saiyajin.
Disfrutando estar tan desvergonzadamente excitada, embriagada de Trunks, suplicó de nuevo. La respuesta de él fue meterle la punta de los dedos, calzas y bragas puestas. Al sentir la tela de la ropa interior rasparla, Pan se derrumbó; su torso cayó sobre el sofá. Así, sus nalgas se encontraron más elevadas. Trunks se puso de pie, la miró.
—Quédate exactamente así, pequeña...
Él se fue. Pan se tocó la vagina sin poder evitarlo. Ya no podía más, estaba al límite. Apretó tanto los ojos mientras se tocaba por sobre la ropa que nunca lo sintió volver, que nunca vio lo que Trunks traía en las manos. Solo se percató del regreso de Trunks cuando él terminó de romper su blusa.
—Si te mueves, si hablas, no te follo. ¿Queda claro, pequeña? —La levantó por detrás, volteó su rostro hacia él en brusco ademán. La miró y ella sintió que él solo necesitaba los ojos para violarla. Esos ojos eran penes, y la penetraban mortalmente en las pupilas. Paralizada por tanta excitación, Pan asintió. Él rozó sus labios con la boca—. Así me gusta, niña. Que seas bien sucia..., como yo.
La besó. Pan sintió la experta lengua de Trunks en su boca, moviéndose en círculos en torno a la suya. La lengua de Trunks era larga, carnosa, estaba en punta, era filosa y deliciosa. La ahogó con un húmedo beso que casi no tuvo labios. Sin dejar de lamerle la boca, él le rompió el sostén y se lo quitó. Ella, con tremenda lengua en su boca, gimió como pudo. Trunks la nalgueó sin quitar la lengua de su boca. Al quitarla, dijo:
—No gimas, Panny. —Y la nalgueó una vez más—. Si quieres que te folle tienes que obedecerme. Confía en mí, no te va a pasar nada malo. Solo gozarás hasta quedar inconsciente. Me encargaré de ello. Así que calladita, ¿sí? Calladita, pequeña niña... Mi pequeña, perversa, muñeca...
Pan le dio la espalda. Dura, esperó a que él la acomodara. Él la nalgueó de nuevo, para probarla, y ella no gimió; se mordió los labios y apretó los párpados.
—Así me gusta, Panny.
Trunks la bajó del sofá. Deslizó lejísimos de este la mesa ratona, arrodilló a Pan en el suelo y recostó sobre el asiento su torso. Miró sus senos, se murió por ellos, pero de momento no los tocó; se divirtió al verlos bambolearse hacia arriba y abajo mientras él la acomodaba. Los pezones, rosas, adorables, estaban tan erguidos como a él le gustaba. Acomodada Pan, paró lo más posible su cola. Al verla parada ante él, mojada la entrepierna, se contuvo de tomarla. Él tampoco podía más. En la mesa había dejado dos objetos. Tomó el primero.
—Quietita, niña. Si te mueves, no te follaré.
Era una tijera.
Trunks tomó la tela de la calza justo encima de sus nalgas. La separó de la piel estirándola hacia afuera. La cortó. Pan tembló más. Trunks cortó la calza, formando un círculo en torno a su vagina. Ahora, solo lo separaba del sexo de Pan la braguita, blanca, sencilla braguita.
—Qué adorable...
Trunks cortó la braga, la cortó tan bestialmente que nada de ella le quedó puesto a Pan. Al terminar, se acomodó tras ella para mirarla. Pasó minutos mirando la vagina. Pan escuchaba la respiración de Trunks, moría por indagar; se mordía más y más el labio. Qué vagina más bella, con unos vellos blancos, con una carne tan rosa que enceguecía. La humedad y el exquisito aroma a mujer, el clítoris hinchado, suplicante. Había que inmortalizarla.
—Estás muy agitada. Pondré música para que te relajes.
Fue, activó el estéreo y una intensa pieza clásica inundó todo el departamento. Pan sintió un embriagante miedo. Sin moverse, aguardó la entrada triunfal de Trunks. No llegó.
El segundo objeto era una cámara digital.
Sin que Pan oyera el flash por causa de la música, sin que se percatara de la luz del flash por tener el rostro hundido en el asiento, la cabeza tapada por sus brazos, Trunks la fotografió. Entera, junto al sofá. La cola, con sus dos aberturas en esplendor. Una nalga, la otra. La vagina. El clítoris. La fotografió, y entre foto y foto, Trunks se acarició el pene por sobre la ropa. La ropa lo quemaba. Sin darle aviso a Pan de absolutamente nada, pues él era el amo y quien tomaba todas las decisiones, se quitó todo menos la ropa interior. Sacó el pene, parado por completo, y lo dejó afuera, colgando. Continuó fotografiando a Pan mientras se masturbaba. Se acercó a ella.
—Quietita —le gritó por encima de la música clásica que les endulzaba los oídos—. ¡Quietita, niña! ¡Te mueves un milímetro y no te follaré!
El temor creció tanto en Pan que la humedad en su vagina pareció triplicarse. Trunks apoyó la punta de su pene en su clítoris. Ella apretó los párpados cuando Trunks empezó a masturbarla con la punta, arriba y abajo, húmeda tanto como ella lo estaba. Con una mano, él movía su pene. Con la otra, fotografiaba todo.
—Quiero metértelo... —aseguró él totalmente excitado. Necesitado, apagó la cámara y la dejó tirada, tras él—. Te voy a meter el pene, pequeña...
La levantó, la miró. Una sonrisa atestada de perversión de parte de él, y Pan sintió cómo la levantaba en sus brazos, cual novia a punto de ser desvirgada. Trunks llevó hasta la cama. El cuarto estaba en penumbras, las paredes parecían tan rojas como la sangre. Trunks la lanzó en la cama y se quitó la ropa interior. Pan, con la luz que se colaba por la puerta, atisbó anonadada, tan encendida como él, la desnudez más vistosa que hubiera tenido ante sus ojos. Trunks era una especie de dios legendario, un adonis del placer y la locura. Y le encantaba. Lo quería, lo necesitaba. Ese sexo saiyajin tenía que saciarla de una vez y para siempre.
¿Se podría evadir la adicción a la que, presentía, sería inducida?
Miró el pene. Era largo, grueso y carnoso. Lucía poderoso al estar tan erguido. Y los testículos, debajo, tan hinchados como el pene lo estaba. La piel era rojiza, la punta brillaba por la humedad. Trunks, de pronto sin rostro, porque el cabello tapaba sus ojos y la boca estaba entreabierta, seria, se masajeó. Se masturbó lentamente, mostrándole, presentándole a Pan a lo único de su cuerpo que, por la vacuidad de su ser, continuaba sirviendo. El pene erecto dispuesto a penetrar al mundo entero con tal de alimentarse de este, con tal de no cometer una locura con Goten.
—Te gusta —dijo.
Pan no dijo nada, continuó observándolo. La mano acariciaba tan despacio que daban deseos de sujetar la muñeca y obligarla a acelerar. Ese pene era una maldita obra de arte.
—Quítate todo. Todo.
Amedrentada por la autoritaria mirada, que no se veía mas sí se percibía, Pan lo hizo. Se quitó lo que de sus calzas había quedado. Se odió por ser tan torpe y tan poco femenina; se consoló al saber que él, al percibir que él, estaba satisfecho con su cuerpo. Así era. Trunks se relamió en su mente al dibujar con el movimiento anhelante de sus pupilas las curvas duras y perfectas de la muchacha. 22 años, pensó. Había tenido sexo con mujeres mayores, con adolescentes, con muchachos, con muchachas, con hombres inmensos y muchachitas adorables. Y Pan era, después de Goten, lo que más lo calentaba, quizá por esa inocencia innata de los Son, quizá por esa piel blanca en contraste con ese cabello negro, o esos rasgos tan de ellos, o esa dulzura tan corruptible en sus miradas. Los Son le gustaban. Especialmente ella, la de la cama. Especialmente el invitado que, con suerte, llegaría mientras él follaba sin parar a Pan.
Sin parar.
Trunks caminó por el cuarto. Fue a su mesa de luz, tomó de su superficie la venda negra de seda. Fue hacia Pan, subió a la cama, se acercó a ella con sus rodillas.
—Cierra los ojos.
Pan los cerró.
—Quieta.
Pan no se movió.
—No pienses en nada. Tú disfruta. Del resto me encargo yo. Te enseñaré lo que significa un sexo saiyajin.
Las palabras sedujeron a Pan de una forma tal que sintió desfallecer. Sin poder evitarlo, habló:
—Trunks...
Y él cubrió con la venda sus ojos.
—¿Por qué me vendas...?
—No ver ayuda a no pensar. Necesito que te relajes y aprendas a liberar tu instinto saiyajin.
—Pero yo quiero...
Él ajustó de más la venda.
—¿Te tapo la boca también? Una palabra más y te la tapo. Ya te lo dije: si me desobedeces, no te follaré.
Pan, reducida, no dijo nada más.
Trunks se levantó y prendió las luces rojas del cuarto, esas luces estilo motel que iluminaban con sangre el escenario. En medio de su cama de barrotes de hierro de los cuales colgaban tiras de cuero, grilletes, fustas y cadenas de las que él se sentía orgulloso y de las cuales prefería Pan no supiera de momento, la contempló. Era divina. El vello púbico, negro como la noche, contrastaba de forma adorable con la blancura enceguecedora de su piel. Igualita a Goten, pero en mujer. Ningún lugar es mejor para un pene que una vagina, por cómo ésta se acopla a la carne, por la humedad que produce por y para el miembro ajeno. Una Son con una vagina. Más perfecta imposible. Miró, tras ella, los grilletes. Todo eso lo había fabricado él mismo con materiales lo suficientemente resistentes como para ser usados por un saiyajin. Pensando en Goten, claro. Y en sí mismo, en esas noches donde se le antojaba ser pasivo, cuando llamaba a un hombre, o a dos, o a tres, y se hacía follar y golpear de la manera más salvaje. El presidente de Capsule Corp., un sadomasoquista. No se trataba del gusto por el cuero; se trataba del sadomasoquismo como lo más cercano al sexo saiyajin en el mundo terrícola. Se trataba de su necesidad de ser salvaje y de que fueran salvajes con él. Se trataba del equilibrio de fuerzas que necesitaba concretar para aproximarse a una suerte de satisfacción. Se trataba de gozar y sufrir en partes iguales. Para sentirse bien. Para ser el Trunks que era, un príncipe despojado de su reino con el placer rendido a sus pies. Y el pueblo. Y todo el maldito universo.
