Una Promesa al Servicio de Cephied | By : Ameban Category: Spanish > Anime Views: 1243 -:- Recommendations : 0 -:- Currently Reading : 0 |
Disclaimer: I do not own the anime/manga that this fanfiction is written for, nor any of the characters from it. I do not make any money from the writing of this story. |
Este es mi segundo
intento de escribir un lemon de ZA, y una vez más es un experimento. Esta
historia está ligeramente relacionada con “El Ruido” pero es totalmente
original. En esta ocasión he intentado contar cómo sería una relación realista
de ZA pensando especialmente en la naturaleza pétrea del cuerpo de Zel, lo que
dificulta mucho la situación. Además de eso también es un posible final para “TRY”.
Debo agradecimientos especiales a Phizzy-chan, Kisaki, Rowena y Tayra, quienes
me han ayudado con esta historia.
Slayers no es mía
sino propiedad de la Dragon Magazine, TVTokio Soft, y los señores Hajime Kanzaka
y Rui Araizumi. Esto solo lo hago por diversión.
=Una Promesa al Servicio de Cephied.=
Quinientos años atrás, sobre las ruinas del antiguo y maldito reino de Lethidius, se formó
un nuevo reino; este, al contrario que su predecesor, no buscaba la inmortalidad
como hizo Lethidius en la Época Oscura, sino que pretendía alcanzar el poder
sagrado de Cephied. Los supervivientes de Lethidius decidieron tomar un camino
diferente, así que en lugar de buscar la inmortalidad, pretendieron acercarse
más a Cephied. Por ello había nacido el nuevo Reino de la Magia Blanca de
Seillon.
El Reino de Seiroon acabó convirtiéndose en el más rico de todos los reinos en el
interior de la Antigua Barrera, así como el único que servía específicamente a
los poderes sagrados. Su influencia acabó siendo obvia en todas las demás
naciones del interior de la Barrera, y su clero estaba presente en todos ellos.
Por esa razón el templo principal de la Ciudad Blanca era el mayor que se podía
encontrar, y por ello también tenía algo más en su interior.
Resultaba ser enorme, magnífica, impresionante... y en definitiva LA estatua por
excelencia; por tanto los humanos la adoraban y honraban como el máximo
exponente del poder sagrado de Cephied en el interior de la Barrera. Estaba
situada en el centro exacto del hexagrama que demarcaba la Ciudad Blanca de
Seillon, una gigantesca estructura que protegía a la ciudad de los Mazoku y de
los conjuros peligrosos. De hecho la propia ciudad había sido construida para
ser protegida por ese hechizo.
El templo en donde estaba situada la estatua, también lo estaba en el centro de la ciudad
y resultaba tener proporciones enormes, al igual que el Palacio Real, emplazado
justo enfrente del templo, formando un complejo de edificios entre ambos. Ambos
edificios estaban separados entre sí y situados frente a frente al mismo tiempo,
estando el templo más centrado en los asuntos religiosos y de la Magia Blanca,
que el palacio, a su vez más centrado en los asuntos políticos... al menos visto
desde fuera. Lo cierto es que el clero de Seillon era la institución religiosa
con más poder en el interior de la Antigua Barrera, y ver a hechiceros blancos y
sacerdotes en torno a él era algo habitual.
Al menos en las horas de sol y no por la noche...
El templo sagrado resultaba muy tranquilo en las horas nocturnas. Solo el cuerpo principal
del mismo, donde estaba situada la estatua, estaba abierto al público y los
visitantes. No podía ser de otra forma porque los monjes debían visitar el lugar
al menos una vez a la semana, así como sacerdotes errantes y peregrinos. Sin
embargo las alas laterales de izquierda y derecha estaban restringidas al gran
público ya que en ellas solo podían entrar sacerdotes y sacerdotisas
respectivamente, sin que pudieran pasar individuos de otro género de una a otra,
incluso aunque fueran residentes del templo o cortesanos.
Pero el lugar solo tenía actividad durante el día y no la noche, y esa noche en
particular él era el único que allí se hallaba, plantado frente a la estatua.
Y realmente todo aquello no le importaba en absoluto. Él no pensaba que los monjes
o sacerdotisas pudieran ser gente santa, sino solo hechiceros que se
aprovechaban de los poderes sagrados de Cephied, algunas veces para bien y otras
por su propio interés. Por ello no podía evitar contemplar la gigantesca estatua
con una expresión que se podría calificar como de perplejidad.
—¡Qué ironía! ¿Verdad, Cephied?... Yo he salvado el mundo por ti...— murmuró en voz
baja—He hecho tu trabajo y también actos en tu contra... Y eres incapaz de
decir nada. Incluso el Acqualord no me dio ninguna clase de ayuda con lo que
necesito. Prefieres darle tu poder a cualquiera de todos esos sacerdotes que hay
por aquí antes que a alguien que realmente la necesita y que ha hecho tantas
cosas por ti- Suspiró pesadamente.—A veces creo que tu presencia no es más que
una farsa al igual que tu poder... O el poder de cualquiera de los Loores de
otros universos—Alzó la cabeza mirando fijamente a la estatua.—Tú, al igual
que hacía Volfield, solo sigues el camino que el Señor de las Pesadillas fijó
para ti. Deseas mantener el mundo en pie, pero no te importa cómo se consiga
hacer. Definitivamente no voy a conseguir ninguna felicidad de tu parte.
—...Eso no es totalmente cierto—dijo de repente una voz suave tras él—El poder de
Cephied me ha ayudado muchas veces a salvarte.
—¡Amelia!—exclamó sorprendido por su repentina interrupción al tiempo que se
volvía hacia ella.
La princesa-sacerdotisa le sonrió suavemente. Aparentemente solo había aparecido en
el templo por un casual para encontrarse allí con Zelgadiss frente a la estatua
del mismo. La quimera habría jurado estar solo cuando entró en el templo a esas
horas nocturnas, aunque podría ser que Amelia le hubiese encontrado allí gracias
a que poseía el poder del oráculo por ser una sacerdotisa. Pero eso era algo que
Zelgadiss no sabía aún.
—...Cephied te ayudará en tu búsqueda, ya lo verás, Sr. Zelgadiss—afirmó ella con tal
firmeza que nadie se habría atrevido a negar lo que decía.
Zelgadiss la miró de nuevo, casi olvidando la razón inicial que le trajo al templo a tales
horas de la noche, y pretendiendo saber qué hacía ella precisamente allí a esas
horas para decirle semejante cosa. Pero ella parecía ser la misma de siempre y
creer firmemente lo que decía, como bien se reflejaba en su rostro.
Sea como fuere, el hecho es que Amelia había hecho acto de presencia allí frente a él,
siendo la mujer con la que había aprendido a vivir y amar. Pero aún así
resultaba extraño verla allí en ese momento, cuando incluso los guardias de
palacio parecían haberse quedado dormidos en sus puestos. En cualquier caso el
hecho era que ella estaba allí en ese momento y no durmiendo en sus habitaciones
del gineceo del templo y Zelgadiss no había esperado que pudiera encontrársela
allí de esa forma. Los asuntos que le trajeron ante la estatua de Cephied eran
cosa suya y él no había pedido que ella le acompañara, pero pesar de todo eso,
Amelia parecía decidida a hacerlo.
Zelgadiss no supo si sentir que su intimidad estaba siendo invadida o si debía sentirse
alagado por semejante atención hacia él.
Aunque tal vez no fuera ninguno de esos dos casos; Amelia ni siquiera llevaba puesto su
camisón de dormir, sino que aún vestía el atuendo típico de Seiroon, lo que
quería decir que ni siquiera se había planteado ir a descansar todavía.
Zelgadiss estaba acostumbrado a ver a Amelia con sus habituales ropas de sacerdotisa
errante siempre llenas de joyas y amuletos chalza, o tal vez con algún rico
vestido que hacía que pareciera una especie de capullo de flor; sin embargo en
ese momento iba con el atuendo común a toda la familia: una túnica corta y
blanca, pantalones bombachos de color blanco, sandalias, un alba bastante más
grande de lo necesario y una estola de color borgoña ribeteada en oro; lo único
familiar que seguía llevando eran los amuletos chalza que llevaba en cada
muñeca. El hecho era que desde que llegaran a Seillon dos semanas atrás, aún no
se había acostumbrado totalmente a su cambio de indumentaria; se la veía más
mona con esas ropas que la hacían parecer que iba a dormir. Lo cierto es que en
cuestión de indumentaria, las ropas de Seillon, especialmente las de la realeza,
eran totalmente atípicas comparadas con las de otros países.
Pero también percibió algo diferente en Amelia; ahora ella parecía un tanto distinta
a cuando llegaron a la Ciudad Blanca dos semanas atrás tras despedirse de Lina y
Gourry, quienes habían tomado otro camino, y de Firia y el tipo-zorro, Jiras,
quienes habían permanecido en su tierra natal, en el exterior de la Barrera. Por
entonces Amelia había parecido estar como siempre, pero desde que ambos
arribaron a la Ciudad Blanca, algo había cambiado: ella parecía ser más alta que
antes, (Zelgadiss tenía que admitir que era normal dado la altura del resto de
sus familiares, especialmente su padre), así como mucho más madura que en su
primer encuentro, años atrás.
Amelia había evolucionado para convertirse en una agradable, cariñosa, ocasionalmente
cabezota, fuerte y hermosa mujer. Pero seguía siendo la misma joven que él
conociera años atrás.
***
Era algo de lo que Zelgadiss se había dado cuenta con el paso de los años. Al principio
había pensado en ella como alguien infantil y soñadora, la perfecta
representación de “La Señorita que piensa que todo brilla”: una joven que
solo tenía la cabeza llena de estúpidos ideales justicieros. Pero más tarde,
tras varios viajes juntos y luchas en común por salvar sus vidas, había
descubierto que Amelia era de hecho, bastante fuerte, capaz y que se preocupaba
por la vida de aquellos que quería... lo que le incluía a él. Tras ese
descubrimiento, había aprendido a respetarla. Ella había visto mucho, demasiado
por lo que lamentarse, pero aún así era capaz de vivir con una felicidad que él
no era capaz de encontrar.
Eventualmente la quimera encontró otras cualidades que la princesa también
poseía. Amelia era muy guapa y una agradable compañía, además de una amiga.
Finalmente, durante esos pocos meses, se dio cuenta de algo que debería haber
sido evidente: ella le gustaba, realmente lo hacía. Ya no se trataba de una
jovencita descerebrada, sino de una mujer hecha y derecha, y él había empezado a
quererla... de la misma forma que un hombre quiere a una mujer.
Y él tenía que aprender a lidiar con ese hecho.
No resultaba sencillo. Durante sus viajes ella le iba gustando cada vez más, y en
ocasiones resultaba difícil de contener. Él estaba dividido entre sus demonios
interiores, sus lamentos y su baja moral como para poder compartir algo con
ella. La quimera vio que no podía hacer más que permanecer a su lado, pero sin
atreverse a ir más allá.
Hasta que finalmente ocurrió lo inevitable cuando él tuvo que decidir si se quedaría en su
ciudad natal o no. Esa era una cuestión que ella le había preguntado
anteriormente en otras ocasiones, y en la primera de ellas él no había podido
creer lo que la princesa le estaba pidiendo, así que se había limitado a ignorar
la cuestión a regañadientes; pero la última de las veces resultó ser distinto,
cuando ella le hizo esa misma pregunta durante la batalla contra Estrella
Oscura.
Como resultado había pasado los últimos quince días en Seillon junto a Amelia en
calidad de invitado y como su protector durante el viaje al exterior de la
Barrera. El gobierno de Seillon debía saber qué había pasado en ese tiempo y
ellos dos había pasado varios días explicando a la corte lo que había ocurrido.
Tras semejantes sucesos, Zelgadiss no podía despedirse con tan solo un “adiós”,
como si nada hubiese pasado. Se sentía moralmente obligado a permanecer a su
lado durante un tiempo después de todo lo que habían vivido juntos.
Sin embargo a los cortesanos no les gustaba esa quimera; él era un criminal y su
mala fama le precedía. La quimera les podría haber dado una información muy
valiosa, pero Zelgadiss seguía siendo el “Ma-Kenshi” en la memoria popular,
alguien ciertamente en quien uno no se podía fiar. Al menos como Amelia y su
padre sí confiaban profundamente en él y su criterio e ignoraban su mala fama,
los cortesanos tuvieron callar sus bocas.
A Zelgadiss no le gustaba ese ambiente, ni que le vieran como un monstruo inhumano
y asesino. Él tenía buenos y malos sentimientos, era celoso, apasionado y
temperamental, y él lo sabía bien. Había aprendido lo humano que era el día que
Amelia le había besado por primera vez; ese día había descubierto cuánto podía
vivir como humano entre los demás, aunque solo fueran unos pocos.
Eso había simplemente ocurrido solo dos días después de su llegada a Seillon. Allí, en
medio de los jardines del palacio real. Se había encontrado con Amelia después
de que ella hubiera tenido una larga y tediosa charla con los sacerdotes del
templo, y ella le había pedido poder hablar con él en privado. Zelgadiss debería
haber notado que había algo raro en Amelia y la petición que le había hecho,
aunque solo fuera porque ella siempre solía saludarle de forma alegre y
distendida... sin embargo en esa ocasión ella estuvo inusualmente seria y
nerviosa, y el día anterior había estado extrañamente ausente. Pero Zelgadiss no
había alcanzado a imaginárselo, así que Amelia se las arregló para demostrarle
cuáles eran sus sentimientos, hasta que eventualmente le besó.
Zelgadiss vio que le había resultado imposible negarse o replicarla. De alguna forma
Amelia sabía lo que él sentía, una emoción que él había intentado controlar y
negar durante todo el tiempo que él había sido consciente lo que sentía por
ella. Amelia le conocía muy bien a pesar de que él no le había contado algunas
cosas sobre él mismo que habrían hecho que la princesa se sintiera realmente
mal. Por tanto Amelia había podido hacer comentarios y respuestas inteligentes y
maduros sobre la situación de ambos, y Zelgadiss vio que era una estupidez
intentar negarlos. Él era un hombre apasionado y nunca fue bueno negando sus
propios sentimientos... Esconderlos sí, negarlos no.
Tras ese día Zelgadiss vio que le resultaba imposible permanecer indiferente en torno a
ella, y acabó por aceptar cuánto le gustaba ella en realidad. Podría no estar
seguro sobre si realmente la amaba profundamente, pero en realidad debía de ser
algo parecido. Por tanto la quimera había empezado a tener una especie de
relación con ella, mostrándole su afecto cuando no había nadie más a su
alrededor (algo con lo que Amelia estaba de acuerdo) y viviendo más cerca que
nunca a una mujer.
Pero eso también tenía otras consecuencias...
Y ahora resultaba que no podría abandonar Seillon tan fácilmente como había pensado al
principio. Estaba dividido entre su deseo de permanecer junto a Amelia y su
deseo de ser un humano libre, recuperando su verdadero yo. Resultaba muy irónico
que vivir junto al mayor centro de poder de Cephied no pudiese darle respuestas.
***
La quimera suspiró, embargada por sus sentimientos hacia ella y su descontento hacia
Cephied. Si tan solo pudiera ser humano otra vez, podría haber vivido en la
corte de Seillon junto a ella sin problemas, pero él sabía que su maldición le
perseguía y no quería causarle problemas.
Pero por lo visto Amelia había decidido hacer algo ella sola por su cuenta, así que había
parecido frente a él (bueno, más bien tras él) cuando la quimera cuestionaba su
destino a Cephied.
—...No lo creo, Amelia—contestó él—Más bien creo que debo buscar mi cura por mí mismo.
Amelia torció el gesto.
—¡Yo soy una sacerdotisa, tengo el poder del oráculo y puedo afirmarlo!
—¿De verdad?—replicó Zelgadiss—Incluso ese Saga, Lou Graum el Blanco, no pudo ayudarme... Y se supone que él es uno de los Cinco Sagas, de la misma forma que lo era Rezo.
—Bueno, su excelencia, el Sr. Graum, trabaja para Seillon porque él es un sacerdote y solo
conoce Magia Blanca—explicó Amelia—Al menos eso significa que tu cura no está
relacionada con la Magia Blanca—razonó ella—O tal vez sí, pero no totalmente... Podría ser una mezcla de Magia Astral y Blanca, no solo Blanca.
Zelgadiss quedó sorprendido.
—No había pensado en ello...—admitió—Pero por eso mismo Cephied tampoco podría ayudarme.
Amelia le guiñó un ojo.
—Pero que la Magia Blanca sea ineficaz para conseguir tu cura, no significa que Cephied no
vaya a ayudarte. El Dragón Dorado te ayudará porque tú has luchado a su lado.
Zelgadiss la miró con un gesto banal; sabía que razonar contra Amelia y su actitud siempre
optimista era algo imposible. Además, al ser ella una sacerdotisa, lo más
probable es que ella supiera más cosas sobre Magia Blanca que la hicieran creer
lo que afirmaba, y además nunca llevaría la contraria a los Poderes Sagrados y
los llamaría “inútiles”.
Amelia percibió su gesto y continuó sonriéndole, hasta que por fin la quimera se
decidió a preguntar lo que se había estado cuestionando desde que la viera
aparecer en el templo a esas horas tan intempestivas.
—A propósito, Amelia. ¿Qué estás haciendo aquí a estas horas? Pensé que ya te
habrías ido a dormir.
—¿Uh?—La princesa realmente parecía sorprendida por semejante pregunta.—La verdad es
que no fui a dormir. Te vi en el templo, así que... que vine a... Quería saber si...
—...Si yo aún estaba aquí y realmente pensaba irme mañana, ¿no? Viniste aquí para ver si
podía responderte a eso, ¿verdad? Creíste que yo podría marcharme sin decirte
adiós.- presupuso él y podía estar en lo cierto porque Amelia era una
sacerdotisa y eso le permitía predecir algunos sucesos, sobre todo cuando ambos
se habían acercado tanto el uno al otro.
—Sí, así es.
Zelgadiss bajó la vista y se quedó mirando el piso de mármol.
—Creo que así lo haré—contesto—Siento haberte dado la impresión de que no pensaba
despedirme de ti... Pero sabes que no hay nada que me retenga aquí por más
tiempo. Sabes lo que significa para mí ser una quimera, y que aunque tu familia
me dé la bienvenida, yo tampoco puedo vivir como “el Berserker de Rezo”, ni aquí
ni en ninguna parte.
La expresión de Amelia reflejaba comprensión. Ella sabía bien lo que implicaba ser
una quimera creada por la retorcida mente de Rezo, incluso aunque ella nunca
hubiese visto a Zelgadiss convertido en un berserker manipulado como una
marioneta por el Monje Rojo, como le había contado Lina que había pasado tiempo
atrás cuando se conocieron. En cierta forma Amelia se alegraba de no saberlo,
pero aún así podía sentir el dolor en su interior.
—Sabes que siempre serás bienvenido aquí, Zelgadiss. Mi padre tiene un gran sentido de la
justicia y sabe que tú has ayudado mucho a lograr el bien en este mundo. Tal vez
sigas estando perseguido en otros países, pero ya no lo eres aquí—afirmó—Aunque había esperado que te quedaras por unos días más.
—Estoy muy agradecido a tu padre y a ti por ello. Me alegra poder atravesar Seiroon sin
problemas pese a todos esos cortesanos y políticos, pero no puedo hacerlo. Sabes que tengo que lograrlo, y aunque me guste estar aquí, yo no soy como Lina y Gourry; no puedo pasarme la vida sin otra cosa que hacer que dedicarme a buscar tesoros y gastármelos en banquetes. Necesito un objetivo en la vida y no vivir a
salto de mata- Contestó.- Pero no pretendo ignoraros a ninguno de vosotros y siempre os ayudaré cuando estéis en problemas... Y los dos sabemos que eso pasará en algún momento.
Amelia pareció quedarse un tanto confundida por lo que Zelgadiss acababa de decir.
Todos ellos siempre habían visto a Zelgadiss como a alguien que se desentendía
de sus problemas en cuanto tenía la oportunidad, aunque al final siempre acabara
luchando a su lado y enfrentándose a los mismos grandes peligros que todos
ellos. Ella lo sabía bien, pero a pesar de eso y del hecho de que Zelgadiss
correspondiera sus amor, le asombraba que Zelgadiss aceptara tan fácilmente su
oferta de quedarse en palacio con ella, o al menos que lo hiciera por un tiempo.
De hecho habían pasado dos semanas desde que ambos empezaran “formalmente” su relación,
pero no fue hasta el día antes cuando él le dijo que volvería a irse. Amelia
sencillamente no estaba dispuesta a permitir que eso pasara tan groseramente
como las veces anteriores y se había preparado mentalmente para enfrentarse a
él y hablarlo con seriedad antes de que él se marchara, aunque no había
pretendido hacerlo precisamente esa noche ni en ese lugar, justo frente a la
estatua de Cephied, sino mejor a la mañana siguiente. Ambos sabían cuáles eran
sus sentimientos pero no qué hacer con ellos realmente, así que Amelia solo pudo
desviar la vista por unos segundos con expresión triste, hasta que finalmente se
atrevió a dar el primer paso y se acercó a él acortando la distancia que le
separaba de Zelgadiss y de la estatua de Cephied. Estaba claro que algo tenía
que hacer.
Finalmente se plantó justo frente a él y le miró a los ojos.
—Si pudiera... te acompañaría en tu búsqueda...—dijo suavemente—Pero mi gente me
necesita, sobre todo ahora que la antigua Barrera ha caído y estamos en contacto
con los pueblos del exterior otra vez. Tengo un deber que cumplir con mi reino.
—Lo sé—contestó Zelgadiss sin moverse del sitio; él comprendía muy bien cuáles eran los
deberes de Amelia y cuánto debía preocuparse por ellos.- Aunque aprecio tu
oferta y que me permitieras buscar en las bibliotecas reales. Gracias a tu ayuda
he podido investigar mucho sin problemas.
El gesto de Amelia se torció un tanto; parecía que pese a sus palabras Zelgadiss no era
capaz de darse cuenta de la magnitud de todo lo que ella le estaba queriendo
decir. Ella sabía que lo más seguro es que él se iría al día siguiente, pero
tampoco sabía si pensaba volver en algún momento.
—Siento que al final no te sirviera de nada, pero te deseo buena suerte, Sr. Zelgadiss-
le dijo.- Pero antes de que te vayas, hay algo que sí me gustaría.
—¿El qué?—Los ojos de Zelgadiss se abrieron un tanto; Amelia no era de la clase de
personas que exigen ver cumplidos sus deseos.
—Me gustaría que volvieras aquí conmigo.
Al oírla, Zelgadiss parpadeó confundido hasta que de repente estalló en carcajadas.
Entonces fue cuando Amelia realmente quedó confusa por su reacción.
-¡Amelia,
no hables como una de esas princesitas de los cuentos de hadas!- exclamó él.
Ahora sí
fue cuando Amelia parpadeó.
-Eres....
eres un....- Comenzó a decir en tono furioso. Afortunadamente Zelgadiss lo captó
y acalló sus risas, y luego hizo algo que la princesa no se esperaba.
-Amelia...
–comenzó a decir en tono serio mientras alzaba las manos y la tomaba por los
hombros; aunque no era la primera vez que él efectuaba ese gesto, podía notar lo
duras que eran sus manos. – Sé lo que quieres decir y por qué me lo estás
pidiendo. Ya hemos tenido esta conversación antes.
-¿Cómo?-
exclamó ella, hasta que captó el significado de sus palabras y sus mejillas se
tiñeron de rojo, tanto que incluso Zelgadiss pudo apreciarlo pese a la falta de
luz gracias a sus ojos no humanos.
-He estado
esperando por mucho tiempo... que me dijeras algo así- le contestó él en voz
baja pero con voz muy seria. –Solo que no esperaba que fuera a pasar de esta
forma.
-¿Y cómo
esperabas que fuera?- quiso saber Amelia.
-Tal vez
algo similar a lo que dijiste cuando yo lo averigüé.
-¡Aaaah!-
exclamó Amelia con voz de falsete. -¿Y qué fue lo que yo dije? ¿Fue en esa
conversación que ambos tuvimos?
Zelgadiss
suspiró y retiró sus manos de los hombros de Amelia, aunque continuó mirándola a
los ojos.
-Tal vez
yo no esté muy familiarizado con esta clase de cosas... pero no soy idiota.
-No
pretendía decir algo así, Sr. Zelgadiss.
La quimera
le dedicó una sonrisa.
-Lo sé..
Pero creo que mereces alguna clase de explicación.
-Por
supuesto. Te escucho atentamente, Sr. Graywords – Le contestó Amelia
devolviéndole la sonrisa.
-Como
estaba diciendo cuando tú has llegado, yo he luchado tanto a favor como en
contra de Cephied- empezó a decir. –He hecho muchas cosas buenas y malas, ya lo
sabes... Pero también he logrado acercándome a mucha gente y que otros muchos lo
hagan a mí. Sé por qué Lina y Gourry viajan juntos, y sé que tú también lo
sabes.
-Bueno, no
es ningún misterio- apuntó Amelia con una sonrisa cómplice y Zelgadiss se la
devolvió.
-Por
supuesto, menos para ellos mismos- llegados a este punto, Zelgadiss suspiró
pesadamente.- Me di cuenta que estaba actuando como ellos cuando tú dijiste algo
en nuestra lucha en los reinos de Alto y Barítono.
-¿Cómo?-
exclamó Amelia con los ojos abiertos por la sorpresa. -¡Creí que lo supiste hace
solo dos semanas!
-No. Eso
fue cuando lo admití, pero me di cuenta bastante antes. Cuando tú nos explicaste
qué eran esos dos objetos que esos dos reinos guardaban; Xelloss y Firia se
negaron a usarlos y tuvimos que hacerlo nosotros, así que tú... –explicó
Zelgadiss mirándola a los ojos.
-Yo dije
que funcionaría gracias a “el amor que brilla en el interior de nosotros dos”-
concluyó Amelia.
-Así es-
Zelgadiss no pudo seguir mirando a los ojos de Amelia, pero continuó hablando.
–Fue así como lo descubrí.
