Hijos de las estrellas | By : gattara Category: Spanish > Anime Views: 968 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: Los personajes en los que este fic esta basado no me pertenecen, Dragon Ball Z no es de mi propiedad y no gano ningún dinero con esta historia |
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. "Que imbécil soy" pensó "con todas las desgracias de mi vida, llorar por un hombre" pero no podía evitarlo: lloraba. Sus ojos azules, claros como el cielo de su mundo muerto, estaban llenos de lágrimas.
Él no la miraba, acomodaba algunas de sus cosas y se disponía a marcharse.
—Te amo— dijo ella con voz entrecortada y rabiosa — ¿acaso no sabes que te amo? ¿Porqué te marchas ¿por qué no me amas?
Ella misma se sorprendía de decir esas palabras que sonaban tan estúpidas, pero sentía que era la verdad: lo amaba.
— ¡Contéstame!— gritó Lúa ya desesperando –¿acaso no estuviste conmigo? ¿No me amas un poco siquiera...?
Él por fin le prestó un poco de atención, y, tal vez porque su grito le molestaba los oídos, se volvió; y la miró con indiferencia.
—Ya cállate y no me vengas con tus historias. Yo solamente estuve contigo para hacerte un hijo.
Nos preguntamos por el origen de las cosas. Suponemos que todo tuvo un principio: todas las cosas debieron haber empezado alguna vez en algún lado, tanto las personas, como los mundos ¿Dónde, cuándo y cómo empezaron? buscamos ese origen y parece no poder encontrarse nunca. Por muy lejos que lleguemos siempre será posible remontarse un poco más atrás, ir más y más lejos, a un origen cada vez más remoto, hasta llegar a la misma nada.
La nada. Pero hasta la nada debe haber tenido un origen ¿No? y es allí, justamente, cuando no entendemos más nada.
Pero esto no es un juego de palabras ni un divagar filosófico. Es una historia.
Contémosla entonces.
Esta historia ocurre en un planeta situado más allá de un túnel de tiempo, en un confín de la galaxia, un planeta separado del resto de los otros, un planeta que no puede verse desde el resto del universo. Un planeta a quienes sus descubridores, un pueblo que ya no existe, llamaron Nichya.
En ese planeta nació una raza muy parecida a la humana, nació un mundo nuevo. Pero podemos llevar esta historia mucho más atrás porque todo lo que ocurrió allí venía preparándose desde antes, las personas le que dieron origen a esa raza provinieron de otros lugares, y el mismo planeta... ¿Quién sabe de dónde provino? ¿Quién lo puso allí, quién lo hizo habitable, quién lo colgó en la órbita de su sol?
Pero no nos interesan los orígenes del planeta. Nichya estaba allí, simplemente. Era un planeta helado en el que hallaron refugio diecinueve mujeres de un mundo que había sido destruido completamente por las fuerzas del imperio interplanetario de Freezer.
Los invasores eran llamados fuerzas freeza por estar al servicio de Freezer, y eran, como lo indica su nombre, seres fríos cuyos únicos intereses eran la destrucción y los negocios.
Pero Freezer era solamente uno de la dinastía Cold, una familia diabólica y poderosa que controlaba casi todo un sector de la galaxia. Todos ellos eran conquistadores y destructores de planetas a los que no les importaba nada, no tenían sentimientos. Esa era su naturaleza, su manera de ser.
Las diecinueve mujeres se salvaron de la destrucción de su mundo porque los invasores, los soldados de Freezer, pensaron que podían tener valor para ser vendidas como esclavas. Por eso no las mataron y las llevaron a un lugar donde podrían ser compradas por soldados o mercaderes de alguna raza semejante a la de ellas. Pensaban sacar bastante dinero por esas mujeres, si no hubiera sido por esta idea las habrían destruido junto con todo el resto de su mundo para después venderlo, muerto, a seres de otra especie.
Todo fue una terrible desgracia. Freezer y sus secuaces no pensaban en los dolores que causaban y si pensaban era para complacerse en ellos. Querían vender el planeta de las mujeres que era valioso por su ubicación a la justa distancia de su sol y por su atmósfera rica en oxigeno; eso era lo único que les interesaba. Los compradores lo querían solamente por eso. Lo demás podían destruirlo todo.
Pero Sayumi, que era el nombre del planeta, era valioso por muchas otras cosas que los invasores no supieron ver. Era valioso por sus maravillosos bosques poblados de árboles que daban frutas de todo tipo y en los que habitaban innumerables especies de animales; era valioso por sus lagos llenos de peces y por sus océanos salpicados de islas volcánicas; era valioso por las manadas de animales que recorrían sus praderas; por sus yacimientos minerales, por sus ríos, por sus llanuras, por sus montañas...
Era valioso porque estaba vivo.
Y porque su gente lo amaba. Su gente amable, ingeniosa y trabajadora, siempre hospitalaria, siempre dispuesta a recibir nuevos visitantes. Sayumi recibía muy seguido la visita de extraterrestres, estaba en medio de varias rutas comerciales interplanetarias y lo aprovechaban ganando dinero por medio del comercio y del turismo.
Los Sayumi eran una raza que podía ser considerada débil porque no se dedicaban ni a la guerra ni a las peleas. No habían cultivado habilidades guerreras. Eran más bien una raza de mercaderes y campesinos que vivían en armonía con su mundo. Se dedicaban a sembrar y a cosechar, fabricando luego conservas, licores y muchísimos productos comestibles más. También fabricaban perfumes y finísimas telas que en parte usaban ellos y en parte vendían a los extraterrestres.
Una de las características de los Sayumi eran sus cabellos de los más variados colores: había clanes con el pelo lila, azul, turquesa, violeta etc. Todos se diferenciaban en algún sentido. Por ejemplo: los clanes que tenían los cabellos azules eran principalmente agricultores, los que tenían el cabello turquesa en su mayoría eran artistas. Los que tenían el pelo rojo o anaranjado solían dedicarse al comercio y eran considerados como los más inteligentes de todos.
Las razas extraterrestres que habían visitado Sayumi hasta ese entonces habían sido bastante amigables y se habían prestado a los intercambios comerciales, respetándolos. Hasta habían recibido la visita de los saiyanos, los guerreros más fuertes del universo, y su temible reina. Toda la galaxia temblaba frente a los saiyanos, mercenarios espaciales bastante parecidos a monos y famosos por sus brutalidades. Pero estos guerreros no habían hecho daño en Sayumi a cambio de que se les dieran provisiones gratis, principalmente comida y bebida. Esa raza era famosa por las enormes cantidades de comida que necesitaban debido a los descomunales gastos de energía que realizaban en las peleas.
Pero los extraterrestres que los visitaron aquella vez, la vez final, eran las fuerzas Freeza e iban decididos a limpiar completamente el planeta para venderlo sin nada vivo encima. Los compradores querían instalar solamente su propia forma de vida; eran una raza maldita y cobarde que le temían a las bacterias, virus, hongos y otro tipo de vida invisible, pero potencialmente mortífera para , que pudiera quedar si quedaba algo vivo de otra especie.
Freezer, el emperador de muchos mundos, era una especie de lagarto mutante, se decía amo del universo y viajaba de planeta en planeta organizando las peores masacres imaginables que ejecutaba a sangre fría. No solamente no mostraba interés por nada ni por nadie sino que también se burlaba. Tenía a su cargo un gigantesco ejército formado por varias razas, pero sus guerreros más temidos eran mutantes fabricados con ingeniería genética especialmente para la guerra: las fuerzas especiales Ginyu.