La perfección de ese cuerpo despertó al sádico. Trunks deseó mancillar toda la piel de Pan. Respiró agitado, miró los utensilios que colgaban de la cabecera de la cama. Eligió. Sonrió.
Pan sintió, de ahí en más, ruidos. Eran unos ruidos bien raros, como de cadenas. Se preguntó si Trunks tendría extraños fetiches. Luego se relajó. No le importaba en absoluto qué tanto fetiche pudiera tener él. Quería conocerse al máximo y explorar al límite su sexualidad saiyajin. Nada más nunca más. Quería saciar la insatisfacción que la quemaba. Un algo frío rodeó sus muñecas. Un algo frío rodeó su cuello. Ajustes, y Pan se vio inmovilizada. Quiso hablar. No quería que él la amordazara. Quería gritar todo el placer que sintiera.
Todo.
Y Trunks la tumbó boca abajo. Sus manos, inmovilizadas en su espalda, intentaron sin lograrlo zafarse. Trunks tiró la cadena conectada al collar encuerado que tenía abrochado al cuello Pan, tiró y ella gimió y así la colocó en cuatro patas. O en dos, dadas sus manos encadenadas. Con su pene erecto, dolido por el tiempo que llevaba así, masajeó el clítoris de Pan, justo como en la sala, aunque denotando mayor urgencia. Arriba y abajo, ritmo regular, veloz. Pan gimió, temblorosa y anhelante. Quería sentirlo adentro. Ahora.
No lo dijo.
—Te daré duro —dijo Trunks—. Te daré muy, muy duro y no me importará.
Ella, tan asustada como ansiosa, asintió como pudo. Las cadenas no le permitían moverse como quería. Trunks continuó acariciando el clítoris con la punta del pene.
—Un saiyajin quiere, al tener sexo, ganar. El sexo es una batalla, pequeña. Hoy, ahora, ganaré yo. Cuando lo desees, el día que quieras, puedes ganar tú. No me importa hacerlo contigo cuantas veces quieras; acostarme con una mujer como tú será un placer. Será nuestro secreto siempre y cuando comprendas que solo puedo darte sexo. ¿Queda claro?
Pan asintió, de nuevo.
—Bien... ¿Primera lección?
Y Pan no pudo más. Habló:
—Sí...
La cadena la tiró hacia atrás. Cuando su espalda chocó con el pecho de Trunks, una oleada de miedo la invadió. El miedo, al final, la excitó. Sonrió cuando él rodeó con cuero su boca, cuando apoyó una bola de goma en sus dientes, amordazándola.
—Soy el más fuerte y, por serlo, me tienes que obedecer.
El miedo fue más fuerte; el miedo la excitó aún más.
Asintió. Trunks miró la cola próxima a su pene y deseó violarla por detrás. Saber que esa cola era virgen era demasiado para él.
—Dime, linda... ¿Has hecho sexo oral?
Pan disintió. Se sintió apenada. Cuando se acostaba con hombres, tenía tanto miedo de dañar sus penes que nunca se había animado a succionar.
Trunks sonrió con sorna. Le dejaría la boca a Goten. Él se quedaría con la cola.
—¿Solo lo has hecho por la vagina? Tendré que tenerte atrapada por días para enseñarte...
Más miedo era más excitación. Pan pronto comprendió la naturaleza del encuentro que se estaba suscitando, también el porqué la excitaba tanto la sumisión: ser saiyajin es, ante un terrícola, ser el más fuerte. Ningún hombre podía domarla y ella podía domar a cualquier hombre. A todos. Con un saiyajin, ella podía ser domada. Y en el fondo, entendió que lo deseaba.
Si tan solo esa fuera una buena excusa para...
Trunks la penetró de repente. Su vagina lo recibió sin saber. La sorpresa la hizo apretar con los dientes la bola de goma. Gritó sin poder gritar. Trunks gimió al insertarse violentamente en ella. Se quedó quieto. Disfrutó el calor.
—Qué perverso me haces sentir...
Nada más se dijo en el cuarto. Trunks, con la cadena que pendía del cuello de la muchacha, la ató, inmovilizándola aún más. Salió de ella y volvió a entrar, lo hizo una y otra vez, salir por completo e ingresar nuevamente, clavar su pene a Pan como si la estuviera apuñalando con un cuchillo. Al ver su pene cubierto por la humedad de la joven, se recordó en centenares de otras escenas. Se recordó atado en esa misma cama, con un hombre tras él, haciéndole exactamente eso, entrando y saliendo de él con esa intención de apuñalarlo. Se recordó sintiéndolo, e imaginando que Pan sentía el mismo placer que él había experimentado mientras ese hombre lo follaba y golpeaba con una fusta, la penetró hasta llenarla y se movió con fuerza y ahínco. Sin dejar de mirar cómo su pene aparecía y desaparecía de la escena, sintió babear, sintió perder la razón. Se le fue todo menos el sadismo de matarla. Y la penetró tan rápido y fuerte que ella terminó suplicando, sin poder hacerlo apropiadamente por la bola de goma, que se detuviera. Y la penetró tan fuerte que asustó mortalmente a una Pan que solo era una vagina. Hasta ese punto se había desconectado de la realidad. En su vida se había sentido tan poco humana, tan animal.
Y cómo le gustaba, al fin, ser tan recalcitrantemente sumisa.
—¡Los saiyajin somos monos, niña! —gritó Trunks sin dejar de embestirla—. ¡Esta es nuestra naruraleza! —Soltó una de sus nalgas. La golpeó repetidas veces en la cicatriz de la cola saiyajin. Bien sabía Trunks que esa zona era la más erógena que tenían los híbridos. Al golpearla con el puño cerrado con tanta fuerza, una fuerza deliciosa para gente como ellos, Pan se corrió inmediatamente. El orgasmo se le extendió al infinito. Cayó de lado sobre la cama, casi inconsciente. Trunks se lanzó encima de ella y, pese a los pedidos balbuceados con torpeza para que no lo hiciera, continuó penetrándola—. ¡Somos bestias, no asquerosos terrícolas! Y nos gusta bien duro... —Pan intentó moverse, él la nalgueó y no se detuvo, la nalgueó al mismo ritmo que entraba y salía de ella—. ¡Me perteneces! ¡Déjate! —Pan intentó zafarse una vez más, más caliente que nunca, fingiendo el miedo que sentía, provocándolo todo lo posible. Era un mono, como él. Quería ser follada por él—. ¡DÉJATE!
La folló tan duro que cayeron de la cama. La levantó por los aires, la apoyó contra la pared y continuó. Y le gritó, y le ordenó dejarse hacer con total sumisión. Pan jugó a no querer, entendiendo cuánto lo encendía a él. Trunks, sin salir de ella, la condujo hacia la sala. Sabía que era la hora de que Goten llegara, lo sentía acercarse a tal velocidad que su excitación no hacía más que subir, y subir, y subir. Se sentó en el sofá ante la ventana, con Pan encima de él, de frente. La embistió como un animal, la hizo saltar sobre él provocando orgasmos múltiples en ella, le pegó en la cicatriz, en las nalgas. Le mordió los senos hasta enrojecerlos por completo. Y clavó los ojos en la ventana. Goten, de pie en el balcón, lo miraba fijamente. A él y a la mujer que hacía saltar sobre su pene. Hundió a Pan en su hombro, se puso de pie, la folló de parado y se fue sin más.
Gritó, sus lascivos ojos fijos en Goten.
Goten se odió al sentir húmeda la punta de su erección.
Trunks se abandonó en el sofá. Movió a Pan muy, muy despacio, hasta el final. Ella luchó con inmensas dificultades contra su respiración. Estaba exhausta. Trunks le destapó la boca y, sonriendo, mutó ante ella: se convirtió en un amante tierno, atento. Salió de ella, la sentó en sus rodillas y la besó dulcemente. Abrazados, movieron sus labios en perfecta sincronía, sus pulmones a medio llenar. Las bocas se separaron, y Trunks hundió a Pan en su hombro. Acarició su espalda y, mirando a Goten, erecto y paralizado en el balcón, dijo:
—Linda.
—Trunks... —Pan suspiró. Tenía el cuerpo entumecido.
—¿Cómo te sientes?
Ella sonrió, apenas. Denotó, con la corvatura inocente de sus labios, aplastante satisfacción.
—Como en mi vida me sentí...
La única respuesta de Trunks fue reír, reír con dulzura para Pan, con deseo para Goten. Levantó a Pan en sus brazos y se la llevó al cuarto.
Goten, al otro lado, se sintió tan putrefacto como encendido. Permaneció en su sitio, sin moverse un ápice, sin reaccionar, sin sentir nada más que el deseo y la repulsión en idénticas dosis. Contuvo su ki lo más posible, suplicando no ser sentido por su sobrina. ¡Eso sí que no! Detrás de él, ya era de noche. La música clásica se deslizaba hacia sus oídos, dándole al momento un algo sublime, trascendental. Acababa de ver a Pan cabalgando a Trunks, cabalgándolo atada, amordazada, con los ojos censurados. Cabalgando al endemoniado, escultural, Trunks. La imagen ers tanto que era indefinible. Era, sin más. Diez minutos después, el dueño de casa volvió a la sala. Se mostró desnudo al Goten que continuaba viéndolo a través de la ventana; se sintió glorioso al exhibirse como el más perverso de los objetos. Sonrió. Sin cubrirse, caminó hacia la ventana, abrió la puerta.
—Bienvenido, reprimido.
Goten, desconectado desde que Trunks lo había manchado con semen en su propia ducha, entró. Trunks lo tomó de la mano con una dulzura inesperada. El placer que sentía luego de follarse a Pan era tan grande que nada, absolutamente nada, le daba pena. Se miraron. El pene de Goten estaba desesperado. Trunks observó su bulto denotando total interés. Se mordió el labio, hambriento.