-Entonces
lo supiste por eso- dedujo Amelia aunque se encontró tan perdida por el
repentino descubrimiento que no supo qué decir exactamente.- Tú sabías desde el
principio por qué yo deseaba que volvieras conmigo a Seillon.
-Sí, pero
necesitaba una prueba para estar completamente seguro. Solo lo estuve cuando vi
lo seria que estabas hace dos semanas, cuando lo hablamos por primera vez- el
tono de voz de Zelgadiss era tan seco, seguro y cortante como era habitual en
él, pero Amelia podía ver su lenguaje corporal en gestos tales como sus ojos
brillantes o sus mejillas ligeramente sonrosadas. –Por eso estaba tan
sorprendido y contento cuando tú... me besaste por primera vez hace dos semanas.
Había deseado que eso ocurriera, pero nunca imaginé que podría pasar. Había
pensado que si en algún momento tú me demostrabas afecto real, yo lo vería como
algo serio, aunque no pudiésemos mantener una relación.
-Zelgadiss... ¿Cómo sabías que podíamos tener compartir esos sentimientos?-
preguntó Amelia acercándose a él.
-¿Cómo no
saberlo?- exclamó. –He conocido a muchas mujeres a lo largo de mi vida de una
forma y otra, pero ninguna para bien. ¡Incluso tuve que matar a algunas porque
Rezo me lo ordenó!- confesó y Amelia pudo captar el dolor en su voz.- Pero nunca
tuve una oportunidad de vivir tan cerca de una mujer como contigo. Rezo nunca
habría permitido que eso pasara y lo más probable es que al final hubiese tenido
que matarte- confesó. –Pero eso ya no es así y ahora estoy libre de él. Y por
supuesto Lina, Shilfild e incluso Firia son grandes amigas, pero.. yo no puedo
sentirme con ellas igual que contigo.
De repente
Zelgadiss se dio cuenta de lo que acababa de confesar y dio un paso atrás,
situándose entre los pies de la estatua de Cephied, boqueando mientras miraba a
Amelia.
-Siento
todo lo que te he dicho- contestó mirando al suelo. –No pretendía herirte
haciéndote pensar que estaba obligándote a que me dieras una respuesta de tu
parte. Realmente quiero estar contigo... pero sigo estando inseguro sobre
*cómo*.
-¿Por
qué?- preguntó Amelia. –Realmente quería oírte decir todo eso. ¿Por qué te
disculpas?
-No me
preocupa que seas una princesa, una sacerdotisa, una monja de un templo o lo que
sea. Para mí los rangos no significan nada; eso es algo que pienso desde hace
tiempo- explicó Zelgadiss.- Es solo que... que no creo que tenga el derecho de
hacerte todo esto... No quiero que mantengamos una relación inútil y sin
sentido.
-Zelgadiss... No te culpes innecesariamente. No necesitas hacerte esto- Amelia
se acercó a él.- Soy yo la que debería haber hecho algo antes.
La quimera
chasqueó la lengua. Él estaba confuso acerca de sus sentimientos sobre el asunto
en que se encontraba sumergido, pero sabía algo seguro.
-Amelia,
déjalo ya. No sigas con esto. Las disculpas innecesarias son tediosas-
replicó.-Podríamos pasarnos horas disculpándonos el uno con el otro y al final
estaríamos haciendo lo mismo que Lina y Gourry, todo el día sin llegar a nada
claro por reconocer sus sentimientos. Y eso es algo que no estoy dispuesto a
hacer.
A pesar de
sus duras palabras, Amelia se rió. Las agudas observaciones de Zelgadiss podían
incluso esconder un humor satírico; ella así lo pensaba desde su lucha contra la
Copia de Rezo.
-Bueno, no
es así como esperaba que fuera, pero quería estar segura- contestó la princesa
poniendo sus manos sobre el duro pecho de él. Sorprendentemente él alzó sus
manos y las colocó sobre las de ella; por unos momentos Amelia se sintió
insegura, no por el gesto de él, que era agradable, sino por la extraña
sensación táctil de sus manos, pese a estar cubiertas por mitones. La sensación
táctil del cuerpo de Zelgadiss siempre había sido extraña, incluso aunque ella
se había acostumbrado a ella, e incluso la buscaba.
-¿Estás
seguro que esta... esta vez quieres estar conmigo?- preguntó Amelia finalmente.
Realmente
Zelgadiss no supo qué contestar; sabía cuáles eran sus sentimientos y también
sabía cuáles eran sus prioridades. Vivir en Seillon con Amelia era una
posibilidad muy interesante, pero él sabía que no podía hacerlo, o al menos no
podría mientras no fuera humano. Su condición de quimera y su pasado serían un
problema para él y para Amelia, y eventualmente también para Seillon.
Sin
embargo, si al final conseguía una cura, podría volver a Seillon sin problemas.
Al ser el biznieto de Rezo, podría conseguir el respecto de todos esos estúpidos
sacerdotes y cortesanos, gente que solo le tendría en consideración por ser
descendiente de quien era, no por los logros que hubiese conseguido y su
personalidad. Aunque Zelgadiss estaba de acuerdo en que eso sería mejor que
pasarse la vida huyendo y escondiéndose a causa de su pasado.
Sabía que
Amelia le esperaría, pero también sabía que ella querría que volviera a verla
antes de quedarse allí de forma definitiva; las puertas de Seillon estaban
abiertas para él incluso aunque no hubiese conseguido recuperar su humanidad.
Zelgadiss siempre podría volver a Seillon. ¡Y por Cephied que quería hacerlo!
El
problema era cómo demostrárselo a ella...
Sin pensar
en ello, levantó la mano y la apoyó en la mejilla de la princesa mientras ella
dejaba caer la cabeza hacia su mano sintiendo el raro tacto del tejido de sus
mitones y sus manos de piedra sobre su cara. A pesar de la extraña sensación,
podía sentir la vida y calidez que latía bajo la piedra de su mano.
-No sé si
puedo prometerte tal cosa- contestó suavemente.- Me gustaría hacerlo, pero no
puedo prometer algo que no sé si puedo cumplir.
-Si
realmente quieres algo, lucharás por ello- contestó Amelia. –Si quieres un
cuerpo humano, luchas por conseguirlo; si quieres volver a verme a mí, o a Lina
y Gourry, lucharás por hacerlo- Razonó. –Ya te dije que lo lograrías.
“¡Maldita
sea, qué razón tiene!” pensó. Zelgadiss no se había esperado semejante
razonamiento. Desde el momento que empezó a tener que servir a Rezo nunca quiso
acercarse demasiado a alguien, porque si no, ese alguien acabaría muerto. Sin
embargo tanto Ródimas como Zorlf consiguieron conocerle como quien era
realmente, y más tarde también lo hicieron Lina, Gourry, Amelia, y el resto de
la gente con la que había viajado y luchado (bueno, todos ellos menos Xelloss,
claro... Ese Mazoku asqueroso podía perderse en el Mar del Caos y Zelgadiss no
le echaría de menos en absoluto). Todos y cada uno de ellos habían conseguido
aproximarse a él, tal y como el propio Zelgadiss había acabado admitiendo. Aún
así la idea de “tener una compañera que te espera y te ama” seguía siendo
extraña para él y realmente tampoco sabía cómo afrontar esa situación.
-¿Qué
puedo hacer para prometer tal cosa?-preguntó.
Amelia
tomó su mano, consciente de su situación, pero Zelgadiss siguió sin saber qué
hacer sobre lo que sentía y quería; para él, la relación que ambos tenían estaba
de alguna forma, perdida.
Pero se
negaba a aceptarlo.
Sin soltar
su mano, Amelia comenzó a quitar el mitón que la cubría y Zelgadiss la miró
hacerlo sin decir nada, tan solo aguardar. No era la primera vez que ella
descubría su cuerpo, ya lo había hecho anteriormente cuando estuvieron en el
reino de Femenil y ella le ayudó a disfrazarse de mujer para poder entrar allí,
así que ahora, aparentemente, tampoco parecía importarle que ella lo hiciera.
Finalmente su mano de piedra quedó desnuda y Amelia la contempló bajo la fugaz
luz del interior del templo; era la misma piel pétrea y azul del resto de su
cuerpo, salpicada de esquirlas rugosas aquí y allá, salvo en la palma, que
aparecía lisa como una mano normal, lo que tenía sentido porque si no
difícilmente habría podido Zelgadiss sujetar algo con unas manos llenas de
tropezones. Además, sus uñas eran como de acero y estaban cuidadosamente
arregladas. Zelgadiss podría odiar su condición de quimera pero se preocupaba
mucho por su cuerpo y el saber-estar, así que nunca iba sucio o descuidado;
odiaba la marca de su esclavitud (su condición de quimera) pero no a sí mismo
(su cuerpo).
Amelia
comenzó a trazar con el dedo índice los contornos de su mano y las esquirlas que
la cubrían; su tacto no era rugoso pero sí extraño. Zelgadiss la contempló
hacerlo.
-Tus
manos.... Tus manos han servido para matar a gente y para salvarla... ¿Por qué
no puedes usarlas para amar?
En ese
momento, él sacudió la mano y acarició el rostro de Amelia trazando su contorno
con el dedo índice.
-Desearía
poder hacerlo.
-Puedes
hacerlo.
Él frunció
el ceño. La voz de Amelia casi sonaba como una orden y eso resultaba... molesto,
aunque captó toda su atención. Lo cierto es que Zelgadiss estaba sorprendido de
poder despertar semejante deseo en alguien.
Sin pensar
en ello realmente, alzó la barbilla de ella con su mano desnuda y la besó
suavemente en los labios; Amelia se quedó quieta, devolviendo su beso. Ella
sabía que sus labios eran duros, aunque flexibles y de textura suave; tenía que
ser así o si no, no habría podido ni hablar; sin embargo resultaban algo más
fríos que el cuerpo de un humano normal. Pero eso no importaba; Zelgadiss nunca
la haría daño y tomaba muchas precauciones cada vez que la tocaba.
Pero no
era eso lo que la preocupaba...
“¿Cómo he
podido amar a un hombre como este? Es todo lo contrario a lo que siempre había
deseado en mi pareja. Es una quimera, una criatura que encontré repulsivas la
primera vez que supe de ellas. Y además, él es egoísta, cabezota, celoso,
obsesivo... y un criminal. Podría ser todo lo que yo detesto... Pero
irónicamente creo que he podido ver más allá de todos esos defectos, aunque él
no quiera admitir que no es así. ¡Dios Cephied! ¡Como me gustaría que
estuviéramos juntos!”
Mientras
le besaba, Amelia recordó la vez que anunció que se casaría sin dudarlo con
aquel niño rico, Aras Rice, que conoció durante su primer viaje con Lina.
Volviendo la vista atrás, antes de conocer a Zelgadiss, ella pensó que Aras era
un chico muy agradable que estaba sufriendo una gran injusticia, aunque
realmente tampoco sabía nada sobre él. ¿Cómo podía haber dicho algo como “yo me
casaría con él sin dudarlo”? Ahora Amelia se sentía avergonzada de aquello, y
ahora amaba a alguien más, alguien que realmente conocía y que la completaba.
Pero ese alguien pensaba que no podía hacerlo, incluso no podía cumplir una
promesa.
Pero sus
besos eran cálidos y llenos de amor. No podía evitar hacerlo cada vez más
apasionadamente.
“¿Acaso
sabe ella la magnitud de lo que me está pidiendo? Tenerme a su lado solo traería
problemas para Seillon. El gobierno de Seillon no quiere tenerme aquí, y aunque
eso no fuera un problema, tampoco podría llevar una relación más allá de esto.
La heriría gravemente y no quiero que eso ocurra. Puedo fantasear que realmente
podemos ser una pareja y eso no llegará a pasar... Pero esto es diferente y está
presionándome demasiado sin que yo lo pueda evitar.”
De repente
Amelia abrió la boca y comenzó a besarle alrededor su boca y las mejillas, que
resultaban ser un poco más duras que sus labios; mientras, Zelgadiss luchó por
recuperar la boca de ella otra vez. Le gustaba la sensación de sentir los labios
de ella sobre su cara, pero sabía que continuar haciendo eso no sería buena
idea.
En ese
momento Amelia abrió la boca y mordisqueó su barbilla, pero pronto se arrepintió
de hacerlo. Sintió un escalofrío en sus incisivos cuando tomó su barbilla de
piedra; fue como morder roca caliza.
-¡AH!-
exclamó dando un paso atrás, separándose de él y llevándose las manos a la boca
para tratar de aliviar el escalofrío de los dientes.
Por
fortuna no le mordisqueó con mucha fuerza pero la desagradable sensación no
desaparecía y también notó que sus labios estaban muy resecos. Amelia le había
besado con tal entusiasmo que no se había dado cuenta de que cuán diferentes
eran sus cuerpos y ahora estaba pagando las consecuencias de su descuido. Al ser
de piedra la piel de Zelgadiss, dura y rugosa, tenía que lubricar sus labios
para evitar que se le cuartearan cuando le besaba, pero no lo había hecho y
ahora se le habían resecado demasiado.
-Amelia,
¿estás bien?-exclamó Zelgadiss. Él no podía sentir su mordisco, tan solo algo
raro en las piedras que cubrían su barbilla y que le hacían parecer barbudo.
Ella
asintió, frotándose los dientes con los dedos; el tacto carnoso de sus dedos
contra el marfil de sus dientes relajó la desagradable sensación notoriamente,
aunque también tuvo que chuparse los labios para lubricarlos de alguna forma.
-Te... te
mordí- confesó. –Pero no me di cuenta que tu piel era de piedra.
Zelgadiss
suspiró pesadamente;
-Será
mejor que no sigamos con esto, o incluso mi cabello será peligroso para ti.
La
princesa parpadeó y lentamente se fue dando cuenta de todo lo que él quería
decir con esas palabras. Zelgadiss sabía que podía hacerla daño, mucho daño, así
que trataba de evitar cualquier clase de contacto prolongado con ella. Tal vez
esa fuera la razón de todo, la razón por la que no se atrevía a hacer ninguna
promesa.
Pero
Amelia también sabía que él la quería y la deseaba. Se había dado cuenta hacía
tiempo y había usado ese razonamiento para demostrarle sus sentimientos y
esperar una respuesta positiva por su parte. Tal vez él solo la quisiera de
forma física, o tal vez platónica, o las dos, tanto física como emocionalmente.
Pero él tenía demasiado miedo de las consecuencias.
-¿Temes lo
que pueda pasar?- preguntó.
-Sí.
-¿Temes
acercarte demasiado a mí?- inquirió de nuevo, -Físicamente me refiero.
-Ya vistes
las consecuencias.
-Entonces,
¿por qué me deseas tanto?- le preguntó retóricamente, -Sé que lo haces.
Eso bastó
para que Zelgadiss diera un respingo.
-¿¡Cómo!?-
su voz casi sonaba ronca. Amelia pensó que su reacción era un tanto exagerada;
ciertamente él era muy celoso respecto a su intimidad y eso demostraba que lo
que acababa de decir era cierto, así que decidió presionar un poco más el tema.
-Lo sé...
Lina me contó una vez que te sorprendió hablando de mí mientras dormías.
Zelgadiss
la miró asombrado, entonces apretó los dientes y murmuró con voz ronca.
-¡Maldita
sea, Lina! ¡Eres una bocazas!
Intentar
negar ese hecho era algo estúpido. A Lina le encantaba incordiar a la gente de
su entorno y Zel era uno de ellos, así como a veces ella lo era de él. Sin
embargo Zelgadiss no había pensado que a Lina se le escaparía lo que pasó
durante ese incidente y que se lo contaría a Amelia, y ahora resultaba obvio
que Amelia lo sabía porque ella siempre había estado muy segura sobre sus
respuestas positivas.
-Ella es
mi mejor amiga, ya sabes... – sonrió Amelia tratando de relajarle un poco. –Es
natural que nosotras hablemos sobre esto o aquello.
-Perfecto... Ahora resulta que soy motivo de charla en vuestros cotilleos- bufó
Zelgadiss.
-Apuesto a
que Gourry y tú también habláis así cuando estáis solos- sonrió Amelia.
Y una vez
más, Amelia acertó. Era cierto que Gourry y él hablaran de sus cosas, asuntos de
hombres, cuando las chicas no estaban con ellos... o incluso cuando Xelloss no
estaba con ellos. El Mazoku no tenía género y por tanto no le interesaban los
asuntos de género o de pareja excepto para burlarse de los humanos. Sin embargo
Zelgadiss nunca se había sentido tan avergonzado de esos temas como la vez que
Gourry, con su habitual inocencia, le había preguntado por qué siempre acababa
quemando algo cuando estaba excitado.
En
cualquier caso, se lo que fuere que Lina le dijera a Amelia, no podía ser más
embarazoso que descubrir que ella sabía que él fantaseaba con ella.
-Además..
También lo sé porque... una vez te vi.
Al oírla,
Zelgadiss se puso rojo como un tomate. Apenas podía creerse que ella le hubiese
visto en algún momento de su privacidad, aunque eso corroboraba por qué ella
estaba tan segura de todo lo que estaba diciendo. El comentario casual de Lina
no había sido la única razón.
Pero eso
no hacía que la situación no fuera menos engorrosa. Normalmente a Zelgadiss no
le importaba lo que otros dijeran o pensaran de él, pero sí le preocupaba mucho
su intimidad y espacio personal, incluso con la gente por la que él se
preocupaba. Había aprendido a protegerse de los demás, y una forma de hacerlo
era precisamente escondiendo hechos sobre él.
Pero ahora
Amelia había traspasado una barrera invisible que ni los demás habían conseguido
atravesar; ni siquiera Gourry con sus acertadas (pero inconscientes)
observaciones, la experiencia de Ródimas o las descabelladas ideas de Zorlf,
habían ido tan lejos. Nunca ninguno de sus amigos masculinos se había
entrometido tanto en sus asuntos. Solo en una ocasión Dergia lo había hecho y
Zelgadiss sabía que esa era la verdadera razón de por qué el hombre-troll-lobo
le había jurado fidelidad. Eso no había sido nada de lo que sentirse orgulloso,
pero Zelgadiss siempre se las había arreglado para rodearse de una barrera
protectora que no muchos podían sobrepasar.
Y ahora
Amelia la había cruzado y sabía sus secretos...
“¿Cómo?
¿Cuándo lo supo? ¿Cómo lo descubrió?”pensó asustado por verse invadido. Y
claro que no podía preguntarle, la respetaba demasiado como para avergonzarla.
Pero aún
así, ¿Por qué se preocupaba? ¿Por qué debía avergonzarse de ello? Amelia le
había besado y se había acercado más a él que cualquier otra mujer. No tenía
sentido. Zelgadiss odiaba que sentirse usado y humillado, mayormente porque
tanto Dergia como Rezo habían usado sus asuntos personales y debilidades en su
propio provecho. Pero ahora Amelia nunca le haría algo así; ella era una dulzura
y si le había dicho algo así era porque quería alguna clase de respuesta por su
parte. Su confesión estaba más cerca de ser algo como “Sé que estoy diciendo
toda la verdad... ¿Por qué no me lo puedes decir?” que de ser “Sé que me deseas
secretamente, pedazo de estúpido. Y me aprovecharé de ello.”
-Lo sé,
pero no quería avergonzarte- anunció la princesa en voz baja.-Pero quería que
supieras que conozco tus verdaderos sentimientos y deseos. Eres tú quién tiene
miedo de ellos.
Zelgadiss
ya no estaba sonrojado, tan solo parpadeó y luego apretó los dientes. Se sentía
descubierto, invadido, herido y estúpido, todo al mismo tiempo.
Y lo
odiaba....
pero no podía odiar a Amelia por ello, de la misma forma que tampoco podía odiar
a aquella pobre chica de aquella vez. Él fue quien permitió que aquello pasara,
él fue el estúpido y el manipulado, y ahora tenía que lidiar con las
consecuencias de todo ello.
-¡Maldita
sea, Amelia!-exclamó apretando los dientes.
Amelia dio
un paso atrás; la forma en que mostraba sus afilados dientes y la llama de sus
ojos le daban miedo. Zelgadiss nunca la haría daño pero seguía asustándola. Una
vez más se preguntó cómo pudo enamorarse de un hombre como aquel.
De repente
él la sujetó por un brazo y la empujó arrinconándola contra una de las piernas
de la gran estatua de Cephied y entre sus brazos. Eso la cogió por sorpresa, no
se había esperado una reacción tan violenta, si bien era cierto que se trataba
de Zelgadiss. Por ello la confianza de que no la haría daño casi había
desaparecido; tal vez le había presionado demasiado.
-Zelgadiss...- exclamó asustada.
La
princesa podía ver la mezcla de emociones que brillaban en sus ojos; una
mezcolanza de deseo, amor, odio y sobre todo dolor.
-¡Síii!-
siseó.- Te he deseado por mucho tiempo, tanto como el que te he amado... ¿Qué
hay de malo en ello?- su voz demostraba que estaba a la defensiva.
-¡Entonces
demuéstramelo!-le retó sin saber cuál sería su reacción.- Yo también te he
deseado y no hay nada malo en ello. No debes temerme a mí o a tus deseos.
Zelgadiss
parpadeó al ir comprendiendo el significado de sus palabras. “¿Qué es lo que
acaba de decir...? ¿Acaso ella...?”
-No tienes
ni idea de lo que estás diciendo- replicó.- No te puedo prometer nada porque te
haría mucho daño... Te dañaría tanto física como moralmente. Y no quiero
prometer algo con esas consecuencias a la mujer que amo.
Su voz
estaba llena de dolor, podía sentirlo. Eso hizo que una idea extraña empezara a
formarse en la mente de Amelia.
-¿Por
qué... Cómo sabes que me harías tanto daño?-preguntó.
-¿Qué?-
exclamó Zelgadiss; no se había esperado semejante pregunta.
-Yo estoy
preparada para mantener una relación... Hemos sido amigos por mucho tiempo,
hemos luchado juntos y encarado juntos a la muerte muchas veces. Hemos luchado
por Cephied... Nuestra relación es mucho más profunda que la que cualquier otra
pareja pueda compartir. Así que por qué dices que me haría daño. No puede ser
así porque es lo que ambos deseamos.
Amelia
tenía razón sobre ese punto, la relación de ambos iba más allá de lo
convencional. Además, Zelgadiss sabía bien que cuando compartes tu vida con
otros por encima de la muerte, incluso aunque se trate solo de amistad o mero
compañerismo, eso la convierte en algo mucho más profundo. Compartir tu vida
para sobrevivir a la muerte tiene esa consecuencia.
Pero eso
no quitaba que hubiese un problema. Tal vez debería contárselo de una vez.
-Quiero
decir que te haría daño físicamente. Y mucho- anunció. Amelia parpadeó. -Ya lo
viste con tus dientes cuando me besabas- explicó.
-Así que
es eso- Amelia alzó una mano y la apoyó en su mejilla sintiendo la extraña
sensación de una piedra viva, y le besó de nuevo. Zelgadiss trató de rechazar su
gesto pero sus sentimientos eran muy poderosos y al final acabó permitiéndole
hacerlo, aunque aún no estaba seguro de si debía devolver el gesto. Finalmente
Amelia rompió el beso.
-¿Lo ves?
No hay nada malo en ello-sonrió.- Antes no tuve cuidado.
Zelgadiss
dio un paso atrás y soltó los brazos, no siendo capaz de aguantar su peso contra
la estatua más tiempo. Su expresión era dolorida.
-Tú no lo
entiendes...- comenzó a decir con voz triste.- Sé que puedo herir gravemente a
una mujer porque… eso ya pasó una vez. Y fue... horrible.
-¿Qué...?-
Amelia no estaba segura de haber oído bien.-Pensé que nunca habías estado con
una mujer además de mí.. Hace solo un momento me has dicho que de haber
sucedido, Rezo te habría ordenado matarla.
Zelgadiss
suspiró pesadamente; no quería contárselo. Gourry lo sabía porque el rubio
espadachín era capaz de intuir y descubrir cosas sobre los demás con solo unos
pocos gestos y palabras, pero él prefería que Amelia no lo supiera. Era otra de
las muchas cosas de las que él no se sentía orgulloso.
-Nunca
tuve a una mujer como amiga antes que todas vosotras-contestó.- Durante los años
que serví a Rezo como su esclavo, nunca tuve más amigos que al caballero Ródimas
y al hechicero Zorlf. Más tarde os conocí a todos vosotros.
-Pero has
dicho que hubo otra mujer- señaló Amelia.
-Yo conocí
a muchas mujeres pero a ninguna por una buena causa. Ni mujeres humanas ni de
otras especies.
-Entonces... ¿conociste a otra mujer que también te gustó?-aventuró Amelia.- ¿O
la que tú le gustabas? –Zelgadiss negó la cabeza.- ¿Es que no era humana?...
¿Una prostituta?- presupuso al final.
Amelia se
quedó asombrada por esa posibilidad. Tanto Lina como Amelia sabían acerca de
prostitutas porque eran habituales en muchos de los lugares poco recomendables
que el grupo visitaba durante sus viajes, pero al ser Lina una hechicera y
Amelia una sacerdotisa, a ninguna de las dos las confundieron nunca con
prostitutas ni les pidieron los mismos favores que a ellas. Además, al ser
Amelia miembro de la realeza del país más poderoso del interior de la Barrera,
ella conocía bien su pueblo y su ciudad y sabía que la prostitución también se
daba en los barrios bajos de alrededor de las murallas principales de la ciudad
de Seillon. Y no por ello le gustaba.
Sin
embargo no era conocer ese hecho lo que le disgustaba. ¿Acaso era su deseo tan
grande? Amelia sabía que Zelgadiss podía ser malvado a causa de su pasado, pero
nunca se lo había imaginado aprovechándose de una mujer, incluso pagando por
ello. En realidad la princesa solo le había visto una vez tener un interés claro
por una mujer y eso fue durante el viaje al reino de Femenil. Ciertamente el
biznieto de Rezo se había quedado estupefacto al descubrir qué era Miwan
realmente, pero de haber sido Miwan realmente una mujer, Amelia habría apostado
que Zelgadiss habría intentado algo con ella si tenía la oportunidad. Zelgadiss
no parecía querer compartir nada suyo con los demás, y la idea de que hubiese
estado antes con alguna mujer era extraña e... inquietante.