Las fuerzas Freeza llegaron sin previo aviso a Sayumi, dispararon sus armas y ki mortífero desde sus naves, quemaron todo lo que pudieron y descendieron a la superficie del planeta para seguir quemando. De a poco destruyeron las ciudades, esterilizaron los océanos, arrasaron flora y fauna. Y mientras tanto, como para que les durara mas la diversión que les producía la masacre, recorrieron el planeta volando. Así fue que fueron encontrando a algunas mujeres escondidas y aterrorizadas en grutas y cuevas. No las mataron inmediatamente porque se percataron de que podían valer más como esclavas que muertas, las metieron a la fuerza en su nave, se las llevaron y mataron al resto de la población de Sayumi: a todos.
Las fuerzas Freeza no juntaron muchas esclavas ya que su objetivo principal era arrasar con todo, solo se llevaron diecinueve, pero considerándolas como posiblemente deseables por seres de alguna raza parecida (ellos no lo eran) las dejaron en un lugar donde podrían ser vendidas: una especie de cabaret interplanetario. Se las entregaron a la administradora del lugar con el encargo de que los participara en las ganancias y después se marcharon con rumbo a nuevas masacres.
Las diecinueve desdichadas criaturas quedaron encerradas en ese antro, que para ellas era algo totalmente desconocido, a la espera de compradores con suficientes recursos.
La administradora, una reptiliana humanoide, le había puesto un precio muy alto ya que, con su avezado instinto de comerciante, se había dado cuenta de que eran valiosas. Mientras que no apareciera nadie con suficiente dinero las dejó encerradas y esperando. Ellas estaban aterrorizadas y desconsoladas; Habían visto morir a sus familias y a sus amigos. Habían visto destrozado todo lo que habían querido, todo lo que habían conocido no existía más. Eran diecinueve mujeres a las que no les quedaba nada en el universo, solamente se tenían a ellas mismas.
No había sido un hombre el que las había comprado, había sido una mujer interesada en la expansión de su raza, la reina de Vegetasei, el planeta de los saiyanos.
Los saiyanos eran empleados de Freezer y también destruían planetas completos, mataban a todos sus habitantes y vendían lo que quedaba a cambio de dinero o de tecnología. Eran, en general, tan malvados como los freeza, pero no todos.
No todos los saiyanos eran malvados y su reina, en particular, tenía otros intereses. Las compró para convertirlas en una especie de hembras reproductoras cruzándolas con sus soldados; tres de los guerreros más fuertes de su propia raza. Por esto no las maltrató ni intentó matarlas a pesar de que su raza se dedicaba a la conquista espacial y era tan dada a las masacres como los freeza. Había decidido repartirlas entre los tres soldados que llevaba con ella en esos momentos, esperar a que de esas uniones nacieran niños, entrenarlos y dejar armado un ejército capaz de combatir al imperio de Freezer.
Los saiyanos que iban con la reina no hubieran destruido a Sayumi aunque habían destruido muchos otros planetas. Esos saiyanos tenían tratos comerciales con ellos: los sayumis les proveían de alimentos y reparaciones para las naves y veces los alojaban en su planeta. Los sayumis habían sido dóciles aliados para los saiyanos ya que los veían como a sus superiores, casi como a dioses por su gran fuerza. Además eran totalmente compatibles biológicamente, casi la raza ideal para engendrar nuevos guerreros. Se decía, además, que era muy posible que la fuerza saiyana se potenciara al cruzarse con otras razas.
La reina de Vegetasei había comprado a las diecinueve mujeres cambiándolas por diamantes (diamantes que antes les había robado a las propias fuerzas freeza). Las había tirado en su nave sin demasiadas consideraciones y se las había llevado: ella sabía de un lugar donde nadie podría encontrarlos jamás.
Las llevó a Nichya: un planeta perdido en el espacio tiempo que en esos momentos estaba atravesando una era glaciar; parecía helado para toda la eternidad. Acondicionó unas cuevas ya caldeadas por la actividad volcánica para que se instalaran allí y las repartió entre sus hombres: asignó siete mujeres al soldado Avoc, siete al soldado Char y cinco al soldado Link.
Ese fue un origen, el comienzo de algo.
Al final Avoc y Link habían muerto en aquel mismo planeta, Char, la reina y otra mujer que estaba con ellos se habían marchado para siempre.
Solamente quedaron en el planeta las mujeres de Sayumi y los hijos que habían tenido con los saiyanos.
Desde aquel momento en el que las mujeres sayumis y sus niños se quedaron solas habían pasado veinte años.
Ahora gobernaba una de esas mujeres, la llamada Lúa, y la población de planeta era de casi ochenta habitantes.
Lúa había sido esposa de Link y madre de un niño al que llamó Tao, nombre que ella le dio porque le gustaba al padre. Fue nombrada reina del planeta por la reina saiyana porque fue la única de las mujeres que, entrenando por su cuenta, se convirtió en una guerrera y los saiyanos lo único que apreciaban realmente en las personas era su capacidad para ser guerreros, su fuerza.
Lúa había sido una hermosa pelirroja y en cierto modo, a pesar que los sufrimientos, los pocos recursos y el clima del planeta le habían dejado muchas marcas; a pesar de que sus cabellos ya eran más blancos que rojos, podía decirse que aún era muy hermosa.
Lúa era pequeña, sus rasgos eran finos y regulares, tenía hermosos ojos azules orlados por largas pestañas y profundas ojeras que jamás se le borraban. Su cuerpo era bello, proporcionado y su expresión y actitudes eran imponentes. Verdaderamente imponentes. Lúa no admitía que la contradijeran ni admitía otras versiones de las cosas que no fueran las suyas, era casi despótica. Se consideraba con la responsabilidad de la supervivencia de su raza y creía que para sobrevivir debían estar unidos, decía que su pueblo no estaría unido si no creían, si dudaban de su reina, si surgían contradicciones, si aparecían cosas que no debían aparecer.
Y había muchas cosas que la reina quería ocultar.
Estamos, entonces, veinte años después de de la muerte de Link y de la partida de los saiyanos.
Era una tarde de primavera, la época más agradable del año en ese planeta que ya no estaba helado. Era cuando comenzaban a florecer los árboles y el hielo de las montañas se derretía completamente, cuando nacían las aves y los cachorros, la época elegida para celebrar uniones y nacimientos, la llamada época de la vida.
Esa noche iban a celebrar la unión de Tao, el príncipe del planeta, hijo de Link y Lúa, con Kiteryde, una bonita chica, hija de Avoc y Nara.
—Puesto que al fin te decidiste, que no se te ocurra arrepentirte a última hora— le decía Lúa a su hijo mientras trataba de trenzar los cabellos del joven la misma exacta forma que solía hacerlo con su padre muchos años atrás.
—Fuiste tú, mamá, la que me dijo que me uniera a una mujer.
—Pero tú dijiste que querías a esa monstruosa Kiteryde... ¡bien! Solo espero que tengan muchos hijos... ¿entendiste?
—Si mamá.
—Y quédate quieto así termino de peinarte, Tao, hijo, ya me trajiste demasiados problemas, aunque Kite sea horrenda, que no se te ocurra arrepentirte, en un rato más se van a unir. Espero que te ocupes de ella.
—Si mamá.
Tao era moreno igual que lo había sido su padre, pero en vez de tener los ojos castaños como él, los tenía celestes, y en sus cabellos negros, muy largos, había varios mechones rojos. Esa mezcla era común en aquel planeta, los tres saiyanos habían tenido los cabellos negros, pero las mujeres los tenían de todos los colores; por eso muchos niños resultaron con mechones variados: negros y azules, negros y amarillos, negros y violetas, negros y rojos…
Lúa estaba preocupada. Todos los varones de ese mundo, que no eran muchos y tenían la misma edad que su hijo (porque casi todos habían nacido poco tiempo después que los saiyanos tomaran a sus mujeres o habían nacido un año después en una segunda generación), todos se habían unido a una mujer de un clan diferente, siguiendo las leyes y tradiciones de Sayumi, y habían tenido hijos.