—¿Qué mierda hiciste? —preguntó, fuera de sí, Goten.
—La traje para ti.
—Trunks... ¡Es mi sobrina!
—Goten, Goten, Goten... —Trunks caminó despacio en torno a él. Lo rodeó, se detuvo a sus espaldas. Apoyó las manos en la parte baja de su espalda. Las palmas subieron en intensa caricia hasta los hombros. Las manos los sujetaron. Masajearon en lento ritmo—. ¿No te gusta mi obsequio? Pensé que te iba a hacer muy, muy feliz...
—¡No!
Una mano, en una fracción de segundo, soltó su hombro y tapó su boca.
—Shh... Quiero darle una sorpresa a Panny.
Goten forcejeó; se rindió en medio segundo. Trunks lamió la base de su cuello.
—Todo cuanto hago es para hacerlos felices... —Y mordió su oreja—. Para que puedan liberarse... —Y succionó su nuca—. Para que sepan exactamente quiénes son... —Y destapó su boca.
—Estás enfermo.
—¿Quién no? Goten, en este planeta todos estamos enfermos. Tu también. —Y acarició su bulto—. Te calienta ver a tu sobrina desnuda cabalgando a tu mejor amigo. ¡Y me dices enfermo a mí...! Pero está bien, ya sabes lo que pienso: mientras no dañes a nadie, no tiene nada de malo follar. Digo, ¿a quién lastimo por follarte, por follarla a ella? Es sexo, Goten. Es un sexo consensuado por dos personas que son híbridas y, como saiyajin que tambien (sobre todo) son, precisan liberar su instinto. ¿O por qué te crees que tu hermano se buscó una guerrera? ¿Te crees que fue una mera casualidad? No: en el fondo, inconscientemente, a tu hermano le calienta que Videl tenga fuerza para él.
—No hables así de mi hermano. Acabas de montarte a su hija.
—Y me lo montaría a él, y a Videl, claro.
—Asqueroso...
—¿Por tener fantasías? No te humilles, Goten. Nos masturbábamos juntos mirando fotos de Videl, de Dieciocho, de Marron incluso. ¿O no? Me la follé a ella hace poco, fue adorable. Esa niña lleva un demonio adentro...
—Trunks...
—Asumo que estoy enfermo, que a mi cabeza le faltan muchos tornillos, ¿pero sabes qué? Hay gente mil veces más enferma que yo haciendo cosas mil veces más enfermas de las que yo hago: políticos engañando por votos y dinero, matando de hambre, permitiendo que el planeta se haga mierda. Gente «común» descriminando, coartando la libertad y produciendo daños irreversibles con acosos y crueldad. Hombres violando víctimas inocentes. Yo no hago nada de eso; yo follo. Yo follo a quien quiere ser follado. —En un violento movimiento, giró a Goten. Lo capturó abrazando su cintura—. ¿Quién está más enfermo? —inquirió mirando con mortal fijeza a Goten, que sentía los ojos de Trunks penetrándolo lenta, duramente—. ¿Yo? ¿Los corruptos? ¿Los sin alma que matan y destruyen? —Rozó sus labios, chocó con sus caderas el bulto de Goten—. ¿Quien está más enfermo, el que folla indiscriminadamente a todo lo que se le cruza o el que digita que todos en este mundo debemos estar enfermos?
Goten tragó saliva. Cayó en el hechizo, cayó encantado por Trunks.
—Ellos...
Calló.
—Ellos. —Trunks, orgulloso, asintió—. Nosotros, saiyajin perversos con una sangre tan intrusa como la terrícola en nuestras venas, solo queremos disfrutar.
Hipnotizado por la persuasión magistral, propia de un manipulador empresario de sangre azul (qué hombre talentoso, Trunks), Goten asintió. Estaba desarmado.
—Disfrutar...
Trunks quiso suspirar, casi. Estaba hecho: lo había convencido. Llevó a Goten al sofá y lo sentó. Le dijo que lo esperara y se fue. Unos minutos y volvió. Lo esposó. Bajó su pantalón y ropa interior. Tomó su pene, lo masturbó. Goten miró. Solo estaba gozando. Quizá él estaba tan o más enfermo que Trunks por desear a su propia sangre, por masturbar sus venas al evocar a Pan, pero no podía reprimirse más. Hacerlo le estaba produciendo un daño profundo, perpetuo.
Él también quería follar. Quería ser follado. Quería disfrutar. Si Trunks podía, ¿por qué él no?
Goten estaba tan entregado a la situación, estaba tan lleno de deseos animales desde que Trunks lo había manchado con su semen, que solo podía dejarse hacer. Nada de lo que intentara por liberarse de Trunks funcionaba. Nada derrumbaba a Trunks. El muy maldito era invencible. Era un príncipe.
Y él un súbdito orgulloso de servirle.
—Qué parada la tienes, Goten. Estás muy caliente.
—No digas esas cosas...
Risas de Trunks. Miró tras él, miró la cámara digital. Sonrió. Soltó a Goten, alcanzó la cámara estirando un brazo y la prendió. Puso vista previa, se sentó junto a su mejor amigo. Con una mano continuó masturbándolo, con la otra pasó de foto a foto.
Goten miró la pantalla. Una vagina rosa, divina diosa pornográfica, apareció delante de él.
—Te dije que era rosa. ¿No es linda? —Trunks masturbó, Trunks pasó más fotos—. Mírala en cuatro patas. ¿No dan ganas de follarla bien duro? No sabes lo bien que se sintió hacerla correr.
—Trunks...
La mano masturbó con más efusividad.
—Mira qué cola redonda. Es blanca, muy blanca, como tú. Y mira su vello, es negro, se nota mucho sobre tan blanca piel. Y mira ese clítoris empapado, Goten... Imagínalo en tu boca. Te gustará. Pan es deliciosa.
—Trunks, no...
—¿La quieres?
—No sé, no puedo, no...
—¿La quieres desnuda para ti?
Las venas se partieron.
La mano lo masturbó con tal experiencia que sintió que se lo estaba haciendo él mismo, no otro ser. Trunks lo conocía demasiado. Era vergonzoso. Giró su rostro, evitando ver el glorioso clítoris en pantalla.
Las venas se partieron.
—Sí... —jadeó, derrotado.
Trunks apagó la cámara. Dejó de masturbarlo.
—Así me gusta.
Lo levantó, le ajustó el pantalón sin dar mucha importancia a la prolijidad y se lo llevó. Llegaron al cuarto rojo. Pan estaba arrodillada ante el respaldo de la cama. Sus muñecas, con grilletes, tenían una cadena enganchada cada una. Cada cadena llegaba hasta la cima de un barrote de hierro, en cada punta de la cama. Su boca tapada por una bola de goma, sus ojos y oídos y nariz cubiertos por una tela gruesa de seda negra. Desnuda. Sus pechos bamboleándose con su respiración. El rojo que iluminaba terminaba de pervertir la imagen. Era una antigua diosa entregada en erótica ofrenda.
Era perfecta.
Trunks lo desnudó. Goten ya sabía de ese cuarto, ya había visto esos extraños utensilios. Nada lo inmutaba, solo la figura gloriosa de Pan al desnudo iluminada por la lasciva luz roja. Embelesado ante ella, no se percató de cuándo Trunks lo sentó en el borde de la cama y se arrodilló ante él. Ya no había, ahora, forma de retroceder.
Trunks masturbó el pene de Goten una vez más. Supo, al percibir el tiritar descontrolado por los violentos espasmos de la respiración de su amigo, que se correría en instantes. Así fue. Trunks se llevó el miembro a la boca, lo succionó con maestría, con incalculable sensualidad, por tan solo un minuto. Goten, que seguía reprimiendo su ki, tanto su ki como sus gemidos, tembló más que nunca y se fue. Trunks lo recostó en la cama. Le tapó los ojos con una venda. Se fue a la ducha.
El agua corrió. Goten supo que estaba encerrado en la fantasía de Trunks, una suerte de embrujo diabólico que se suscitaba en el medio del infierno. Y su sobrina estaba desnuda, detrás de él. Y no podía mirarla; podía escucharla y nada más. Y olerla, claro. Ella, en cambio, nada más que respirar (con dificultad por su boca y nariz tapadas estratégicamente) podía hacer. Estaba tan ansiosa de seguir... Pan se sentía sumisa y entregada, tanto como siempre lo había deseado. Ni sospechaba qué tan cerca estaba de cumplir su más utópica fantasía.
Su tío Goten y ella, desnudos.
Su tío Goten y ella, el más perverso sexo.
El agua dejó de correr. Trunks llegó al cuarto a medio secar, desnudo y listo para todo. Ahora venía su parte favorita. Destapó los ojos de Goten, lo levantó y lo llevó ante Pan, los tres arrodillados en la cama. Goten miró los senos y sintió una nueva, inevitable, reacción en su sexo. Los pezones eran tan dulces que parecían un producto de su imaginación. Y su entrepierna, con adorsble vello perfectamente depilado, prolijo, formando un prohibido triángulo negro en el centro de la irreal blancura.
Trunks se interpuso, de lado, entre los dos. Los masturbó al mismo tiempo. Goten se mordió el labio. Trunks soltó el pene, retiró la bola de goma de la boca de Pan y lanzó su más importante carta, la que le daría la victoria:
—¿Quieres que te folle duro de nuevo, Panny? —inquirió, acariciando el clítoris con su dedo corazón.
—Sí... —dijo ella.
Goten notó cómo los pezones irreales se erguían. Más y más perfección.
—Entonces, quiero que seas sincera conmigo... ¿Lo serás? Si lo eres, la recompensa será monumental.
—Sí, lo seré... —afirmó ella, jadeando.
Trunks los masturbó con más intensidad.
—Dime, pequeña... ¿Cuál, quién, es tu mayor fantasía? Me refiero a la más perversa, la impronunciable.
—Trunks...
La masturbó a tal velocidad que Pan se sacudió. Gimió más fuerte que nunca. El pene de Goten, todo Goten, luchaba por no lanzarse hacia adelante para penetrarla de un maldito movimiento. Necesitaba follarla. Ya.