-Nunca
conocía a una mujer que pudiera gustarme durante el tiempo que fue el berserker
de Rezo... Pero si te hace sentir mejor, te diré que ella era humana y que fue
un accidente.
-La verdad
es que tengo miedo de preguntar qué pasó- musitó Amelia.
-Ambos
fuimos... manipulados por Rezo... y obligados a compartir nuestros cuerpos. El
Monje Rojo y uno de mis hombres quisieron ... divertirse a nuestra costa-
resumió Zelgadiss con la voz llena de lamento.
Amelia le
escuchó atónita. Él decía que había sido un accidente, pero aparénteme Zelgadiss
había tenido alguna clase de contacto físico con una mujer y este había acabado
realmente mal. La princesa no estaba realmente segura de querer oír con más
detalle sobre lo ocurrido sobre algo que hacía que Zelgadiss se sintiera tan
mal. Ella no quería ninguna de las dos cosas. Amelia sabía que Zelgadiss había
cortado muchas gargantas con su espada, pero no es lo mismo que ser usado de esa
forma para arruinar una vida. De todas formas al final eso demostraba por qué
tenía tanto miedo de hacer algo con ella.
Zelgadiss
la miró a ella y su asombrado rostro, sabiendo lo que iba a pasar. Seguramente
Amelia acabaría admitiendo que hacer que prometiera que volvería algún día a
Seillon por ella era algo sin sentido. Por supuesto se volverían a ver como los
buenos amigos que eran, pero no compartirían una relación de pareja más allá de
lo que había ocurrido en estas dos últimas semanas.
Pero aún
así él sabía que ella estaba en lo cierto. Él la deseaba. No estaba seguro de si
la quería como su pareja o como su amante, pero sí que era tanto físico como
platónico. Y también sabía que si Amelia continuaba presionándole, acabaría por
lamentarlo. Ambos lo harían.
Lentamente
comenzó a girarse.
-Ahora ya
lo sabes- dijo. –Esta es una de las varias razones que tengo para no poder
hacerte promesas así. No deseo causarte el mismo dolor.
Amelia le
miró fijamente mientras él se daba la vuelta. Sabía cuáles eran los sentimientos
de ambos y también que no podía obligarle a hacer lo que ella quisiera. Pero aún
así...
-No sé qué
pasó exactamente...- comenzó a decir.- Pero yo no soy ella... Y ya sabes lo
fuerte que soy. Como te dije antes, sabemos bien lo que sentimos y ahora no
estamos siendo manipulados ni controlados. Tan solo haremos lo que nuestros
corazones digan.
-No tiene
sentido, Amelia- contestó él.- Yo sé, sabemos que... nos haría mucho daño.
-Zelgadiss, tal y como dijiste antes... las disculpas innecesarias son
aburridas.
Él detuvo
el paso. “Maldita sea, tiene razón.”
Amelia
tenía razón, otra vez. Incluso la vez anterior había sido un “accidente” y él lo
lamentaba profundamente, lo cierto es que realmente no sabía cómo funcionaría
con Amelia sin ser manipulado. Los deseos y fantasías estaban bien, pero no
podía juzgar una situación real sin conocerla.
Pero las
cosas no funcionan siempre así y le daba miedo pensar lo que las palabras de
Amelia llevaban implícitas.
-Amelia...
hablas como si realmente quisieras comprobar lo que he dicho- replicó.
Ella no se
movió del sitio, justo entre las piernas de la estatua de Cephied, pero pudo ver
que se sonrojaba notoriamente.
-...Admito
que no me importaría poder comprobarlo- respondió finalmente tras encontrar el
coraje que necesitaba para contestar.- Pero sé que no puedo obligarte a hacerlo.
“¡Qué
gran mujer es! No deja de sorprenderme. Tal vez ella tenga razón y yo tenga
miedo sin motivo.”
Siendo el
hombre apasionado que era, Zelgadiss se apresuró sobre ella y la arrinconó una
vez más contra una de las piernas de la estatua de Cephied.
-Amelia..
Has conseguido acercarte a mi más que nadie más...-murmuró.
La
princesa estaba confundida por la llama azul que brillaba en sus ojos no
humanos; era algo que la llenaba de esperanza pero que también la asustaba.
Zelgadiss estaba actuando de forma fanática y se preguntó si había sido
demasiado descarada al señalarle todos esos temas. Pero la confianza depositada
en alguien que se había arriesgado tantas veces por salvar su vida, hizo que
permaneciera quieta en su puesto.
Con su
mano desnuda, él tomó la barbilla de ella y la volvió a besar en los labios,
esta vez de forma casi posesiva. Pero Amelia ya no tuvo más miedo en cuanto
sintió su amor sobre los labios, así que rodeó sus hombros con los brazos; ella
había aprendido que si lo hacía sobre su cuello, sus cabellos como agujas se
clavarían en su piel, y por esa misma razón Zelgadiss ladeaba la cara hacia la
derecha, de forma que su espeso flequillo no le arañara la cara. Poco a poco, a
lo largo de las dos últimas semanas, Amelia había ido aprendiendo cómo podía
tocar su cuerpo de esa forma sin dañarse, cosa que él también parecía saber.
Sus besos
se fueron haciendo cada vez más y más apasionados aunque apenas cambiaron de
postura ya que ambos habían aprendido que hacerlo sin cuidado la haría daño.
Amelia tenía que ensalivar sus labios lo suficiente como para que estuvieran
lubricados; las esquirlas de la piel de Zelgadiss que cubrían su cara y cuello
era bastante rugosas, casi como si fueran piedra pómez o caliza; sin embargo sus
dedos sí eran agradables al sentir su contacto sobre su espalda y cuello, él la
acariciaba con ellos trazando suaves círculos a lo largo de su recorrido. Amelia
podía percibir cuán fuerte era él realmente, y cómo se contenía para no hacerla
daño, así que se sintió obligada a responder a sus gestos y una de sus manos
comenzó a deslizarse hacia su pecho mientras que la otra lo hacía más arriba. Si
tenía cuidado podría hundir sus dedos en su nuca, así que tanteando el terreno,
comenzó a acariciar su cogote evitando los afilados extremos de su pelo, hasta
que al final consiguió hundir los dedos en sus revueltos cabellos. Entre besos y
besos, oyó como Zelgadiss suspiraba y Amelia dudó que alguna vez alguien le
hubiese acariciado así.
Su pecho
no era así, resultaba tremendamente duro y no solo por los músculos sino porque
esa parte de su cuerpo era la que tenía la piel más dura; Amelia sabía que podía
detener un golpe de espada o incluso el disparo de un trabuco solo con el pecho.
Sin embargo la figura de Zelgadiss era bastante esbelta y fibrosa aunque
resultara musculosa, tanto que Amelia realmente estaba empezando a disfrutar de
acariciar su pecho y sentirlo bajo sus ropas, aunque no sabía a ciencia cierta
cuánto podría sentir él el tacto de su mano sobre el cuerpo, si bien Amelia
encontraba muy agradables sus formas masculinas.
En ese
momento Zelgadiss comenzó a retroceder para situarse tras las piernas de la
estatua de Cephied y así esconderse de las miradas extrañas que pudiera haber;
en su camino arrastró con él a Amelia hasta que acabaron situados justo en el
centro geográfico de la ciudad de Seillon, el lugar donde los poderes de Cephied
eran más evidente. Entonces se separaron para recuperar el aliento.
Amelia
sonrió tímidamente, más animada por ver que el así conocido como “Espadachín
endemoniado” se había convencido de permanecer a su lado a pesar de todos sus
temores. La princesa casi habría jurado que Zelgadiss había cambiado de idea
tras convencerse por escuchar todos sus argumentos acerca de los sentimientos de
ambos; tal vez lo que realmente esperaba era pasar con ella sus últimas horas en
Seillon antes de marchar de nuevo, aunque no hubiese dicho nada al respecto.
Amelia no estaba segura de si tal vez debía pedirle alguna clase de respuesta
clara o si era mejor dejar que las cosas siguieran su curso natural; esta era la
primera vez que ella realmente estaba enamorada y tampoco sabía muy bien cómo
mantener una relación con un hombre (menos todavía con uno como “él”), más allá
de solo la amistad. De todas formas ella aún tenía su mitón en la mano.
Sin mediar
palabra, Zelgadiss se giró y comenzó a sacudir sus largas orejas nerviosamente,
como si quisiera localizar cualquier sonido extraño en el interior del templo.
Al verlo, Amelia rió suavemente, divertida por su gesto. La verdad es que le
encantaría tocarlas y lamerlas.
-¿Qué
pasa?- inquirió Zelgadiss, sorprendido por sus risitas.
-Tus
orejas... son muy divertidas.
El hombre
quimera vio que no sabía qué responder. Parecía que cualquier pequeño gesto que
él efectuase, bastara para hacerla feliz. Ella siempre había sido así con él,
llena de alegría, y eso le llenaba el corazón.
-Estoy
tratando de averiguar si alguien puede encontrarnos aquí- explicó intentando
ponerse serio.- No quiero que ninguno de nosotros, especialmente tú, se meta en
problemas porque algún guardia nos vean aquí.
Amelia
parpadeó al oírle, entonces se llevó las manos al pecho y se concentró un
momento, hasta que finalmente anunció:
-No te
preocupes, está bien. Nadie nos encontrará o nos molestará.
-¿De
verdad? ¿Cómo estás tan segura?
-Soy una
sacerdotisa- contestó.- Tengo el poder del oráculo y puedo predecir sucesos-
explicó alzando una mano y mostrándole sus amuletos chalza.
Zelgadiss
la miró confundido hasta que comenzó a comprender a lo que se refería a pesar de
su evidente falta de conocimientos sobre Magia Blanca. Los sacerdotes solían
llevar joyas y amuletos que usaban para potenciar y acrecentar sus poderes, como
era el caso de Shilfild y su bastón, o de Firia y de la gran joya que llevaba
sobre su pecho hasta que renunció a su cargo. Los Chalza de Amelia eran igual,
joyas con estrellas de seis puntas inscritas en su interior y que aumentaban su
poder, o incluso más cosas que él no sabía. Amelia tan solo le había mostrado
una de ellas.
-Así que....
¿Nadie nos molestará?- inquirió casi sonriendo. –Me alegro de saberlo.
-Estoy
segura de ello-contestó Amelia con una sonrisa feliz.
Entonces
Zelgadiss comenzó a desatar el lazo de tupido algodón negro que sujetaba su capa
y la dejó caer sobre uno de los pies de la estatua en forma de zarpa; al hacerlo
se produjo un sonido metálico y Amelia supo que era debido a todos los objetos
que Zelgadiss siempre llevaba guardados en los bolsillos mágicos de su capa,
cosa que era realmente práctica para viajar libremente sin tener que estar
acarreando el equipaje sin problemas, aunque no por ello dejaba de ser ruidoso.
Como resultado de su gesto, ahora la zarpa de la estatua parecía estar
convertida en un gran diván adornado por una fíbula con una joya roja.
Sin
embargo Amelia permaneció en su puesto sin moverse al lado del pie de la
estatua, insegura de qué hacer hasta que vio que Zelgadiss le ofrecía una mano.
-Su
alteza, ¿me haría el honor de acompañarme por esta noche?-preguntó educadamente.
Amelia
parpadeó entre sorprendida y divertida por sus palabras. Zelgadiss siempre solía
ser rudo y mal hablando cuando hablaba, sus modales no eran precisamente
educados; pero en algunas ocasiones demostraba tener una exquisita educación, lo
que demostraba haber tenido una educación de alta categoría. Por ser el biznieto
de Rezo había tenido varios privilegios y precisamente uno de ellos era haber
sido bien educado.
Amelia
decidió seguirle el juego, así que se acercó a él con gracia y tomó su mano de
la misma forma que hacía durante los bailes reales.
-Por
supuesto, Sr. Graywords. Estaré encantada de permanecer a su lado- contestó
flirteando.
Zelgadiss
sonrió con satisfacción y la arrimó a él hasta poder abrazar su cintura; en ese
momento comenzó a dar pasos en tiempos de a tres, como si estuviera danzando un
“waltz”. Amelia miró sorprendida a su sonriente rostro hasta que consiguió
alcanzar su ritmo; debido a la falta de práctica los pasos de Zelgadiss no eran
perfectos pero sabía lo que tenía que hacer. Amelia se preguntó cuántas cosas
habría él aprendido y que luego nunca pudo poner en práctica debido al camino
que había seguido su vida; pero lo cierto es que ahora estaba bailando con
Zelgadiss por primera vez desde que se conocieran y eso era maravilloso, a pesar
de que los pasos de él eran torpes y tampoco había música.
Tras unos
minutos, finalmente se detuvieron. La quimera soltó su mano todavía cubierta por
el mitón y la usó para alzar la barbilla de ella y besarla suavemente, aunque
previamente ladeó la cabeza hacia un lado para no arañar su cara. Entonces dijo:
-Pasaría
toda la noche bailando contigo en este templo.
Amelia le
sonrió. Era asombroso lo feliz que parecía ahora tras haberle revelado tantos de
sus demonios internos. De alguna forma parecía que la presencia de la princesa
en su vida había conseguido traerle la seguridad que necesitaba para ser
feliz... O tal vez fuera que gracias a ella él se convertía en la persona que
podría haber sido si Rezo no le hubiese arruinado la vida. En esas extrañas
ocasiones Zelgadiss demostraba tener una personalidad casi juguetona, y siempre
lista para compartir sus sentimientos y felicidad con otros.
La
princesa tomó su mano y empezó a despojarla del otro mitón hasta que ambas manos
quedaron desnudas, entonces arrojó ambas prendas junto a la capa y estas cayeron
sobre el suelo de mármol.
-Me alegro
de que hayas aceptado mi propuesta- dijo él con una amplia sonrisa.
Sin
esperar respuesta, enmarcó la cara de ella con ambas manos y tomó su boca una
vez más. A Amelia no le molestó el extraño tacto de sus manos contra sus
mejillas; era lo que ella deseaba, sentirle de esa forma. Y siendo más que eso,
queriendo sentir más de sus formas masculinas, llevó sus manos hacia el pecho de
él y allí las apoyó, sintiendo cómo su tórax subía y bajaba al ritmo de su
respiración, así como la vida que latía dentro de la roca. La corta túnica de
color beige claro, casi blanco, que siempre llevaba, estaba hecha de tejido de
cretona, así que resultaba muy resistente contra el roce de la piel de roca, y
el tacto de algodón suavizaba el contacto de su pétrea piel.
Mientras
Zelgadiss continuó besándola, tratando de no presionar demasiado sus duros
labios contra los blandos y carnosos de Amelia, pero resultaba difícil de hacer,
deseaba sentir más que eso, aunque el recuerdo de su anterior experiencia le
incentivaba a contenerse. Entonces abrió la boca, permitiendo que Amelia
introdujera su lengua dentro de ella; ya lo habían hecho antes y por tanto
Amelia sabía que el interior de la boca de Zelgadiss era carnosa y más humana
aunque ciertamente algo más dura de lo normal; sin embargo estaba armada con dos
pares de afilados colmillos que la convertían en peligrosa. Con cuidado empezó a
recorrer sus agudos dientes con la lengua al tiempo que él acariciaba la lengua
de ella; era un juego peligroso pero ya lo habían hecho anteriormente y ambos lo
disfrutaban.
Mientras
Amelia continuaba acariciando su pecho y besándole, las manos de él presionaron
el cuerpo de ella contra el suyo, percibiendo sus redondeadas formas; animado
por la falta de negativas, sus manos empezaron a recorrer la espalda de Amelia
empezando por sus hombros, nuca, espalda y finalmente glúteos trazando círculos
a su paso; allí los presionó con ambas manos. Al igual que el resto del cuerpo
de Amelia, sus formas eran muy redondeadas, pero resultaban firmes y duros por
el entrenamiento físico al que se sometía; realmente Amelia era muy fuerte
físicamente, más que una mujer normal. Eso ahora podía ser una ventaja.
Sintiendo
con más detalle su redondeado cuerpo, Zelgadiss suspiró entre besos y comenzó a
deslizar sus manos desde los glúteos hasta la nuca hasta que finalmente Amelia
rompió el beso para poder recuperar el aliento. Zelgadiss no parecía tener el
mismo problema ya que su condición de quimera le hacía más resistente y podía
contener el aliento por más tiempo.
Amelia
alzó una mano y hundió los dedos en su espeso flequillo tratando de apartarlo de
su cara. Ester resultaba realmente inusual aunque no era la primera vez que
Amelia tocaba sus cabellos (la primera vez fue años atrás, cuando un mechón del
mismo quedó clavado sobre una mesa de madera en una posada de camino de vuelta
de Zoana) así que Amelia sabía que sus cabellos podían ser realmente peligrosos,
como tener cientos de alfileres clavados sobre el cuerpo. Pero si ella tenía
cuidado y evitaba sus afilados extremos, resultaba suave e incluso bonito al
brillar como la plata.
Él cerró
los ojos y le permitió tocar sus cabellos bajando la cabeza para que pudiera
alcanzar mejor; entonces Amelia se puso de puntillas y le besó su ahora
despejada frente justo por encima de sus cejas de piedra, sabiendo que tenía
que evitar esa parte porque las esquirlas que cubrían su piel eran la parte más
dura y rugosa de la misma. Finalmente sonrió de nuevo.
-No sabía
que podías bailar así- exclamó.
-Yo...
aprendí cuando era niño. Tuve muchos tutores y maestros que me enseñaron muchas
cosas cuando Rezo no estaba en casa.
-¿Ah, sí?
-Si...
Aunque lo encontraba molesto. Me gustaban las ciencias y las matemáticas, pero
no bailar.
-Sé que te
gustan esas materias... Pero pensaba que también te gustaba la música y tocar
algún instrumento. ¿Entonces por qué no te gustaba bailar? Es casi lo mismo.
-Yo era un
niño y pensaba que todas esas cosas solo eran para las niñitas presumidas-
explicó Zelgadiss encogiéndose de hombros.
Al oírle,
primeramente Amelia parpadeó, pero enseguida empezó a reír divertida por algo
que él había dicho.
-¿Qué
pasa?- exclamó Zelgadiss.
-¿Sabes?
Yo pensaba
exactamente lo mismo... – respondió Amelia.- Yo también pensaba que tener que
aprender a bailar y comportarme como una doncella en peligro era aburrido. Yo
también quería hacer cosas diferentes... Parece que en algunas cosas nuestra
infancia fue similar.
Zelgadiss
parpadeó sorprendido por sus palabras. Él no le había contado muchas cosas sobre
su infancia, pero realmente tampoco había pensado que la de Amelia fuese similar
a la suya. Su ideal de mujer resultaba muy femenino, y aunque Amelia podía serlo
“cuando quería”, también escondía un lado bravo y disconforme, al igual que
hacía Lina. Entonces recordó la vez que ella anunció “Yo quiero ser el héroe
salvador, no la princesa en peligro”, tema con el que él había bromeado al
respecto, y entonces una idea asaltó su mente.
-Amelia...
¿A qué jugabas cuando eras niña?
La
princesa le dirigió una mirada confusa.
-Yo...
bueno... Solía jugar con espadas de juguete y cosas así. Me gustaba jugar a que
yo era el héroe que salvaba a la princesa o acababa con los villanos del mundo.
También me gustaba leer historias sobre caballeros famosos... Una de mis
favoritas era la historia del héroe que salvo la ciudad de Sairag eliminando a
Zannafer hace doscientos años.
Zelgadiss
suspiró pesadamente y dejó caer los brazos. Al final Amelia había resultado
estar en lo cierto. “Yo también. También me encantaban esas historias cuando
era niño. Yo quería haber sido un gran espadachín, como el héroe de esa historia.”
Pero mantuvo esos pensamientos solo para sí.
Amelia
supo que había dado en el clavo respecto a esos aspectos sobre la infancia de
ambos; aunque Zelgadiss no dijera nada, sus silencios eran muy significativos.
Pero realmente no quería verlo en ese estado, así que usó su estola como si
fuera un lazo y le arrastró contra ella; cogido por sorpresa, Zelgadiss se
adelantó un paso y Amelia aprovechó el momento para darle un besito en la punta
de la nariz. Los ojos de la quimera se ampliaron, justo como si acabara de
despertar de un extraño sueño, pero pronto se recuperó y capturó las manos de
Amelia para quitarle la estola.
-No te
permito que uses un lazo.- anunció y comenzó a hacer un ovillo con la pieza de
tela de color granate hasta que acabó hecha una bola que arrojó
despreocupadamente sobre su capa, yendo a caer al suelo junto a sus guantes
mitones.
-No es
justo- se quejó Amelia.- No puedo enlazarte sin mi estola.
-Pero yo
puedo cogerte fácilmente por tu alba. Es fácil de agarrar.
Amelia le
miró sin comprender hasta que se dio cuenta que era verdad; su alba era una
agradable pieza de la ropa tradicional de Seillon, pero resultaba incómoda en su
pequeño juego con la quimera. Entonces torció el gesto y comenzó a quitarse la
gran pieza de tejido blanco, lo dobló cuidadosamente e intentó ponerlo con el
resto de las ropas que se habían ido quitando.
Pero no
pudo. Zelgadiss, siendo tan rápido como solía ser, la cogió por la muñeca y se
dejó caer arrastrándola consigo sobre el diván que formaba su capa tendida sobre
el suelo.
-Aaaaah-
exclamó Amelia.
Al caer,
Zelgadiss acabó sentado sobre el suelo de mármol y con la espalda apoyada sobre
la garra del pie de la estatua; Amelia cayó sin ceremonia sobre él, situándose
cara a cara.
-No grites
así o tu oráculo acabara siendo un chasco- exclamó.
Amelia
asintió y cerró la boca para no gritar, pero no pudo evitar objetarle,
-¿Y qué
hay de tu espada? Cada vez que te mueves es como un cacharro de metal resonando
por todas partes.
-Eso es
fácil de arreglar.
Para su
sorpresa, Amelia vio como la mano azul de él desabrochaba el enganche que
mantenía la vaina de su espada enganchada a su cintura, y como estaban sentados
sobre el vuelo de su capa, al caer la espada tan solo emitió un sonido seco y
sordo sin más. Eso era extraño; si Amelia recordaba bien, Zelgadiss nunca se
desprendía de su espada salvo una buena razón, una que curiosamente ella conocía
bien.
-Eso ya no
es un problema.
-Eres
bastante retorcido, ¿sabes?
-Yo
siempre soy retorcido... La diferencia es cómo lo soy.
Era
sorprendente lo juguetón que estaba Zelgadiss ahora. Cuando le había encontrado
parecía bastante deprimido, pero ahora, tras haber hablado de ciertos temas, no
parecía que Zelgadiss quisiera irse sin disfrutar de la última noche en el
palacio. Amelia se alegraba de que él hubiese tomado la decisión de pasar sus
últimos momentos allí con ella antes de irse y tal vez no volver a verse un
bastante tiempo. El “Espadachín Endemoniado” había aprendido a amar libremente;
no podría culpar siempre a Cephied de sus desgracias y tampoco quería que sus
horribles recuerdos le persiguieran en ese momento; tan solo quería vivir como
nunca antes lo había hecho.
Y parecía
hacerlo apasionadamente.
Zelgadiss
sujetó a Amelia por la muñeca y comenzó a acariciar su barbilla solo con los
labios; lo haría con todo su rostro pero de ser así podría dañarla; resultaba
frustrante no poder intensificar tanto el contacto físico como quería por culpa
del daño que pudiera hacerle a causa de sus diferencias físicas. Mientras Amelia
hundió la cara en su hombro, aspirando su aroma y acariciando sus brazos y
piernas; él no tenía el mismo olor que un hombre normal, en su caso era
diferente, casi imperceptible, tal vez a causa de que no era totalmente humano,
o tal vez por tener la piel de piedra, o tal vez porque sus funciones corporales
y metabolismo eran distintos, o tal vez fuera por todo eso junto... Sea lo que
fuere, no resultaba desagradable y tras unos minutos se hizo más evidente.
Podría ser a causa de que ahora Amelia lo reconocía mejor, o tal vez por su
creciente deseo por él.
Finalmente
Amelia se apartó de él y miro a sus ojos grises que ya habían perdido la
terrible llama de unos minutos antes; ahora Amelia habría jurado que incluso
parecían más humanos.
-¿Qué
pasa?- preguntó Zelgadiss confundido por su expresión.
-Me gustan
tus ojos...- comenzó a decir.- Pero también tus orejas puntiagudas.
Y diciendo
esto, apartó su cabello malva-platead y besó el extremo de una de sus largas
orejas; Zelgadiss tembló cuando sintió su cálido aliento y el contacto de sus
suaves labios sobre ella. Sabía que esa parte de su cuerpo en particular era muy
sensible pero nadie antes se la había tocado de esa forma, así que vio que no
podía resistirse más y ladeó la cabeza permitiendo que ella alcanzara mejor a
hacerlo.
Con su
agudo sentido del oído Zelgadiss podía percibir claramente la respiración de
Amelia y cómo ella acariciaba con sus labios toda la longitud de su oreja;
entonces se dio cuenta que deseaba que ella no hablara en ese momento porque
habría sido como un trueno para él. Afortunadamente Amelia solo acarició toda la
longitud de la misma hasta la punta y se apartó de él.
-Son así
por tu parte de demonio brownei, ¿verdad?
-Así es-
asintió un tanto descontento por el repentino cambio de tema, -al igual que el
color de mi pie y pelo o mis dientes.
-¡Ah!-
exclamó Amelia. -Bueno, la verdad es que me gustan mucho, son muy divertidas. Y
seguro que te gusta cuando te las toco.
-Sí-
asintió.- En realidad eres la primera persona en hacerlo.
La
princesa se le quedó mirando con expresión seria. Zelgadiss parecía realmente
complacido con sus gestos de cariño y se preguntó cómo habría sido esa vez que
Zelgadiss había mencionado que había tenido contacto con una mujer. Él había
dicho que había sido un accidente, manipulado por su inestable ancestro, y
realmente no parecía haber recibido ninguna clase de cariño por parte de ella.
Pero la princesa también sabía que Zelgadiss podía cortar sin miramientos una
garganta con su espada, y seguramente eso había pasado muchas veces antes de
conocerse.