Pero Tao era distinto, siempre había distinto, siempre había sido raro y Lúa creía saber de qué se trataba. En su planeta de origen su padre habían tenido un negocio muy importante y ella se había acostumbrado tratar con muchísima gente. Había llegado a conocer muchas cosas y había visto personas con las rarezas de su hijo, esas personas eran marginadas, despreciadas, temidas.
Eran personas destinadas a quedar afuera de la sociedad para siempre, por eso Lúa no iba a permitir que ninguna de las otras mujeres ni nadie más supiera de eso, nadie podía saber de eso: ahora Tao tendría que unirse a Kiteryde, tendría muchos hijos y que nadie se atreviese a hablar de sus rarezas o conocerían la furia de la reina.
Ella era la reina: la suprema Lúa. Así la llamaban las otras mujeres. Y estaba bien, así debían llamarla. Por eso llevaba la insignia de la casa real de Vegetasei pegada a su pecho, siempre. Ella tenía el espíritu de Vegetasei, el espíritu de los saiyanos. Era la única de las mujeres que habían llegado allí que sabía pelear y que había aprendido a volar por los cielos.
Su hijo era el único que conocía los secretos que los extraterrestres habían dejado. Tenían que respetarlos a los dos, a ella y a su hijo. El respeto era la base del futuro de su nuevo mundo.
Lúa era quien oficiaba los casamientos de Nichya. Así había casado a los hermanastros de su hijo, los hijos que su esposo había tenido con sus otras mujeres designadas. Eran todos varones ya que la única niña había muerto recién nacida. Esos hermanos eran Yar y Draomir, los gemelos hijos de Lara, Ammiel, hijo de Schrinko y Lheo, hijo de Aura. Todos eran jóvenes morenos y fuertes igual que el padre pero ninguno tan fuerte o tan inteligente como Tao. "Ninguno con tan hermosos ojos..." pensaba su madre.
Lúa hablaba poco con las demás mujeres. Hablaba poco con todos. Tenía un peso demasiado grande sobre los hombros y era demasiado orgullosa para permitirse compartirlo.
Tenía, además, demasiados recuerdos.
A todos les había dicho que había sido la esposa favorita del soldado Link y que éste había muerto para defenderla cuando ocurrió la invasión extraterrestre. Había contado hasta el cansancio sobre cuanto Link la había amado y cuán importante había sido ella para él. Esa era la historia que les contaba a los niños, la que le había contado a su hijo, lo que les repetía a las otras mujeres sin permitir disensos. A nadie, absolutamente a nadie, le había contado la verdad a pesar de que todos la murmuraban. Las otras mujeres de Link, por lo menos, la conocían. No podían no conocerla: la habían compartido.
Cada vez que miraba a Tao, Lúa recordaba a su padre, y temblaba de odio. Temblaba de odio al recordar cuanto amor había desperdiciado en ese hombre que la había aceptado sin ganas, que la había tomado como a un cacho de carne y que la que la había abandonado sin dar explicaciones.
Cada vez que recordaba a Link , Lúa se estremecía de rabia y odio. Se estremecía al pensar que había amado a ese hombre con todo su corazón y con toda su sangre.
Su sangre...
Cada vez que pensaba en aquello a Lúa le venía a la mente el hermoso y espantoso momento en el que Link la había tomado por primera vez, la felicidad de sentirlo suyo por fin y amargo choque con su brutalidad y su indiferencia, y la sangre... siempre la sangre bañando lúgubremente su vida, la sangre derramada por el parto, por las batallas, por el amor... por ese hombre...
¿Qué podía decir de ese hombre?
"Era un poderoso guerrero, como un dios de las estrellas" había dicho ella, y se lo había repetido a todo el que quisiera escucharla, especialmente a su hijo.
Link había sido un poderoso guerrero. Él y sus compañeros saiyanos tenían una fuerza increíble, manejaban la energía de sus cuerpos y podían atacar con ella, podían arrojar fuego con sus manos, podían elevarse en el aire y podían volar por los cielos. Lúa se había quedado más que admirada cuando había visto a su esposo exterminar una plaga de monstruos voladores de esa forma, arrojándoles fuego con las manos desnudas.
Si él hubiera estado cuando atacaron su planeta, si él y sus compañeros hubieran estado, seguramente habrían liquidado a los invasores. Los hubieran defendido y ella seguiría en su planeta, en su hermoso Sayumi.
Esos eran los primeros recuerdos de Lúa: Sayumi, su planeta, su familia, su padre.
Su padre había sido el mercader más rico e inteligente de su zona. Ella había sido la belleza más codiciada, más cuidada, más protegida. Había sido el tesoro de su padre desde que su madre había muerto cuando era una niña. Lúa recordaba a su padre, y a su hermosa casa, que era como un palacio de varios pisos con las puertas y las ventanas grandes y redondeadas. Recordaba el sol de las mañanas en su cara, sus desayunos de frutas, sus sirvientas...
Lúa había sido ayudante de su padre en el manejo de su comercio, recibía a los clientes, conversaba con ellos, hablaba varios idiomas y era muy querida por todos. Muchos apuestos jóvenes la habían pedido en matrimonio, pero ella no deseaba casarse todavía, porque su padre la necesitaba mucho, tanto para el manejo de la casa como para el manejo del negocio, y también por su compañía.
"Nunca voy a dejarte, padre" solía decirle Lúa bromeando "si algún chico se quiere casar conmigo, que se venga a vivir acá"
Lúa era realmente virgen. Era demasiado orgullosa para dejarse tocar por ningún chico antes de que éste hiciera los sagrados votos matrimoniales que lo comprometerían para siempre con ella.
Era orgullosa y elegante: le había encantado vestir lujosamente y usar joyas, su debilidad habían sido, y eran, los collares. Uno de sus pretendientes le había regalado un collar de piedras negras que resaltaba hermosamente sus cabellos y, aunque había rechazado al pretendiente, se había quedado para siempre con el collar. Lúa también sabía mucho sobre fabricación y uso de cosméticos y maquillajes. Sus amigas solían hablar con admiración y envidia de lo bien que se veía siempre. "La princesita Lúa" solían llamarla. Así la llamaban en su planeta, princesita.
Le gustaba vestirse de azul. El azul y el negro destacaban sus propios colores: el rojo anaranjado de su pelo, el celeste de sus ojos y su blanca piel, también le gustaban el violeta, el rosa y el lila, tenía vestidos de todos esos colores, largos y hermosos vestidos de una tela muy suave.
A Lúa le encantaba atraer sobre sí la mirada de los hombres y los hombres no habían dejado nunca de mirarla. Por eso, cuando viajó en la nave de la reina, a pesar de lo triste y shockeada que estaba, no podía entender porqué, ese hombre, tan fuerte, que le habían designado como esposo, no la miraba. Sus compañeras estaban demasiado asustadas por las expresiones deseantes, demasiado evidentes, de los otros dos y miraban a otro lado, o se ocultaban atrás de sus propios vestidos. Pero ella no le temía al deseo, no le temía a nada después de lo que había vivido ¿Qué podía ser peor?
Lo peor en ese momento, viajando con rumbo desconocido y con una sola cosa en el mundo a la que aferrarse, ese esposo, había sido que él no la mirase. Link miraba cualquier cosa menos a ella, miraba los controles de la nave, miraba el piso, miraba el techo... ¿Por qué no la miraba? Los otros dos saiyanos miraban con ansias a sus mujeres y estas pedían en silencio que las tragara la tierra, o rogaban desaparecer en el espacio infinito. Y ella, la única de las diecinueve mujeres que se interesaba por su hombre, no recibía ni una mirada.