—¡Dilo, Pan! Dilo y te follaré hasta hacerte gritar.
—Es...
—¿Quién...?
—¡Es...! —Los dientes mordieron los labios. Toda Pan se estremeció—. Mi tío Goten...
Los ojos de Goten se abrieron tanto que casi se soltaron de él. Observó a Trunks, que le sonrió sinceramente.
—Ya lo sabía.
Los dos Son se impresionaron tanto que sus pieles terminaron irremediablemente erizadas. Trunks volvió a masturbarlos.
—Son adorables, los dos. ¿Cómo no van a desearse el uno al otro, si son tan especiales, tan únicos entre tantos seres que pueblan de más este mundo?
Pan pagó un grito.
—¿«El uno al otro»?! ¡Trunks...! ¡¿A qué mierda te refieres?!
Trunks dejó de masturbarlos.
—A esto, pequeña...
Destapó los ojos de Pan, la tela colgó de su cuello, y Pan vio a Goten, y Goten vio a Pan. Y los dos lo supieron: sí, se deseaban con cada fibra de sus existencias. Pan miró el pene erguido, que subía y bajaba involuntariamente por movimientos que Goten realizaba sin darse cuenta. Y Goten miró el líquido que hacía brillar la entrepierna de Pan.
Eran la fantasía prohibida del otro.
Y Trunks el actor intelectual de su posibilidad de cumplirse todo lo que soñaban con el otro. Sin darse cuenta, entendiéndose con miradas, sonrieron al mismo tiempo.
Eran felices.
Lo eran en lo más demencial de sus instintos.
Trunks tomó la palabra:
—Sabía que se gustaban. O, mejor dicho, que se deseaban el uno al otro —dijo, el as de espadas ante los tres—. Es natural, ya se los he explicado a los dos: somos saiyajin, y no cualquier tipo de saiyajin: somos híbridos que han nacido en un mundo equivocado. Nosotros deberíamos estar en medio de una guerra, matándonos contra los enemigos de nuestra sangre. Deberíamos estar en orgías para celebrar nuestras victoria; deberíamos estar desnudos, sudados y manchados de sangre, la nuestra y la del oponente. Pero no: estamos en la Tierra fingiendo ser terrícolas, algo con lo cual jamás encajaremos.
Pan pensó en lo que Trunks decía. Lo pensó y dijo:
—Por eso estamos tan insatisfechos...
Una lengua lamió su pezón izquierdo. Pan se estremeció. Goten, al oirla jadear, al ver la reacción colvulsionada de su cuerpo, tuvo que morderse los labios. Trunks estaba encima de Pan, rozando su pene en un fuerte muslo de la muchacha, lamiendo el pezón sin parar. No miraba a Goten; sus puñales azules estaban encerrados en sus pupilas.
—Por eso vengo planeando esta noche desde que Goten terminó con Pares. Los quería desnudos en mi cama... —Trunks mordisqueó el pecho izquierdo de Pan con tal ímpetu que ella arqueó su espalda, y gritó, y luchó en vano contra las cadenas que la tenían inmovilizada. Miró a Goten tan fijo como pudo; el deseo se entremezcló en total armonía con la felicidad—. Quiero follarlos a los dos hasta cansarme... —Besó a Pan en los labios. Ella, al recibir su lengua en la boca, se ahogó. Luchó en total desenfreno contra la boca de Trunks—. Quiero penetrarlos a los dos, una y otra vez...
A los dos.
Pan se extrañó.
—¿A mi tío también...?
Trunks pellizcó sus pezones, castigándola por la pregunta que casi había terminado por hacer. Pan gritó, sus ojos más pegados que nunca a los de su tío.
—Yo no distingo entre sexos, Pan —masculló Trunks—. Yo monto el cuerpo que se me antoja. Y se me antojan dos Son la misma noche. Se me antojan los dos.
Trunks sujetó el cabello de su mejor amigo. Se miraron: los puñales azules indujeron a Goten a lo peor. Trunks depositó la boca de Goten sobre el pezón derecho de Pan. Goten, desesperado, lo succionó. Trunks prosiguió con el izquierdo. Pan gritó una vez más, echando hacia atrás su cabeza.
—Si me permiten follarlos, les permitiré hacerlo aquí, ahora —aseguró, voz ronca, contra el pezón—. Podrán hacer cuanto quieran siempre y cuando me garanticen que yo también podré cumplir mi fantasía.
Y Goten y Pan se miraron una vez más. Goten, con su boca apoyada en el pezón, sin más límites coartando su yo libertino, suplicó.
Déjame hacerlo.
Déjame tenerte.
Pan, sus ojos llorosos, su sexo empapado, sus pezones erguidos, cortó todos sus límites también. Al carajo. Deseaba a Goten. Ya no había vuelta atrás.
—¿Y si nadie se entera...? ¿Podríamos...? —farfullo, emocionada ante los dos híbridos desnudos que, con sus penes parados, morían por ella.
Y entre ellos.
Goten se metió todo el pecho derecho de Pan en la boca, en respuesta. Estaba desesperado. La forma humilde, la textura suave de ese pecho era un deleite para su perversión. Era mucho mejor de lo que había imaginado. Lo soltó, lo lamió. Dijo:
—Podemos. Y nadie lo sabrá, lo prometo.
—Solo es sexo —agregó Trunks—. Solo somos tres saiyajin insatisfechos que desean tener verdadero sexo. Y claro que pueden. Esta es mi casa, mi cuarto, mi cama. Aquí no solo pueden; deben hacerlo. Quiero que lo hagan ahora mismo. Yo los dejaré a solas... —Miró fijamente a Goten—. Pero luego serán míos. Lo serán toda la noche y mañana, ¿está claro?
—Sí... —exclamó una Pan en plena sobredosis.
—Sí... —jadeó Goten, alienado, lamiendo sin parar el pezón.
Trunks se separó de Pan. Desató a Goten. Antes de marcharse, le dio una buena nalgada.
—Vendré en un rato. Y Goten: no se lo hagas por detrás; su cola y la tuya son mías. Dale por la boca. Esa te la dejo.
Se fue. Los encerró con llave. Goten contempló la desnudez de Pan. Era deliciosa, toda ella. Era suya. Despacio, la abrazó. Perversos al límite, se besaron. Entre lenguas y saliva, Pan susurró «tío» incontables veces. Goten tocó sus senos, masturbó su clítoris. Pan forcejeó con las cadenas, desesperada.
—Tío, desátame.
—No.
—¿Por qué?
—Me excita tenerte a mi merced.
La penetró con un dedo. Entró y salió despacio, sin apremio. Hizo círculos, apretó las carnosas paredes. Pan, moviendo sus caderas, pidió más. Goten no se apuró. Por un momento, juró ver distorsionada la escena. Vio todo como si tuviera la peor de las miopías: borroso, sucio. Más colores que formas. Veía el vello negro y la piel blanca de Pan bajo las potentes luces rojas del cuarto. Veía eso y su corazón intentaba salírsele del pecho.
—Tío… ¡Desátame!
«Tío». Qué perverso lo hacía sentir la adorable/no-adorable Pan al llamarlo de esa forma. Supo que lo prohibido del vínculo que esa palabra evocaba lo encendía casi tanto como la desnudez de ese cuerpo. Quería tener sexo con su sobrina. Quería hacerla gritar. Quería penetrarla de todas las formas, por interminables horas. Quería y debía hacerlo.
—Diciéndome así me estás volviendo loco…
Goten masajeó con más avidez los pechos. Pan continuaba retorciéndose, atada. Sus ojos, bien abiertos, lo contemplaban todo.
—No me sale decirte «Goten»; eres mi tío…
—Y tú mi sobrina.
Pan sintió una descarga eléctrica en las venas producto de esa palabra, la del vínculo. Goten, percatándose de que las palabras vinculares tenían igual efecto en los dos, descendió de los pechos al ombligo y de éste a la cara interna de los fuertes muslos de guerrera.
—¿Te gusta que te recuerde que eres mi sobrina?
—Sí…
La lengua, en perfecta punta, dibujó círculos en los muslos, cada vez más cerca del sexo de la muchacha. Ella no paraba de estremecerse.
—Pan, eres tan perversa como yo. Y como el loco que está ahí afuera.
—Aunque quiera evitarlo, aunque intente creerme que puedo obviarlo… —Pan, ante todo emocionada, sollozó—. Yo te deseo, tío. Desde niña, desde… siempre. Y saber que tú a mí, y que podemos guardar el secreto, me hace muy, muy feliz…
Goten lamió el clítoris, al fin. Claro que iba a hacerla feliz. Aún más de lo que ya la sentía en sus brazos.
—Saber que puedo tenerte, sobrina… —balbuceó Goten contra el clítoris. El aliento de su tío estremeció mil veces más a Pan—. Saber que no piensas que estoy enfermo me da deseos de todo.
—Y a mí… ¡Desátame…!
—No, aún no.
Dibujó círculos, ahora, en torno a su clítoris. Pan se revolvió de tal forma que Goten supo que estaba a punto de llegar al orgasmo. Separó lentamente sus piernas. Pan colgó de las cadenas. Depender tanto de Goten le quitó el resto de cordura. Nada quedó.
Perversión era lo único que precisaban.
—Dime «tío», sobrina.
Apoyó el pene en la entrada. La vagina de Pan vibró.
—Tío…
Y la penetró. Clavó su pene de una estocada, hasta el final. Se retiró despacio, dispuesto a disfrutar de torturar sexualmente a su sobrina.
—Dime «soy una niña, tío».
—Soy una niña, tío…
La llenó con una nueva estocada. Se retiró con la misma lentitud.
—Dime cosas, hazme sentir sucio… —Goten estaba fuera de sí. Desconectado de la realidad por la perversión a la que Trunks lo inducía, nada anhelaba más el no-reprimido Goten que sentirse el ser más putrefacto del universo. Reprimirse tanto en el día a día hacía que sentirse sucio fuera su recompensa favorita durante el sexo.