Amelia vio
que realmente sentía piedad por él, cosa que ella sabía que él odiaría que
sintieran por su situación. Sin embargo, cuando él la miró, hubo algo más que
llamó su atención y sin pensarlo, dijo:
-Sr.
Zelgadiss, tu cara... está mojada.
-¿Cómo?-
preguntó él sin comprender, -¿mojada?- y pasó las manos por sus mejillas para
comprobar que efectivamente estaba mojada.
-Creo
que... he usado demasiada saliva- contestó Amelia con incomodidad, -y te he
mojado la cara.
Zelgadiss
suspiró y entonó un hechizo sobre su capa, entonces uno de sus bolsillos
encantados se abrió y de allí extrajo un pañuelo blanco de algodón que a
continuación usó para secarse el rostro y luego dejó sobre el vuelo de su capa.
-Lo
siento- exclamó Amelia mientras veía cómo se secaba la cara.-No pretendía ser
tan...
-Está bien
así, Amelia-contestó Zelgadiss. –Si no lo hicieras, te harías daño en los
labios.
Amelia
sabía que él estaba en lo cierto y que tenían que estar de acuerdo en hacer
ciertas cosas para evitar problemas. De alguna forma además, Zelgadiss estaba
habituado a tener que hacer pequeñas tareas que la gente normal no hacía para
poder completar las cosas de la vida diaria, tales como usar un cartón como
funda de almohada por ejemplo. Tener que lubricar cualquier clase de contacto
físico era algo necesario y que además habían estado practicando en las últimas
semanas.
Viendo que
Amelia parecía estar incómoda con la situación, le tendió la mano y ella la
tomó, sonriente, sabiendo qué pretendía. La quimera tiró de ella y la princesa
acabó sentada entre sus piernas abrazándose a él; entonces hundió la cara sobre
su pecho, cerró los ojos y inspiró su aroma, ahora más obvio. Zelgadiss la imitó
y hundió su nariz en los negros cabellos de ella, inspirando su olor; a causa de
sus agudos sentidos, para él resultaba más obvio y vio que realmente le gustaba:
era femenino y estaba mezclado con el perfume de las sales de baño. La quimera
inhaló profundamente y estrechó su abrazo.
Amelia
encontraba muy agradable ser abrazada de esa forma; ciertamente su cuerpo era
muy duro pero se sentía querida y protegida, y la cretona de sus ropas suavizaba
considerablemente el contacto. Resultaba difícil de creer que ese hombre
enamorado pudiera ser tan dulce y apasionado con ella y al mismo tiempo tan
hosco y cruel con otros. La princesa se obligó a rechazar esos pensamientos y
comenzó a acariciar sus brazos y pecho, sintiendo sus formas masculinas bajo sus
ropas; Zelgadiss la imitó, acariciando sus brazos y espalda, pero suavemente
para evitar hacerla daño.
La
princesa le encaró y besó de nuevo siguiendo la misma rutina que las veces
anteriores: primero suavemente, luego ensalivando y por último con más pasión.
Zelgadiss respondió su gesto y usó su lengua carnosa para acariciar su boca; si
respondía con impetuosidad, podría acabar haciéndola daño con sus largos
colmillos y no quería tal cosa.
En ese
momento Amelia se alzó sobre sus rodillas y presionó su redondeado cuerpo contra
el de él, lo que le permitió que pudiera abrazar su cintura y glúteos con más
descaro que antes; Amelia suspiró entre besos y se apartó ligeramente.
-Eres
travieso...-musitó, aparentemente sin estar ofendida porque él tuviera las manos
sobre su culo.
Zelgadiss
estaba sorprendido; durante el incidente de la Torre de Artel, el Mazoku que
allí vivía convirtió su cuerpo físico en un muñeco porque no pudo tocar el culo
de ninguno de sus compañeros--- en realidad Amelia parecía estar muy avergonzada
por esa situación y le había suplicado que no lo hiciera. Pero ahora él habría
jurado que incluso Amelia había arqueado ligeramente su espalda para permitirle
un mejor contacto.
La verdad
es que Zelgadiss recordaba perfectamente ese incidente pero ahora parecía que
Amelia lo había olvidado o al menos no le daba importancia. Aparentemente cuando
él le tocaba el culo, ella aprovechó su gesto como excusa para hacer lo mismo
con el suyo propio, pero tampoco podía hacerlo, debido a que él estaba sentado
sobre el vuelo de su capa tendido sobre el suelo de mármol del altar del templo.
En realidad en ese momento estaban ocultos por la oscuridad del interior del
templo y las piernas de la estatua de Cephied, aunque eso no quitaba que si
fueran vistos, todo el mundo se habría sorprendido de ver a un hombre quimera
acariciando la espalda, nuca y culo de la princesa de Seillon en tal lugar.
“...Bueno,
no está prohibido realmente... Lo que sí está es que los hombres entre en el
gineceo del templo.”
Pensó Amelia mientras acariciaba su pecho.
En ese
momento ella empuñó el cuello de la túnica de Zelgadiss con la intención de
tirar de él y mostrar más de su cuello y clavícula; él solo suspiró, echando la
cabeza atrás para facilitarle la tarea y no arañar su rostro con su cabello.
Ambos sabían que sus ropas estaban hechizadas para que no se pudieran romper
fácilmente, pero si Amelia seguían por ese camino tirando de sus ropas, sería
realmente incómodo. Ella le estaba acariciando cada vez con más descaro y la
túnica se estaba convirtiendo en un problema, así que la mano de Zelgadiss se
deslizó hacia la fíbula enjoyada del cinturón que sujetaba dicha prenda y la
desabrochó para luego quitarse el cinturón; al caer, la pieza de cuero se
retorció sobre sí misma como una serpiente.
Amelia se
apartó de él y le miró interrogativamente.
-¿Por qué
te quitas el cinturón?
-Pensé que
así sería más fácil-contestó la quimera. –Me siento más cómodo sin tener que
llevar cosas innecesarias.
Amelia le
dedicó una sonrisa entre dulce y traviesa.
-¿Es que
te vas a desnudar o algo parecido?-inquirió.- Ciertamente has cambiado mucho de
opinión en esta última hora.
-Bueno...-
comenzó a decir, sabiendo que Amelia tenía razón- Estabas en lo cierto. No puedo
culpar a Cephied por todo y hoy es mi última noche aquí.
-Así que…
¿Me vas a prometer que volverás algún día?-preguntó Amelia jugueteando con el
cuello de su túnica.
Zelgadiss
suspiró temiendo que fueran a perder el ambiente que habían estado consiguiendo.
-No te
puedo prometer algo que no sé si podré cumplir.. Pero sí te puedo prometer algo
más.
-¿Ah,
sí? ¿y qué es?- la voz de Amelia no sonaba tan asustada como al principio de su
encuentro frente a la estatua, en realidad estaba más cerca de ser un flirteo.
Siguiendo
su juego, Zelgadiss esbozó una sonrisa lobuna que mostraba sus afilados dientes,
entonces la agarró por los tobillos y la tendió de espaldas sobre el vuelo de su
capa. Amelia emitió una exclamación de asombro cada vez más acostumbrada a sus
repentinos arranques.
-Te puedo
prometer algo más- respondió. –Te puedo prometer que esta última noche nuestra
será inolvidable.
-¿De
verdad?- preguntó Amelia con un ronroneo.- ¿Y cómo es eso?
-Antes me
diste una pista- respondió la quimera tendiéndose sobre ella.
Antes de
que Amelia pudiera decir algo más, él la besó con deseo, abriendo su boca desde
el primer momento, pero lamiendo sus labios para no dañarla y soportando su peso
sobre las palmas de las manos. A Amelia le habría gustado poder tocarle en los
mismos lugares donde él la había acariciado pero sus brazos eran demasiado
cortos para ello y tan solo pudo hundir sus dedos en la nuca de él, apartando
sus los cabellos, y una vez lo hubo hecho, se atrevió a rodear su cuello con un
brazo mientras jugueteaba con la ahora suelta túnica de él.
Zelgadiss
sonrió, y sabiendo cuáles eran sus deseos, rompió el beso, se apartó de ella y
se sentó sobre sus talones, entonces agarró la parte baja de su túnica y tiró de
ella para quitársela ante los ojos de Amelia. Al hacerlo tuvo algunos problemas
cuando el cuello de la misma quedó enredado con sus agudos cabellos, pero tiró
de la prenda de vestir hasta que eventualmente se despojó de la misma, la plegó
torpemente y la arrojó junto a sus guantes, la estola y el alba de Amelia. Ella
notó que varios de sus cabellos habían quedado enganchados en la prenda como si
de espinas se trataran, pero su vista no se detuvo allí por mucho tiempo sino
que rápidamente se apresuró a mirar el torso de Zelgadiss, ahora sin nada que lo
cubriera, y deleitarse con sus formas masculinas.
Amelia
había visto a Zelgadiss casi desnudo en varias ocasiones; eso es lo que ocurre
cuando uno se dedica a viajar alrededor del mundo con amigos cercanos, y también
gracias a lo ocurrido durante la estancia en Femenil. En aquella ocasión Amelia
tuvo que diseñar un muy bien disfraz para hacer pasar a Zelgadiss por una mujer,
y ella pasó mucho tiempo viendo cómo podía disimular sus formas masculinas y
convertirlas en femeninas para poder entrar en ese pequeño reino. Por tanto ella
le vio desvestido, le había tocado para disfrazarlo, había peinado sus cabellos
y había maquillado su rostro de piedra para hacerle parecer una mujer elfo o
algo parecido. A Zelgadiss no le gustó nada la experiencia, en realidad había
estado furioso todo el tiempo, pero se había tenido que callar y tragar bilis
para que él y el resto del grupo pudieran completar la misión. Al final el
disfraz había acabado convertido en cenizas y él acabó prácticamente desnudo
delante de todo el mundo cuando salvó a Miwan de aquel Mazoku; sucedió así
porque su disfraz no estaban protegidas por ningún conjuro y cuando él invocó la
“Llama de Gaarv”, todo hecho a arder menos su ropa interior.
Por todo
ello Amelia tenía un concepto claro de lo que era su cuerpo, tal vez incluso
mejor que Gourry, quien siendo su único compañero masculino, seguramente habría
compartido con él bastantes cosas durante sus viajes. Aun así esta era la
primera vez que la quimera se desnudaba de tal forma ante ella.
Y eso hizo
que Amelia se sonrojara notablemente. “Se ha puesto así... ¿por mí?”
pensó.
Al igual
que las veces anteriores, Zelgadiss había previsto alguna reacción por parte de
Amelia, pero en lugar de hacer algo, ella se había quedado allí sentada sobre el
suelo de mármol y mirándole con las mejillas sonrosadas. Así que Zelgadiss
primero parpadeó y luego empezó a reír tratando de disimular sus risas tapándose
la boca con la mano.
Ver a
Zelgadiss reírse de algo resultaba inhabitual y sorprendente, pero Amelia vio
que en este caso realmente no le gustaba por lo que creía que se estaba riendo.
-¿Qué
pasa?- exclamó.
-Eres muy
mona cuando te sonrojas- contestó.
-Yo no me
he sonrojado-contestó Amelia intentando recuperar la compostura.
Y era
cierto. Amelia se dio cuenta que su reacción no tenía sentido. Ambos se había
estado tocando con más deseo y pasión que en cualquier momento y sonrojarse
solo por ver que uno había facilitado las cosas, no tenía sentido.
Siendo
consciente ahora de ello, Amelia fue quien dio el primer paso y se arrojó sobre
él para empezar a acariciar su ahora desnudo torso, hombros y brazos mientras
intentaba besarle. Su deseo resultaba tan obvio que Zelgadiss apenas pudo ahogar
sus risas de felicidad por su reacción.
Pero tener
una piel como la suya acarreaba varias consecuencias. Amelia sabía que las
esquirlas que cubrían su piel eran más duras y rugosas que el resto del cuerpo;
también sabía que su pecho y axilas carecían del característico cabello
plateado, tal vez porque Zelgadiss era lampiño (al igual que lo había sido Rezo)
o tal vez porque se rasurase con la intención de evitar los problemas que
conllevaba tener ese cuerpo y ese pelo como espinas, o tal vez fuera porque su
organismo fuera diferente. Amelia sabía que él se lo había explicado en alguna
ocasión pero ahora mismo no recordaba por qué. En cualquier caso Amelia sabía
que en esa situación su cabello no le haría daño, y armada de mayor confianza,
comenzó a acariciar su tórax y abdomen evitando las esquirlas que lo cubrían.
Zelgadiss disfrutaba viéndola hacerlo pero apenas podía sentir sus caricias a
causa de la insensibilidad pétrea de su piel, o al menos la piel que cubría su
cara, orejas y cuello sí era más sensible. Pero Amelia acabó por darse cuenta de
su falta de respuesta y se propuso usar sus dedos y uñas como si fueran garras
para acentuar la sensación.
-¡AAAH!¡Mis uñas!- gritó apartándose de él.
Amelia
tembló; la sensación de sus uñas arañando la roca era muy desagradable, así como
el chirrido que producían al hacerlo. La princesa puso cara de desagrado y
hundió sus uñas en la palma de las manos intentando aliviar la sensación;
Zelgadiss la vio hacerlo y suspiró pesadamente, era otro de los efectos de tener
un cuerpo como el suyo.
-Amelia,
no deberías tratar de hacer algo así con mi piel. No puedes usar las uñas o los
dientes, o te harás daño- explicó.
-Lo sé,
pero es que...
-Deja que
me ocupe yo.
Y diciendo
esto Zelgadiss tomó su mano, y para sorpresa de ella, comenzó a besar la mano y
acariciar la yema de sus dedos con la lengua. Amelia le miró sorprendida por sus
métodos para relajar la sensación, pero pronto tuvo que suspirar complacida por
su gesto. Era cierto que sus labios eran más suaves que su pecho, pero seguían
siendo pétreos; sin embargo su lengua era carnosa, cálida, húmeda y juguetona,
por lo que la sensación sobre la yema de sus dedos y manos resultaba
inusitadamente agradable. Sabiendo el efecto que su tratamiento había tenido,
Zelgadiss sonrió con confianza, soltó su mano, enmarcó el rostro de ella con las
suyas propias y la besó suavemente en los labios.
-¿Mejor?-
preguntó.
-Sí-
contestó ella.- Tal vez tu piel sea dura pero siempre has sido bueno con los
trabajos manuales.
-Yo no
llamaría a esto “trabajo manual”.
-Ya sabes
lo que quiero decir- contestó Amelia guiñándole un ojo.
Zelgadiss
esbozó una amplia sonrisa escondiendo la lengua tras sus largos dientes, y
comenzó a acariciar las piernas de Amelia comenzando por la cadera hasta los
talones, sintiendo el suave tacto del tejido de lino de sus pantalones bombachos
bajo sus dedos; finalmente alcanzó sus pies y les quitó las sandalias dejándola
así descalza. Amelia no se quejó, le gustaba sentir bajo sus pies el tacto del
vuelo de su capa sobre el suelo de mármol, pero también le gustaba algo más.
Amelia no sabía cómo exactamente pero vio que Zelgadiss empezaba a juguetear con
los dedos de sus pies y los espacios entre ellos, especialmente el de los dedos
pulgares, y entonces comenzó a reírse.
-¡Para!
¡Me hace cosquillas!-exclamó.
Zelgadiss
puso cara de descontento y se detuvo; ese no era el efecto que quería haber
conseguido. Había aprendido que acariciar en tal lugar podía ser agradable pero
en cambio Amelia solo tenía cosquillas y eso no era lo que quería hacer. Así que
comenzó a deslizar la mano por su pierna hasta alcanzar la corva de la misma y
allí la acarició muy suavemente, casi sin tocarla. Amelia dio un respingo
sintiendo un desconocido escalofrío recorriéndole el cuerpo.
-¡Zelgadiss!- exclamó olvidando su habitual tratamiento.
-¿Qué...?
-¡No...!
-¿No
te gusta? ¿También te hace cosquillas?-preguntó.- A juzgar por tu reacción, no
lo parecía.
-Eres un
hombre retorcido- exclamó Amelia tratando de aparentar furia.
Zelgadiss
sonrió, satisfecho por lo que había logrado, y relajó su gesto. Entonces comenzó
a acariciar la parte superior de su cuerpo hasta la clavícula, aunque Amelia
parecía de alguna forma descontenta; pero le permitió continuar y acabó por
alzarse sobre sus rodillas para encararle.
-Ya te
dije que era un hombre retorcido- contestó Zelgadiss besando suavemente su
nariz.
“Por
Cephied…
No
recuerdo haberle visto tan juguetón en mucho tiempo... menudo hombre.”
El hecho
era que Amelia estaba empezando a sentir las consecuencias de haber estado
tocando constantemente su piel de piedra; se encontraba sedienta a causa de
haber tenido que usar mucha saliva para lubricar sus labios; sus manos estaban
empezando a escocerse por haber acariciado tanto la piel de Zelgadiss, e incluso
si él había tenido cuidado, la piel de su rostro, cuello y otros tenía arañazos
a causa de su piel, pelo y dientes.
A pesar de
la tenue luz dentro del templo y bajo la figura alada de Cephied, Zelgadiss
podía distinguir claramente esas pequeñas heridas que cubrían a Amelia gracias a
sus agudos sentidos, y sabía que si continuaban por ese camino, Amelia podría
acabar mucho peor.
“Nuca
la haría daño... No quiero herir a ninguna mujer como aquella vez... Pero debo
tener cuidado y hacer todo lo que sé que debo hace. Aunque realmente está mejor
de lo que había pensado.”
Con esa
idea en mente, alzó una mano y comenzó a invocar el hechizo de “Recuperación”,
el conjuro usado para sanar heridas comunes, y con él en mano comenzó a
acariciar todas las heridas que fue encontrando sobre la piel de ella. Pero algo
más pasó; el conjuro resultaba... muy poderoso.
-Es la
influencia del hechizo con el que está protegido la ciudad de Seillon- explicó
Amelia dejando que él se ocupara de sanar sus heridas.- Aquí la Magia Blanca
está multiplicada y estamos justo en el centro de ese hechizo, el lugar donde su
influencia es más grande.
Los ojos
de la quimera se abrieron cuando vio que las pequeñas pero múltiples heridas de
Amelia se había curado casi de forma instantánea, lo que le animó a ser más
decidido; si Amelia tenía esa gran fuerza física y aquí los hechizos de cura
eran más potentes de lo habitual, él podía ser más firme y hacer cosas que antes
no había creído probables. Tal vez si tuviera alguna clase de oportunidad
realmente, aunque lo cierto era que no sabía cuán lejos Amelia le permitiría
llegar pese a que ella también estaba de humor para hacerlo.
Con esa
idea en mente, la abrazó y estrechó su abrazo en torno a ella presionando su
redondeado cuerpo contra sí. Al estar Amelia aún sobre sus rodillas, sus pechos
acabaron a la altura de la clavícula de Zelgadiss, y su boca al nivel de sus
largas orejas; en semejante postura, Amelia no pudo evitar besar suavemente el
puntiagudo extremo de sus orejas y acariciar sus hombros, disfrutando de su
figura masculina. Al ir pasando el tiempo, se fue sintiendo cada vez más animada
y se permitió tocarle cada vez con más decisión mientras que igualmente le
permitía a él hacerlo. Amelia nunca había permitido a ningún hombre que le
tocara el culo o ni siquiera que se arrimara tanto a ella, pero ahora no le
importaba que él la estuviera acariciando de esa forma.
Lo peor
era que ella no podía devolverle el favor y acariciarle de la misma forma, él no
podía sentir sus atenciones de la misma forma que ella sus manos o su boca.
...Aunque
bueno, tal vez sí hubiera alguna solución.
Para
sorpresa de Zelgadiss, de repente Amelia se apartó de él y empezó a invocar algo
en voz baja; entonces empezó a preguntarse si Amelia se estaba en desacuerdo o
incluso avergonzando de lo que hacían o podían acabar haciendo, pero cambió
drásticamente de idea al ver que un par de guantes luminosos se habían formado
en sus manos.
-¡Visfarank!- exclamó Amelia.
Zelgadiss
dio un respingo, caso poniéndose en pie de nuevo, pero las piernas se le habían
quedado rígidas y no se podía mover de su sitio.
-¿¡Visfarank!?- exclamó la quimera.- ¡E… espe--- espera, Amelia! ¿¡A qué viene
eso!?... ¡Lo siento! ¡Siento mucho si…!
La
expresión de Zelgadiss era de pánico y empezó a sacudir las manos frente a él
tratando de detenerla. No había pensado que Amelia pudiera enfurecerse de esa
forma con él y ahora iba a ser golpeado con esa absurda, pero realmente
poderosa, versión de su hechizo “Vaina Astral”. El hechicero-quimera sabía que
ese conjuro era lo bastante poderoso como para noquearlo y dejarlo inconsciente
durante toda la noche de un simple golpe y le entró el pánico pensando en lo que
Amelia iba a hacerle. Realmente se había excedido.
Sin
embargo los grandes ojos azules de Amelia se quedaron mirando confundida a su
asustado rostro hasta que por fin comprendió.
-No es
eso, Sr. Zelgadiss- contestó.-No voy a atacarte.
-¿Ah, no?-
la expresión de confusión que tenía rayaba lo hilarante.
-Esta es
una versión incompleta del “Visfarank”, y además, aquí justo en el centro de
Seillon, cualquier hechizo ofensivo resulta muy débil, así que esto no puede
dañarte- explicó.
-¿De
verdad?- exclamó de nuevo.- ¿Entonces por qué lo has invocado?
-Porque
necesitaba algo para...-comenzó a decir acercándose a él caminando sobre sus
rodillas.- Necesitaba algo para hacerte sentir mejor- y diciendo esto alzó las
manos y comenzó a acariciar sus hombros, clavícula y cuello.
Los ojos
de Zelgadiss se abrieron por la sorpresa al sentir el contacto de las manos de
Amelia. Esa versión suavizada del “Visfarank” le estaba haciendo sentir sus
caricias mejor que ninguna de las anteriores; eran cálidas y suaves... y él casi
habría jurado que las sentía como si fuera humano. Eran caricias, de las de
verdad; podía sentir el contacto de sus manos y uñas sobre su piel sobre hombros
y pecho, e incluso vio que su piel cedía bajo la presión que ella ejercía.
Como
recompensa a sus actos, Amelia vio que Zelgadiss empezó a ronronear como si de
un gato se tratara y no pudo evitar reírse divertida por su situación mientras
masajeaba su espalda, justo bajo el cuello. Eso fue suficiente para que quisiera
besarle de nuevo y él recibió el gesto sin dejar de ronronear. En ese momento
Amelia pensó que tal vez debería intentar algo más y barajó la idea de usar el
mismo conjuro sobre sus labios pero no sabía si podía lanzar el hechizo más de
una vez al mismo tiempo y menos en dos partes, una para sus manos y otra para
sus labios, así que la solución era ver qué podían hacer entre ambos al
respecto.
Mientras
Amelia le colmaba de una atención que él nunca antes había experimentado, miró
de reojo al halo que envolvía las manos de ella y veía cómo su piel cedía al
contacto de sus femeninas manos pero sin que ninguno resultara dañado. La piel
de Zelgadiss era flexible, lo suficiente como para permitirle moverse con
libertad, pero inmune contra agentes externos y ahora los estaba sintiendo como
si su piel fuera normal. Tal vez ese conjuro tan bobo realmente fuera útil para
algo más que para dar palizas a los Mazoku. De todas formas ese hechizo también
tenía la particularidad de representar por escrito el estado de ánimo de la
persona que lo invocaba y ahora las palabras que aparecían, una por cada mano;
tal vez Amelia no las viese pero en una de sus manos se podía leer “amor” y en
la otra “deseo”. Esa era la realidad del estado mental de Amelia y Zelgadiss
tuvo que sonreír al verlo.
...Si eso
era lo que Amelia quería, podía intentarlo después de todo.
La
princesa se encontraba contenta consigo misma por poder dedicarle verdaderos
toques y caricias, y también por su repentino descubrimiento. Si no lo hubiese
intentado, ahora no podría estar haciendo esto, y sonrió entre sus besos.
Entonces
dio un nuevo respingo sobre sus rodillas; las manos de Zelgadiss se habían
deslizado por sus piernas hasta alcanzar las corvas, tocándola en ese punto
preciso que había descubierto antes y que le hacía temblar de esa forma;
entonces sus manos volvieron a deslizarse hacia arriba pasando por la cara
interna de sus muslos hasta alcanzar su culo. En ese momento, las manos de la
quimera empezaron a remangar el corto vuelo de su túnica color blanco crema para
poder tocarla mejor, y finalmente una mano acabó reposada en su cintura mientras
la otra cruzaba su vientre hacia arriba a través de su espalda y hombros hasta
acabar en su clavícula; entonces intentó llevarla al frente mientras mantenía
firme la figura de Amelia.
La
princesa se separó ligeramente de él, tomó su mano errante, la besó suavemente y
luego la depositó sobre su esternón, entre sus pechos; él continuó el trayecto
hacia abajo, deslizando los dedos por su canalillo hasta llegar a su vientre.
Amelia rió, el tacto de su mano sobre el vientre de ella le hacía cosquillas y
luchó contra la mano intrusa de modo que Zelgadiss se quedó sin saber qué hacer;
no sabía que Amelia fuera propensa a tener cosquillas, o tal vez fuera que él no
lo estaba haciendo bien y en lugar de hacer que ella se sintiera bien, acababa
haciendo que tuviera cosquillas, tal y como había pasado antes cuando quiso
acariciar el espacio entre los dedos gordos de sus pues. Por lo que sabía, las
mujeres podían sentir las caricias eróticas a lo largo de todo su cuerpo si se
hacía correctamente, pero al final lo único que estaba consiguiendo era causarle
cosquillas a Amelia y eso no era lo que quería lograr, sino hacerla sentir como
nunca antes... Sin embargo no sabía qué era lo que a ella le gustaba y qué era
lo que le causaba esas cosquillas.
Pero fuera
lo que fuese, lo cierto es que Amelia le deseaba. Así lo sabía por lo que podía
leer en las palabras reflejadas en el “Visfarank” y también por lo que ella le
había dicho antes.