¿Acaso llevaba escrita su desgracia en la frente? Si, como todas las otras, pero en ella la desgracia debía de ser más notoria.
Lúa recordaba la explosión de su casa, de su pueblo, de todo, se recordaba huyendo desesperada dejando atrás un incendio monstruoso. Recordaba la gente cayendo al piso carbonizada, se recordaba arrastrando a su padre herido, luego a su padre muriendo en el camino.
Recordaba la sorpresa y el horror de ver esas bolas ígneas caer el cielo, el espanto de ver todo destruido. Recordaba un estado de shock total y sin embargo espantosamente consciente. La desesperación de esconderse detrás de unas rocas, que estaban lejos de ser un refugio seguro, el quedarse paralizada y de repente ser sacada de allí, arrastrada por una mano violeta, enfrentarse a una horrible cara de sapo con ojos saltones. Recordaba un golpe y después... la nada.
Esa era su desgracia. Y no terminaba allí: recordaba que aún tenía los pies quemados y le dolía la cabeza cuando despertó de su desmayo en una especie de cámara metálica pequeña y fría. Estaba desnuda y tirada al lado de otras chicas tan desmayadas, tan pálidas y tan desnudas como ella.
"Allí me volví loca" pensaba Lúa "Ya nada quedó de la amable joven, de la simpática anfitriona, de la dulce hija, allí apareció una mujer loca de dolor y rabia, y todavía sigue aquí"
Esa mujer, esa Lúa loca que nació del dolor había luchado, no se había dejado arrastrar como las otras. Cuando las bajaron a empujones de la nave los bichos violetas las entregaron a dos rarísimas mujeres de suave y verde piel, en un enorme y tétrico palacio. Esas mujeres las fueron llevando a una habitación con una pileta al medio y les ordenaron bañarse hablando por medio de una especie de traductor universal automático. Apenas llegaron al borde de la pileta Lúa había arrojado al agua a una de las mujeres verdes que, saliendo furiosa, la había golpeado con el dorso de su mano en la cara. Las otras habían gritado pero ella no gritó: solamente esperaba morir.
Pero no murió, la reina saiyana la compró junto con sus compañeras y se las llevó de aquél antro, pagando con cajas llenas de diamantes. Lúa calculaba que con esos diamantes en su planeta hubieran podido comprarse varios palacios.
La reina las había cargado en su nave junto con varios atados de ropa que las otras mujeres, sus compañeras de esclavitud, les habían regalado, entendiendo que se iban muy lejos, e iban a necesitarlos.
Y así se fueron, vestidas con unas largas faldas abiertas en los costados, cubiertas por capas de abrigo, aún llevando las joyas y flores con que las habían adornado para venderlas, perdidas completamente, sin saber ni adónde iban, ni para qué.
Cuando vieron a los hombres a los que habían sido destinadas las Sayumis se aterrorizaron. Eran monstruosos y en casi nada parecidos a los simpáticos y agradables hombres de su planeta. Eran parecidos solo en la forma y en la especie, hasta un poco en el idioma, pero por todo lo demás parecían realmente bestiales y salvajes.
Parecían salvajes por sus cabellos sin peinar, por sus armaduras de guerra, por sus cicatrices y sus ojos fríos, por sus expresiones asesinas. Y parecían bestiales principalmente por sus colas, unas largas colas de mono que llevaban enrolladas a la cintura y que a veces soltaban para dar con ellas golpes en el suelo. En una palabra: los saiyanos parecían monstruosos.
Solo Lúa parecía conocer un poco a aquella raza. Sabía que eran mercenarios espaciales que pasaron de vivir en el primitivismo a disponer de las más avanzadas tecnologías, gracias a sus conquistas despiadadas con las que realizaron oportunos negocios. Por lo que ella había llegado a conocer los saiyanos tenían cierto respeto por su pueblo que les servía de aprovisionamiento. Lo que no sabía era que sólo la reina saiyana tenía ese respeto, los demás probablemente hubieran hecho desaparecer su mundo, igual que lo hicieron desaparecer las fuerzas freeza. Pero lo que sabía le bastaba para confiar y para transmitir esa confianza a sus compañeras, además, ese guerrero moreno de ojos castaño claros no parecía tan terrible.
¿Era feo? Comparado con los hombres de su pueblo, sí. Era demasiado alto, demasiado enorme, su cabello era espantoso y su peinado impresentable: trenzaba sus cabellos ásperos y rebeldes de una forma que los hacía aparecer aún más ásperos. Tampoco los rasgos de su cara tenían la bella proporción que tenían los de la gente de su mundo y para colmo estaba marcado por varias cicatrices. Si lo comparaba con los hombres de su mundo, en esa comparación, resultaba feo. Todos eran feos: Char, su compañero, que era más pálido, aún más alto, de aún más imposibles cabellos, largos y erizados en todas las direcciones. O Avoc, que era más bajo, más ancho, tenía una melena imponente y unos temibles ojos rojos. Sí, si las mujeres pensaban en lo que ellas habían considerado siempre como bello, tenían que considerar feos a esos hombres, obligadamente feos.
Pero Lúa no podía ver a Link como un monstruo, simplemente lo veía raro, distinto de lo que estaba acostumbrada a ver.
Lo miró mejor. El guerrero tenía puesta una armadura blanca que le cubría el pecho, una armadura impecable, que parecía rechazar cualquier suciedad en su pulida superficie. Se veía bonita, pero también muy incómoda. Debajo de la armadura llevaba una camiseta negra , pantalones ajustados negros y botas rojas. No se veía tan mal.
Solamente era raro, pero así y todo, raro y bestial, ese hombre la atraía. Ese hombre que no la miraba, que parecía más bien temerle... ¡un guerrero espacial temiéndole a una doncella indefensa! ¡Era imposible! Pero el caso era que ese hombre de ojos castaños la atraía. Tal vez por ser tan distinto de los simpáticos y joviales sayumis, tal vez por ser tan fuerte.
Parecía tener una fuerza infinita que emanaba de todo su cuerpo, una fuerza que pudiera protegerla para siempre. Lúa nunca había deseado ser de nadie, ni había permitido que nadie la tocara, pero en esos momentos deseó ser de él. Cuando la reina la empujó a su lado diciéndole que sería su esposa, lo abrazó sin vergüenza ante el asombro de sus compañeras. No le importaba si la tocaba, pero él no la tocó. De a poco todas las mujeres se atrevieron a abrazar a sus esposos ¿Qué otra cosa más que ellos les quedaba en el mundo? Avoc y Char se entusiasmaron mucho pero Link no. Él siguió tratando de mantenerla lejos, a ella y a sus cuatro compañeras que más bien parecían agradecidas y deseaban que no se les acercara nunca.
Pero la reina, fría y autoritaria les dio a entender que si los había traído para que se cruzaran, tenían que cruzarse. Y eso significaba... aparearse.
Los instaló en unas cuevas que estaban caldeadas por el calor de los volcanes dormidos. Esas cuevas tenían cursos aguas termales y se podían iluminar con combustible mineral. Dejó que se acomodaran. A los otros dos les fue fácil, miraron una por una a sus mujeres, le hicieron un gesto para que los siguieran y se las llevaron volando. Desparecieron en diferentes lugares y no se los volvió a ver por un tiempo muy largo.
Pero su esposo, el soldado Link era distinto de los otros ¿distinto como lo era Tao? Tal vez. Tao había demorado demasiado en elegir una mujer, pero no era como su padre. Su padre le temía a su propio deseo, y Tao parecía no poder desear.