—Me estás violando, tío… —Pan también estaba fuera de sí. Eran años de jugar a la sumisa sin poder serlo, de sacar a la activa casi sin desearlo en cada encuentro sexual que concretaba. Años desmayando amantes con su poder. Eran años de desear ser sumisa. Y lo estaba siendo, y podía decir suciedades, todas las necesarias para sacarle el animal de adentro a su más preciado amor platónico, ese tío al que miraba sin camisa por las mañanas, al que abrazaba de más por la adicción que su aroma le generaba. Era su tío y, haciéndolo sentir sucio, podía concretar su fantasía de absoluta sumisión.
Estaban tocando las llamas del infierno con las manos.
Goten la penetró lento y fuerte, las piernas de ella enredadas en los muslos de él. Ante cada frase sucia que Pan pronunciaba, ingresaba con mayor ímpetu en ella.
—Soy una niña y me violas, tío…
—Te violo, sobrinita… —Salió, entró, salió. Sujetó el cabello de Pan—. Te violo…
—Viólame, tío…
—Lo haré… —Salió, entró, salió. El cabello que sujetaba era una correa—. ¡Lo haré…!
Apoyó una mano a cada lado del rostro de Pan. Se miraron.
—Dame duro, tío…
Goten obedeció. Sus caderas se desbocaron, entró y salió a la velocidad de la luz. Pan no tardó en irse. Lo hizo de formas múltiples, apretando su pene con la carne de su vagina a un ritmo intermitente. Goten, al sentir la fricción, al sentir los latidos de su orgasmo, mordió sus labios y lamió su rostro.
—Dime cosas sucias… ¡Dilas!
—Soy una niña y me violas…
—¡¿Qué más?!
Pan jugó a no querer.
—Me duele…
Goten cayó en su mentira.
—¡Dime cuánto!
—¡Mucho, tío…!
La folló con una fuerza inhumana, como jamás había podido hacerlo. Sus caderas, con vida propia, embistieron salvajemente contra Pan. Y ella continuó diciendo que era una niña, que era su sobrina y la estaba violando, que le dolía recibir tan enorme pene. El pene de su propio tío. Tu pene es muy grande y me lastima. Me estás dando demasiado duro, tío. Duro, muy duro. ¡Demasiado duro…!
Goten clavó su pene con tal violencia que Pan realmente sintió dolor. Escuchó su quejido pero nada lo detuvo. Sacó su pene, se puso de pie sobre el colchón, sujetó el cabello de su sobrina y apoyó la punta húmeda sobre los labios.
—¿Eres virgen…?
—Lo soy.
—¿Nunca le hiciste sexo oral a un chico?
—Jamás…
—Chupa. —Hundió su pene en la boca de Pan—. Deja la boca abierta, usa la lengua, no aprietes los dientes. —Pan obedeció. Goten echó hacia atrás la cabeza—. Usa más la len... ¡Así...! Así, niña, así...
Detrás de él, Trunks, con la puerta entreabierta, observaba el final sabiendo que ninguno de los Son notaría su presencia. Estaban demasiado hundidos en la suciedad como para siquiera percatarse del voyeur que los vislumbraba con total lascivia. Era demasiado excitante escuchar los gemidos, ver las dos pieles blancas convirtiéndose en una. Era demasiado excitante ver la blancura de los dos erizada por el placer prohibido. Y ni hablar de ese juego perverso que los dos, sin necesidad de él, se habían planteado: tío, sobrina, tío. Qué orgulloso se sintió de los dos.
Pan chupó ávidamente el pene de Goten. Él jaló de su cabello con tal demencia que no solo los ojos de Pan se llenaron de involuntarias lágrimas; los suyos también. Miró sin perder detalle cómo los labios de Pan resbalaban en torno a su pene, cómo su pene se hinchaba más y más; sintió la lengua mojándolo, recibiéndolo y despidiéndolo con caliente humedad. Era demasiado. Se iba. Gimió envuelto por una desesperación sin retorno, clamó aguantar un poco más; no podía. En un segundo, retiró el pene, cayó de rodillas al colchón y regó su semen en los pechos de su sobrina. Trunks se sujetó el pene al ver que Goten hacía lo mismo que él le había hecho hacía horas, ensuciar el otro cuerpo con su blanquecino placer.
Goten cayó sobre la cama, ante ella, ante la diosa atada con plateadas cadenas. La acarició con una ternura perturbadora en los muslos.
—Sobrina…
—Tío… —continuó repitiendo ella, como si fuera un aparato averiado y no una mujer, una saiyajin, una terrícola. Ni un ser humano.
Goten la observó sin parpadear. Era bellísima. Era más especial de lo que siempre la había creído. Era candente. Se sentía, al contemplarla, encendido de forma inmediata. Se moría por ella, que ahora cabeceaba por el cansancio, atada y manchada; en paz el apetito sexual de su guerrera interior.
Trunks se acercó. Desató a Pan, la tumbó junto a Goten y este la abrazó con la misma perturbadora ternura de antes. Valiéndose de las servilletas que siempre estaban en la cómoda, la limpió.
—Duerme, pequeña. Mañana nos bañaremos los tres.
—Sí...
Goten la sujetó con más fuerza. Trunks fue por una cobija y los tapó a los dos. Se tumbó junto a Pan, besó su hombro hasta cansarse y, mirando a Goten de aquella estremecedora forma, exclamó:
—Mañana...
Y mirándose, acompañaron a Pan a la tierra de los sueños.
...
Plena madrugada. Supongamos las dos o las tres de la mañana. Goten entreabrió sus ojos. Pan estaba abrazada a él, acurrucada contra su pecho. Detrás, unos impúdicos labios besaban sus hombros.
—Al fin despertaste... —exclamó el dueño de los labios en queda voz.
Trunks se pegó a su espalda, apoyó su desnudez en toda la extensión de su cuerpo, lo abrazó. Trunks besó, sensual, el cuello de un Goten que no tardó en caer en un nuevo hechizo. Mirando a Pan y sintiendo a Trunks moría por sentirse el ser más sucio del universo, de nuevo. Lo necesitaba.
Al desconectarse, solo le quedaba follar hasta saciarse.
—Me encantas —dijo Trunks en su oreja. Su tono, increíblemente, parecía conmovido—. Me encanta verte en la cama teniendo sexo de tan sucia manera. Verte montando a tu sobrina sin traumas previos, sin remordimientos terrícolas. Eres perfecto, Goten...
El susodicho se estremeció. Goten ya no sentía culpa ni remordimientos, no. La represión ya no era parte de él; las cadenas habían sido despedazadas por Trunks. Y su cuerpo había caído encima de Pan.
—Quiero hacerte tantas cosas...
Más besos en su cuello, en su oreja, en su mejilla, en su cabello. Trunks incluso besó sus cejas, sus párpados a medio cerrar, a medio abrir. Goten sintió dormitar por cuánto Trunks, con sus besos, lo relajó. Cuando prácticamente se había dormido, Trunks apagó luces y cerró persianas. Sumidos en una total oscuridad, Trunks retomó su lugar detrás de Goten. Besó su espalda, su nuca, sus hombros; acarició sus glúteos, su cintura, sus muslos. Goten despertó. Al removerse, al refregarse contra el cuerpo cálido que lo atendía, sintió que algo lo cubría hasta el cuello.
—No quieres que ella nos vea, ¿verdad?
—No...
—No nos verá. Seré tierno contigo, Goten. —Trunks masajeó sus glúteos, dotando de incalculable voluptuosidad sus movimientos—. Te haré el amor. Seré dulce y atento. Seré perfecto...
—Trunks, pero Pan...
—No nos verá. Solo tienes que asegurarte de que tampoco nos escuche, ¿sí? —Masajes en los glúteos. Goten desfallecía por las intensas caricias—. Todo estará bien siempre y cuando me obedezcas.
—¿Eh...?
—Túmbate boca arriba.
Seducido, caída libre hacia el abismo de la obscenidad, Goten obedeció. Trunks se acostó encima de él, no sin antes cubrirlo por completo con la cobija. Al verse tapado, Goten se sintió falto de aire, también de visión. Unos labios le rozaron, apenas, la boca. Rozaron, a un lado, al otro, el labio superior, el labio inferior. Mordisquearon, se alejaron, regaron el aliento sobre la humedad provocada. La lengua puntiaguda lamió todo a su paso. Goten intentó capturar la boca; no pudo. Trunks estaba jugando con él. Como siempre lo hacía. Como siempre lo haría. Trunks solo sabia jugar con él.
A Goten le fascinaba que así fuera.
El ser humano es un ser que porta perversiones. Quien dice no portarlas, en verdad las reprime. Las reprime porque la vida, el mundo, las gentes, lo inducen a hacerlo. Goten portaba sendas perversiones, algunas más normales, otras más abstractas. Le gustaba sentirse sucio. Le gustaba sentirse sádico. Le gustaba sentirse un objeto, un juguete. Le gustaba ser masoquista bajo el dominio de Trunks. Sobre todo cuando era Trunks quien estaba sobre él.
Unas manos lo voltearon. Una lengua lamió sus glúteos. Luego, su entrada. La cobija se corrió, y Goten, conteniendo los gemidos extasiados que la lengua provocaba en él, en su interior, fue capaz de ver a Pan en medio de la oscuridad. Alzó una mano hacia ella, acarició su rostro. Trunks lo sumió en una nueva oscuridad. Pan, dormida por completo, ni se inmutó.
—Me perteneces. Ahora, solo eres mío —susurró una voz, esa voz, en su oreja—. Haz silencio y quédate quieto, Goten. —Los labios besaron los hombros, los dientes rasgaron la piel. Goten deliraba—. Quieto y callado... —Un dedo, húmedo, experimentado, lo penetró—. Así, exactamente así... —El dedo salió y entró, y Goten paró más la cola por causa del instinto, y se llevó una mano al pene. La mano libre de su amante le prohibió masturbarse, sin embargo—. Tú no harás nada; déjamelo todo a mí.
No se dijo más. Pan dormía junto a ellos, que estaban abstraídos en el otro, concentrados en aquello que hacía tantos años tenían, la atracción que iba más allá de cualquier clase de dominio que hubieran podido imponerse. Trunks se valió de lubricante para preparar su entrada triunfal, un lubricante muy especial, uno que hacía arder la piel en un extasiante efecto calórico que no hacía más que simbolizar la situación. El dedo fue acompañado por otro, y Goten cada vez se vio más preparado para lo siguiente. Trunks, con brutal erección a cuestas, se embadurnó con lubricante a sí mismo. El calor que experimentó lo encendió de más.