Sabiendo
esto se arriesgó a deslizar esa misma mano hacia arriba, pasando de nuevo a
través del canal de sus pechos, trazando el contorno de su pecho derecho con el
dedo y finalmente recogiéndolo suavemente con el hueco de la mano mientras
apretaba su culo más firmemente con la mano. Amelia soltó una exclamación
ahogada y dijo con voz ahogada:
-Hombre
travieso...
Lo cierto
es que no se quejó.
Entonces
él soltó su otra mano y la deslizó hacia su otro pecho realizando la misma
acción mientras sonreía con satisfacción. Amelia suspiró, satisfecha por cómo él
sostenía sus pechos ahora; él podía sentir la calidez en sus manos pero también
estaba satisfecho por poder sostenerla de esa forma; el recuerdo que tenía de la
vez anterior era muy vago y para nada agradable. Sin embargo ahora estaba
sorprendido por lo suave que resultaba su busto, más aún que los labios de
Amelia. Animado por la actitud de Amelia, empezó a mecer sus manos tanteando
cuidadosamente sus movimientos; Amelia suspiró y le devolvió el gesto
acariciando sus largas orejas y el resto de su cráneo, esta vez con más
libertad. Debido a que ahora sus manos estaban protegidas por el “Visfarank”,
los afilados cabellos de acero que coronaban la cabeza de Zelgadiss ya no podían
hacerle daño. Zelgadiss estaba muy agradecido por sus caricias y deseó poder
hacer algo más que solo mecer sus pechos.
Sintiéndose más animado, se inclinó hacia delante y los besó tratando de no
aproximarse mucho para que sus cabellos no clavaran en su cuerpo, cosa que sería
muy doloroso; afortunadamente la corta túnica de lino que Amelia llevaba fue
suficiente como para que eso no pasara.
“Sé que
a él le gusta que le laman... Lo sé porque se lo oí decir aquella vez... Pero no
sabía que le gustaran los pechos grandes. Incluso Gourry es más obvio que él en
ese sentido.” Pensó Amelia. “Aunque me gusta lo que está haciendo.”
Viendo que
podía ir más allá, Amelia soltó sus ahora revueltos cabellos plateados y
depositó su mano sobre la suya derecha para luego dirigirla al escote de su
túnica donde tiró hacia abajo; entonces ella bajó la cabeza hasta el nivel de su
cara y le besó. Ahora en sus manos aparecían más obvias las palabras que habían
adornado su “Visfarank”.
Zelgadiss
le devolvió el beso, viendo que ella estaba sonriendo.
“Voy a
hacer que no olvides esta noche. Esa es mi promesa.”
Una vez
más, Zelgadiss la cogió y la colocó en el lugar necesario con un movimiento
repentino. Amelia parecía estar acostumbrándose a esas inesperadas maniobras
que Zelgadiss hacía, pero se vio forzada a abrir las piernas cuando Zelgadiss
deslizó sus piernas entre las de ella; afortunadamente vio que se podía sentar
en su regazo si las flexionaba y usaba las de él como respaldo, justo como él
quería.
Zelgadiss
sacudió la cabeza intentando que sus cabellos volvieran a su posición
acostumbrada porque las manos de Amelia se lo habían revuelto demasiado y ahora
su flequillo prácticamente le tapaba ambos ojos; una vez lo hizo, comenzó a
besarla ansiosamente. Amelia respondió moviendo las manos hacia su frente y
apartando el cabello de su cara, así ambos podrían aproximar sus rostros sin que
ella resultara dañada. Lo cierto es que usar el “Visfarank” estaba resultando
ser muy buena idea a pesar de que ella tenía que seguir ensalivando sus labios
para que no se le escocieran.
-...Voy a
cumplir mi promesa- jadeó Zelgadiss entre sus besos.
-Lo estoy
esperando- respondió ella en la misma situación.
Entonces
la quimera empezó a tirar hacia abajo del cuello de su túnica con la idea de
mostrar más de su clavícula y de la carne de ella; afortunadamente Amelia no
llevaba puesto el collar enjoyado que formaba parte de su uniforme de
sacerdotisa itinerante y eso, sumado al hecho de que el cuello de su túnica era
bastante amplio, facilitaba la tarea.
-Vas a
rasgarme la ropa-´le advirtió Amelia tratando de sonar descontenta.
-¿Te
molesta?- preguntó él en tono jocoso.
-Me
gustaría que no.
-Entonces
no debe importarte.
Amelia
suspiró ladeando la cabeza mientras mantenía sujetos sus cabellos, apartándolos
de su cara; así podría evitar que el acerado cabello acabara arañando todo su
rostro. Varias docenas de alambres hundiéndose en su cara, cuello y pecho no era
nada agradable, pero deseaba que Zelgadiss pudiera besar su cuello y clavícula
tan apasionadamente como sus labios y cara. Sin embargo las rocas que adornaban
el rostro de él arañaban su piel como si fuera papel de lija y ella tampoco
podía apartar todos sus cabellos, así que se le ocurrió que debería crear un
hechizo que protegiera todo su cuerpo de la piel de él, ya que la por ahora
única solución había sido usar el “Visfarank”, que a pesar de todo estaba
resultando ser muy útil.
A pesar de
todo ella consiguió sujetar muchos de sus cabellos y Zelgadiss, sintiendo su
cabeza acariciada como nunca, luchó por acariciar tanto como podía de su cuello,
hombros y clavícula, justo por encima de sus pechos. Le hubiese gustado hozar en
su cuello pero eso la habría hecho daño, así que solo usaba sus labios y lengua,
y a lo mejor su nariz, pero incluso esa parte de su cara era muy dura.
Aún así,
Amelia disfrutaba de sus atenciones; sus besos resultaban muy cálidos y sus
caricias muy agradables, así que se preguntó cómo podía saber él que eso le iba
a gustar. Él le había dicho que tenía una experiencia anterior pero esta no
había sido buena; tal vez fuera el fuerte deseo de Zelgadiss por mostrarle todo
su amor y mejores deseos lo que le hacía ser tan certero en sus muestras del
mismo, él era un hombre apasionado después de todo. O tal vez fuera porque
Zelgadiss siempre estaba aprendiendo de todo un poco y ahora sabía qué tenía que
hacer. O tal vez fueran ambas cosas. Amelia no tenía idea sobre cómo era que él
sabía tan certeramente qué tenía que hacer, pero no iba a quejarse por ello.
Sea lo que
fuera, le encantaba.
Zelgadiss
se dio cuenta que ahora las palabras que brillaban en el “Visfarank” eran casi
de color rojo, casi igual que cuando vio la palabra “Justicia” en sus manos la
primera vez que vio ese hechizo. Ahora sus deseos eran totalmente obvios.
Él también
estaba empezando a sentir las consecuencias. Sin tener miedo de lo que podía
pasar y si seguía por ese camino, le resultaría difícil controlarse. Tal vez
Amelia no se había dado cuenta pero él notaba que sus pantalones y ropa interior
le estaban presionando, así que pronto un bulto aparecería justo bajo las
piernas de Amelia. La visión de ella sentada justo en su regazo y sus pechos
justo frente a sus ojos también ayudaban a que su deseo se fuera haciendo cada
vez más obvio. Pero esto era para ella y no para él... o mejor dicho, lo haría
para recompensarla a ella y por ellos dos.
Con esa
idea en mente, continuó tirando del cuello de su túnica hacia abajo de forma que
se vio más de su carne y sus pechos acabaron abombados y comprimidos por el
cuello de la prenda; en ese momento Zelgadiss no se contuvo más, sacó la lengua
y lamió su pecho. Sin embargo Amelia tenía razón: si tiraba más hacia abajo,
acabaría por romper sus ropas. Ella debió pensar lo mismo porque entonces
deslizó las manos hacia la espalda y sus agudos oídos distinguieron algo que
sonaba como un “click” y un “zip”. Entonces comprendió, ella se
estaba desabrochando su sostén, lo que haría las cosas más fáciles. Ahora, sin
dejar de sonreírla, el hombre quimera se apartó de ella para dejarle vía libre
en su quehacer, pero Amelia se limitó a sujetar sus manos, enganchar los dedos
en sus ropas y tirar hacia abajo; él no supo qué había hecho ella exactamente
pero se encontró cara a cara con sus pechos al descubierto y el cuello de su
túnica sosteniéndolos desde abajo. Entonces Amelia deslizó sus manos hacia su
cabeza, acarició sus largas orejas y apartó todo su peligroso y afilado cabello
de su frente, de forma que no se hicieran daño.
-¿Es esto
lo que querías?- flirteo.-Yo también lo quiero.
-Lo
tendrás- la voz de Zelgadiss estaba tan llena de deseo como la de ella.
Zelgadiss
se lamió los labios al observar los grandes pechos de ella frente a sus ojos.
Eran grandes, firmes, redondeados y tenían un areola de tamaño proporcionado con
un pequeño pezón en lo alto, ambos de color rosado; igualmente ella tampoco
tenía ningún lunar o pelo suelto en ellos. Como hombre le gustaba lo que veía,
aunque en realidad le gustaba todo lo referente al cuerpo de ella; Amelia
resultaba redondeada, con mucho busto y aún así tenía un cuerpo muy fuerte. Él
la había visto en traje de baño e incluso una vez se había cambiado de ropa bajo
su capa, pero nunca antes la había visto así aunque había fantaseado con esa
posibilidad. Ahora sin embargo podría hacer lo que había deseado; Amelia se lo
había permitido tras confesarle que ella le deseaba y dejando que la tocara como
nunca antes.
Mientras
Amelia le sujetaba el pelo, ella se inclinó y depositó un beso sobre su frente
llevando su pecho ante su cara; Zelgadiss empezó a deslizar sus manos desde los
tobillos de ella pasando a través de toda su piernas, pelvis, cadera, cintura y
vientre hasta que finalmente alcanzó sus pechos y los sostuvo con ambas manos,
alzándolos suavemente e intentando no ser brusco, pues eran muy suaves al tacto
y también muy pesados. La quimera se preguntó cómo podía ella moverse por ahí
con semejante peso en el torso pues cuando él se disfrazó de mujer en Femenil,
sus pechos de mentira no eran tan pesados e... ¿incómodos? Las mujeres, y
especialmente Amelia, eran realmente fuertes.
Evitando
pensar más sobre ese asunto, empezó a trazar un hilo de besos desde la barbilla
de ella, pasando por sus mejillas, cuello, clavícula y finalmente sus pechos que
mantenía alzados con las manos, entonces hozó suavemente en ellos.
-¡No,
para!-gritó Amelia.
-¿Qué
ocurre?-exclamó Zelgadiss alzando su rostro hacia el de ella.- ¿No es...?
Amelia vio
que sus ojos estaban llenos de deseo, pero no podía permitir que continuara.
-¡No hagas
eso, me hace daño!... Tus esquirlas me están arañando.
-Lo
siento, Amelia.
Zelgadiss
suspiró comprobando que ella estaba en lo cierto; la piel de ella estaba roja
donde él había estado tocándola, así que tenía que intentar algo más. Entonces
comenzó a invocar el “Recuperación” y usó el dedo índice para curarla; Amelia le
permitió acariciar sus heridas mientras las sanaba; su tacto era dulce y suave,
diferente de su movimiento anterior, y ella notó que se le estaba poniendo la
piel de gallina allí donde él la tocaba y dejaba como si nunca antes hubiese
pasado nada.
Una vez
estuvo curada, Zelgadiss la besó suavemente en los labios y deslizó su mano
derecha hacia su pecho izquierdo, recogiéndolo una vez más; entonces notó que
este era ligeramente más grande que el derecho, pero lo acarició suavemente, tal
y como había hecho al sanarla, y luego lo empezó a amasar. Mientras, su otra
mano se había deslizado hacia su espalda y ahora la sujetaba mientras la
acariciaba trazando círculos; era como si fuera un movimiento reflejo. Amelia
parecía disfrutarlo, sobre todo cuando vio que arqueaba la espalda en respuesta
a sus atenciones; las manos de ella también se deslizaron hacia la parte baja de
su cuerpo, pero a causa de su postura no pudieron alcanzar más allá de su
abdomen, aunque el tacto de su musculoso vientre era muy agradable.
Zelgadiss
suspiró pesadamente, casi gimiendo; sabía que pronto empezaría a... gotear.
Había pasado bastante tiempo desde la última vez que había estado excitado y
ahora su deseo se estaba volviendo obvio. Además, sus agudos oídos captaron el
suave gemido que surgía de la garganta de ella; si tenía cuidado, podría
conseguirlo.
Animado
por esas circunstancias, se inclinó hacia el pecho derecho, el que le resultaba
más fácil de atender en semejante postura, y lo besó; Amelia, aún con la espalda
arqueada, lo sujetó por la nuca, obligándole a... hacer algo. Zelgadiss sonrió y
luego lamió lo alto de su pecho y por último su areola, siendo siempre
cuidadoso; como resultado Amelia rió y él tuvo miedo de estar haciéndola
cosquillas otra vez, pero afortunadamente vio que su pezón se estaba poniendo
erecto.
Amelia
movió la mano hacia su rostro y acarició sus labios y párpados ahora que se
sentía más segura por la protección que el hechizo daba a sus manos; su otra
mano intentó acariciarle en otros lugares pero no podía y eso la desilusionó ya
que quería devolverle las atenciones que él le daba. Además, su deseo se estaba
acrecentando; cada vez que él alternaba su caricias entre su nuca, espalda,
brazos, cadera y ese punto especial de la corva de la pierna, junto a los suaves
besos y lametones sobre sus pechos, las caricias en su culo y la cara interna de
sus muslos, ella sentía que... se estaba mojando. O al menos esa era la mejor
forma que tenía para definirlo.
-Por
favor…- suplicó.
-¿Por
favor?- inquirió él.- ¿Es que esto te gusta?
-Sííí...-
siseó ella.- Ya te lo he dicho.
De alguna
forma Zelgadiss estaba asombrado. Sabía que Amelia era muy abierta a mostrar su
estado de ánimo y lo que pensaba, pero ahora casi diría que sonaba... exigente.
Pero eso también significaba que él lo estaba haciendo lo bastante bien como
para complacerla, lo que era un alivio considerando cómo acabó la otra chica
tras aquel el incidente. Tratando de olvidar una colección de insultos y
maldiciones contra Rezo y sus implicaciones en ese suceso, se mentalizó para su
próximo movimiento y giró la cabeza hacia el vuelo de su capa, entonces murmuró
algo y un bolsillo mágico de la misma se abrió. Zelgadiss empezó a rebuscar en
su interior, pero Amelia, en desacuerdo por el súbito cambio de sus atenciones,
volvió la mirada para ver qué estaba haciendo; sus ojos se abrieron cuando vio
que él había sacado del bolsillo de su capa un pequeño frasco de cerámica
sellado con cera.
Amelia no
sabía qué era lo que él estaba haciendo pero trató de animarle alzándose sobre
sus rodillas de forma que la cara interna de sus muslos y su culo estaban más
disponibles, y por último se inclinó hacia delante llevando los pechos a su
cara.
-Zelgadiss...- su voz estaba llena de deseo y no usaba sus habituales modales.
-Espera-
respondió él con voz ronca.
Usando
solo una mano, vio cómo quitaba el sello de cera al frasco y lo abría, entonces
captó su olor y lo reconoció; sea lo que fuere que hubiese en el interior de la
jarra, Amelia supo que se trataba de un aceite curativo para cataplasmas. Lo
reconoció porque los sacerdotes curanderos del templo, incluyendo al tío de
Shilfild, el Sr. Gray, lo usaban para sus curas. Pero, ¿por qué habría de tener
Zelgadiss algo así? Él resultaba prácticamente invulnerable y además ella le
había enseñado el conjuro de “Recuperación”, así que sencillamente no lo
necesitaba.
Entonces
se volvió hacia ella con una expresión pícara en el rostro, sus ojos además
brillaban con por el deseo, aunque ella sabía bien que era por causa de ella
misma. Pero no pudo ver su siguiente movimiento porque comenzó a besarla y su
mano se deslizó hacia su muslo y finalmente la cintura de sus pantalones
bombachos; entonces enganchó los dedos ahí y tiró hacia abajo para quitárselos.
Amelia sabía que pretendía desnudar sus piernas pero seguía sin saber para qué
quería esa cataplasma.
La
princesa vio que no pudo seguir pensando más en ello; de repente su lengua
comenzó a lamer sus pezones como si fueran caramelos y una de sus manos se
deslizó hacia el interior de sus muslos, primero hacia el culo y después hacia
el frente. Amelia soltó una exclamación ahogada al sentir el contacto pero
Zelgadiss solo sonrió animado al ver lo húmeda que estaba ya.
-No es
suficiente- musitó.
Suavemente, sus manos comenzaron a trazar círculos sobre su ropa interior, la
pelvis y la parte superior del interior de sus muslos; Amelia podía sentir lo
duros que eran sus dedos pero también la suavidad de su gesto como si realmente
tuviera miedo de ser más firme. Sus dedos eran tan duros como la piedra, así que
tenía sentido que fuera tan precavido. Sin embargo su boca y sus manos no eran
así en absoluto; ambas luchaban por sujetarla y acariciarla al mismo tiempo
hasta que finalmente su boca trazó un hilo de pequeños besos desde su clavícula
hacia el pecho izquierdo y finalmente el pezón derecho donde finalmente sus
labios se cerraron.
-¡Ah!
¡No para!-
exclamó Amelia de repente intentando apartarse de él.
Zelgadiss
abrió la boca y la miró sin comprender.
-¿Qué
pasa?- su voz sonaba ronca en parte por su propio deseo, en parte a causa de la
interrupción.
-¡Me... me
pellizcaste!- se quejó Amelia. –¡Tus labios de piedra parecen alicates!
Zelgadiss
parpadeó hasta que finalmente comprendió. Sus labios eran muy duros y cuando
cerró la boca sobre su pezón, fue como si lo hubiese cogido con una pinza.
Amelia no estaba acostumbrada a esa sensación, o posiblemente a ella le gustaran
solo los gestos suaves, y eso la había herido. Él se había abandonado a su
propio deseo y ahora esa era la consecuencia.
-Lo
siento, Amelia.
No
me di cuenta- se disculpó.
Amelia
suspiró sintiéndose empática con su circunstancia; sabía que cada vez que
Zelgadiss la tocaba él era muy cuidadoso pero ahora eso era algo difícil de
hacer. Ninguno de los dos podía pretender que todo saliera bien a la primera
cuando había tantas barreras físicas que superar y era la primera vez que ellos
dos se encontraban en esa situación el uno con el otro, pero sí debían
intentarlo. Además, Zelgadiss había conseguido despertar su deseo lo suficiente
como para haber llegado hasta allí, así que no podía reprocharle tener fallos
como ese.
-Lo sé-
contestó hundiendo el rostro en su hombro. –Pero por favor, hazlo suavemente.
A pesar
del incidente, Amelia quería continuar. Su capacidad de perdonar resultaba
asombrosa y esa era una de las razones por las que Zelgadiss la amaba después de
todo. No pudo evitar besarla en la mejilla y luego comenzar otra vez con la
misma rutina que anteriormente; la quimera sabía que no podía continuar donde lo
había dejado estando ella herida.
Pronto,
tras repetir sus atenciones, los gemidos de Amelia se hicieron obvios; su
respiración a través de la boca era ronca, su espalda se había arqueado y había
separado sus piernas aún más. Zelgadiss iba aprendido lo que tenía que hacer
para conseguir que ella alcanzara ese estado; sabía que tenía puntos más
sensibles, pero algunos solo le causaban cosquillas y otros eran placenteros.
Buscarlos y estudiarlos era un juego muy placentero.
La quimera
había descubierto que a Amelia le gustaba ser tocada suavemente al principio,
con caricias apenas perceptibles, y luego con mayor firmeza; tal vez porque ese
era su gusto, o tal vez porque necesitaba acostumbrarse al tacto de piedra que
él le proporcionaba, pero así era como funcionaba. Sea como fuere, se las había
apañado para quitarle los pantalones bombachos y ahora solo llevaba la corta
túnica de su uniforme y la ropa interior, lo que tampoco era mucho porque sus
pechos se mecían frente a su cara y las bragas no detenían a sus juguetones
dedos. Amelia estaba sumida en su deseo, tal y como reflejaban las letras rojas
de sus guantes donde se podía apreciar esa misma palabra escrita.
-¿Qué es
lo próximo que te gustaría que hiciera, princesa?- preguntó con un ronroneo
intentando complacerla más todavía.
Por un
momento Amelia se sintió descontenta. Zelgadiss la había colmado de atenciones
haciendo que su deseo se viera cumplido sin que ella le devolviera el favor pese
a que, según sabía ya, él también la deseaba. Además, había sido solo un vistazo
casual pero había podido ver un bulto bastante notorio para su tamaño entre sus
piernas. Estaba claro que la quimera también la deseaba pero se estaba
conteniendo. La princesa recordó que él le había prometido que esa última noche
sería inolvidable pero también había mencionado la desagradable experiencia
anterior. Tal vez por eso solo hiciera esto para ella, o tal vez él tuviera
miedo sobre lo que podía pasar.
Pero los
pensamientos de Amelia fueron repentinamente interrumpidos cuando sintió la boca
de Zelgadiss cerrarse suavemente sobre la areola y pezón izquierdos y comenzaba
a mamar jugueteando con su lengua. Su mano derecha también se había desplazado
decididamente a su entrepierna y ahora jugueteaba sobre su feminidad, pero sin
llegar a más. Esta vez él había tenido el cuidado suficiente y Amelia se
encontraba embriagada por sus acciones.
-Yo… yo
quiero…-Amelia se quedó sorprendida, apenas podía hablar en ese estado.- Yo , me
gusta… mama.
Zelgadiss
se sorprendió por su reacción; Amelia no es la clase de personas que le gusta
estar dando órdenes a su alrededor, eso era más propio de Lina que de ella. Pero
obedeció con disciplina y trató de complacerla abriendo la boca tanto como pudo
para mamar de su pecho pero sin presionar los dientes o los labios cosa que la
haría daño.
Amelia
jadeaba con fuerza mientras trataba de coger la mano de él para ponerla bajo su
ropa interior, pero Zelgadiss se negó; entonces ella bajó la mirada casi con
disgusto, y vio que en lugar de atender a su petición, había mojado los dedos en
el contenido de la jarra de cerámica que había sacado un rato antes, para así
tenerlos empapados en esa sustancia oleica usada para curar heridas. Entonces,
pese a la mirada de confusión de Amelia, vio cómo ahora sí hundía los dedos bajo
su ropa y comenzaba a acariciarla suavemente.
“Tiene
vello... No lo había pensado.”
Pensó Zelgadiss conteniendo una involuntaria sacudida de sus caderas. “No,
espera... está rasurada... No del todo, pero sí.”
Zelgadiss
sonrió. A pesar de no poder verlo le gustaba la idea de que Amelia estuviera
ligeramente rasurada en su intimidad. Tal vez fuera por causas higiénicas o tal
vez simplemente le gustaba ir así, pero él lo encontraba excitante. El bulto de
sus pantalones ahora era obvio y él tuvo que contener el deseo de tocarse para
relajar la tensión; el líquido pre-eyaculatorio estaba empezando a gotear ya, y
pasara lo que pasase, lo más seguro es que sus pantalones y ropa interior
acabarían pringados.
“Qué
bien. Justo después de haberme lavado y cambiado por ropa limpia.”
Aunque
Amelia seguía disfrutando de las caricias en su intimidad. Se alzó sobre los
pies con las piernas temblorosas para permitirle llegar allí con mayor facilidad
mientras mantenía su cabeza frente a sus pechos. Zelgadiss acarició sus labios
inferiores, sintiendo lo excitada que estaba ya, así como lo abierta que estaba
su abertura. Era totalmente diferente de la vez anterior; si recordaba bien
aquella chica, pese a estar siendo manipulada, estaba cerrada y reseca.
Entonces
abrió la boca y musitó.
-Amelia,
no grites, por favor...
Pero ella
no pareció oírle, o al menos comprender lo que estaba pidiéndole. En lugar de
eso, una de sus manos se deslizó hacia abajo y capturó la suya por la muñeca,
como si intentara detenerle. Zelgadiss se detuvo; después de todo ella era
virgen y posiblemente quisiera apartar la mano intrusiva.
La
quimera gruñó descontenta por ello. Él podía captar perfectamente su olor
femenino y su deseo, y no estaba por la labor de detenerse ahora cuando había
llegado tan lejos y su propio deseo pugnaba por ser cumplido. Así que movió los
dedos y casualmente su pulgar acarició su centro bajo la ropa interior; Amelia
soltó una exclamación ahogada y soltó su mano, dándole carta blanca para su
siguiente movimiento. Entonces sus dedos, aún empapados en la cataplasma de
aceite, intentaron encontrar su abertura sin dejar de acariciar ese punto en
concreto; eventualmente consiguió hundir un dedo y después otro más. Amelia
volvió a soltar otra exclamación ahogada acompañada de un gemido, y la cadera de
Zelgadiss se sacudió involuntariamente al oírla. Además, podía sentir su
interior, muy cálido, húmedo y estrecho (posiblemente a causa de su virginidad),
y también cómo ella se contraría en torno a sus dedos. Todo ello era muy
agradable.
Sus
pantalones ahora estaban adornados por una mancha oscura; el líquido de
pre-eyaculación seguía goteando, esta vez de un color oscuro a causa del tiempo
que había pasado desde la última vez que él se había encontrado en ese estado. Y
por lo que veía, Amelia además, se encontraba cerca del final y sus caderas
habían empezado a cabalgar sobre sus dedos buscando más sensaciones. Tal vez
debía intentar hacer algo más.
En ese
momento debía darle todo el placer que ella merecía, y siendo el suyo casi lo
mismo, empezó a mamar de sus pechos una vez más y también intentar algo con la
última de sus aberturas, así que empezó a acariciar su ano suavemente. No sabía
si a Amelia eso le iba a gustar o no, o si también la haría cosquillas (¡otra
vez!), pero debía intentarlo. Para su propia satisfacción vio que fue
recompensado por un nuevo jadeo y que podía hundir sin problemas los dedos que
quedaban en esa abertura.