Lúa se había dado cuenta, no en vano había tratado con tanta gente a lo largo de su corta vida: Link desconocía casi todo sobre las mujeres, su vida había sido la pelea, las conquistas espaciales, solamente sabía de esas cosas. Se dio cuenta porque cuando ella lo abrazó él se estremeció como si la suavidad de su piel lo quemara. Cuando ella le acaricio la mano, él se quedó mirándola con desconfianza; y cuando ella intentó besarlo la apartó bruscamente. Era evidente, él no sabía ni siquiera como podía tocar a una mujer. Era evidente e inquietante.
—Como mataste a esos monstruos... con fuego – había dicho Lúa — ¿acaso tienes todo ese fuego adentro?
Realmente no podía entender de dónde su esposo sacaba ese fuego y pensarlo la excitaba.
La cueva se hizo completamente habitable después de que Link exterminó a todos los monstruos "Si así hubiera exterminado a los invasores. Si hubiera estado en mi mundo..." Pensaba Lúa con tristeza.
Él se sentó dándole la espalda y empezó a hacer unos dibujos en el suelo con un dedo.
—Que poco te interesamos...— murmuró ella –pero eso no va a seguir así para siempre.
Entonces se le acercó despacito y le acarició las manos. Metió una mano por debajo de su ropa buscándole el centro de la espalda. Pensó que así iba a conmoverlo, y lo conmovió, realmente. Él se estremeció entero como un volcán que llevara años apagado y empezaba a despertar. Daba miedo. Todas las otras chicas habían sentido miedo y se habían alejado. Pero Lúa, lejos de haber sentido miedo, se había sentido feliz, había logrado algo. Ya sabía que él no era indiferente, no con ella al menos.
—Así que quieres saber si tengo ese fuego adentro — le dijo Link ya sin resistirse —bueno, ya lo verás, ven conmigo...
—¡Eh! — Le gritó su compañera saiyana —¡Link! Ten cuidado cuando te la cojas... digo... cuando te acuestes con ella. Recuerda que no es una saiyana...
—Descuida, lo tendré —Había contestado él con algo muy semejante al odio.
Demasiado bien sabía Lúa que no era una saiyana, hubiera querido serlo. Ser fuerte como ellos, no temerle a nada. Así hubiera podido defender a su pueblo.
Link la había tomado por la cintura y se la había llevado abrazada, un poco levantada en el aire, a un lugar alejado al fondo de la cueva donde estaban tiradas unas pieles de animales para que se secaran. Era un lugar donde apenas había luz, donde apenas brillaban los destellos de un fuego lejano. Lúa no tenía miedo, ¿a qué cosa podía temerle después que había visto destruida a su familia y a su mundo entero? ¿Qué cosa podía ser peor? ¿Link?
No, él era, mejor dicho él sería, su guerrero. Él sería quién las defendería para siempre. Ese hombre solamente era un ignorante en ciertas cosas. Con respecto a las mujeres parecía ser un ignorante en todo, pero ella podía enseñarle algo. Enseñarle, claro ¿pero qué? ¡Ni ella misma lo sabía!
Pero lo imaginaba.
A amar, eso iba a enseñarle: a amar, a sentirla... a necesitarla, a cuidarla para siempre tanto a ella como a sus exiliadas compañeras.
Creyó que podía enseñarle a amar y que él no se iría nunca. No le había sido tan difícil comprender, con su instinto femenino, que el guerrero estaba muy lejos de ser inconmovible. Lo comprendió mientras acariciaba su espalda. Allí se dio cuenta de que él empezó a transpirar y buscó sacarse la ropa.
Las armaduras que usaban los saiyanos, que parecían muy incómodas, habían quedado en la nave. Debajo de esas armaduras llevaban ropa liviana aunque en ese planeta helado necesitaban abrigos. Pero en las caldeadas cuevas, claro, no los usaban.
Link se arrancó la especie de camiseta que tenía y quedó con la parte de arriba de su cuerpo totalmente descubierta. Entonces a Lúa le fue más fácil acariciarlo, se paró atrás de él y le pasó la palma de la mano por la espalda transpirada. Lo sintió sacudirse nerviosamente, como en un espasmo. Sin embargo se quedó quieto. Ni se movió ni habló. Solamente emitió una especie de gruñido que Lúa no entendió si era de gusto o de disgusto.
La espalda de Link estaba bastante húmeda, aunque él no demostraba nada. Ni siquiera intentó tocarla. Ella no entendía porque y esperaba que la acariciara, que le tomara la mano, aunque más no fuera. Entonces llevó sus manos hacia su pecho, le frotó los duros músculos y le pasó los dedos por las tetillas.
Él volvió a gruñir y Lúa entendió que se había sentido incómodo. Entonces lo dejó de tocar allí y llevó sus manos a su cuello.
El murmuró algo así como “te lo buscaste” y se dio vuelta. Lúa recordaba que después de eso había sentido las enormes manos del guerrero alrededor de su cintura y la había visto mirarla. Estaba segura que lo había conmovido con su cariño. Él la miró perplejo, tanto como si hubiera esperado ver otra cosa y se estremeció. La sostuvo de las caderas y la miró como queriendo ver algo más allá, algo que parecía no existir porque alrededor de ellos todo estaba oscuro. La miró sin mirarla y le devolvió una caricia, si caricia podía llamarse a ese apretón que le dio a su cintura. Él sin embargo, estaba conteniendo su fuerza. Cada vez que Lúa recordaba esto pensaba que con esa fuerza él hubiera podido pulverizar la montaña bajo la cual estaban, reduciéndola a puras cenizas; tanta y más era la fuerza de los saiyanos.
Lúa recordaba lo que le había hecho ella. Buscando cariño, le había besado dulcemente lo labios y le había acarició el cabello. Tocándolo, no parecía tan áspero. Es más era suave, aunque estuviera trenzado en varias trenzas bastante duras.
Y ya no podía ignorarlo más. Él le iba a hacer eso que le había dicho su compañera de ojos violetas: se la iba a coger. Y Lúa sabía lo que eso significaba. Lúa sabía muchas cosas a pesar de ser virgen, era extremadamente inteligente. Significaba que se le iba a poner encima y le iba a introducir su pene en la vagina. Así podría quedarse embarazada al recibir su semen.
¡Demasiado bien sabía ella esas cosas! Lo había hablado con sus amigas, lo había leído en libros, lo sabía. Lo que hubiera querido saber en ese momento era si él iba a hacerlo con cariño, si iba a entender que objeto precioso era ella. Si iba a entender la gracia que le hacía al entregarse, al darle su amor.
Pero él pareció no entender nada. Estaba agitado, su respiración se volvía cada vez más irregular, casi un jadeo. Ella también se había asustado, ya no podía ignorar su deseo que parecía un deseo sin ley ni límites, un deseo que podía destrozar su cuerpo y su vida. Y su deseo se hacía visible ahí, debajo de sus pantalones. Él no esperó demasiado y con sus dos manos empezó a bajárselo. Ella se espantó, prácticamente, y miró a otro lado. En ese momento hubiera querido no saber nada de ello. Le había tomado las manos tratando inconscientemente de impedir, primero, que se desnudara, y segundo, que se le abalanzara encima.
Pero sus manos no podían hacer nada, no podían detenerlo. Y él se lo dejó ver: un órgano proporcionado a su cuerpo, o sea, enorme, al menos eso le parecía a ella, que era pequeñita. Tal vez no lo fuera tanto. Daba lo mismo, para ella era demasiado. Y trató de escaparse.
Lo que pasó después fue espantoso. Él, sin prepararla para nada, de golpe, sin un gesto de cariño de su parte, le impidió huir: la tomó de los hombros y la puso contra el piso golpeándole la espalda. Inmediatamente después se arrojó sobre ella.