—Siénteme... —jadeó en la oreja de Goten, totalmente acostado sobre él.
Y lo penetró. Lo hizo de una manera tan salvaje que acertó al cubrir la boca de Goten con su palma. Goten contuvo un enfermizo bramido contra esta. Mordió la palma, algo que fascinó a Trunks, que enterrado hasta el final mismo de Goten se dio unos segundos para proseguir. Salió lentamente, ahogado por el cobertor, ahogado por el calor, sudado y sonrojado por la excitación.
—Goten...
Salió, entró.
—¡Goten...!
Y salió, y entró. Y así lo folló, a un ritmo lento aunque intenso. Sujetó las manos de Goten, quien, encantado, se dejó inmovilizar. Luego, sus manos se deslizaron a las nalgas blancas. Trunks las separó lo más posible, salió casi por completo, volvió a hundirse hasta el final.
—¡Ah...!
Trunks olvidó a Pan. Estaba tan concentrado en la cola que penetraba que ya nada le interesaba más que deslizarse, hacerlo hasta el fondo, adentrarse completo en los confines del dueño de todas sus fantasías. Su presa favorita, Goten. Y Goten se tapó la boca a sí mismo para no gritar. Mordió sus dedos al entender que ya no podía más.
—Necesito gemir —farfulló, desesperado—. Sácame de aquí, házmelo en otro sitio, por favor... —Una reprimenda en forma de embestida lo hizo estremecer—. No me castigues, hagámoslo en otro lugar... ¡Por... favor...!
Trunks salió de él.
—Sígueme.
Trunks se levantó. Goten hizo lo propio. Luego, se aseguró de que Pan continuara durmiendo —lo hacía— y siguió los pasos de su amante. Se encontró en el largo pasillo de la entrada principal, aquel de los espejos hipnóticos. Trunks parecía fastidiado. Se masturbaba sin parar. Señaló el espejo de la pared de la derecha mirando desde la puerta.
—De espaldas a mí, anda.
Goten, tan fastidiado como Trunks por el sexo cortado a la mitad, obedeció sin más. Apoyó las manos ante el espejo, paró su cola lo más posible. Detrás de él, luces de cobre en torno a los dos, Trunks se mordió el labio ante la cola. Miró a Goten a través del espejo; Goten se dejó violar por el azul. Trunks lo chocó contra el espejo al sujetar fuertemente sus nalgas y penetrarlo. Gimieron al mismo tiempo, sus ojos fijos en el otro a través del espejo, en un retorno infinito perfectamente simbolizado. Descontrolado, los ojos fuera de sí, casi teñidos de rojos, Trunks entró rápido y profundo, una y otra y otra vez, aferrado a las nalgas que asía hacia su pene.
—¡Oh, Trunks...!
—¡¿Más?!
—¡Más...!
Lo empujó hacia el piso, cayeron juntos, Trunks lo tumbó boca arriba, levantó las piernas hasta colocarlas encima de sus hombros y retornó al enviciante ritmo de una buena follada. La follada.
Nada era mejor para su pene y su ser que follarse salvajemente a su mejor amigo.
Lo volteó, lo puso en cuatro patas. Arrodillado detrás de Goten, Trunks continuó. Más fuerza, atropello, locura desenfrenada en el hombre que daba. El que recibía, muerto de dolor y de rabia y de placer y de culpa y de todo y de más, gemía con todas sus fuerzas. Bramaba:
—¡Más...!
Y su amante, el Trunks sin límites que de demasiado era capaz, respondía:
—¡SÍ...!
Trunks, con el cuerpo cubierto del más sugestivo sudor, miró la imagen que el espejo le obsequiaba: qué inmundicia tan deliciosa contempló. Cómo entraba y salía de Goten, cómo sujetaba sus nalgas hasta enterrarles sus cortas uñas, cómo Goten se convulsionaba, su pene totalmente parado entre sus piernas, sus testículos bamboleándose, hinchados. ¡Qué delicia ser un libertino! ¡Qué delicia deslizarse así, con tanta putrefacta perfección! ¡Qué delicia estar dentro, fuera, dentro! Ser un perverso y no hacerle daño a nada, a nadie, por el grado excesivo de su perversión. Trunks deseó matarlo de placer. Frenó, enterrado hasta el fondo, para contenerse. Respiró profundo, refregó sus manos en las nalgas. Qué sadismo.
Y no, debía aguantar.
—Sigue…
—Aguarda, Goten…
—¡Sigue…!
Goten empezó a moverse solo. Trunks, petrificado, observó la situación: su pene, más erecto que nunca, más cerca del mejor orgasmo de la historia, simplemente se limitaba a permanecer quieto: Goten se movía por sí mismo, despacio aunque intenso. El ritmo aumentó, Goten se desbocó, y cuando Trunks sintió irse, volvió a sujetarlo de las nalgas. Embistió con todas sus fuerzas, lo insultó, lo amó, lo odió. Gimió como en su vida lo había hecho.
Cayeron los dos al suelo, Trunks sobre Goten.
—No hay cuerpo en el que me haya sentido más a gusto alguna vez —susurró Trunks en su oído—. Eres todo, Goten. Eres perfecto…
Goten rio. Sentía exactamente lo mismo. Nunca se había entregado así a otro hombre y, por obvios motivos, jamás había estado tan entregado, pasivamente hablando, a una mujer. Lo que Trunks le hacía sentir era único.
Tanto como lo que había sentido a partir de Pan.
—Pídeme algo, lo que desees. Haré todo lo que quieras. Goten. Quiero complacerte.
Trunks lo hacía sentir único, sí. Pasivamente, lo hacía.
Activamente, Pan era, ya, lo mejor que le había sucedido alguna vez.
Su pene estaba a punto. Podía follar ahora mismo. Cuando Trunks le dijo lo último, Goten supo qué deseaba:
—Quiero que se lo hagamos a Pan.
—¿A Pan…?
—Juntos. Tú detrás, yo delante. Quiero que Pan nos tenga adentro al mismo tiempo.
Trunks se revolvió, presa del deseo, ante la idea.
—¿Y que grite?
—Y que goce como jamás volverá a hacerlo, no lejos de nosotros.
—¿Quieres darle la follada de su vida a tu sobrina?
—Sí. Contigo…
Trunks, con inédita ternura, besó su nuca.
—Por eso eres mi favorito.
Se levantaron. En silencio, caminaron hacia el cuarto. Una vez allí, se miraron el uno al otro. Trunks hizo un gesto a Goten para indicarle que no hiciera nada y se acercó a la cama, levantó a la dormida Pan en brazos y la llevó con su tío. De pie los tres al desnudo, la sujetaron y encerraron entre sus cuerpos, la besaron por todo el rostro. Cuando Pan despertó y los vio, se sonrió. Qué dulces sueños acababa de tener y qué sádicas fantasías deseaba, ahora, vivir.
—Es plena madrugada, pequeña —dijo Trunks, más atento de lo que había sido en la totalidad del encuentro—. ¿Nos bañamos?
Pan, antes de responder, atisbó a Goten. Su tío le sonrió, casi enamorado.
—Bueno… —dijo ella, finalmente.
Trunks se la dejó a Goten e indicó que lo siguiera. En el baño, encendió la ducha de mamparas transparentes y abrió la puerta. Goten bajó a Pan y los tres entraron por sí mismos. Trunks cerró la puerta, y el rectángulo en el que estaban se llenó de vapor. Tres ruidos llenaron el reducido espacio: el del chorro de agua, el de las respiraciones y el de los besos que poco tardaron en dar inicio. Pan rio al sentir cómo Trunks y Goten la encerraban una vez más, su tío delante y el amante de los dos detrás. Qué perversión; ya no le importaba pensar en lo inmoral que era la naturaleza de la reunión. Se dedicó, ida, perdida, encontrada su humana interna con su siempre evadida saiyajin, a disfrutar. Apuntó al agua con su rostro de párpados cerrados y boca apretada. Su cuerpo, rígido, tembló al ritmo de los besos. Trunks devoraba sus hombros con sutiles mordiscos; Goten lamía sus senos. Los dos descendieron el mismo tiempo; Pan gimió ante el chorro de agua al sentir cómo unos dientes mordían sus nalgas al tiempo que una lengua se ocupaba de su ombligo. Tembló incluso más cuando la abandonaron a la vez.
—De pie ante la puerta, de espaldas a nosotros —indicó, serio y autoritario, mas no agresivo, Trunks.
Pan obedeció como una buena sumisa sabe hacerlo. Estaba entregada a su fantasía de dominación. Apoyó sus manos en la puerta de la mampara para darse sostén, a la expectativa de qué sucedería. Detrás, Trunks y Goten negociaban ocularmente. Trunks besó a su mejor amigo, acarició sus nalgas mientras lo hacía; después, le dio un jabón. Goten no tuvo que recibir órdenes: contempló entre el vapor la figura perfecta de su sobrina, se pegó a ella y la lavó. Primero la espalda, las piernas, la cola, los hombros; luego, rodeando el cuerpo con sus brazos, los pechos, el estómago, el sexo. Goten incrustó, sin poder contenerse, el jabón entre las piernas, entre un labio y el otro. El jabón, siempre manipulado por él, ascendió, descendió; bailó sobre el clítoris. Pan se hizo hacia atrás, apretó su espalda contra el torso tallado de su tío y se entregó a la atención que él le daba.
—Tío… —suspiró.
Las manos de Trunks los acariciaron a los dos, un poco a Pan, un poco a Goten. Abrazando al último por detrás, dijo:
—Pequeña, ¿qué deseas esta madrugada?
—Todo —dijo ella, hipnotizada.
—¿A qué llamas «todo»?
—Todo cuanto pueda suceder…
Trunks acompañó la mano de Goten. Destilando el habitual autoritarismo, voluptuoso como nadie lo era en la escena, aceleró el ritmo de la masturbación. Pan se pegó más a la mampara, Goten a ella y Trunks, finalmente, a él.