Amelia
acabó abriendo los ojos. Por un momento se sintió invadida cuando Zelgadiss
había empezado a tocar su intimidad con sus largos y duros dedos, pero
afortunadamente los había empringado en ese aceite curativo y eso había ayudado
mucho a disfrutar del contacto. Tal vez esa fuera la razón de que él hubiese
traído esa jarra; de alguna forma él debía saber que la iba a necesitar.
Pero
también estaba muy agradecida por la casualidad. En sus fantasías, Zelgadiss
empezaba acariciando todo su cuerpo y por fin los lugares adecuados; en algunas
de ellas, él tocaba su entrada trasera, y en otras jugueteaba con sus pechos
hasta que ella estaba excitada, pero nunca había supuesto que él pudiera
adivinar lo que a ella le gustaba con tal facilidad. Realmente era un hombre
inteligente.
-Zel…
Zelgadiss… -gimió en voz alta.
Las
caderas de ella cabalgaban sobre los dedos de él mientras la sujetaba y
acariciaba su interior; su boca seguía mamando con deseo y ella supo que pronto
llegaría al final. Él la contempló complacido con la visión de ella en ese
estado, sacudiendo sus caderas y tratando de lamer tanto como podía de sus
pechos que se sacudían frente a su rostro. La expresión de Amelia era de
felicidad y placer mientras jadeaba profusamente con la boca abierta o
mordiéndose el labio inferior. Como era su costumbre, nunca ocultaba sus
sentimientos.
Sin
embargo él mismo apenas podía contenerse. Su deseo pedía ser aliviado y él
dudaba que pudiese contenerlo por más tiempo, deseando incluso poder tocarse
para aliviarlo; pero no lo hizo porque esto era para Amelia. De repente, sin
previo aviso, sintió cómo las piernas de Amelia se ponían a temblar, sus paredes
internas se tensaban e incluso habría jurado que sus pechos se endurecían. Ella
abrió la boca como si gritara, pero en lugar de ello solo soltó una exclamación
similar a un gemido sordo que surgió del fondo de su garganta. En ese momento la
quimera no pudo contenerse más y literalmente se empapó los pantalones
complacido de ver a Amelia alcanzar el final con su cuerpo y rostro sacudidos
por el placer. Después de todo era lo que él tanto había deseado.
Tras unos
eternos segundos así, Amelia vio que sus piernas ya no podían soportar su peso y
las rodillas se le doblaron haciendo que su cuerpo volviera a quedar sentado.
Zelgadiss apartó sus propias piernas para ocultar lo que le había sucedido
cuando Amelia tuvo su orgasmo, pero la mantuvo sujeta en un abrazo cuando ella
se desplomó. La princesa tampoco le dejó ir y le abrazó al caer sentada sobre
sus tobillos, para luego hundir la cara en su hombro y suspirar profundamente.
Zelgadiss
extrajo la mano de entre sus piernas y la miró casi con curiosidad. Estaba
mojada con los fluidos de Amelia y el aceite de la cataplasma que había usado,
una muda evidencia de lo que había estado haciendo con ella. Realmente había
sido muy diferente de la vez anterior y se sorprendió pensando que le gustaría
lamerse la mano y saborear esa parte de Amelia tal y como hacía en sus deseos
privados. Pero tal vez no fuera una buena idea, sino que resultase bastante poco
higiénico, y si Amelia le descubría haciéndolo, tal vez le echara una bronca
llamándole “sucio”, “pervertido” o algo peor. Mejor hacer otra cosa.
Finalmente, pese a sus deseos, cogió un pañuelo blanco de algodón que llevaba en
la capa y lo usó para secarse la cara, cuello, pecho y finalmente limpiarse la
mano; lo abandonó sobre la capa y envolvió a Amelia en un abrazo reposando una
mano sobre su espalda y otra sobre la cintura. La respiración de ella era muy
suave, casi como si estuviera durmiendo, pero era consciente de que los pechos
de ella reposaban sobre sus costillas y que el hechizo del “Visfarank” había
sido anulado.
Amelia se
encontraba realmente somnolienta y trató de volver en sí mientras Zelgadiss la
mantenía abrazada; su orgasmo había sido bastante fuerte, tal vez porque era el
primero producido por el hombre al que amaba, o tal vez porque él había sido
bastante certero encontrando los puntos necesarios para lograrlo, o tal vez
ambas cosas. Como fuera, ahora estaba atontada e... invadida. Los dedos de
Zelgadiss eran de piedra, y sus uñas como el acero, así que a pesar de que ella
era realmente fuerte y él había usado un aceite para suavizar el toque de su
mano, e incluso habiendo sido ya de por sí muy cariñoso con ella, era inevitable
que se sintiera invadida. Había tenido varias piedras dentro de su feminidad y
ahora notaba las consecuencias de aquello. Ciertamente si se hubiese tratado de
una mujer normal y sin ninguna iniciativa, lo habría pasado bastante mal.
Incluso ahora Amelia vio que tenía que apretar los muslos para aliviar esa
sensación de “intrusión”.
A pesar de
ello alcanzó a musitar:
-Gracias,
Zelgadiss...- su voz sonaba somnolienta pero llena de satisfacción.- Cumpliste
tu promesa...
Él
contestó con una sonrisa, sintiéndose contento consigo mismo. Era la primera vez
que realmente había intentando satisfacer a una mujer y la verdad es que había
acabado bastante bien. Saber lo que tenía que hacer había sido una ayuda y ahora
era recompensado con una mujer que descansaba en sus brazos, aquella a la que él
amaba.
Pero no
pudo evitar lanzar una mirada a sus pantalones; la maldita mancha oscura iba a
ser difícil de limpiar aunque la verdad era que ahora se sentía más relajado. Si
tan solo hubiese sido consciente de sus acciones...
Amelia
percibió su silencio y ladeó la cabeza para mirarle; ahora él solo la estaba
abrazando, jugueteando con mechones de sus oscuros cabellos y mirando a algún
punto indeterminado del ala principal al fondo del templo. La verdad es que
había sido una suerte que no les descubrieran en semejante sitio; además, ver
que todo había pasado justo debajo de la estatua principal de Cephied hacía que
Amelia se sintiera extrañamente feliz. Si él supiera por qué...
Sin
intercambiar más palabras, respiró suavemente y su vista se paseó por
diferentes objetos hasta que sus ojos se posaron en la jarrita de cerámica que
Zelgadiss usaba para llevar esa sustancia oleica, además del pañuelo que él
había usado. En ese momento se dio cuenta de que sus muslos estaban pringosos y
que estaba realmente sedienta a causa de todo lo que había tenido que ensalivar.
-Tengo
sed...-musitó.- ¿Tienes algo para beber?
-Hmmm...
sí, claro-contestó con aire ausente.
La quimera
se volvió hacia el vuelo de su capa y una vez más canturreó el conjuro para
abrir los bolsillos mágicos; en esta ocasión se abrió uno más y de allí la
quimera extrajo una cantimplora.
-Ten,
toma.
Amelia la
cogió casi con impaciencia y comenzó a beber a grandes tragos hasta que se hubo
saciado, y luego se la tendió de nuevo a Zelgadiss quien comprobó que casi
estaba vacía.
-Gracias... Tenía mucha sed.
-Ya lo
veo...-musitó casi sorprendido.
-He puesto
mucha saliva y, bueno... respirar jadeando tampoco ayuda- explicó sonrojándose.
La quimera
sonrió pero no dio nada.
-¿Tienes
también algún pañuelo?-preguntó Amelia cambiando de tema.
-Sí.
En un
primer momento Zelgadiss pensó en pasarle el mismo pañuelo que él había usado un
momento antes, pero luego pensó que esa no podía ser una muy buena idea. Sí,
ciertamente él la había usado para secarse la cara, pero también para limpiar su
mano de la sustancia oleosa y de los fluidos de Amelia, así que era mejor darle
uno limpio para ella sola que no hubiese sido tocado. Y así lo hizo.
-Toma-
dijo pasándole un nuevo pañuelo.
-Gracias.
Amelia
empezó a usarlo para secarse la cara, el cuello, la clavícula y... y se detuvo
cuando se dio cuenta que iba a usarlo para secar sus pechos de la saliva de
Zelgadiss, así como la cara interna de sus muslos.
-¿Qué
ocurre?- preguntó él al ver su cambio de actitud.
-Yo...
bueno...- Amelia no sabía qué decir o hacer y comenzó a mover la mano con
intención de tapar sus pechos otra vez con su túnica. Eso cubriría su intimidad
pero también le ayudaría a secarse.
Pero una
mano de Zelgadiss la detuvo.
-¿Qué?
-No hagas
eso- pidió el mago espadachín.- …Quiero recordarte así.
Amelia se
sonrojó notablemente cuando se dio cuenta de lo que Zelgadiss pretendía; él se
limitó a sostenerla por la cintura y observarla con atención pese a su sonrojo,
sus brillantes ojos azules y que estuviera casi desnuda, con sus pechos al
descubierto. Amelia habría apostado que casi se estaba relamiendo.
Estar así
frente a un hombre la incomodaba, incluso aunque solo fuera para asearse; pero
al final acabó pensando que no tenía sentido porque ese hombre era el causante
de que ella estuviera así desde un primer momento. Finalmente Zelgadiss soltó su
mano y ella continuó limpiándose tímidamente mientras él volvía la vista hacia
algún punto del fondo del templo. Afortunadamente para Amelia su piel estaba ya
prácticamente seca y la cara interna de sus muslos tampoco era un desastre,
aunque sí percibió el olor de la cataplasma de aceite mezclado con el olor de su
sexo; ambos resultaban muy fuertes y estaban mezclados de forma curiosa.
Pero aún
así, ¿por qué tendría Zelgadiss esa sustancia consigo? La verdad es que
Zelgadiss la había sacado porque sabía que tal vez la iba a necesitar, tal y
como había pasado eventualmente. La princesa vio que tenía que averiguarlo.
-Zelgadiss...- musitó sin usar sus habituales modales con él.
-¿Hmmm?
-Yo
quería... ¿Te puedo preguntar algo?- comenzó a decir una vez hubo terminado de
asearse.- ¿Qué era esa cataplasma de aceite que has usado?
La quimera
no se esperaba tal pregunta. Después de observarla por unos minutos, había
decidido aclarar sus ideas y pensar cómo podría arreglar el lío de sus
pantalones ahora que Amelia ya se estaba aseando. La verdad es que se sentía más
relajado tras su involuntaria eyaculación; hacía mucho tiempo que no
experimentaba una y su propio deseo había sido demasiado fuerte para poder
contenerlo con lo que había pasado, así que ahora estaba más tranquilo. Pero él
sabía que no sería difícil que se excitara de nuevo, sobre todo cuando miraba la
figura de Amelia.
Sin
embargo la pregunta de ella había hecho que su mente cambiara de idea por
completo.
-Sé que se
usa para curar heridas abiertas-explicó la princesa.- Pero tú eres prácticamente
invulnerable y además conoces el “Recuperación”... Así que ¿Por qué tienes eso
ahí? ¿para qué ibas a usarlo?
Zelgadiss
suspiró entre relajado y descontento.
-Conservo
esa cataplasma desde que era esclavo de Rezo-contestó con voz algo cansada.
-¿Cómo?
La quimera
ladeó la cabeza y la miró; sus ojos endemoniados miraban a algún punto del fondo
tras ella, o incluso del pasado.
-Sabes que
yo no sabía invocar el “Recuperación”, ¿verdad?
-Claro-
contestó Amelia.- De hecho fui yo quién te enseñó a hacerlo.
-¿Y
recuerdas por qué te pedí que me lo enseñaras?
Amelia
asintió. Había sido hacía alrededor de dos años atrás, justo después del
incidente con Hansiford el Blanco en la ciudad de Atlas; por entonces Zelgadiss
le había pedido a Amelia que le enseñara ese conjuro porque no podía estar
dependiendo siempre de sus métodos curativos o los de Lina (que posiblemente
incluso le habría pedido dinero a cambio) para sanar sus heridas tras los
combates; también le había explicado que nadie se lo había enseñado porque, si
bien ese hechizo era muy popular y mucha gente lo conocía, nadie querría
enseñárselo al “Ma-Kenshi”. Por tanto Amelia era su mejor oportunidad para
aprenderlo.
-...Así
que tú usabas esa cataplasma para curar heridas antes de que yo te enseñara el
“Recuperación”-supuso Amelia.
Zelgadiss
asintió.
-Sí. Tenía
que usarla tanto para mí como para mis compañeros. Ninguno de nosotros conocía
hechizos curativos.
-Pero...-comenzó a decir Amelia objetando lo que él decía, -¿no estaba Rezo con
vosotros por entonces? ¿Es que él no te curaba a ti o a los demás?
-Sí, lo
hacía- contestó Zelgadiss.- Rezo me curó muchas veces en el pasado, pero no
siempre estaba allí para curarme a mí o al resto. Así que teníamos que saber
cómo ocuparnos de nuestras heridas por nosotros mismos.- Entonces Zelgadiss hizo
una pausa para luego añadir- Además, si ninguno de nosotros conocía el
“Recuperación”, estaríamos obligados a depender de sus procedimientos y poderes
de curación. De esa forma no podíamos atender nuestros problemas sin su...
permiso.
Entonces
Amelia comprendió, el asunto estaba claro. Si Zelgadiss y los demás no hubiesen
tenido que depender de Rezo para curarse, entonces no estarían bajo su control
porque no habrían dependido del poder de Rezo para sanarse. Y no solo eso;
Zelgadiss de hecho sólo tenía conocimientos sobre hechizos usados de una forma u
otra para el combate, no para que fueran útiles... Esa era la razón de que él no
pudiese usar un conjuro como el “Creación de Agua” pero en cambio sí supiera
usar el “Dug Haut”. El hecho es que él había sido creado y entrenado para el
combate, nada más; así Rezo podía mantenerlo vigilado.
La
princesa sabía que a Zelgadiss no le gustaba que los demás sintieran piedad por
él, pero al saber cosas como esa, sentía pena por él. Así que trató de cambiar
de tema, continuó preguntando...
-¿Y por
eso tenías todavía esa jarrita?- inquirió ayudándose de un gesto de su barbilla.
-Sí,
aunque en realidad pensé que se podría haber acabado porque tuve que usar mucho
de su contenido para curar a Zorlf cuando Lina le frió- explicó Zelgadiss
tratando que su voz no sonara triste.- Si entonces hubiese conocido el
“Recuperación”, o incluso el “Resurrección”, no habría tenido que usarla y Zorlf
no habría acabado hecho una momia.
“Una
momia”. Amelia recordaba lo que Lina le había contado sobre cómo se había
conocido todos ellos antes de que ella entrara en escena; más tarde Zelgadiss
también le había contado cosas sobre su vida, aunque muchas veces evitaba ser
muy descriptivo. Ella sabía que él no estaba orgulloso de muchas cosas así que a
menudo evitaba presionarle, pero ahora seguía sin saber todavía la respuesta.
-Si la
usabas para curar heridas... ¿Por qué la usaste... conmigo?
Él volvió
la vista hacia ella y la miró con ojos serios.
-Porque no
quería hacerte daño- contestó la quimera.- Incluso si yo era... cuidadoso, mis
uñas te podrían haber herido, así que usé la cataplasma. Así que en caso de
haberte hecho daño, eso te habría curado.
Amelia le
miró con ojos brillantes y abrió la boca como si fuera a decir algo. Se había
quedado maravillada por su cariño hacia ella y por su inteligencia previsora;
ciertamente estaba acostumbrado a pensar en cada detalle antes de actuar y esta
vez había sido todo por ella. Amelia estaba sencillamente asombrada.
Siguiendo
su propio impulso, ella se arrojó sobre él envolviéndole en un nuevo abrazo y
hundiendo la cara en su pecho.
-¡Gracias,
gracias!- musitó. –¡Eres muy bueno conmigo, Zelgadiss...!
Zelgadiss
no sabía qué hacer exactamente; no había esperado que ella fuera a reaccionar
así y ahora Amelia estaba otra vez sentada en su regazo con la cabeza hundida en
su pecho y el cabello cosquilleándole en la nariz, así que al final solo pudo
devolverle el abrazo.
Sin
embargo Amelia se había quedado mirando hacia abajo y su vista acabó posándose
con los ojos muy abiertos sobre sus caderas... y la mancha oscura que adornaba
sus pantalones.
“¿Qué
es eso? ¿Por qué tiene los pantalones así de sucios?” se preguntó. “Eso
no estaba ahí cuando se quitó la túnica.”
Entonces
una nueva idea comenzó a formarse en su mente. La mancha oscura estaba situada
justo entre sus piernas y parecía fresca; igualmente el resto de sus pantalones
estaban limpios así como el suelo... lo que significaba que no... se había
orinado encima. Tampoco podía ser el agua de la cantimplora porque eso había
sido solo un momento y cuando él se la pasó, estaba bien cerrada, y al
devolverla, no se había derramado nada. También recordó el bulto que antes había
visto entre sus piernas y que ahora ya no estaba, así que solo podía ser...
Amelia se
dio cuenta de lo que podía haber pasado y lo que eso significaba para Zelgadiss.
Se apartó de él y le miró a los ojos con expresión seria.
-¿Qué
pasa?
-Sr. Zelgadiss...
¿Por qué
no me lo has dicho?-preguntó.- ¿Por qué me lo has escondido?
-Amelia,
¿de qué estás hablando?
-Estoy
hablando de eso- y señaló a su entrepierna.
Zelgadiss
dio un pequeño respingo sorprendido por sus palabras y comenzó a mirar
alternativamente a la cara de Amelia y a sus pantalones con expresión
avergonzada.
-No me
pude contener- contestó por fin.
-Oh,
Zelgadiss...
La verdad
es que él había esperado que Amelia le llamara la atención o le dijera algo por
lo ocurrido, en cambio se encontró con que Amelia le había vuelto a abrazar. Por
supuesto ella lo hizo por los hombros de él para evitar hacerse daño con su
pelo, y luego le volvió a besar.
En un
primer momento, sorprendido por su repentina reacción, no sabía si devolverle
el beso, pero acabó razonando que Amelia era así, siempre dispuesta a conceder
su amor hacia los demás e intentar brindarles felicidad cuando la mayoría
simplemente no lo harían. Así que al final le devolvió el gesto.
Pero no
duró mucho más; de repente Amelia se apartó de él y alzó los puños sin mediar
más palabras.
-Amelia...- exclamó.
La
princesa hizo caso omiso. Se limitó a canturrear algo que, de acuerdo con el
ritmo de sus palabras, parecía ser el “Visfarank” aunque algo diferente.
Zelgadiss parpadeó al ver cómo un nuevo halo blanco empezaba a cubrir las manos
de Amelia, pero repentinamente ese mismo halo desapareció cuando Amelia detuvo
el hechizo. Lo volvió a intentar y en esta ocasión además empezó a aparecer un
halo blanco en torno a su boca además de las manos, pero no era correcto y
pronto desapareció.
-Amelia,
¿qué haces?- preguntó aún confundido.
Ella
continuó ignorándole, demasiado centrada en lo que quiera que estuviera
haciendo. Inspiró profundamente y comenzó a canturrear de nuevo el conjuro; su
rostro adquirió una mueca de felicidad cuando vio que aparentemente había
conseguido el resultado que quería. Para sorpresa de Zelgadiss, ahora las manos
de Amelia y su rostro, mayormente la boca, ahora estaba cubiertos por el
resplandor blanco de la versión modificada del “Visfarank”. Se quedó sin saber
qué hacer: sabía que Amelia no le iba a atacar pero tampoco sabía qué pretendía
hacer con eso.
Pero
cuando ella empezó a moverse, tuvo una idea aproximada.
Amelia se
alzó sobre sus rodillas y, sin tomar ninguna precaución, le tomó por las orejas
para sujetar su cabeza y empezar a besarle. Los ojos de Zelgadiss se ampliaron
por la sorpresa de la sensación que estaba experimentando; ahora podía sentir
claramente los labios de Amelia presionando sobre los suyos propios y estos a su
vez eran sorprendentemente cálidos. Sus manos además había empezado a juguetear
cada vez más descaradamente con sus orejas y cabello, e incluso habría jurado
que podía sentir los dientes de ella.
Entonces
comprendió. Amelia había invocado una nueva versión del “Visfarank” dividida
entre su rostro y sus manos con la intención de que le sirviera de escudo y que
le otorgara la fuerza necesaria para sus propósitos. Eso estaba haciendo que
fuera capaz de sentir sus toques casi como si fueran de carne otra vez. Era la
primera vez que él sentía algo así desde que su relación comenzara y ahora la
quimera veía que podría responder mejor a sus atenciones. Innegablemente ella
también era una mujer inteligente.
Ambos
abrieron sus bocas y comenzaron un duelo de besos, pequeños mordiscos y
lengüetazos. Por supuesto él seguía teniendo cuidado porque sus colmillos
seguían siendo peligrosos, sobre todo cuando no toda su cara estaba protegida
por ese hechizo.
“Cuando
vi por primera vez este hechizo, pensé que era una tontería. Pero al final está
resultando ser realmente útil.”
Sin
embargo nada de eso importaba ahora. Amelia atacaba furiosamente su rostro al
tiempo que masajeaba su cuello, hombros y cráneo, esta vez sin importar las
posibles consecuencias; tan solo mantenía los ojos cerrados para evitar hacerse
daño en ellos, y bueno, disfrutar de la sensación. Zelgadiss intentó hacer lo
mismo pero sus ojos se deslizaron por su figura, maravillándose por sus
hambrientos movimientos y sus proporciones tan cerca de la suya; después de todo
la princesa no se había tapado.
Siendo
incapaz de detenerse, sus manos se deslizaron desde los brazos de ella, pasando
por sus hombros, costados y finalmente la cintura por donde la sujetó como si
realmente tuviera miedo de perderla de alguna forma. Las caricias de sus manos
eran más agradables que nunca, y ahora tampoco estaba usando saliva para
suavizar el tacto de sus labios; sus manos además le masajeaban la cabeza
revolviendo sus cabellos plateados, y su cuerpo sentía perfectamente las
caricias que ella le otorgaba. ¿Por qué no habían intentado antes hacer algo con
ayuda de ese hechizo? Bueno, había sido un descubrimiento casual y antes ninguno
de los dos había planeado que acabarían en esta situación.
-A... Amelia...
¿Qué
estás…?- intentó preguntar entre besos.
Ella se
detuvo y le miró con ojos ansiosos.
-¿Qué
estoy haciendo quieres decir?-preguntó en un tono que parecía casi
retarle,-Estoy cumpliendo la misma promesa que tú me has hecho.
Los ojos
de Zelgadiss se ampliaron al comprender el sentido de sus palabras. No podía
ser; sencillamente no podía ser así porque Amelia era inocente; ella ni siquiera
sabía cómo... bueno, en realidad ella misma le había dicho que lo deseaba,
¿verdad? Amelia era todo corazón hacia los demás, especialmente él; ella siempre
sorprendía a los demás con sus amorosas (y ocasionalmente carentes de sentido
común) acciones, y ahora parecía que la princesa quisiera compensarle por sus
atenciones previas. Zelgadiss se imaginó qué estaba tratando de hacer y por un
momento se sintió incómodo: Amelia era demasiado inocente y carecía de
experiencia. ¿Cómo iba a hacerlo? Sobre todo considerando las barreras físicas
entre ambos.
Pero lo
cierto es que antes Amelia le había confesado que le deseaba y había fantaseado
con ello, lo que en su caso personal podía ser o bien que ella hacía algo con
él, o que él se lo hacía. Ella era así. Por otra parte Amelia estaba haciendo
justamente lo que él había deseado... Bueno, tal vez no en el mismo contexto
pero sí en el sentido que él estaba siendo el centro de sus atenciones y
pretendía darle placer. ¿Así que qué tenía de malo?
Zelgadiss
suspiró rindiéndose a sus propios deseos pero siendo consciente de la falta de
experiencia de Amelia. Si las cosas seguían por ese camino, él debería decirle a
ella qué tenía que hacer. La quimera no estaba segura de qué podría hacer Amelia
con esa versión modificada del hechizo del “Visfarank”, pero sí sabía qué le
placía y cómo conseguirlo; al menos debía intentar guiarla.
Además,
tampoco pretendía ignorar sus atenciones.
Deslizó
con cuidado las manos de su cintura hacia las piernas de ella, acariciándolas en
toda su longitud e incluyendo ese punto situado en la corva, y luego las llevó
hacia arriba para agarrar su glúteos donde la sujetaron por unos momentos hasta
que finalmente continuaron su recorrido por sus hombros y nuca.
Amelia
suspiró ante sus caricias, sabiendo qué era lo que pretendía conseguir; después
de la experiencia de hacía unos minutos, se dio cuenta que la quimera había
comprendido qué tenía que hacer para que ella se sintiera bien, de hecho él
también se sentía muy bien placiéndola y siendo placido por ella. En realidad la
única diferencia en ese momento es que él le estaba permitiendo que le tocara
con más libertad.
Sus manos
sentían su piel de piedra casi como si fuera humana, incluso si era ligeramente
más fría, pero lo que más le sorprendió fue el cálido y amoroso tacto de sus
labios, diferente a sus anteriores besos. Sin embargo ella no sabía qué era lo
que le hacía disfrutar realmente, solo que a él le gustaba que le lamieran o
algo así, pero no cómo y dónde. Tendría que descubrirlo.
Con esa
idea en mente, bajó la cabeza y empezó a hozar en su cuello, algo que había
estado prohibido hasta hacía unos momentos pues eso le habría arañado toda la
cara a causa de su pelo y piel, pero ahora lo podía hacer ya que su cara estaba
protegida por el hechizo y lo único que tenía que hacer era encontrar el ángulo
correcto para que los cabellos de él no se hundieran en su piel. Amelia intentó
llevarlo un poco más allá y, tras besar su cuello, intentó mordisquear una
esquirla de las que lo adornaban, primero con cuidado y luego animada al oír un
profundo suspiro de su garganta. Esta vez no fue como morder una piedra caliza
sino más bien un callo; no era lo más agradable del mundo pero desde luego que
sí era mejor que morder una roca. Una vez más tuvo que agradecérselo a la
versión modificada de su “Visfarank”.