La había lastimado un poco a pesar de que refrenó su peso y sus fuerzas. Si él no se hubiera contenido la habría aplastado. Había una ley que regulaba su deseo. Era la ley de la reina, que quería preservar a esas mujeres para hacerlas tener niños. Y para hacerla tener un niño tenía que penetrarla.
Lúa no quería recordar como había pasado eso. Según ella no se había dado cuenta de nada. De lo único que se había dado cuenta mientras estaba en el piso era que tenía ese cuerpo ardiente y desnudo encima. No podía no recordarlo.
Él empezó a buscarla por todas las partes de su frágil cuerpo. Una de sus manos le arañó los pechos, mientras la otra, enredada en su largo pelo, lo tironeaba produciéndole un dolor insoportable. La buscaba también con su boca. Primero le mordió el cuello y después la besó, metiéndole la lengua casi hasta la garganta. Después de chupó un pecho agarrándole el pezón con los dientes. Apenas hizo eso Lúa gritó creyendo que iba a arrancárselo. Entonces él se detuvo, pero ella no se sintió agradecida.
¿Qué iba a agradecerle? ¿Qué la estuviera aplastando, tirándole el pelo, mojándola con la lengua? Todo aquello ya le estaba dando asco. Podía sentir su olor y no era precisamente agradable. No era desagradable tampoco, en un sentido: el guerrero no era sucio y su pelo tenía un olor salado, muy parecido al olor a jabón, pero tenía otras partes que emanaban un olor demasiado fuerte, un olor que ella desconocía aunque entendía muy bien de que se trataba: era el olor de su sexo. Las hormonas masculinas le daban ese olor y no era perfume precisamente.
Cuando él se le tiró encima ella entendió perfectamente lo que iba a pasarle y quiso evitarlo, o a lo sumo demorarlo un poco más. Intentó apartarlo empujándole el pecho con sus dos manos, manos débiles que casi no podía mover. Había sido exactamente como intentar apartar una montaña. Él era pesadísimo, denso como una roca, duro como una roca, no había forma de apartarlo, no había forma de demorarlo tampoco. Quiso suplicarle pero él pareció no entenderla. Lúa se sintió más débil e indefensa que nunca. Ya no podía hacer nada.
Entonces sintió el pene del guerrero metiéndose entre sus piernas, duro, prepotente y cada vez más adentro. Se lo metió de un golpe, desgarrándole el himen sin piedad. Luego lo sintió moverse encima y adentro de su vientre, dejándole una sensación brutal y dolorosa.
Ella había gritado, estaba segura, había gritado torturada por esa sensación y nadie la había escuchado.
"Maldito" sólo esa palabra vivía en los recuerdos de Lúa. El padre de su hijo era un maldito, y si le venía alguna otra palabra, alguna más suave, alguna que le recordase que después de todo su deseo había tenido un límite y no la había matado, que no la había lastimado seriamente, teniendo toda la potencia para hacerlo, si le venía alguna palabra que le recordase algo mejor de ese padre, esa palabra era borrada inmediatamente y solamente le quedaba esa: "Maldito"
Él no permaneció demasiado tiempo adentro de ella. Se movió un par de veces, hacia atrás y hacia adelante y eyaculó con un grito ahogado. Después lanzó un largo suspiro y se levantó, liberándola.
Lúa no lo miró más. Estaba demasiado dolorida, sentía que su vulva se había vuelto inmensa al desgarrarse y que su vientre había sido violado. Entonces advirtió que estaba acostada encima de un repugnante charco de sangre. Lo había visto brillar, rojo e indecente, a la luz del fuego.
Sangre. Su sangre. Había derramado su sangre por él, y se estaba muriendo del dolor. Pero no era solamente el dolor físico. Era el dolor por aquello que jamás sería. Era el dolor por el fin de su intento de seducción, por el fin de su intento de amar y ser amada. Era el dolor porque él ya no la miraba.
Ella era como un resto y la sangre era lo único que le quedaba. El horror de ver y sentir su propia sangre. Su propia, viscosa, asquerosa y pegajosa sangre.
¡Maldito! Siempre, siempre lo iba a recordar así aunque a todos les dijera lo contrario. Un maldito mercenario espacial al que había tratado de contentar de mil maneras, al que había amado hasta morir por dentro. Un maldito que le había dejado ese hijo: Tao. Ese hijo que llevaba en el alma sus huellas en una forma que ella no imaginaba.
Lúa había sido la que convenciera a las otras mujeres, Lara, Schrinko, Aura y Aletheia para que fueran con Link. Les había dicho que no era tan malo, que se animaran. Había sido muy sádica en eso y le había complacido comprobar que Link había sido tan brutal e indiferente con ellas como lo había sido con ella; con el agravante de que las otras mujeres habían ido de muy mala gana.
Todas habían quedado algo lastimadas y quejándose, ninguna había contado nada sobre haber recibido una muestra de cariño. Eso había complacido a Lúa que se dijo a sí misma (y al que quisiera escucharla) que ella era la esposa preferida.
Pero a pesar de todo a Lúa la atraía ese hombre, la atraía muchísimo, necesitaba desesperadamente una muestra de su amor. Por eso regresó una y otra vez a buscarlo. Estaba enamorada, esa era la palabra que se había repetido mil veces: enamorada.
Estaba enamorada y lo odiaba. Lo odiaba por haberla cogido de esa forma. Lo amaba porque era fuerte. Cada vez que ella iba con él, creía encontrar alguna de esas muestras de afecto que buscaba. En alguna mirada, en algún gesto de deseo, en sus manos enredándose en su pelo, en algún beso desganado...
Creía encontrar muestras de cariño, pero, en realidad, lo único que conseguía era quedarse desnuda en las torpes manos de su esposo que la penetraba una y otra vez, casi sin mirarla, disfrutando de mala gana de los cariños que ella le hacía; casi apresurándose a terminar con el asunto. Para luego empezar de vuelta con alguna de las otras, si era que conseguía atraparlas, porque las otras se escapaban en cuanto les era posible. Pero él siempre las atrapaba, y ellas se entregaban ¿Qué otra cosa les quedaba por hacer?
Todas estaban destinadas a ser madres, a ser fertilizadas por esos hombres poderosos.
Y para Lúa fueron muchas veces. Una de las que recordaba con más odio fue así: ella estaba de espaldas sobre un piso de piedra fría, pero no sentía frío porque tenía encima el cuerpo caliente del saiyano. Él se apoyaba sobre sus codos, le agarraba las manos y movía sus caderas mientras le metía el pene empujándoselo lo más adentro posible y, mientras, parecía mirar la nada. Lúa se quejaba débilmente entre el placer y la incomodidad. Ya se había acostumbrado a la sensación y no le molestaba tanto, ya no se sentía tan pequeñita, ni tan débil. Tampoco él le parecía tan enorme. Pero no podía dejar de quejarse. Él era muy bruto, no se fijaba para nada en lo que sentía ella. De a ratos de daba placer y de a ratos le dolía. Cada vez que le tocaba una zona sensible al fondo de su vagina le dolía y ella se quejaba. Él no le hacía caso y seguía penetrándola sin mirarla, a lo sumo, como mucho, la acariciaba un poco. En medio de esos quejidos, suspirando, ella le había dicho: "tú no sabes lo que es estar enamorado"
—Y tú no sabes callarte— Fue la respuesta del saiyano.
¿Acaso Link no entendía su idioma? No, no era eso porque Lúa lo hablaba. El idioma de los saiyas era muy parecido al sayumi y ella lo había aprendido. Tenía extraordinaria capacidad para hablar distintos idiomas. Él no la entendía porque no quería entenderla, porque se miraba solamente a sí mismo, porque era indiferente a todo lo de ella, menos a lo que le daba un rato de placer.