—Tu tío y yo tenemos una fabulosa idea, pequeña.
—¿Cuál?
—No te lo diré. ¿No sería mejor mantener el misterio? —Y la masturbación aceleró aún más—. Pan, gozarás como ninguna mujer lo ha hecho jamás, te lo juro. Pero debes darnos luz verde; debes decirnos «háganme lo que se les antoje, les pertenezco».
Y más aceleración contra su clítoris. Pan gimió abiertamente, anulada como llevaba estándolo toda la noche. Quería todo y no mentía: quería ser la mujer más sumisa de la historia con tal de alcanzar todo el placer que, por vivir en un mundo no apto para su voluptuosidad, se le estaba negando. Quería gozar hasta el punto de asquearse, hasta desear no tener sexo nunca más. Y, oh, sí que iba a querer más.
Trunks no mentía: ninguna mujer volvería a gozar así.
—Háganme… lo que se les antoje…
—¿Y qué más, pequeña? —preguntó Trunks. El jabón cayó al suelo y un dedo, el de su interlocutor, se incrustó en su vagina—. Dinos qué más.
Pan se retorció de placer.
—¡Les pertenezco…!
Unas manos, las de Goten, la voltearon. Se besaron apasionadamente nomás verse, los cuerpos contra la mampara. Trunks no tardó en arrebatársela. La besó, Goten miró; todo explotó. Trunks retomó los mordiscos en los hombros, y los tres fueron tapados por el agua y el vapor, por el deseo que los otros dos inspiraban.
—Te encantará —aseguró, en la cúspide de la lascivia, Trunks.
Salieron del baño empapados y empapados terminaron en el cuarto. La capacidad de pensar, por el extremo deseo, estaba disminuida en cada uno, por lo cual no prestaban atención a nada más que a los otros dos. Una toalla cubrió a Pan y cuatro manos se encargaron de refregarla por todas partes, por las zonas íntimas y las que no lo eran. La atendieron, los hombres a la mujer, con la urgencia de un amante que anhela preparar a aquella que lo recibirá en su interior para el acto, con entusiasmo, desprolijidad y locura. Locura, justamente: qué locos estaban los tres, por lo sucedido y por lo subsiguiente. La toalla terminó en el suelo; refregándose entre los tres sin más texturas que no fueran las de sus pieles, ella siempre en medio, dichosa diosa saiyajin que nada más que ser sumisa podía desear, cayeron sobre la cama. Nunca les importó lo impuro de sus actos; les importaba follarse duro, nada más. Follarse como buenos saiyajin, sin límites que pudieran coartarlos. Trunks, sin dejar nunca de comandar la situación, recostó a Pan en medio de la cama. Ella se dejó todo, sin más. Goten se lanzó sobre ella y, aprisionándola con su peso, la besó con extrema profundidad. Gimieron en el beso, ella por cómo su tío manoseaba sus senos, él por quien empezó a ocuparse de él: era la lengua de Trunks, que pronto se deslizó en su entrada. Goten, al sentirlo, no habló. Decidió usar a Pan para aguantar. Ella, por supuesto, se dejó cuando Goten tapó sus ojos con una mano mientras con la otra sujetaba su cintura. Apoyó la boca entre sus senos. Mordió. Mordió suavemente a Pan, justo en el seno derecho, después en el izquierdo. Mordió cada vez que una oleada de calor nacía en su entrada, Trunks el culpable, y terminaba en cada punta de su cuerpo por gracia de su sobrinita. El placer acrecentó la necesidad de gritar, y Goten mordió más fuerte a Pan, y ella exteriorizó con sus aniñados quejidos todo cuanto el centro del trío sentía, todo cuanto el sádico que lamía la entrada provocaba. Los dientes de Goten resbalaron por toda la piel de Pan, mordisquearon cada rincón. Brazos, hombros, pezones, cuello. En el último deseó morder más fuerte, como un vampiro que desea la sangre para subsistir. Goten deseaba precisamente eso de Pan: penetrar sus venas y follarla a través de ellas. Follarle las venas.
Succionarle la sangre que los dos compartían.
Su pene palpitaba, dolía por llevar erecto e insatisfecho tanto tiempo.
—Voy a entrar —dijo Goten, desquiciado—. Abre las piernas, ábrelas para que te pueda penetrar.
Continuó mordiéndola, esta vez en el estómago, en el bajo vientre. Pan deliraba tanto como su tío lo hacía.
—¡Oh, tío…! —gimoteó Pan justo antes de obedecer. Sus piernas se abrieron—. Hazlo rápido, por favor… ¡Te necesito…!
Goten sujetó su pene y lo acomodó en la entrada, presuroso de concretar lo más pronto posible el acto.
Alguien no se lo permitió.
—Shh… —Trunks sujetó el pene de Goten antes de que éste lo clavara en Pan—. Aún no, niño ansioso.
»Es tiempo de jugar.
Las luces bajaron, o eso pareció. El ambiente se tornó tenebroso. Goten y Pan, sin saberlo, lo supieron: estaban, de nuevo, en la perversa fantasía de Trunks, donde él todo lo decidía, todo lo digitaba, todo lo gozaba. Él les sonrió, se levantó, se fue. La música clásica retornó a la totalidad del departamento, también las luces rojas, también las cadenas: Trunks ató a Pan a la cama, de espaldas a ellos, sus brazos hacia arriba y hacia adelante. Su cola, redonda y femenina, quedó completamente entregada al dueño de la fantasía. Trunks la nalgueó con confianza. Era un animal en celo.
—Dije que te desvirgaría, ¿lo recuerdas? Esta cola será mía, Panny.
Pan no pudo evitar el temor. Anhelaba sentir un pene en su vagina, en aquel camino convencional. ¿Pero atrás? La idea la aterraba. Sus piernas parecieron flaquear; se revolvió, pese a estar atada, todo lo que pudo.
—¿Acaso quieres escapar, pequeña?
—No…
—¿Entonces? ¿No dijiste que nos pertenecías?
—Pero me da mucho miedo…
Trunks empezó a masturbarse al escuchar la voz aniñada de Pan decir cosa semejante. Goten, a su lado, se sostenía el pene adolorido. Trunks se lo acarició al notar la incomodes en su rostro. Sin dejar de mirarlo a los ojos, rojas las tres pieles presentes, le habló a Pan:
—Me calienta sobremanera ese tonito, pequeña. Háblame así, aniñada. La voz de niña y este cuerpo de mujer tan perfecto me hacen sentir tan sucio…
Pan se odió por haber proferido ese tono. ¡Odiaba que la llamaran «niña»! Odiaba, sobre todo, comportarse como tal. Las piernas amenazaban con flaquear una vez más. Sin poder ver nada más que la pared llena de cuero y cadenas y sus manos atadas, Pan, más aterrorizada y excitada que nunca, lo intentó:
—Me da mucho, mucho, mucho miedo…
Trunks acarició el otro sufrido de Goten.
—¿Qué te da miedo, pequeña?
—Que me des por detrás.
Goten, ante la caricia, se estremeció. Trunks impregnó su mirada de una suerte de comprensión.
—¿Por qué te da miedo?
—Porque me vas a dar muy fuerte…
La comprensión se volvió solicitud: Trunks estaba aceptando lo que Goten deseara pedirle. Con el pene tan adolorido, el tío de la muchacha no pensó; demandó.
—¿Y cómo quieres que te dé?
—Suave…
Goten sujetó la nuca de Trunks, quien se dejó hacer sin siquiera mirarlo. Pegó el rostro a su pecho y lo hizo bajar violentamente hacia su pene. Trunks, pese a verse domado y no domando, se dejó todo. Goten, sin miramientos, lo penetró en la boca.
—¿Trunks..?
Goten metió un dedo en la cola de Pan. Trunks, sin dejar de darle placer con la boca, observó todo.
—Sobrina, soy yo. ¿Así es como lo quieres? —Valiéndose solo de su dedo meñique, de un centímetro de éste, masajeó la entrada de la muchacha, que al sentir lo que le hacían se revolvió nerviosamente.
—Despacito, despacito… ¡Cuídame mucho, tío…!
Goten se llenó, ante lo que veía y lo que escuchaba, de sadismo. Dejó a Pan sabiendo que, su continuaba jugando con sus dedos, la lastimaría, la mataría, la violaría sin piedad. Sujetó con ambas manos la cabeza de Trunks y lo penetró frenéticamente. Siseó: qué bien lo hacía, qué bien le daba placer con su boca su mejor amigo. La velocidad se tornó frenética; la fuerza, inhumana. Los ojos de Trunks lagrimearon pero él, en ningún momento, sucumbió. Rio en su interior ante la imagen de la tortura, y cuando supo que Goten estaba a punto de irse en su boca, se soltó. Goten jadeó de dolor. Trunks largó una carcajada. Lo ignoró al concentrarse nuevamente en Pan. El pene de Goten estaba más insatisfecho que nunca.
—¿Dijiste suave, pequeña?
—Trunks, no… ¡Me das miedo!
—Mejor para mí. —Dicho esto, embadurnó a Pan de lubricante de efecto calórico, tanto a su cola como a su vagina como a sus nalgas. Embadurnó sus manos, también.
—¿Suave?
—¡Muy suave!
—De acuerdo… —Y Trunks la penetró con su dedo corazón.
—¡NO!
Brutalmente, por cierto.
—Suplícame, pequeña… —Sacó el dedo, lo metió, lo sacó. ¡Qué estrechez! Si le metía el pene, se iba a ir en un segundo. Cómo apretaba esa prohibida entrada de mujer.
—¡No así…! —Pan gritó de miedo ante las insistentes invasiones—. ¡No!
Trunks la nalgueó.
—¡Déjate! —la retó cuando ella intentó zafarse de él—. Eres nuestra, recuérdalo: nos perteneces.
—Sí… —lloriqueó, extasiada, la muchacha.
Trunks la nalgueó una vez más, otra y otra. ¡Qué belleza esa cola enrojecida! Mirando su pene, sintiéndolo listo, ya no pudo dilatar más la situación: la sujetó con fuerza de cada nalga y, sin más, entró en ella. Hasta el fondo.