Zelgadiss
dejó caer la cabeza sobre el pie de la estatua de Cephied y separó aún más las
piernas, permitiendo así que ella pudiera colocarse mejor frente a él. Entonces
deslizó sus manos por los brazos de ella y finalmente capturó las manos de ella,
obligándola a apartarse ligeramente de él. Su respiración era profunda, animado
por las sensaciones táctiles que estaba experimentando.
-Amelia... tú...
¿Cuánto
sabes...?-empezó a preguntar un tanto molesto por tener que interrumpirla de esa
forma. Aunque era una pregunta inevitable: ella carecía de experiencia y a pesar
de sí mismo, ambos habían adquirido el hábito de tener una pequeña charla en
común antes de hacer juntos algo arriesgado. Después de todo eso era algo parte
de su relación.
-Eso no
importa, Sr. Zelgadiss- contestó Amelia con voz ronca por contener su propio
deseo. –Si realmente te vas a ir mañana... yo también quiero darte algo.
-Pero...-
comenzó a decir hasta que vio sus ojos, - de acuerdo. Pero deja que yo te guíe.
-Por
supuesto, nosotros siempre nos guiamos el uno al otro- contestó Amelia
guiñándole un ojo.
Zelgadiss
solo pudo esbozar una sonrisa como respuesta. “¡Por Cephied, menuda mujer!”
Antes de
que él pudiera decir algo más, Amelia bajó la cabeza y comenzó a besarle de
nuevo; Zelgadiss aprovechó para tomar las manos de ella y besar su dorso y las
yemas de los dedos ahora con menos cuidado debido a que el hechizo que Amelia
había invocado le brindaba la suficiente protección como para que él no le
hiciera daño. Finalmente soltó sus manos, Amelia sonrió y deslizó las suyas
propias hacia el pecho de él donde comenzó a masajear sus músculos pectorales;
con semejante postura, los pechos de ella quedaban presionados uno contra otro,
haciendo que fueran más notorios, y Zelgadiss no pudo contenerse por más tiempo.
Amelia vio cómo se lamió los labios por el deseo y deslizaba las manos para
cogerlos.
-Déjame...- su voz sonaba ronca y casi exigente.
La
princesa parecía sorprendida; era como si él disfrutara con la vista además de
con el tacto; por supuesto a Amelia también le gustaba su figura, pero no tenía
predilección por alguna parte en particular de su anatomía excepto tal vez su
rostro y sus ojos, sin embargo Zelgadiss parecían tener predilección por
determinadas partes de su figura femenina y la visión de estas bastaban para
excitarle. Era un hombre después de todo y la vista también resultaba importante
en esa situación.
Finalmente
Amelia le permitió que deslizara sus manos hacia sus pechos y los cubriera con
ellas, aunque no del todo porque estaba muy desarrollada.
-Hmmmm...-
suspiró cuando comenzó a mecer las manos suavemente, amasando sus pechos. Sus
ojos también brillaban con el deseo.
Amelia no
contestó; por supuesto la sensación era agradable pero no tanto como
anteriormente; casi habría preferido que él comenzara acariciándola antes de
hacer algo así como había hecho antes, y luego que le tocara el pecho. Pero ella
razonó que esto era para él, e imitó su gesto: si él amasaba sus mamas, ella
intentaba hacer lo mismo con sus músculos pectorales hasta que al final acabó
deslizando sus manos hacia el vientre de él y empezó a juguetear con la cintura
de su pantalón. Entonces se inclinó y volvió a besarle.
Zelgadiss
no soltó las manos; la sensación sostener sus pechos con ellas era muy
agradable; sabía que Amelia no estaba siendo placida igual que antes y que
estaba siendo egoísta buscando su propio placer; pero eso era algo que él
también se merecía.
Las manos
de Amelia sin embargo, eran tímidas y cautelosas; él sabía que ella estaba
buscando el lazo que sujetaba sus pantalones aunque no se atreviera a hacer eso
todavía. En realidad Amelia se decidió por abandonar el beso y bajar la cara
hasta su pecho y por último su vientre; bajo semejante postura, Zelgadiss se vio
obligado a soltar sus manos y deslizarlas sobre la espalda de ella en espera de
su próximo movimiento, pero Amelia simplemente se quedó quieta inspirando
profundamente su olor masculino, lo que incluía la mancha de sus pantalones. La
princesa vio que estaba perdiendo parte de su propio deseo y se preparó
mentalmente para su siguiente paso, que comenzó con besar su musculoso vientre y
trazar círculos con su lengua mientras sus manos se deslizaban desde la cintura
de él hasta sus piernas. La figura de Zelgadiss era bastante esbelta, lo que
incluía unas largas piernas, pero era musculosa a causa de su entrenamiento y
dura vida; ella disfrutaba de esos masculinos rasgos suyos y sabía que él
también lo estaba disfrutando porque el bulto de sus pantalones se estaba
haciendo obvio; aún así, no sabía qué hacer después.
Zelgadiss
se dio cuenta de sus dudas y la cogió suavemente por la barbilla, obligándola a
alzar la cabeza y mirarle.
-Nadie
dijo que esto fuera a ser fácil...- murmuró como si estuviera leyendo su mente.-
Pero tú eres… una gran mujer y lo conseguirás.
-¿Significa eso que tengo que...?-preguntó incómoda.
-Tan solo
haz lo que tú deseas.
Amelia
comprendió que él la guiaría. Él sabía qué era lo que ella quería conseguir pero
que ella no sabía cómo. Una llama de decisión brilló en sus ojos y se alzó hasta
situar la cara al mismo nivel que la de Zelgadiss donde comenzó a besarle
apasionadamente mientras que una mano se deslizaba hasta su entrepierna; allí le
cogió suavemente tratando de ignorar la sensación de sus ropas húmedas y de las
mariposas que revoloteaban en su estómago.
Zelgadiss
soltó una exclamación ahogada y luego sonrió murmurando el nombre de ella con un
siseo.
Amelia se
sentía extraña y un tanto sorprendida sobre lo fácil que le había resultado a
Zelgadiss saber qué tenía que hacer mientras que ella no tenía ni idea. Era la
primera vez que hacía algo así, y aunque no sabía qué hacer, había deseado ese
momento hasta que ahora se había acabado encontrando con la realidad. Ahora
simplemente no sabía por dónde empezar y eso la hizo sentir mal, tanto por su
falta de iniciativa como por el propio Zelgadiss; ella siempre había estado
llena de confianza y de seguridad, siempre lista para enfrentarse a cualquier
riesgo... y ahora las cosas no eran así.
Pero no
apartó su mano, sino que inspiró profundamente y se llenó de resolución. Deslizó
su mano izquierda hacia el cuello de Zelgadiss y comenzó a besar su rostro, o
mejor dicho, acariciarlo con sus labios y lengua; su otra mano apretó su presa
la cual se había empezado a poner más firme.
-Amelia…-
gimió de
nuevo.
Él no
podía permanecer indiferente. Sabía que su mano no era firme, sino tímida e
insegura, pero estaba intentándolo y, aunque la sensación era suave, la adoraba.
Vio que debía devolverle el favor y comenzó a acariciar sus cabellos, nuca,
hombros y espalda; tal vez incluso debería devolverle todo, pero sabía que
Amelia necesitaría ayuda y no podría disfrutar igual ya que estaba demasiado
concentrada. Eso podía ser muy cierto: tal vez Amelia estuviera tan inmersa en
su tarea y tan nerviosa que realmente no fuera capaz de nada más. Eso le hizo
sentir mal, pero era lo más probable; sencillamente ella no podría desear nada
más a cambio. Además, el propio Zelgadiss tenía que admitir que él tampoco tenía
idea de cómo dar placer a una mujer al mismo tiempo que él lo recibía;
simplemente no sabía cómo ni qué hacer para que funcinara bien.
Tan solo
podía ser cariñoso con ella.
En ese
momento Amelia le rodeó por completo con la mano sintiendo su dureza a pesar de
la ropa que le cubría. Recordó lo que había visto aquella vez en el bosque, las
charlas que había escuchado de boca de sus cortesanos, pajes y damas del templo,
y eso hizo que finalmente decidiera frotar su mano.
La quimera
gimió ruidosamente, no tanto como le habría gustado pero casi, y su mano se
apresuró a sujetar la de Amelia haciendo más firme su presa; Amelia supo que le
estaba pidiendo ser más firme y obedeció teniendo que acostumbrarse a sentir su
miembro de piedra en su puño. Entonces Zelgadiss soltó su mano derecha y comenzó
a desatar el lazo que sujetaba sus pantalones; Amelia detuvo sus besos y apoyó
el hombro izquierdo sobre su pecho para observar cómo él se desataba los
pantalones con bastante torpeza al usar solo una mano, pues la izquierda la
mantenía en las caderas de Amelia sujetándola y disfrutando de sus curvas
femeninas. La princesa comenzó a soltar risitas nerviosas y Zelgadiss la miró
por el rabillo del ojo sin saber cómo sentirse, ofendido o divertido, hasta que
vio que ella había comenzado a ayudarle con su tarea, cosa que le animó.
Amelia
sabía que su ropa interior era corta y ajustada, lo que tenía sentido porque si
no, incluso al caminar, se habría producido un divertido sonido de rocas rozando
unas con otras; además, también había visto que las ropas interiores de él eran
muy oscuras, casi negras, aunque no pudo reconocer el tipo de tejido del que
estaban hechas, el cual también debía ser bastante resistente dada su función.
Pero ahora, para su sorpresa, vio que la prenda que llevaba no eran negra, sino
clara, casi tan blanca como el resto de sus ropas; eso tenía sentido porque no
iba a estar viajando por el mundo llevando siempre la misma muda. Zelgadiss era
muy cuidadoso con sus cosas y con él mismo, lo que incluía desde su ropa hasta
la forma en que llevaba colgada la vaina de su espada en torno a la cintura.
---Lo que
era todo lo contrario a Lina, quien dejaba siempre sus cosas por cualquier parte
y no tenía ningún cuidado con ellas.
-¿Qué
pasa...?-preguntó Zelgadiss al percatarse de su mirada perdida.
-¿Eh?... No, nada...
Solo
pensaba en lo desordenada que es Lina- contestó.
-En el
desorden de...- esa era la última cosa que Zelgadiss habría esperado oír, aunque
bueno, era mejor que ver a Amelia riéndose como una cría porque él se estuviera
desnudando ante ella.
-Sí...
Pero no importa- y diciendo esto, ladeó la cabeza, cerró los ojos y comenzó a
besar sus labios, barbilla y cuello.
Amelia
trataba de seguir por ese camino y conservar el deseo, pero lo hizo con cuidado
ya que sus pechos no estaban protegidos y ahora descansaban sobre el tórax de
él, cosa que podría hacerle daño. Para entonces Zelgadiss ya había desabrochado
lo suficiente de sus pantalones y ahora se podía ver gran parte de su ropa
interior, lo que incluía la mancha del mismo y el bulto que había justo debajo.
Amelia lo miró de reojo, curiosa por lo que iba a encontrarse, y finalmente se
decidió por deslizar su mano por las costillas y vientre de él hasta que la mano
de Zelgadiss la detuvo y la guió, intentando que se sintiera segura con lo que
debía hacer. Amelia entrecruzó los dedos de su mano con los de Zelgadiss y
jugueteó intentando llevar el control sobre ella mientras hozaba en el cuello de
él; al percibir su olor masculino se animó a continuar y de nuevo intento
deslizar la mano hacia abajo, aunque la de Zelgadiss parecía indicarle que debía
tomarse su tiempo para acostumbrarse y no ir con prisas.
Amelia
comprendió sus mudas indicaciones y soltó la mano, entonces se alzó sobre sus
rodillas y se inclinó para besar suavemente sus labios, párpados cerrados y
frente, sabiendo que esta vez los cabellos de él no le harían daño en la cara.
Sus manos se deslizaron por su cuerpo y miembros hasta que finalmente alcanzaron
su cintura y sus dedos comenzaron a juguetear trazando círculos en torno a sus
partes masculinas; finalmente una de sus manos se deslizó hacia arriba y la otra
le sujetó firmemente. Esta vez su reacción fue bastante obvia.
Era
sorprendente cómo le afectaba la versión modificada del “Visfarank”. Zelgadiss
sabía que una mujer normal no podría placerle de la misma forma por la sola
razón que su dura y resistente piel no podía percibir una caricia o gesto
cariñoso de la misma forma que una persona normal; es más, si una mujer
intentaba apretar su miembro con toda su fuerza y usando solo las manos,
acabaría agotada, como si hubiese estado amasando pan durante horas, por no
hablar de la piel despellejada. Pero sobretodo él sabía que una mujer normal
habría acabado llena de heridas y yagas producidas por su dura piel y las
escamas de piedra que la tachonaban; además, él tampoco habría podido recibir
nada a cambio ya que era insensible al tacto de ella o su cuerpo. En realidad su
posible pareja habría acabado como en una matanza.
Pero ahora
las manos de Amelia resultaban asombrosamente agradables, suaves y cálidas al
tocarle, tanto por la propia fuerza de ella como por la ayuda del hechizo del
que se servía. Además, ella estaba llena de amor por él y aprendía rápido; podía
afirmar que deseaba lo mejor para él. Ahora ella ya no le sujetaba, sino que le
había rodeado por completo con la mano y estudiaba sus formas masculinas, algo
muy parecido a lo que él había hecho cuando estudió sus pechos, los cuales
resultaban muy agradables de ver bajo ese ángulo. Era como si su más profundo
deseo se hubiese hecho realidad, tener a la mujer que amaba justo ahí.
-Amelia...
sigue así...- inspiró de nuevo.
La
princesa estaba empezando a disfrutar de la situación. Su timidez empezó a ser
reemplazada por su coraje y el deseo de hacer lo mejor para él. Paso a paso, lo
que había aprendido de sus cortesanos (no de Lina que era terriblemente tímida
en cuanto a esos temas) había empezado a adquirir forma; esas charlas y
comentarios ahora tenían sentido, aunque en su caso se tratara de una quimera y
no de un humano. También recordó lo que había aprendido sobre las quimeras en
los últimos años, tras descubrir que semejantes criaturas realmente existían;
cosas como que las quimeras eran estériles, aunque conservaran sus impulsos
sexuales, como resultaba obvio en ese momento. Eso podría ser una ventaja para
cuando llegase el momento de ser penetrada, aunque dudaba que eso llegara a
ocurrir.
La mano de
ella sujetó sus testis y comenzó a juguetear con ellos sobre la prenda de ropa
interior mientras ella seguía goteando besos sobre su clavícula, pecho y
vientre; Amelia podía además percibir cómo su respiración se aceleraba pero
Zelgadiss sabía que le estaba resultando más fácil contenerse gracias a su
primera eyaculación; si no fuera por eso, ahora estaría bastante más ansioso por
lo que Amelia pretendía lograr, aún así trató de controlarse respirando
profundamente y pensando en cómo compensar a Amelia por sus acciones. Por ello
sus manos acabaron deslizándose hacia su rostro y luego las orejas para besarla
de la misma forma que ella había hecho con él.
-Bien...
muy bien...-musitó en un ronco siseo.
-¿Te
gusta?- rió Amelia.
-Síiii…
Eso animó
aún más a Amelia, quien ya no sentía el mismo nudo en el estómago. Era
sorprendente; Zelgadiss siempre se había asombrado y seguían asombrándose por la
facilidad que Amelia siempre tenía para encontrar el coraje necesario para
conseguir cualquier cosa que deseaba. La princesa acabó presionando su cuerpo
contra el de él y jugueteando con la cintura de su ropa interior intentando
quitársela aunque resultaba difícil de hacer porque él estaba sentado sobre el
suelo de mármol. Él la sujetó por la cintura y una de sus manos se deslizó hasta
su culo mientras la otra lo hizo hacia su pecho, donde intentó sujetar una de
sus mamas otra vez; sabiendo cuáles eran sus intenciones, Amelia se apartó de él
ligeramente para permitirle poder acariciarla libremente mientras ella
continuaba con su recorrido hacia la parte baja de su cuerpo. Para entonces los
ojos de Zelgadiss brillaban por el deseo, acrecentado por contemplar a esa
hermosa mujer de formas curvas acurrucada entre sus piernas abiertas y con los
pechos descansando sobre su cadera mientras ella besaba y lamía todo lo que
encontraba por su camino. Por supuesto Amelia notó cómo el deseo de Zelgadiss se
acrecentaba, así que tiró hacia abajo de su ropa interior lo suficiente como
para mostrar su masculinidad y dejarla al descubierto, siendo obvio lo erecta
que estaba ya. Por fin, tras algunos problemas, lo había logrado.
-¡Oh!-
exclamó Amelia.
Zelgadiss
se sonrojó, no tanto por lo que había pasado sino por la reacción de ella.
Amelia nunca había estado tan cerca de un hombre como en ese momento y su rostro
era una moda evidencia de ello, incluso si ella intentaba mostrar su habitual
felicidad. Por un momento se preguntó si realmente tenía derecho a hacer algo
así a esa mujer, aprovecharse de la inocencia de la princesa de uno de los
reinos más poderosos del interior de la Barrera. Pero rápidamente desechó esa
estúpida idea; él había apuntado con su espada a la garganta del rey de Zoana y
también había salvado la vida al príncipe de Femenil... así que, ¿qué tenía de
malo hacer algo que era de mutuo acuerdo? No iba a lamentar eso “ahora” cuando
había matado tantas veces en nombre de Rezo y había salvado el mundo en nombre
de Cephied (o quien fuera) tantas veces.
Como
Amelia decía, él merecía la felicidad y ella sabía que lo conseguiría.
¿Por qué
no ahora?
Por otra
parte Amelia estaba confusa. La luz dentro del templo a esas horas de la noche
era bastante tenue y ella también sabía que Zelgadiss no era totalmente humano,
pero no sabía cómo describir lo que veía bajo esa atmósfera azulona en la que
ambos se encontraban. Amelia había presupuesto que el falo de Zelgadiss tendría
esquirlas a lo largo de su longitud, al igual que ocurría con el resto de su
cuerpo o su rostro, pero la cuestión era que nunca se lo había preguntado porque
su relación de pareja había comenzado hacía tan solo dos semanas, y él tampoco
hablaba mucho sobre su intimidad salvo con Gourry, claro. Amelia había imaginado
que si él no la detenía era porque sabía que no se haría daño, tal vez porque él
la estaba guiando, o tal vez porque el uso del “Visfarank” era una buena medida
de precaución.
Sea como
fuere, su falo no tenía ninguna piedra sino que era liso, al igual que su nariz,
labios o palma de las manos, lo que tenía sentido dado que ninguna de las partes
más delicadas de una criatura están cubiertas de durezas, ni siquiera un dragón
tendría escamas o cuernos encima de los párpados de los ojos por poner un
ejemplo. En realidad solo la base y la zona del pubis tenían alguna piedra y
algo que parecía un ralo vello plateado; eso hizo que de repente Amelia
recordara lo que Zelgadiss le había explicado sobre su metabolismo cuando ella
tuvo que disfrazarle para entrar en Femenil: él le había contado que carecía de
vello corporal porque cuando fue transformado en quimera él era aún muy joven y
sus funciones metabólicas iban mucho más despacio de las de un humano normal a
causa de su condición de quimera, casi a la mitad de velocidad; luego añadió que
también era algo familiar, de hecho el propio Rezo había sido bastante lampiño.
Resultaba divertido que lo hubiese recordado justo en ese momento.
Amelia
sabía esos detalles pero no había supuesto que Zelgadiss no solo carecía de
barba (incluso Gourry se tenía que afeitar de vez en cuando) sino que sus
axilas, piernas y ahora el pubis, tampoco tenían vello.
Bueno, eso
hacía las cosas más fáciles.
Pero no
era solo eso lo que le llamo la atención. La princesa no sabía decir si era
“grande” o “pequeño” por la sola razón de que no podía compararle con ningún
otro hombre; ella había visto desnudo a su primo, pero eso había sido cuando
ambos eran niños y no se podía usar como referencia. De todas formas,
considerando la altura y esbelta figura de Zelgadiss, se podría decir que era
“normal” o “proporcionado”. Pero no era eso lo que le sorprendió, ella había
visto libros de anatomía y lo que estaba viendo no coincidía con lo que ella
recordaba de esas ilustraciones ya que la punta no estaba cubierta sino
totalmente expuesta haciendo que pareciera una seta. Entonces se dio cuenta,
Zelgadiss estaba circundado, y sabiendo lo dura que era su piel de piedra,
posiblemente desde su infancia, antes de su transformación. De una forma irónica
era afortunado ya que eso suponía una ventaja para la vida diaria debido a su
transformación; de lo contrario difícilmente habría podido ni siquiera orinar.
La
respiración de Zelgadiss era profunda pero mantenía el mismo ritmo pese a que
ahora la redondeada figura de Amelia yacía hecha un ovillo entre sus piernas,
medio desnuda y sujetándole con una mano. Era una imagen que él había deseado
secretamente desde hacía ya tiempo. Aunque ahora Amelia había dejado de... hacer
algo. Entonces comprendió; Amelia se sentía insegura por ver su figura desnuda
mientras le sostenía sin saber qué hacer con ello. Debía hacer algo.
Tratando
de animarla, alargó una mano y sujetó la de Amelia, ayudándola así a apretar su
presa y luego también le indicó que debía presionar más en el extremo. Amelia
comprendió su mudo gesto y se inclinó para dar un pequeño beso a los nudillos de
su mano para luego alzar la mirada y sonreírle.
-Te vi
hacerlo una vez... Sé lo que tengo que hacer- anunció.
En un
primer momento Zelgadiss la miró sorprendido, pero luego le sonrió. En la
conversación de hacía ya un rato, cuando Amelia le había confesado que ella
sabía que él la deseaba, él se había avergonzado mucho y también sentido mal por
ella; pero ahora eso parecía ser una ventaja. Al menos eso significaba que
Amelia sabía algo más de lo que fuera que hubiese averiguado por ahí.
La
sensación de sentir su mano sobre él, tan suave, cálida y firme a la vez, era
muy agradable, y la princesa tuvo la sensación de que... ¿latía? Pero acabó
decidiendo que eso era lo normal y comenzó a acariciarle y frotar la mano contra
él tal y como creía que debía hacerse. Rápidamente la respiración de Zelgadiss
se aceleró y él bajó la mirada para ver cómo ella llevaba a cabo su tarea; pero
por otro lado Amelia razonó que si bien a ella no le gustaba que la acariciaran
constantemente en su feminidad y sus pechos, lo más probable era que a Zelgadiss
tampoco le gustara que le acariciaran solo en su masculinidad, sino que también
le gustaría algo más.
Por ello
Amelia comenzó a deslizar sus labios y la mano izquierda por otras áreas; sus
nariz, lengua y labios empezaron a hozar sobre su bajo vientre y caderas
mientras las mano izquierda se deslizaba juguetona entre sus muslos y testis,
que además descansaban sobre su clavícula. Mientras lo hacía, Amelia empezó a
sentirse más familiarizada con la agitada respiración de Zelgadiss quien además
no había apartado sus ojos de ella y acariciaba sus hombros y pelo con solo una
mano.
Finalmente
Amelia alzó la cabeza y le miró buscando su aprobación, como contestación él le
dedicó una sonrisa amplia que mostró sus colmillos, y dijo:
-Bien...
pero más fuerte. Por favor, hazlo con más fuerza.
Amelia
obedeció y apretó su presa sin saber qué otra cosa hacer ya que no tenía ninguna
experiencia al respecto. Ahora su mano le frotaba arriba y abajo a un ritmo
constante tal y como ella le había visto hacer en aquella ocasión; como
resultado Zelgadiss gimió de una forma que a ella le resultó familiar y ella no
pudo evitar sonreírle sin perder atención en él. Por supuesto estaba nerviosa,
pero también muy animada por cómo se estaba desarrollando la situación y la idea
de hacerlo lo mejor que pudiera.
La
respiración de Zelgadiss era muy agitada, pero de repente él se inclinó para
obligarla a soltar su presa, aunque inmediatamente Amelia comprendió que en
realidad él le estaba indicando que hiciera algo más; la quimera sujetó la mano
de Amelia y la deslizó siguiendo un nuevo patrón, no solo de arriba abajo, sino
trazando un círculo en su contorno al seguir el trayecto de la base a la punta.
-Ah, ya
entiendo- contestó con una sonrisa, y siguiendo su comportamiento habitual, se
alzó sobre las rodillas y besó suavemente los labios de la quimera.- Lo haré lo
mejor que pueda.
La quimera
parpadeó, maravillado por la actitud de ella. Ninguna mujer había querido nunca
placerle de esa forma solo por el amor que sintiera por él; y además, Amelia
aprendía muy rápido, casi de forma inmediata. Un nuevo gemido surgió de su
garganta a consecuencia de las instrucciones que había dado a Amelia, cuya mano
se deslizaba arriba y abajo trazando un círculo en torno a él a su paso; y no
solo por eso, Amelia supuso que si aplicaba diferentes grados de presión y ritmo
en su masculinidad, el efecto sería diferente. No era muy distinto a lo que él
había hecho con ella después de todo.
La
respiración de Zelgadiss se había vuelto muy agitada, aunque él trataba de
controlarse, tal vez porque no quisiera ser muy ruidoso si bien los gemidos que
surgían de su garganta eran inevitables. En ese momento Amelia notó que algo
había empezado a mojar su mano y se detuvo para ver qué era; resultó estar
mojada por algún liquido y Amelia se apresuró a soltar su presa para ver qué
estaba pasando: lo que había mojado su mano resultó ser un líquido
semitransparente que surgía del extremo del falo de él. También descubrió que su
miembro estaba palpitando, casi temblando, y que tendía a inclinarse hacia el
lado izquierdo. Lo miró con atención, preguntándose qué podía estar pasando.
¿Acaso ese líquido era su semen? Podría ser que fuera así porque él era una
quimera y además también era estéril, así que podía ser distinto a lo que ella
esperaba.
-A...
Amelia- jadeó Zelgadiss, -¿qué pasa?... ¿Por qué... has parado?
La
princesa estaba confusa. A juzgar por las palabras de Zelgadiss y el tono de su
voz, las cosas aún no habían acabado pero ella estaba confundida y disgustada.