Por eso lo odiaba, lo amaba y lo odiaba al mismo tiempo.
Veinte años. Lo había amado y odiado por todo ese tiempo y así continuaba, así iba a ser por siempre.
Apenas llegaron los saiyanos y las mujeres Nichya empezó a deshelarse lentamente. Se derritieron los hielos, se vio el sol más seguido, aparecieron plantas y animales. Las cinco mujeres de Link quedaron embarazadas y sus embarazos se hicieron notorios.
¿Así fue? ¿Acaso alguien puede decir cuando comienza una vida? ¿Cuándo empieza algo nuevo en un lugar adonde no había antes nada? ¿Cuándo empieza a latir un nuevo corazón engendrado por el dolor y el deseo?
¿Alguien hubiera podido decir cuando empezó a latir el corazón de Tao? ¿Cuándo comenzó a mirar el mundo aún sin verlo? ¿Su vida empezó en el oscuro vientre de su madre, o en el ardiente e ignorante deseo de su padre?
"Así fue" Esa es una manera de decir. En realidad nadie lo sabe. Nadie lo supo nunca.
"No descuiden a nuestro esposo" les decía Lúa a sus compañeras "Él es todo lo que tenemos en este planeta solitario y helado, es todo lo que tenemos ahora que nacerán nuestro hijos"
Lúa había soñado que cuando naciera ese hijo su esposo dejaría de mostrar esa indiferencia y por fin empezaría a amarla. Mientras tanto buscaba su calor más que nunca, se refugiaba entre sus brazos, sobre su pecho, entre sus piernas. Él no la rechazaba, pero tampoco le mostraba aprecio.
—Convéncete de una vez— le había dicho Schrinko —No significamos nada para ese hombre, deberías alegrarte de que ya no nos agarre tan seguido.
—Ya cállate— Había respondido Lúa que no se alegraba. Al contrario, lo forzaba a estar con ella, que le hiciera lo que quisiera. Al menos así podría sentirlo. Sentirlo encima, aunque sea.
Pero lo que él quería era que lo dejaran tranquilo, y Lúa ya estaba perdiendo el ánimo.
—Maldita sea – había dicho ella una vez ya cansada de vomitar al comienzo de su embarazo —maldita sea, esto es un asco.
—No lo es – le había contestado Aura, su compañera, una chica alta y delgada de largos cabellos turquesas —Esto es por lo que nosotras tenemos que vivir, por nuestros futuros hijos y porque no se termine nuestra raza. Con la sangre de esos guerreros nuestra raza será más fuerte. Algún día nuestros hijos cuidarán de nosotras.
—No lo sé— había contestado Lúa en el borde de la desesperanza —estar embarazada es horrible.
—Te lo hubieras pensado antes— se había burlado Lara que no lo estaba pasando tan mal con su propio embarazo —No te pareció tan horrible cuando te metiste con el mono ¿o sí? bien que te lo buscaste, jajajaja.
Maldita Lara. Lúa no le había contestado nada. En realidad su morena compañera solamente bromeaba para levantarle el ánimo. Ella también lo debió haber pasado bien con "el mono". Probablemente lo quisiera un poco y lo necesitaba mucho, como todas.
Algunas lo habían pasado mejor, como Schrinko y Lara, tal vez porque tenían caderas más anchas, o porque sus organismos se adaptaron mejor pero otras habían sufrido muchísimo, como Aletheia que, de no haber sido por la saiyana compañera de la reina que trajo medicina, no se hubiera recuperado de su desgarro. Aura también había sufrido pero de alguna forma parecía haberse ganado el respeto del guerrero.
Aura era delgada, bellísima, fina, sus cabellos turquesas indicaban que era una artista. Y lo había sido, cierto que antes que destruyeran su planeta. Había cantado hermosas canciones pero si intentaba hacerlo ahora su voz sonaba infinitamente triste y enseguida estallaba en llanto. Pero lo cierto era que Link la respetaba. Se la había cogido, como a todas, pero Lúa lo había escuchado decirle “Discúlpame mujer, no me queda más remedio”
Desde ese día Lúa odió a Aura. Con ella Link jamás se había disculpado ni nada ¿Qué podía tener la peliverde para merecer esa consideración? Maldita Aura, le daba tanta bronca, era tan débil tan tonta tan... nada ¡Era nada comparada con ella!
Pero una mañana, cuando ya el planeta estaba casi deshelado él se había ido diciendo algo así como que traería el almuerzo, o que se iba a pescar.
Se había ido como si fuera a regresar enseguida, pero ya no regresó por mucho tiempo, desapareció como si hubiera regresado a su propio mundo
Pero no, no había regresado a su planeta, estaba allí pero se había alejado de ellas para siempre.
La soledad de aquellos momentos fue terrible, todas temían el momento en que nacieran los niños, esos niños con sangre saiyana que probablemente las destruirían al nacer sin que hubiera nadie para ayudarlas.
Una tarde, casi tibia, Lúa miraba el cielo esperando ver aparecer a su hombre. Esperaba que le trajera, aunque más no fuera, algo para comer, ya que sus provisiones de carne y pescado se habían acabado, y las frutas que cosechaban en las cuevas no eran alimento suficiente. Miraba el cielo y se pasaba la mano por el vientre donde percibía un bulto móvil que debía ser la cabeza de su hijo.
De a ratos las piernitas de bebé se estiraban y la pateaban debajo del ombligo, no le dolía pero le molestaba. Se preguntaba una y otra vez si ese hijo tendría cola... ¿podría reconocerlo como a su hijo si la tenía? Tal vez su padre lo prefiriera así. Sí, todo era posible. Daba igual, en realidad, a Lúa no le importaba nada del niño, lo único que le importaba era que Link regresara.
Un grito horripilante desgarró la tranquilidad de la tarde: Lúa había sentido una contracción más dolorosa que lo que debía ser la misma muerte, más dolorosa que muchas muertes. Era la primera vez en su vida que sentía un dolor así y le causó un terror indescriptible. Era como si ese hijo fuera a abrir sus entrañas partiéndola en varios pedazos para poder venir al mundo.
Una contracción y otra y otra, no paraban. Habían empezado de golpe, sin previo aviso. Eso sí que era dolor, muchísimo más dolor que él que había sentido al ser penetrada. Ese dolor le partía las entrañas. Literalmente.
—Cálmate mujer, vine a ayudarte— había dicho una voz clara a su lado, mientras una firme, pero femenina mano, le tocaba el vientre.
Era la vasalla de la reina: la otra mujer saiyana que nadie tomaba en cuenta, una bonita mujer de cabellos cortos y ojos violetas que no tenía la misma mirada salvaje de sus compañeros, o al menos no la tenía en ese momento.
—Yo también tuve un hijo— había seguido diciendo la mujer— y no es tan difícil, tal vez para ti lo sea un poco más porque tu raza es débil, pero no temas. Te traje unas medicinas.
Lúa estaba segura que, si no hubiese sido por esa mujer, hubiera muerto. Las medicinas le aliviaron el dolor y las firmes manos de ella la acomodaron de forma que su hijo pudiera nacer: la acostaron, le sacaron la ropa y la mantuvieron con las piernas abiertas.
—No te apures—le había dicho la saiyana –estas cosas llevan su tiempo. Respira hondo.
Lúa no había hecho caso.
— ¡Ya! ¡Ya quiero que salga! ¡Que salga! ¡Me está matando! ¡AHH!
—Bueno. Tranquila... puja... despacio, trata que salga pero no lo fuerces. El bebé tiene que acomodarse.