—¡TRUNKS…! —gritó Pan. ¡Qué horror! ¡Qué placer! ¡Qué dolor! ¡Qué delicia verse tan disminuida por un hombre tan poderoso!
Trunks gimió totalmente desbocado. No se privó de su fuerza ni de su necesidad: la penetró como un animal.
—¡Estás tan estrecha…! —Trunks le dio con tal brusquedad que terminó pegando a Pan contra la pared. Le dio fuerte, como si el sadismo, aquel concepto de quien desea hacer adolecer, no fuera un concepto sino su persona en sí misma. Él era el sadismo—. ¡Eres tan pura, niña! —Y sin dejar de follarla por la cola, la nalgueó. Sus palmas se convirtieron en puños y, como en la primera vez, la golpeó en la cicatriz de la cola saiyajin—. ¡Pídeme más!
Pan, sumisa para siempre, pese a cuánto le dolía y por cuánto le estaba gustando el dolor, lo hizo:
—¡Más, Trunks!
—¡Pídeme fuerte! ¡Anda, pídelo como una niña!
—¡Más fuerte, Trunks! ¡Penétrame fuerte!
—¡Más, Pan! ¡Dime más!
—¡No dejes de follarme…! ¡Me haces doler tanto que me gusta!
Trunks, mirando con los ojos bien abiertos cómo su pene desaparecía entre las nalgas de la muchachita, rio a carcajadas. Estaba enfermo y ningún daño le hacía a nadie: follar era su vida y nadie podía juzgarlo por ello.
—¡¿Te gusta, niña?!
—¡SÍ!
—¡¿Más fuerte?!
—¡MÁS FUERTE!
—¡Trunks…!
Goten lo hizo frenar. Lo miró a su lado, arrodillado, masturbándose ante lo que él le hacía a Pan.
—Necesito entrar en alguna parte… ¡No me dejes afuera! ¡Necesito follar! ¡AHORA!
Trunks soltó la cadena que tenía atada a Pan de la pared. Las manos de la joven terminaron tras su nuca, por sobre sus hombros. Se hizo y la hizo hacia atrás, dándole espacio a Goten para posicionarse delante de ella.
—Follémosla juntos, entonces. A la vez, como querías…
Goten, tan enfermo como Trunks, como Pan, como los tres lo estaban al unirse, se arrodilló delante de Pan.
—Tío… —suspiró ella al sentir cómo él mordía nuevamente sus senos. Trunks estaba enterrado en ella, hasta el fondo, y su cuerpo estaba inmovilizado.
Goten la mordió con fuerza por toda zona que se le cruzó. Incluso mordisqueó su clítoris. Sabiendo que ella estaba lista, le dijo:
—Sobrina, ¿quieres sentirnos a la vez a los dos?
Pan, más allá del bien y el mal, asintió. Trunks salió y entró, como si al hacerlo intentara convencerla.
—Di que sí, pequeña: dos penes enterrados en ti a la vez. Te encantará, créeme.
Pan asintió lentamente. Se aferró a la nuca de Trunks con sus manos aún atadas. Separó sus piernas cuando su tío la sujetó de la cintura. Goten condujo el pene a la entrada, lo hizo bailar contra el clítoris. Juraba que babeaba como una bestia ante la imagen más pornográfica de su vida: Trunks follando a su sobrina al mismo tiempo que él. Estaba a un empujón de hacer realidad el sueño más perverso que algún ser pudiera tener.
Y lo hizo.
—¡AH…!
Pan los sintió a los dos en el fondo de su ser, dos carnosos sexos saiyajin follándola a la vez. Trunks y Goten se abrazaron, aprisionándola entre los dos. Apoyaron sus mentones en su hombro derecho para poder mirarse. Trunks tomó el control:
—Penetra, Goten.
Goten salió y entró. Trunks se sujetó más de él mientras Pan se convulsionaba, atrapada entre los dos cuerpos.
—Los dos juntos… ¿Quieres, Pan?
—Sí…
—¿Fuerte…?
—¡Fuerte, por favor…!
Por sobre su hombro, enfermos y felices, Trunks y Goten se sonrieron. Salieron, entraron. Pan gritó como obsesa.
—Qué cola…
—Qué vagina…
Y qué penes, pensó ella: qué sexos sabios, pudendos, gigantes sentía al mismo tiempo.
—Más…
Ellos nunca dejaron cde mirarse.
—¡Más…!
Y la follaron como bestias salvajes en celo absoluto. La follaron sin límites más que aquella piel que separaba sus sexos en el interior de la mujer. La follaron con ganas, con sabiduría saiyajin. La velocidad era casi imperceptible; se movían tan rápido y tan fuerte que un ojo humano, de contemplarlos, hubiera pensado que no se movían. Pan gritó con todas sus fuerzas al sentir cómo Trunks la nalgueaba y la golpeaba en la cicatriz, al sentir cómo Goten le pellizcaba los pezones, al sentir cómo los dos le mordían el hombro mientras se besaban, algo que ella jamás vio, pues tan perdida en las sensaciones estaba que sus ojos permanecían cerrados con candado. Le gritaban pudendas oraciones, destacando la belleza de su cola, de su vagina, de sus tetas o de lo que fuera. Qué belleza, qué bella mujer saiyajin nos follamos, qué sucia niñita impertinente se deja todo para nosotros. Dos caderas fuera de control y ella, recibiendo por detrás y por delante el vigor de dos poderosos penes.
Qué placer.
Pan alcanzó el orgasmo más sublime que una mujer pueda sentir, uno múltiple, uno que se extendió por un minuto entero, uno que hizo vibrar impúdicamente su vagina. Goten y Trunks, mordiéndola a la vez en el hombro, terminaron. Pan gritó tan fuerte que sintió desfallecer. Al final, Trunks los recostó al tío y a la sobrina uno junto al otro. Desató a Pan, pegó sus rostros, y las tres lenguas se perdieron en las otras dos. Sobre ellos se durmió el dueño de la fantasía, y sus dos actores principales hicieron lo propio bajo él.
Nada más podía pedirse.
De momento.
…
A la mañana siguiente muchas cosas más sucedieron, cosas que sería imposible detallar por lo sádico de su naturaleza; cosas que solo pueden imaginarse, no describirse: Trunks los ató a la cama, los golpeó, se los folló por detrás a los dos, que con los ojos y la boca tapados y la música clásica, imparable, llenando sus oídos, no se enteraban de lo que le sucedía al otro. Trunks los fotografió, se fotografió dentro y fuera de ellos. Los penetró con su pene, con vibradores, con todo lo que tuvo a mano. Qué suciedad y qué bien le hacía provocarla. Luego, los soltó, los recostó.
—Hagan lo que quieran —les indicó, vestido luego de mucho tiempo—. Volveré en un par de horas.
Solos, Goten y Pan se bañaron. Follaron en la ducha, contra la mampara transparente. Qué salvajismo los domó al encontrarse en genuina soledad. Cuando Trunks volvió al departamento, los encontró durmiendo abrazados. Adorables. Despertándolos con besos que de tiernos no tenían un ápice, les mostró las bolsas: les había comprado ropa para compensar la que él mismo les había roto en la vorágine de la pasión. Se vistieron ante él, visiblemente agotados los dos.
Ante la ventana, al atardecer, los dos listos para marcharse, les preguntó:
—¿Volverán?
Goten tenía sujetada de la mano a Pan. Se apretaron el uno al otro, se miraron, se asintieron.
—Sí —afirmó la muchacha.
—Les haré todo lo que quieran —exclamó, feliz, Trunks—. Es más: les dejaré hacerme lo que quieran también.
Se imaginó atado, siendo penetrado por Goten, siendo golpeado por Pan. Ante la fantasía, se le hizo agua la boca. Había encontrado lo que siempre, en tanto amante hombre y mujer, había buscado: la perfección. No conocería, jamás, amantes más perfectos que ellos dos, sus dos Son favoritos, sus dos Son predilectos. No podía pedir más, en verdad. Era la fantasía perfecta la que ellos dos le inspiraban.
Besó a Pan, nalgueó a Goten y, finalmente, los dejó ir.
…
Los Son volaron lejos, el atardecer ante los dos. Al volar, la oscuridad en la que Trunks los había sumido se fue desprendiendo de sus cuerpos, de sus emociones. Prevalecieron el tío, la sobrina y, aunque nadie pueda creerlo ya, luego de tanto, la ternura. Goten, agitado no por el esfuerzo de volar sino más bien por la emoción, atisbó a Pan; Pan lo atisbaba a él. Al chocarse los ojos, se sonrieron el uno al otro.
—Te quiero —dijo Pan sin dudar, sin pena. Estaba convencida.
—Yo a ti.
Las sonrisas se ampliaron. Cuando nada de Trunks quedó, cuando se desprendieron de toda la oscuridad pornográfica que con tanta alevosía habían gozado, pudieron detenerse en medio del cielo, acercarse el uno al otro y besarse, condenados los dos a la más vehemente pasión. Al final del beso de labios y lengua y dientes y aliento, mojadas sus bocas, sus mejillas, sus cuellos succionados ávidamente, se abrazaron. Sin dejar de mirarla, él dijo:
—Faltó algo en el encuentro de los tres.
—¿Qué, tío?
—Faltó hacerte el amor.
Pan, sonrojada, sin soltar nunca ni los ojos ni la cintura de su amor platónico de toda la vida y más, dijo:
—Házmelo, entonces.
Se besaron más, se succionaron más. Descendieron en plena llanura. Al tocar el piso, no había ropa cubriendo sus cuerpos. Desnudos en medio de la nada, dos piezas más de la fastuosa naturaleza, Goten la recostó en una roca. Abrió sus piernas, besó su sexo, entró.
—¡Tío...! —gritó ella.
—Sobrina... —gruño él.
Todo estuvo dicho: eran amantes. Amantes en medio de la nada, naturaleza puramente sexual y emocional la que los unía. Necesidad el nombre de la cadena que los tenía enlazados por la perpetuidad. Sin testigos, no había ningún pecado en lo que sucedía. Sin testigos eran un pene y una vagina. Nada más, señores, señoras.
Nada más.
~Fin
Para ella, la única.
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