Amelia no podía imaginar qué había pasado cuando estaba claro que él todavía no
había eyaculado.
-Tú...
tú...- musitó sin atreverse a tocarle.
Entonces
Zelgadiss comprendió.
-No pasa
nada. Es solo líquido pre-eyaculatorio... El líquido de Cowper- contestó.
Amelia le
miró a los ojos sintiéndose incómoda por su falta de conocimientos. Pero al oír
su explicación, recordó lo que había leído al respecto y eso la tranquilizó. Al
final sonrió de nuevo, satisfecha por descubrir que lo estaba haciendo bien.
-Lo
siento, Zelgadiss... Yo no lo sabía- se disculpó.
-Lo sé.
“Cuánta
paciencia tiene conmigo.”
Sin
esperar nada más, Amelia alargó la mano y sujetó su pene por la base con una
fuerte presa, tal y como si fuera un palo. Al sentir el repentino agarre,
Zelgadiss soltó una exclamación ahogada de placer; el repentino gesto de Amelia
le había hecho recuperar su excitación y su vista se deslizó hacia el techo del
templo. Ahora solo podía ver la gigantesca estatua que representaba al Dios
Dragón justo por encima de su cabeza, mientras la excitación sacudía su cuerpo.
Sin saber lo que él hacía, Amelia acarició sus caderas con la mano izquierda y
finalmente la restregó sobre su glande, limpiando así el líquido que de allí
goteaba.
-Amelia...
vamos...- la voz de Zelgadiss era imperiosa.
La
princesa miró a la quimera con la sorpresa reflejada en sus ojos cuando recordó
algo que él antes había dicho, aunque ahora él parecía estar demasiado perdido
en su excitación que no parecía recordarlo. Sabiéndolo ya, la expresión de
Amelia se volvió decidida; enganchó un mechón de sus negros cabellos tras las
orejas y bajó la cabeza para besar su glande suavemente. Allí su piel resultó
ser más suave que en el resto de su cuerpo, tanto como la de sus párpados o
labios, aunque luchó por ignorar el sabor acre del líquido pre-eyaculatorio que
lo cubría.
Aún así,
Amelia esbozó una sonrisa triunfal al oír el repentino gemido que surgió de la
garganta de Zelgadiss. Al sentir el tacto de los labios de ella sobre él,
Zelgadiss bajó la vista y contempló cómo la lengua de ella se deslizaba sobre su
glande como si estuviera chupando uno de esos helados de Seillon, tal vez la
única referencia real que tenía Amelia sobre qué hacer. Zelgadiss sintió arder
sus mejillas y sus ojos ardieron con una mezcla de amor y deseo al ver lo que
ella hacía; la sensación de su calidad y húmeda lengua combinada con el
"Visfarank" sobre su glande y luego el tronco de su falo, era realmente
agradable.
-A...
Amelia...- jadeó.
La
princesa le miró de reojo comprobando su grado de excitación al percatarse de su
boca entreabierta y sus ojos medio cerrados, una expresión que ella solo le
había visto en una ocasión y que sabía seguro que era por causa de ella.
Recordando aquel casual encuentro en el bosque, Amelia se había sentido
avergonzada, pero ahora la princesa se alegraba de haber visto así a Zelgadiss;
eso estaba ayudando mucho en su relación.
Sintiéndose más animada, Amelia hizo algo que sus compañeras sacerdotisas le
habían comentado en algún momento pero que ella no sabía si a él le gustaría o
no. Al principio había comenzado por besar y lamer su extremo, luego el tronco,
y finalmente, tras besarlo de nuevo, lo engulló.
Los ojos
de Zelgadiss se abrieron de repente por la sorpresa; no se había esperado
semejante movimiento por parte de Amelia. La sensación era mucho mejor, no solo
por la caricia en sí, sino por la cálida y húmeda sensación dentro de la boca de
ella y con la lengua a su alrededor. Movido por su deseo, deslizó una mano hacia
su cabeza, pero de repente Amelia soltó su presa y Zelgadiss detuvo su mano en
el aire.
Amelia
quiso recuperar el aliento. Parecía que Zelgadiss realmente encontraba agradable
la sensación, pero lo cierto era que a ella le resultaba difícil poder respirar
y... chupar al mismo tiempo. Además, como su miembro tenía piel de piedra,
sentirlo dentro de su boca no era nada agradable y sus dientes arañaban contra
la superficie del mismo incluso aunque ella había tomado la precaución de
proteger su cara y su boca con el “Visfarank”. Pero eso no incluía el interior
de su boca y tener su miembro de piedra en el interior no era algo fácil con lo
que lidiar. Sin dejar de lamer, la princesa calibró qué poder hacer al respecto,
hasta que al final decidió que lo mejor sería proteger sus dientes curvando los
labios sobre ellos para que amortiguaran la sensación, y luego engullir tratando
de respirar al mismo tiempo.
-Mmmmmm...- gimió la quimera.
Estaba en
lo cierto, Amelia sabía lo que hacía. Ahora sí movió su mano y la colocó
suavemente sobre la cabeza de ella, enredando sus sedosos cabellos negros entre
sus dedos y luego meciéndola suavemente para indicarle a Amelia el ritmo y los
movimientos correctos en la tarea de chupar de él.
Por su
parte, Amelia estaba sorprendida de su propio comportamiento. Ella había deseado
darle lo mejor de ella a Zelgadiss, lo que incluía lo que ahora hacía, en
realidad ella había deseado placerle oralmente de alguna forma. Pero ella no
había supuesto que esa noche en particular acabaría haciéndolo. Las indicaciones
de él eran firmes pero cariñosas tal y como él solía ser con ella, y si bien
parecían imperiosas, nunca resultaban ser una orden; ella quería lo mejor para
él y él solo le indicaba cómo hacerlo. Esa había sido la promesa de Zelgadiss
por esa noche y ahora también la suya.
De esa
forma, Amelia le engullía tanto como podía mientras lamía y mamaba de él; debido
a que no podía hacerlo totalmente, la princesa usó una mano para acariciar el
resto de su miembro tal y como ella le había visto hacer anteriormente, y al
parecer eso funcionaba bien.
La
respiración de Zelgadiss era muy agitada, como si hubiese estado corriendo por
bastante tiempo o bien luchando contra un enemigo difícil de vencer; ya que
ambos habían pasado por esas experiencias, Amelia no encontraba raro la profusa
respiración de Zelgadiss. Lo que sí hacía que se sonrojara era sus profundos
jadeos, gemidos y gruñidos que él tenía dificultades para contener; a ella le
hacía feliz saber que le estaba placiendo de esa forma, pero también hacía que
se sonrojara. Amelia nunca le había oído así... o al menos por tanto tiempo.
Y no solo
eso, también hubo algo más que la dejaba confundida. El líquido pre-eyaculatorio
seguía goteando desde su extremo, y además parecía que su miembro empezaba a
cubrirse con alguna clase de lubricante natural o algo parecido que hacía que
tuviese un sabor extraño pero que facilitaba la tarea en la que ambos estaban
inmersos. Amelia trató de ignorarlo y continuar con su tarea tan bien como
pudiera, pero en ese momento las caderas de Zelgadiss empezaron a sacudirse a
pesar de los esfuerzos de él por contenerse. Su pelvis se balanceó hacia arriba
de forma involuntaria mientras la mano de la quimera permanecía sujetando la
cabeza de Amelia, aunque ahora lo hacía con más suavidad, consciente de que
podía hacerle daño si tenía una sacudida violenta.
-A...
Amelia... más...- jadeó con voz realmente ronca.
Zelgadiss
no alcanzó a verlo, pero las mejillas de Amelia estaban ardiendo, sintiéndose
insegura a causa de su tono exigente y por intentar controlar los empujones
dentro de su boca. Y así lo intentó hasta que de repente sintió que algo llenaba
su boca; algo que tenía un ligero sabor amargo y que vino acompañado de un
profundo y prolongado gemido surgido de la garganta de Zelgadiss. Amelia se dio
cuenta entonces que él había alcanzado el orgasmo y que ese líquido no era otra
cosa en realidad que su semilla estéril. Amelia intentó continuar mamando de él
hasta que acabara, pero no sabía qué hacer con su semen que acabó goteando por
las comisuras de su boca y la barbilla hasta que tras unos segundos
increíblemente largos, él cayó rendido.
Amelia
supuso que todo había acabado, soltó su boca y se alzó sobre las rodillas aún
insegura de qué hacer después. Zelgadiss estaba frente a ella, sujetando
fuertemente un puñado del vuelo de su capa; sus piernas estaban separadas y su
miembro colgando flácido entre ellas, y sobre todo su pecho subía y bajaba
tratando de recuperar el aliento. Sus ojos estaban medio cerrados y su expresión
era somnolienta, tal vez demasiado para incluso poder hablar en voz alta, tal y
como ella había estado un rato antes. Ciertamente todo parecía haber acabado ya.
La
princesa sintió arder sus mejillas cuando se dio cuenta que ella tampoco podía
hablar por tener la boca sucia, y se apresuró a coger el pañuelo que antes había
usado para limpiarse la boca, anulando el “Visfarank” durante el proceso. Lo que
había estado haciendo y habiendo tenido que mantener ese hechizo activo por
tanto tiempo, la habían cansado bastante. Tímidamente, Amelia comenzó a asearse
limpiando su boca y rostro, y luego poniéndose el sostén de nuevo en su sitio y
cubriendo así sus pechos. Mientras tanto Zelgadiss no dijo una palabra, tan solo
asintió con la cabeza ya que estaba demasiado aturdido para hablar y solo
trataba de recuperarse; era cierto que Amelia carecía de técnica y experiencia,
y que ambos eran bastante torpes en cuanto a placerse mutuamente, así que Amelia
no había obtenido su recompensa esta vez y Zelgadiss había alcanzado el punto
álgido de excitación prácticamente por accidente. No se podía decir que hubiese
sido “perfecto” pero Zelgadiss estaba muy contento con lo ocurrido; la princesa
de Seillon le había demostrado su amor superando la barrera física que suponía
su cuerpo de quimera y eso había sido suficiente como para que se sintiera de
esa forma. El “Ma-Kenshi” se había sentido amado tanto física como
emocionalmente, algo que ninguna mujer había hecho antes, y ahora se sentía
completamente feliz, inmerso en una sensación somnolienta. Con esa idea en
mente, cerró las piernas para cubrirse y con una pequeña sonrisa en los labios
contempló cómo Amelia se aseaba.
Amelia,
con esa misma sonrisa y sabiendo que todo había acabado ya, se puso de nuevo sus
pantalones bombachos; no estaba por la labor de tener otra ronda de lo mismo y
Zelgadiss parecía pensarlo igual. Estaba cansada, era muy tarde y... bueno,
dudaba que esa noche se atreviera a ir más lejos que lo que ya habían hecho.
Por supuesto la princesa estaría encantada de hacer el amor con él realmente
pero no se sentía todavía segura de ello, o mejor dicho, de cómo hacerlo, y ya
estaba lo suficientemente satisfecha con lo que había ocurrido esa noche.
Aparte de
algo más, por supuesto...
-Gracias,
Señor Cephied...-musitó mirando a la enorme estatua del dios dragón que se
alzaba sobre sus cabezas.
Al oírla,
Zelgadiss parpadeó. Había logrado recuperarse lo suficiente pero entendía las
palabras de Amelia. ¿A qué venía eso? Cuando Amelia miró la estatua, tenía una
sonrisa extraña en los labios, luego simplemente se colocó su alba sobre los
hombros como si nada hubiera pasado. Zelgadiss frunció el ceño, pero se limitó a
ponerse la ropa interior otra vez en su sitio y atar el lazo que le sujetaba los
pantalones; mientras, Amelia le observó por el rabillo del ojo algo sorprendida
por la facilidad que él tenía para manejar su cuerpo a pesar de estar cubierto
de piedra. Eso demostraba lo habituado que estaba Zelgadiss a su condición,
aunque esa no era la razón de la sonrisa que Amelia tenía en los labios.
-Gracias,
Sr. Zelgadiss- sonrió ella cuando él se alzó sobre los pies, -Ya puedo decir que
vas a cumplir tu promesa.
-¿De qué
estás hablando? –parpadeó la quimera- Ya te dije que yo quería... bueno... hacer
que...
-Lo sé.
Pero ahora sé que también cumplirás tu promesa-replicó ella con una dulce
sonrisa.
Zelgadiss
parpadeó de nuevo. Él sabía que ella estaba muy contenta por lo ocurrido pero
agradecérselo a Cephied era exagerado. Y también sabía que en cuanto a si mismo,
placer a una mujer resultaba muy difícil, pero...
-Amelia,
creo que estás exagerando- exclamó.- Yo también estoy muy contento por... lo que
ha pasado. Era lo que ambos queríamos... Pero agradecérselo a Cephied...- no
pudo continuar cuando le interrumpieron las risitas de Amelia.
-Tonto. No
es eso...-contestó con una sonrisa.
-Entonces,
¿a qué viene todo eso?- preguntó mientras buscaba su túnica.
La
princesa, sin perder su alegre expresión, esbozó una sonrisa de comprensión y
luego apoyó las manos sobre sus hombros desnudos pese a que esta vez no tenía
las manos protegidas por el conjuro del “Visfarank”. Amelia pudo percibir lo
diferente que resultaba tocarle con las manos desnudas a hacerlo con las manos
protegidas por su hechizo, pero ignoró la sensación y alzó el rostro para
mirarle directamente a sus no del todo humanos ojos.
-Sr.
Zelgadiss... ¿sabes qué es este templo y la estatua que hay aquí?- preguntó.-
¿Para qué son?
-¿Uh?-
Zelgadiss estaba perdido; por supuesto que lo sabía, así que tal pregunta no
tenía sentido.- Sí, claro: este es el principal templo de Seillon y esa es la
estatua que está justo en el centro del hechizo que protege la ciudad. ¿Por qué
lo preguntas? ¿A qué viene todo esto?
Amelia
soltó otra risita para luego alzar el dedo índice ante su rostro mientras
guiñaba un ojo en ese gesto tan suyo que la quimera había acabado asociando como
parte de la personalidad de Amelia; por eso mismo también sabía que ella quería
señalarle algo en especial de lo que ella le hacía cómplice.
-Sí...
pero no es solo eso- le reveló.
Zelgadiss
parpadeó sintiéndose perdido, una sensación que no le gustaba. Tan solo se quedó
allí parado, entre las piernas de la gigantesca estatua y sin atreverse a
ponerse la túnica color hueso que mantenía sujeta con una mano.
-Amelia,
¿qué estás tratando de decirme? ¿Por qué insistes tanto con ese tema?
La
princesa se limitó a alzar la mirada hacia la enorme estatua con una suave
sonrisa en los labios y una expresión soñadora en sus brillantes ojos; luego
comenzó a hablar pero con un tono más serio que el que había usado hasta ese
momento.
-En este
templo, en este altar, es en donde el poder sagrado de Cephied es más
evidente... Pero también es en donde...- en ese momento giró la cabeza hacia él.
-... Es el lugar en donde se celebran las bodas reales.
Ahora sí
que le tocó el turno a Zelgadiss para sorprenderse.
-¿¡Cómo!?
¿Las bodas de reales?- balbuceó. -¿Y por eso lo agradeces tanto?
La verdad
era que Zelgadiss no sabía exactamente qué era lo que quería decir Amelia cuando
le contaba todo eso, pero ella se limitó a apartar las manos de sus hombros y
mirarle seriamente.
-Te lo
agradezco porque tú me has demostrado tu amor a los pies de Cephied. Lo has
hecho más allá de lo que ninguna otra pareja real lo haya hecho aquí cuando se
ha casado- la sonrisa de la princesa se amplió.- Así que ahora estoy segura de
que cumplirás tu promesa y que volverás en el futuro. Y eso es porque lo has
jurado ante Cephied y él hará lo necesario para que consigas lo que más deseas,
lo que implica quedarte aquí y vivir a mi lado.
A
Zelgadiss se le abrió la boca y se le quedó la mandíbula colgando sin poder
cerrarla. No podía creerse lo que Amelia estaba diciendo.
-Amelia...
estás diciendo todo eso como si... ¿como si de alguna forma nos hubiéramos
casado?
-Precisamente- la sonrisa de Amelia era realmente amplia.
De repente
Zelgadiss se empezó a sentir terriblemente cansado, y no por su fuerte orgasmo
sino por lo bizarro de toda la situación. Había lógica en las palabras de
Amelia; la gente suele hacer promesas en los templos de Cephied y buscan
consuelo en los templos del Dios Dragón y sus sacerdotes. Hacer el amor justo en
el altar del más importante templo del interior de la Barrera, era, bueno, una
gran promesa.
---Y él no
podía culpar a Cephied, Amelia o él mismo por ello. Había sido su solo deseo de
hacer que Amelia fuera feliz y de darle lo mejor lo que había ocasionado que
ambos acabaran así. Antes nunca llegó a planearlo ni tampoco había pensado que
fuera a ser así, tan solo había ocurrido. Había hecho lo que había secretamente
había deseado por mucho tiempo y ahora, al servicio de Cephied, había ocurrido.
Y también para ella, de acuerdo con sus propias palabras.
De una
manera extraña, ahora ambos estaban ligados el uno al otro.
Al final
Zelgadiss no pudo hacer otra cosa que empezar a reír, perplejo por la situación,
hasta que finalmente se volvió hacia ella y la tomó por los hombros, tal y como
Amelia había hecho instantes antes. Miró de reojo a su túnica y luego a ella,
pensando que lo mejor sería vestirse cuanto antes aunque también tuviera que
darle una respuesta, cosa que era mucho más importante.
-Amelia...
mi pequeña dulzura...- comenzó a decir llamándola tal y como había deseado
hacerlo algún día en el futuro – estás en lo cierto. He hecho una promesa a
Cephied y se ha cumplido. No puedo negarla ni rechazarla.
La
princesa le miró con un gesto de confusión en sus grandes ojos azules, él nunca
la había hablado de esa forma, ni siquiera cuando hacía dos semanas habían
aclarado su situación, o incluso dos horas antes cuando ella le encontró en el
altar del templo. Luego Zelgadiss tomó su mano y besó sus nudillos suavemente.
-Sabes que
no puedo quedarme aquí por más tiempo, no mientras siga siendo el “Berserker de
Rezo”... Ya te he dicho lo que significa para mí ser una quimera; tengo que
seguir buscando la forma de recuperar mi humanidad y mi libertad... Ni siquiera
puedo... puedo darte hijo alguno mientras siga siendo una quimera.- Amelia
tembló; no había llegado a pensar en unos términos a tan largo plazo sobre su
relación.- Así que ya sabes que tengo que seguir buscando mi cura y recuperar mi
verdadero ser.
-Sí, lo
sé. Y como ya te dije, lo conseguirás- le contestó, pero todavía insegura sobre
sus intenciones.
-Después
de lo que ha pasado estos últimos días, he ganado más confianza en saber que lo
conseguiré. Estoy muy contento de saber que tengo alguna esperanza, así que me
iré... Pero te prometo que volveré. He hecho mi promesa y ahora tú eres... mi
prometida.
Entonces,
para sorpresa de Amelia, él cogió su amuleto chalza, el de su muñeca derecha, y
comenzó a quitárselo.
-Me
llevaré esto conmigo mientras esté fuera. Eso me recordará mi promesa.
Entonces
Amelia deslizó una mano para coger la gran joya azul de su brazalete y se lo
quitó mientras sujetaba la mano de piedra de Zelgadiss con su otra mano. Abrió
los dedos de ella y depositó el brazalete sobre su palma abierta para luego
cerrar los dedos sobre él.
-Puedes
llevártelo, pero solo porque quiero que este brazalete sea un regalo mío para
ti- anunció.- Mis amuletos chalza son parte de mi oráculo al igual que el bastón
de Shilfild... Tienen un hechizo de protección, pero también otro más.
-¿Y qué
es?-lo cierto era que la quimera no sabía qué más podía ser aparte de un
atributo de sacerdotisa; después de todo era un completo ignorante en lo que a
Magia Blanca se refería.
-Mis
amuletos Chalza están hechizados con un conjuro de “Visión” Eso me ha permitido
estar en contacto con mi padre durante todos los viajes que he hecho contigo y
con los demás. Y ahora tú también podrás estar en contacto conmigo a pesar de la
distancia.
Zelgadiss
la escuchó gravemente. Entre todas las posesiones que ella llevaba, él había ido
a escoger llevarse precisamente la única que le permitiría estar de esa forma
con Amelia; eso hizo que empezara a pensar que nada de lo que estaba pasando era
una coincidencia. Y Amelia debía estar pensando lo mismo cuando cerró los dedos
de su mano sobre la joya azul con la estrella engarzada en su interior.
-Toma, es
para ti- dijo ella.- Esto nos permitirá estar uno al lado del otro a pesar de la
distancia.
La quimera
miró primeramente a su puño cerrado y luego a la princesa, quien ya estaba
totalmente vestida excepto por su estola, aún hecha un ovillo sobre el suelo de
mármol, y le dedicó una sonrisa. Luego se inclinó sobre ella y la besó
suavemente sobre la frente.
-Muchas
gracias, Amelia. Te debo muchas cosas y ahora yo...-hizo una pausa buscando las
palabras adecuadas.- Y yo me alegro mucho de que ahora seas... mi prometida.
La
princesa le sonrió de esa forma particular que tantas alegrías le habían dado
durante el paso de los años.
-Yo
también estoy muy feliz, Sr. Zelgadiss... Sabes que yo te quiero y que te estaré
esperando.
La quimera
cerró los ojos y llevó su puño cerrado con la joya en el interior contra su
pecho. Nunca había pensado que una mujer, una princesa de hecho, pudiera decirle
unas palabras tan hermosas. No había ninguna razón real para negarlas o
rehusarlas más allá de sus propios demonios internos, y tras los últimos
acontecimientos, no quería que ese dolor gobernada su vida.
-Te
prometo que volveré.
-Lo sé. Me
lo has prometido a mí y a Cephied.
***
Poco
después Zelgadiss se había vestido por completo como si nada hubiera pasado, y
tras una pequeña charla sobre lo que pasaría al día siguiente, le había dado un
beso de buenas noches a Amelia y ella se había dirigido al gineceo del templo en
donde ella tenía sus habitaciones privadas. Ella era una princesa, pero también
una sacerdotisa, así que sus aposentos se encontraban separados de los demás. En
realidad la única vez que ella había dormido en palacio había sido años atrás,
durante el incidente con su primo Alfred y los Mazoku de Gaarv, así que
realmente Zelgadiss nunca había estado en sus habitaciones. En realidad eso
estaba prohibido así que Zelgadiss no podía ir más allá de la entrada.
Pero se
encontraba feliz después de todo lo que había pasado. Sentía que algo le había
llenado el corazón, algo que le hacía feliz y le llenaba de confianza en los
demás; hasta entonces él siempre había luchado por sobrevivir, por su libertad y
ahora también por su felicidad. No había muchos que hubiesen podido acercarse a
él y no morir a causa de lo que tenía que estaba obligado a hacer.
Por
supuesto una noche con la mujer que amaba no era la única razón, eso habría sido
demasiado simplista y barato. Pero recordando a la pobre joven que había sido
víctima de los malditos hechizos de Rezo (así como lo fue él en esa ocasión y
otras muchas), ahora se encontraba feliz por Amelia y por lo que había ocurrido.
Amelia le había dado su corazón y él había respondido a su gesto; y ahora tenía
un nuevo objetivo en la vida, uno más que le aguardaba tras encontrar su cura...
o tal vez antes de eso.
Pero él
nunca había pensado que tal cosa pudiera ocurrir.
--- El
único problema era que ya no podría partir al alba tal y como había planeado en
un principio, ya que sus ropas se habían ensuciado de forma vergonzosa y la
cantimplora había quedado medio vacía; antes de irse tendría que ocuparse de
esos detalles. Y más que eso; aunque el amuleto chalza era un regalo, él tampoco
podría ir por ahí enseñándolo porque nadie entendería cómo un guerrero quimera,
y más específicamente alguien con una mala fama como la suya, podría tener algo
que era posesión de las sacerdotisas de Seillon, Por tanto era mejor que lo
llevara oculto en los bolsillos mágicos de su capa, en particular el mismo en
donde tenía guardados los pañuelos y la cantimplora, y más cuando todos esos
objetos estaban relacionados con los sucesos de aquella noche.
Tal vez
podría guardar los pañuelos como un recuerdo de sus actos amorosos y el amuleto
como un regalo de corazón. Aunque eso no quitaba que tuviera que rellenar la
cantimplora y lavar los pantalones y la ropa interior.
Bueno, no
todo podía ser perfecto.
...Pero
seguramente lo era más que el día anterior.
FIN
*N de la A:
Muchas gracias por leer esta historia y disfrutar de las ilustraciones. Como
las veces anteriores, este fic tiene referencias a la serie y las novelas, tal y
como suelo hacer en todos mis fics; por esa razón la forma de ser de Zelgadiss
es ligeramente diferente a la del anime y aquí sale más oscuro. En esta historia
él tampoco es virgen, no lo que resulta obvio leyendo las novelas y el manga; me
inventé un poco cómo podría haber pasado porque Zel no es un pervertido y nunca
se le ha visto aprovecharse de sus amigas. Por todo ello tampoco tiene ese
estúpido complejo de adolescente feo con la cara llena de granos que “parece”
tener en el anime sino que aquí es como es.
Por último quería contar una historia de amor
donde ambos compartieran sus sentimientos y pudieran superar las barreras
físicas y morales que tienen. Hay que tener en cuenta que la piel de Zel es de
piedra y que sus uñas y cabellos son como el acero; él está hecho para el
combate y nada más, así que no se puede esperar que tener una relación sea fácil
para él ni para su pareja. Por ello yo y el resto de la gente que me ayudó con
este fic, pensando en hacerlo realista, llegamos a la conclusión de que, entre
otras cosas, Amelia debía servirse de un hechizo para ayudarse en la tarea, y
fue entonces cuando se nos ocurrió lo del "Visfarank". Cronológicamente este es
el primer fic en donde aparece ese recurso; el resto vino rodado. Espero haberlo hecho correctamente.
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