Los desesperados gritos de Lúa conmovieron a las otras mujeres, ya que ninguna de ellas había tenido aún a sus hijos. Algunas se acercaron para ayudar, y otras se escondieron atemorizadas.
Lúa había pujado ansiosa, enloquecida, quería librarse del niño y no sufrir más, aunque con ello se le fuera la vida. Cuando vio que aún le faltaba se movió, quiso acomodarse de una forma distinta y se sentó. De repente sintió un líquido tibio y viscoso que le corría entre las piernas.
—Se rompió la placenta— dijo la mujer que la atendía —te dije que fueras más despacio ¿es que acaso no entiendes?
No. No entendía ni le importaba. Pujó de nuevo y sintió algo durísimo y enorme en su vulva.
—Ahora sí, le veo la cabecita — Dijo la mujer —Espera.
Con algo que tenía en la mano, tal vez una navaja, la cortó. Fue un ardor rápido y terrible que le hizo dar un alarido. Entonces sintió crujir los huesos de su entrepierna y se dio cuenta de que se habían abierto para dejar paso a la cabeza de su hijo. Fue entonces cuando lo escuchó gritar.
—Un varón— Había dicho la saiyana y Lúa se había desmayado para despertarse mucho tiempo después, mientras sus compañeras intentaban poner al bebé en uno de sus pechos, para que mamara.
Aparentemente la saiyana le había curado el corte que le había hecho detrás de la vulva porque ya no le dolía, aunque lo sentía tirante. Bueno. Estaba hecho: su hijo había nacido.
Lúa lo había mirado sin sentir nada. Era extraño y aterrador: el primer niño que nacía allí, un hermoso niño de piel morena y ojos azules al que sus compañeras miraban fascinadas, un hermoso niño mitad sayumi y mitad saiyano. Un hermoso niño por el que no podía sentir absolutamente nada ¿Por qué? ¡Era imposible!
Algunos días pasaron. Al cuarto día Link se apareció por allí después de mucho tiempo. Había llegado volando de los cielos y Lúa ni siquiera había visto de donde.
De repente lo vio parado al lado de donde ella descansaba y amamantaba a su criatura. Bueno, ellos eran así, impredecibles.
—Mi amor, al fin viniste a verme—no sabes... casi me muero y...
—Cállate. No vine a verte a ti, vine a ver al bebé— algo así había sido la cortante respuesta del saiyano.
No recordaba cómo había mirado al bebé solamente recordaba que había dicho: "Vaya, es bonito pero no tiene cola..."
Se volvió a marchar. Regresó varias veces más para ver a sus otros hijos, pero nunca más volvió a tocar a las mujeres. Y nunca más le permitió a Lúa que lo tocara. Todos sus intentos de acercarse fueron rechazados con un empujón o un con golpe. Era inaceptable que ese monstruo, ese mono interplanetario, la rechazara.
Que la rechazara a ella. A la mujer más hermosa de todas, la que fuera la más deseada en su planeta natal. Maldito. La rechazaba. A ella, que había derramado su sangre por él. Había derramado casi toda su sangre para tener a ese hijo.
Pero él había derramado toda su sangre por aquel planeta. Link murió para defenderlos de una invasión extraterrestre.
Un día llegó una nave de la dinastía Cold. En ella venía Megacold, uno de esos monstruos sin alma que había ordenado destruir Sayumi. Había atravesado el túnel del tiempo que separaba a Nichya del resto del universo y pretendía destruirlo también.
Hubo una batalla donde Link matóal jefe invasor, pero él también murió. Eso era cierto, allí estaba aún la nave de los invasores para probarlo. Era cierto que Link había dado su vida por Nichya, pero Lúa no lo había visto. La reina saiyana se había apresurado a enterrar su cuerpo y se habían marchado para siempre dejándolo enterrado en un lugar desconocido e incognoscible.
Pero la reina saiyana, antes de marcharse, le había dejado a Lúa la insignia de la casa real de Vegetasei, y la había nombrado reina.
Veinte años después ya había una nueva generación correteando por los campos de Nichya. Tao iba a casarse con Kiteryde, y con tal de que se casara y tuviera descendencia, Lúa estaba dispuesta a aceptarla, a pesar que era hija de Avoc.
Avoc había tenido siete esposas. Era más bajo de estatura y menos fuerte que Link, pero más alegre. Según sus esposas había sido un hombre bastante cariñoso, dentro de lo que de su raza podía esperase, claro. Había sido una "bestia buena" decían sus mujeres.
Lúa odiaba a las mujeres de Avoc y ellas la odiaban. Ella les había prohibido totalmente mencionar el tema, pero lo cierto era que Avoc había muerto peleando en un duelo contra Link, o sea, Link lo había asesinado. Y ese duelo no había ocurrido por nada, tuvo causas que Lúa no quiso que se comentaran.
Kiteryde, o Kite, como la llamaban todos, no era "monstruosa" como la consideraba Lúa, pero no era una gran belleza tampoco. Era bonita. Se parecía mucho a su padre. Era robusta, de cara redonda, rasgos duros y enormes pechos; tenía los ojos negros y los cabellos rojos y cortos. Lúa pregonaba que esa chica era demasiado fea para un chico tan guapo como su hijo, pero, que iba a hacerle, decía, con tal de que Tao se casara estaba bien. Además no había muchas opciones, las mujeres del mismo clan estaban prohibidas. Era una ley en ese planeta que repetía una ley de Sayumi. Por eso Lúa aceptó ese matrimonio.
Lúa había querido casar a Tao con tres chicas hijas de Char apenas cumplió los catorce años. A esa edad ya era lo suficientemente fuerte, sabía todo lo necesario para pelear y sobrevivir, y tenía, también, todo lo necesario para atender a una mujer. Pero su hijo no había querido casarse con ellas, más aún, no había querido ni casarse, ni con esas mujeres, ni con ninguna otra.
No podía acercarse a ellas, decía, cada vez que se sentía cerca de una mujer unas voces que vivían adentro de su cabeza lo insultaban con extraños e incomprensibles insultos que nunca terminaban de formularse.
Las voces, decía. Las voces lo atormentaban cuando su cuerpo reaccionaba frente a una mujer, le decían cosas. Tao nunca había podido explicarle exactamente como eran esas cosas, pero eran cosas horribles, cosas que solamente a él le concernían, insultos que empezaban con un par de palabras, y se quedaban ahí. El muchacho hubiera querido que terminaran, que ya que habían empezado a decirle algo se lo dijeran del todo, que le dijeran que querían. Se lo decían a él, a él y nada más que a él. ¿Por qué nunca terminaban?
La única forma en que esas voces se callaban era cuando de alejaba de las chicas, cuando se alejaba de todo. Entonces podía dedicarse a estudiar el mundo por medio de las matemáticas. Eso era lo único que le daba paz.
Por varios años evitó a las mujeres, evitó a todo el mundo, preocupando y angustiando a su madre con las historias de voces en su cabeza.
La reina le había prohibido hablar de ello y Tao no lo hablaba con nadie.
Entonces se había fijado en Kiteryde, cosa curiosa, cuando estaba al lado de ella o cuando conversaban no escuchaba esas voces... ¿sería por la simpatía de Kite? Se lo dijo a su madre, le dijo que quería casarse con ella y ésta inmediatamente le arregló un matrimonio con la chica.
Al fin, pensaba Lúa, su hijo sería un hombre normal.
Esta historia también la publique en FFnet, en su versión light.
Acá va con todos los detalles jejeje, espero que sea leída por adultos, principalmente adultos de mente, que entiendan que la historia no es solo sexo, aunque este sea realmente muy importante, y que, si se animan, me den su opinión sobre lo que muestra cada capítulo. No tengo mucha práctica para publicar acá, así que porfa, tengan paciencia y no olviden dejar reviews.
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